
RANDOM HOUSE
Y marcharon enseguida y se encontraron con los Lotófagos. Éstos no decidieron matar a nuestros compañeros, sino que les dieron a comer loto, y el que de ellos comía el dulce fruto del loto ya no quería volver a informarnos ni regresar, sino que preferían quedarse allí con los Lotófagos, arrancando loto, y olvidándose del regreso.
La Odisea
La modernidad es desmemoriada, la modernidad es profundamente alérgica a la memoria, ha comido la flor del loto.
Manuel Reyes Mate
Nadie como Walter Benjamin detectó que la modernidad y el sujeto surgido de ella carecen de memoria, por eso la recordación o rememoración es auténtico esfuerzo emancipatorio. Estas entregas misceláneas (crónica, ensayo, entrevista, reseña, etc.) para Levadura pretenden dar destellos, si no de libertad, por lo menos de libertinaje.
Docto punk
El escritor saltillense Julián Herbert (Acapulco, 1971), poeta, narrador, ensayista, vino al bajío en marzo pasado invitado por el Departamento de Letras de la Universidad de Guanajuato. Participó en un par de actos de la Feria de Libro universitaria e impartió un taller de narrativa a alumnos de Letras. En el afán de entrevistarlo me acompañaron mis alumnas Lorena Galván y Judith Procel, aquí el resultado del encuentro.
Destacado escritor mexicano formado en el circuito norteño –siempre ha reconocido como su maestro al prosista Jesús de León (1953)–, Julián dio un golpe de calidad en su producción hace algunos años con la novela Canción de tumba (Barcelona: Random House Mondadori, 2011). Fui uno de esos lectores atraídos por la resonancia de una obra extraordinaria en el panorama norteño. Su relato autoficticio acerca del legado de su madre prostituta me recuerda (alguna vez se lo dije) la gran novela-testimonio de su admirado Philip Roth (1933), Patrimonio (Patrimony: A true story, 1991). Narraciones reveladoras ambas (pienso en Roth: nadie como los judíos para crear a partir de la desdicha propia), memoria acompañante de la agonía del padre/madre, en que surge la pregunta trascendental por lo recibido, por lo heredado.
Ese mediodía del 27 de marzo pasado llegué por Julián a su hotel, con cierta duda porque lo había dejado con sus talleristas la noche anterior celebrando en un bar del centro de Guanajuato. Cuando llegué estaban desvelados y listos, Julián, Lorena y Judith. Cruzamos la calle y nos sentamos en un patio interior del edificio principal de la UG, ahí platicamos sobre sus perspectivas críticas, su experiencia literaria heterodoxa, sus proyectos en marcha, los autores que admira y su trabajo como formador.
Jaime Villarreal: Me gustaría que nos hablaras un poco de tu experiencia en estos días aquí en Guanajuato. Cómo lo sentiste, qué sacaste de ella y cómo la contrastas con algo similar que hayas hecho antes.
Julián Herbert: Bueno estoy regresando a trabajar con alumnos, digamos, hace un buen rato de no trabajar colectivamente. Hace unas semanas iniciamos en Saltillo una cosa que se llama Seminario Amparán que es una especie de mezcla de clase de literatura y taller.
JV: Otro de los escritores señeros del norte, ¿no?
JH: Sí, (Francisco) Amparán (1957) que murió en 2010, más bien joven. Para mí la experiencia en Guanajuato se relaciona con eso, para empezar. Cómo aceitar la máquina de la conversación y el trabajo de los ejercicios, la revisión de los textos, etcétera. La manera de hacer un curso acá de narratología fue muy placentero, muy divertido. Tuvo una particularidad que me interesó mucho, trabajar con gente que ya conoce el discurso teórico de la narratología, es decir, como ya tienen una base teórica y en general los alumnos dominaban bien los rudimentos, del equipamiento teórico, fue muy divertido trasladar eso, por una parte, a ejemplos de textos y al ejercicio. Tratar de descentrarlos, a que no vieran la perspectiva teórica sino sus aplicaciones, a algo más pragmático. Entonces lo mejor para mí, además de la fiesta (ríe complacido), fue eso. En general creo que fue una experiencia muy festiva también y me gustó mucho la lectura de ayer (se refiere al acto del día anterior en el Mesón de San Antonio, la presentación de su libro Álbum Iscariote), pero sobre todo eso, un nivel de la conversación muy pragmático y fluido.
