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Entre mamar y madrear

octubre 16, 20153 ComentariosArtículosBy Ximena Peredo
two girls m

Two girls / AMEDEO MODIGLIANI

Según mis últimas observaciones, la maternidad es una especie de trance en espiral que nunca se reproduce idéntica y esto provoca la doble sensación de que el tiempo pasa veloz y nunca se mueve. Porque si observamos el cuerpo de una madre y no sus emociones, veremos que realiza una y otra vez las mismas actividades. Todos los días, idénticas inflexiones, esfuerzos similares frente a la tabla de picar, estirones de brazos debajo de la cama para alcanzar el calcetín, las cargadas amorosas y las tortuosas. Todos los días se recogen las migajas, se prepara el desayuno, se soban rodillitas, se hacen cosquillas.

 

La maternidad necesita urgentemente de un verbo porque de lo contrario todo lo que termina significando se ahoga en la transpiración de la experiencia misma. Preciso de un verbo que abra la puerta para que el universo de lo que es, y no del ideal, sea representado, sea narrado. Podría ser mamar y de hecho, debería serlo, porque este verbo se refiere al trabajo corporal de ser mamá, pero ya ni siquiera las mujeres mexicanas usamos “mamar” para referirnos a dar el pecho. Un despojo simbólico, sin duda, que en este momento no me interesa pelear ni arrebatar (además me gusta la expresión no mames, qué mamón, te mamaste, y toda su variedad) mejor prefiero buscar refugio en otro caparazón. Por el momento lo que importa es hacer notar que lo innombrado también existe. Si logramos asomarnos afuera de las rejas del lenguaje veremos que aún queda todo por reconocer. En este sentido hay un misticismo que me fascina de un verbo que todavía no es, de un verbo sin nombre. Es una realidad clandestina, fugitiva a la fuerza, una experiencia que se descubre porque –qué bueno- no tiene lugar en el diccionario. Se descubre haciendo millones de cosas, cargando ocho bultos y un bebé, limpiando cacas, besando frentes, contando cuentos, ¿qué estoy haciendo cuando hago todo esto?… pero ésta es apenas la primera capa del universo materno exiliado de la lengua.

 

Todo esto requiere un verbo, sin duda, pero esto apenas y serviría para reconocer la ausencia de otro verbo, el que realmente extraño y que quizá podría ser madrear, para decir lo que hoy viví. Sin ser una acción, ya que ha sucedido todo en mi cabeza, creo que la transformación, es decir, el viaje interior que provocó, merece un nombre. Uno hondo, por ser del mundo inconsciente. Duró lo que un rayo. Quise extenderlo más pero se esfumó apenas quise aprehenderlo. Se trató de una sensación de extrañeza, de desconocimiento del ser más íntimo conocido, del ser que se formó dentro de mí. Ella, mi hija, cenaba melón y platicaba. Mi sensación fue la de ver a una persona por primera vez. Todo podía seguir a continuación, todo podía acontecer. Dejó de ser “mi Elisa”, dejó de ser mi conocida, y apareció frente a mi una niñita cándida, una cachorra humana. Quedé suspendida lo que dura el tiempo presente total. Nos vi. Vi al ser humano que me tocó conocer como hija y reí como ríe ella cuando abre la ventana y descubre que es de día. Este acercamiento total con el universo fundacional de una persona es una experiencia intensa que a las mamás nos está reservado pero que no es exclusivo de nosotras. Me pregunto, claro, ¿cómo lograr permanecer en ese nirvana materno, en ese flujo libre de energías entre la cachorra y su madre? Sospecho que estos acontecimientos son casi milagrosos cuando la maternidad trascurre únicamente en la dimensión del dar de mamar: las tareas y las previsiones, que todavía ni siquiera consiguen ser reconocidas como respetables y que tienen la mayor importancia para el futuro de cualquier sociedad… Quisiera regresar a ese momento de ensueño pero apenas y logro recordar su paso por este cuerpo. Escribo confundida, como quien escribe su sueño al amanecer.

 

Creo que el lenguaje es un campo de batalla política, que es todo menos neutro. Pero también sé que las palabras no hacen a la realidad. Es decir, no extraño un par de verbos para que las acciones sucedan, o para que las emociones afloren, sino para que lo infrarrepresentado ocupe su importancia política. La maternidad es una fuente de filosofía descomunal y tendría que ser tema de una permanente reflexión pública. Las implicaciones de esta ausencia se advierten poco, pero tienen que ver con un sistema social que ha aprendido a desarrollarse sacrificando la vida.

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Sobre el autor

Ximena Peredo

Escribe columna, ensayo, crónica y cuento. Colabora con su opinión semanal en grupo Reforma y actualmente se encuentra realizando sus estudios doctorales en ciencia política y sociología en la Universidad de Coimbra, en Portugal.

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3 Comentarios
  1. Responder
    enero 24, 2016 at 3:27 pm
    Paulina

    ¡Increíble!

  2. Responder
    noviembre 29, 2015 at 8:56 am
    Antonio Villalobos

    Hermosa reflexión. Cualquier verbo para describir la maternidad debe de quedar corto, lo que mas lo describe es “un milagro” y no se si exista el verbo milagrear porque es lo que hace la mamá al llevar en su vientre todo el proceso de la creación de un ser humano. Basta con seguir mes con mes como se va transformando un feto en un precioso bebé…es maravilloso, por eso mi admiración a las mamás incluyendo a la mia que en paz descanse.

  3. Responder
    noviembre 24, 2015 at 10:16 am
    Tere Garza

    Hermoso! No hay verbo para describir todos los afanes de la maternidad, pues éstos siguen aún cuando los hijos crecieron y se fueron… Pregunta a tu mamá… El hijo queda impregnado para siempre en el ser profundo de la madre. Podría ser quizá: “maternizar” -evocando a lo eterno- pero no, ni eso es suficiente… Gracias

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