JV: Has venido a presentar tu poemario más reciente –Álbum Iscariote (Era/Conaculta, 2013), más que un poemario, libro-artesanía experimental heterogénea, translírica–, en medio aún de la repercusión de tu novela Canción de tumba, un proyecto extenuante. Con esas dos obras en el horizonte, me gustaría que platicaras algo que has mencionado, un descubrimiento que tal vez cristalizaste en Canción de tumba: la cuestión de la fragilidad, la vulnerabilidad y la orfandad. La cultura entre nosotros los latinoamericanos se hace en la orfandad.
JH: Bueno el tema de la fragilidad a mí me interesa sobre todo desde la perspectiva de haber crecido en una cultura machista, como el reconocimiento de la vulnerabilidad masculina. Digamos, pensando en Canción de tumba, la fragilidad o vulnerabilidad que me interesa específicamente es la del mundo masculino, porque es una de las cosas en las que hay que salir del clóset. Como una preocupación del universo masculino, que no es que no se haya explorado pero no lo suficiente, y no en el contexto latinoamericano. Para mí es un tema que nos cuesta mucho trabajo y forma parte de una reeducación frente a la sociedad e incluso una responsabilidad política. Me parece más subversivo, en un momento dado, crecer el reconocimiento de la lectura de uno mismo en un universo frágil, que toda esta cosa de la lucha, porque realmente vivimos pateados en el suelo por el sistema político. Y parte del universo masculino, al menos para mí, se politiza de otra manera en ese sentido. Y también digo esto para conectarlo con el tema de la orfandad. En mi caso, la relación en Canción de tumba es muy inmediata, es una novela autobiográfica, pero en un contexto más general yo relaciono ese tema de la orfandad en que, estoy de acuerdo contigo, se ha desarrollado la novela latinoamericana o la cultura latinoamericana. Creo que hay dos maneras de verlo. Una, emparentada con el melodrama, o sea digamos, la versión bolero de esa orfandad, y la otra emparentada con el punk, ¿no? El do it yourself . Finalmente, el punk no como música sino como cultura. Por eso para mí es tan interesante y tan importante en mi vida el sentimiento del otro. Es una forma muy festiva de afrontar tus carencias, y yo creo que en la cultura latinoamericana hay esas dos vertientes desde siempre. Quiero decir, un sentimiento trágico de la orfandad y otro sentimiento más anarquista. A mí me interesa desde la perspectiva confrontadora. Creo que en la lectura, en ese sentido, de las últimas generaciones de la literatura sí hay un distanciamiento estético con la tradición, aunque mantenemos muchas veces los mismos temas. Alguien que no sabe mucho de literatura, y cuyo nombre no voy a mencionar, un escritor famoso, decía que todos los escritores tienden a imitar a Roberto Bolaño que, a su vez, imita al boom. Y me parece una lectura súper ignorante. Es completamente otra cosa, y sí es una incisión importante en el corpus de la literatura latinoamericana. Qué bueno, tampoco es la última cerveza de la fiesta Bolaño, como muchos creen. Pero es importante porque él, junto con otros, como por ejemplo Enrique Serna, pusieron el énfasis en un pesimismo de un mundo más cínico. Algo como dejar de desgarrarse las vestiduras y así ver el mundo latinoamericano con un poco de impaciencia pero también con humor, ¿no?
JV: Bueno y que también además le tiraban tomatazos a Paz en sus actos, Bolaño. Es decir, y a esa generación, ¿no? Siempre se reconocían como más cerca de los vanguardistas y de esta militancia.
JH: Si, pues esta cosa del infrarrealismo y todo.
JV: Dado que trabajas entre géneros diversos y con esta actitud, hace no mucho escuché a un crítico mencionar que el auténtico discurso de resistencia contemporáneo estaba en la poesía. No sé si estés de acuerdo con eso, y sobre todo porque evidentemente el mercado es mucho más afín a la venta y circulación de novelas. ¿Cómo te ha tocado vivirlo?
JH: Yo tengo una fe especial en la poesía también, sólo que creo que, por una parte, es algo que ni siquiera deberíamos decir. Esa sacralización de algún modelo de poesía lo único que ha logrado es aportarle a la mala poesía. Creo que para mí la poesía, esa cosa muy del universo de la poesía, casi como afirmar su superioridad moral, la superioridad estética está asumida ahí, creo que es peligroso para la misma poesía. Que la poesía es un estado de resistencia, sí, estoy de acuerdo, pero tiene que ser de manera discreta. Confrontada consigo misma. Por ejemplo, lo que sucede en México, si me preguntas si la verdadera resistencia en el lenguaje literario está en la poesía mexicana, diría que no. La mayor parte de la poesía mexicana me parece solemne, básicamente aburrida, incapaz de reformular sus criterios. Empecinadamente ignorante. Hace poco tiempo conversaba con un par de poetas y hablaba con ellos de otras cosas como música, tecnología, series de TV. No es posible, chingao, que los poetas sólo puedan hablar de poesía. Me parece que es una deficiencia real del lenguaje, del sentimiento del mundo, no sé. A mí lo que me pasa a veces, que me irrita de algunos poetas, por supuesto que hay buenísimos poetas que yo admiro mucho en este país, pero los hay magníficos y de distintas generaciones, como David Huerta, Luis Felipe Fabre, Juan Carlos Bautista. O sea hay poetas que a mí me parecen muy chingones, que me dicen muchas cosas, pero no son la mayoría. La mayoría están perpetuamente en un encuentro de poesía, hablando de sí mismos y de sus amigos. No creo que en eso haya verdadera resistencia. Ahora, a mí lo que me interesa de lo intergenérico, para volver a tu pregunta, es que primero me permite un aprendizaje y, segundo, pues es mi concepción de la poética el volver a una literatura “a medio hacer”. Otra vez lo que te decía, tiene que ver con mi percepción de la literatura punk, ¿qué es lo que haces en el punk? Tienes una guitarra de palo, un mantel y unos botes y con eso armas una banda de punk. Una guitarrita y unos botes que puedes convertir en una batería. Me gusta esa literatura que está a medio camino de la perfección retórica, y eso no significa que no sepa como escritor escribir una novela o un libro de cuentos en el sentido tradicional. Siempre me ha interesado la retórica, mi formación es menos ligera de lo que parece. Mi formación es muy de nerd, digo yo siempre. Hablando de los raperos, un amigo rapero que estudió letras clásicas, grecolatinas, me decía una vez: un rapero es un nerd que se pasa todo el día escuchando música, rimas, leyendo libros, y una vez que dominó el estilo del rap, sale a la calle a que le den un balazo. La fama de la calle. Y me parece una idea padre de cómo funciona también un escritor. O sea, ser un rebelde y escribir sobre cosas transgresoras de algún modo, tratas de escribir de una forma transgresora pero con el bagaje de la retórica detrás. Es más fácil cuando sabes qué es lo que estás trasgrediendo.
(Le doy pie a Lorena.)
Lorena Galván: Bueno yo tengo tres preguntas que supongo que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida y, aprovechando que estás aquí, espero que me las puedas responder como escritor, como persona, como sea. La primera de ellas es, ¿a qué sabe el último trago del mezcal?
JH: (Ríe, entra de inmediato al juego) Depende de qué tan bueno sea el mezcal. Pues, mira, siempre estoy pensando que no va a ser el último trago, entonces me sabe más o menos así. Por otra parte creo mucho en el presente, entonces el último trago de mezcal sabe igual que el primero, y al mismo tiempo cada trago de mezcal es el mismo.
LG: La segunda pregunta, ¿de qué color se ve al otro lado del balcón?
JH: De qué color se ve al otro lado del balcón… deja me acuerdo. Pues la casa del vecino siempre está más madreada, ¿no? Jajajaja. Cómo de ladrillo madreado, ¿no?
LG: Dicen que el pasto es más verde del otro lado, ¿no?
JH: Yo creo que no.
LG: En este caso es un poquito menos verde, sí. Y bien, la tercera pregunta, ¿cuál es el largo del kilómetro?
JH: Cuál es el largo del kilómetro… También depende de la hora que sea. Creo que en general en este momento de mi vida, tengo 44 años, mis kilómetros empiezan a ser más largos. Tardo más tiempo y me canso más, pero los disfruto igual.
(Lorena le da el pie a Judith.)
Judith Procel: A mí me gustaría saber cuál es tu top tres de películas de Tarantino.
JH: Tres de Tarantino… Mi favorita, mi hiperfavorita, sigue siendo Pulp Fiction (1994). Soy un pinche conservador. Para mí es un ejemplo de la construcción del universo complejo a partir de cosas. Mi segunda es Kill Bill (2003). Yo la veo como una sola película, los dos volúmenes. Ni siquiera puedo verlas por separado, si las veo me echo todo el tramo. Y la principal razón es que veo todo para llegar al monólogo de Bill, que me parece una de las reflexiones más chingonas que hay, es un monólogo completamente shakespeariano donde se habla de muchísimas cosas. Bill está hablando de los cómics de Superman, pero en realidad de lo que está hablando es de Nietzsche, está hablando del superhombre de Nietzsche, y está hablando de eso que decía Harold Bloom, de que el personaje se escucha a sí mismo por accidente. En realidad, cuando describe a Beatrix Kiddo, Bill se está describiendo a sí mismo, a la fatalidad de ser un asesino que no puede parar. Y mi tercera… ésa está más difícil. Yo creo que es Inglourious Basterds (2009) porque, bueno, ahí está digamos que el segundo grado, la cita constante del western aplicada a la Segunda Guerra Mundial, que se me hace algo bien chingón, ¿no? Toda la escena de ese pasaje con el que abre Inglourious Basterds es genial.
JV: ¿Ves algo de la construcción de lo tuyo en lo que hace Tarantino?
JH: Muchísimo, sí. Estoy haciendo ahorita un libro de cuentos que ya casi termino, me faltan solo dos, que se llama Tráiganme le cabeza de Quentin Tarantino. Sí, es una de mis principales influencias, al menos hasta donde alcanzo a ver. Porque aprendí, digamos que la primera vez que vi una película de Tarantino aprendí eso, que te puedes robar todo lo que quieras y lo puedes reformular. Después de mucho de ver el cine de Tarantino, leí Palimpsestos de Genette y dije: “bueno, esto es Tarantino”.
JP: Mi siguiente pregunta es, si tuvieras que elegir una canción como himno del escritor en sí, ¿qué canción elegirías? Y que nos cantes un pedacito.
JH: Jajajaja. Para mí el himno nacional de los escritores es una canción de Los Cadetes de Linares que se llama “Una página más”. Y que dice (cantando): “Tengo un libro vacío, y lo voy a empezar. Tengo sed de caricias, tengo ganas de amar, hoy comienza en mi vida, una página más”, etcétera.
JP: ¡Yeah!
JV: ¡Un honor!
JH: Eso de “hoy comienza en mi vida una página más”, así debería pensar un escritor todo el tiempo.
JP: ¿Te podrías sentir identificado con The Cramps cuando están tocando en el hospital psiquiátrico, cuando lees tu poesía a un montón de gente que quizás ni te está entendiendo?
JH: No sé si podría identificarme con The Cramps porque son demasiado chidos, ¿no? Pero ese video, que es una de las cosas que me llevo de Guanajuato, de ellos tocando en el psiquiátrico y “los loquitos”, como les decimos, tomando la tribuna y poniéndose a bailar con una banda de punk es una de las cosas más padres que hay, o sea esa sensación de… Decía Foucault que durante siglos existió un diálogo entre la razón y la locura para poder entender el mundo y que el siglo XIX fue un momento de cambio bien radical en el mundo. A partir de ahí terminó ese diálogo, y comenzó el monólogo de la razón sobre la locura. Creo que una de las cosas padres del arte radical, y ese video que me pasaste de The Cramps me parece un ejemplo de eso, es la restitución del diálogo amoroso entre la razón y la locura. Es una manera mucho más profunda de entender a la humanidad, darle su lugar en la mesa a la locura.
JV: Oye, y en ese mismo tenor, ¿qué opinas de los poetas locos como Panero, uno de los íconos.
JH: Claro, son otra tradición, ¿no? No sólo los poetas sino los artistas locos son toda otra tradición, y quemados por el fuego. El ejemplo de Hölderlin, uno de los fundadores de ese discurso. Tiene que ver con que muchas veces no sabes de dónde viene la mejor poesía. No es de ese segundo grado, de ese palimpsesto del que habla Genette, digamos como que fundar nuevos tópicos, nuevos registros dentro de la poesía, es algo que sucede muy pocas veces en la historia de la humanidad. Y casi siempre sucede a través de personajes de algún modo quebrantados, o que vienen de cierta periferia, que ni siquiera los ves venir. Yo pienso en Rimbaud, cómo es posible que ese güey haya hecho lo que hizo en su juventud, cuando realmente construyó un discurso poético completo, al menos en mi juicio. Tuvo una ética acerca de lo que la poesía es, me parece admirable. Y luego Elliot. Él, en un momento de mucha debilidad emocional, en un momento de más impotencia sexual, con su mujer en un hospital psiquiátrico, escribe “La tierra baldía” (The Waste Land, 1922). No es un poeta loco, pero sí uno torturado por la locura de su mujer, que casi lo destruyó. Entonces, además de los poetas locos, como Hölderlin, como Panero, hay esta otra zona de la locura, locura inducida, otro tema. Un estado de locura, por ejemplo Ginsberg, no está loco pero escribe acerca del proceso de enloquecimiento y lo hace además desde los estados alterados del consumo de estimulantes. Otro tema vinculado a la locura, la necesidad de consumir drogas, como el alcohol. Uno se pasa toda la vida tratando de alejar la realidad. No quieres pensar dónde dejaste estacionado el coche, no quieres saber de, ni hablar mucho con las otras personas. Dice que el problema es como cuando te masturbas, inmediatamente después de que te vienes llega la pinche realidad como un tren. Entonces siento que la experiencia de lo poético en el borde de la locura tiene que ver un poco con esa analogía. La de que llega un punto en que ese estado límite de la conciencia, o de la razón, te hace ver la realidad a la velocidad a la que realmente se mueve. Enloqueces con drogas para alejar la realidad pero luego viene ese proceso que tiene su forma de “cruda”, digamos. La locura tiene unos instantes de lucidez extremos. Tengo un amigo que siempre que le digo: “estoy bien crudo”; me dice: “qué rico, güey”. O sea, viene otra vez esta idea oximorónica de que uno no bebe para la felicidad de beber, sino para ese estado de lucidez que te da la cruda, esa es la verdadera distancia.
JV: Creo que Enrique Serna tiene un texto en donde hace toda una disertación al respecto. De cierto estado creativo que induce la cruda.
JH: Exacto. Ese tema que se relaciona con la locura, con los estimulantes. Siempre me ha parecido una de las palabras más chingonas que hay en la cultura mexicana: “cruda”. Es tan descriptiva. Porque todas esas otras palabras como “resaca” no tienen la potencia de describir el estado. La palabra precisa para describir el estado posterior al alcohol es ésa. Y esa noción de “la cruda realidad” es tal cual. La realidad en un nivel presente muy radical.
JV: Pues no tarda la cruda en llegar. (Risas.) Bueno, sobre la historia. El colombiano Nicolás Gómez Dávila decía en uno de sus Escolios: “la posteridad es ese pequeño grupo al que le interesa el pasado”. Y para el peruano Mariátegui solo hay dos estados en la historia moderna: etapas clásicas, donde no importa tanto el asunto de la revolución ni de la vanguardia, y etapas románticas, en las que sí impera el cambio. ¿Cómo ves nuestros días?
JH: Se ha modificado en el último año mi percepción de la historia porque tradicionalmente ésta estuvo orientada a la información literaria. Entonces era un objeto de cultura, de observación, de entendimiento de la realidad, digamos, a través de estos filtros. Eso todavía lo es. Pero últimamente mi posición respecto a la historia cambió porque me puse a escribir un texto vinculado directamente a la crónica histórica. Después de que alguien me dijo: “lo que realmente hay que leer ahora en Latinoamérica es la crónica, tú empieza a leer crónica” y efectivamente empecé a encontrar cronistas muy interesante, muy potentes en su prosa y en su visión del mundo. Eso me hizo querer hacer un proyecto cultural y empecé a hacer perfiles. Perfiles del pop, que es un tema que me interesa mucho. Hice un par de entrevistas. Hice entrevistas a Armandititita, a Jaime López, a Café Tacvba. Ésa era como mi idea, quería juntar un volumen de eso. Del lado superficial. Me interesaba ver hasta dónde los podía bajar. Pero me topé con esta historia, que ya conocía de tiempo atrás pero que últimamente me ha atropellado: la de la matanza de chinos en Torreón de 1911. Eso cambió mi perspectiva de la historia en el sentido de que la historia puede verse de una manera pragmática. Puede leerse en presente y puedes pensar en ella como algo que no necesariamente sirve para algo. Hay una potencia estética en la historia si la afrontas como una publicación estética. Además de que hay una estética oculta, que se puede contar de maneras distintas. Creo que los historiadores nos cuentan muchas ficciones. Ficciones quizás muy ideologizadas. En la tesis de la novela que estoy escribiendo (en estos días ha sido publicada por Random House: La casa del dolor ajeno) digo que no quise hacer una novela histórica porque la novela ya está hecha, ya la escribieron los historiadores profesionales. Hay mucha ficcionalización en la historia. Desde el poder, desde la academia, desde ciertas ideas fijas. Leí una vez esta historia de Torreón implicando a la ciudadanía en la comisión de un genocidio. ¿Qué es lo que pasó? Y ni un solo historiador, ni un solo político, ni nadie que haya abordado el tema, porque eso pone en duda la mexicanidad, pone en duda la idea del mestizaje también. Es un evento racista, es el evento más racista, más radical que pasó en Latinoamérica contra los chinos. Dirían: ¿cómo vamos a ser racistas si somos mestizos? Pero eso es falso. Y eso es un tabú.
JV: Hay un texto de un académico que se llama Contra la literatura (Against literature, 1993). Es de John Beverley, un gringo. Básicamente encomia el testimonio de la crónica porque la literatura de ficción habría generado un sujeto hegemónico tremendo, es decir, este sujeto blanco, hombre, de buena familia, el del boom. Y la crónica ha permitido que emerjan otras voces. Los ejemplos típicos son el de la brasileña Moema Viezzer, que tiene una crónica (Si me permiten hablar, 1976) sobre una mujer de las minas de Bolivia; el libro con que fue conocida Rigoberta Menchú, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1985). Lo que hicieron Monsiváis o Poniatowska.
JH: Si, yo creo que está muy presente en Latinoamérica. También de los autores que más me interesan ahora de mi generación, mexicano, es Alejandro Almazán (Ciudad de México, 1971). Tiene una crónica que se llama “Los Acapulco kids”, sobre la prostitución infantil en Acapulco. Es un texto durísimo. Para poder entrevistar a una niña pues se la lleva a un cuarto, y mientras ella, una niña de doce años, está tratando de desnudarlo, él la entrevista. Y ella todo el tiempo le está diciendo como “qué raro eres güey”. Él lo cuenta en un estado tan crispado. El texto es muy poderoso por eso. O sea es buena literatura, no nada más es un informe. Tiene un texto sobre el cerro de la cruz en Torreón, que es un lugar mítico. “La pus de la laguna” dice alguien dentro de la crónica. Ha sido un lugar violento durante un siglo, es como una especie de favela. Y cuando la guerra entre los zetas y la gente del Chapo, se agarraban a tiros de un cerro a otro. Y abajo está la ciudad, entonces a cada rato había gente muerta por balas perdidas. Ahí mismo fue el sitio donde Villa tomó Torreón, o sea, ahí está sembrado de balas desde hace cien años. Y Almazán hace una crónica bien chingona sobre lo que significa eso.
JV: A mí personalmente me interesa el asunto de si esto no obsta para que haya propuestas estéticas revolucionarias. Quien escribe crónica, testimonio, no necesariamente tiene la estética como principal finalidad. Faltan propuestas estéticas que estén a la altura de la circunstancia.
JH: Yo creo que sí. Es como una ida y vuelta. Yo creo que desde la novela, Antonio Ortuño está haciendo cosas ahí, en la novela y el cuento. Porque Antonio sí ve el mundo mexicano, lo ve en muchas capas y con un ojo muy crítico. Ahí hay una voz. Tiene un cuento de una chica que trabaja en una maquiladora. Todo parece indicar que es Ciudad Juárez, en el barrio secuestran chicas y las matan. Luego empiezan a aparecer secuestradores muertos, entra la policía y tal. Total, esta chica, la narradora, se hace amiga de otra compañera. A la primera le da hueva la amiga porque no la deja en paz, la otra se hace novia de un policía. Finalmente llegan unos secuestradores a levantar a esta chica y uno de ellos es el policía. La idea es que los que están secuestrando son los policías. Y el papá de esta chica que es un viejillo llega y los mata a los tres, básicamente ésa es la historia, a eso se dedican. O sea la chica salía del trabajo sola, por eso quería estar sola, como una especie de carnada para los secuestradores. Ellos son una especie de asesinos seriales de secuestradores. Es un cuento muy chingón.