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Olga y Chéjov

marzo 20, 2016Deja un comentarioEnsayo, Sospechosas comunesBy Coral Aguirre
Chéjov y Olga

Chéjov y Olga / ES.RBTH.COM

Antón Chéjov (1860-1904) y Olga Knipper (1868-1959) se vincularon en los últimos años del gran escritor. Médico de profesión, Antón había comenzado a publicar sus primeros relatos a partir de 1880 y su primera pieza teatral en 1887. Por su parte Olga Knipper había sido elegida por Nemirovich-Dachenko, socio de Stanislavski, para formar parte del Teatro de Arte de Moscú en 1896. Dos años después, es Dachenko precisamente quien le insiste a Stanislavski para que dirija La Gaviota, obra que había resultado un desastre en su estreno dos temporadas antes. De modo que Olga y Antón se conocen a través del mismo Teatro, ella ya había triunfado con una obra de Tolstoi y ahora encarnaba a Arkádina en la obra de Chéjov. Agasajado por la excelencia de la dirección de Konstantin Sergueievich que revelaba la grandeza del texto chejoviano, de alguna manera ambos inauguraban su vida artística alrededor del Conservatorio de Arte. De aquella primera aparición de Chéjov ella recuerda que “Nos atrapó a todos de repente con el encanto de su personalidad, de su sencillez, su escasa habilidad para “enseñar”, para “mostrar”…”

 

Y he aquí el milagro o la extraña experiencia. Olga y Chéjov acaso se frecuentaron menos de lo que se escribieron. Ni siquiera después de su casamiento. Su relación nunca devino en una vida en común a secas, una cotidianeidad permanente, un hábito. Por el contrario no suman muchas horas el tiempo que pasaron juntos, pero suman muchas cuartillas las que entrecruzaron. Había razones que ellos aceptaban risueñamente si vamos a las cartas. Antón se veía obligado al retiro absoluto cada invierno, en Yalta o en el extranjero, a causa de su tuberculosis. Y Olga, cabeza de cartel de una compañía cuyo éxito era creciente, se veía obligada a permanecer en Moscú largas temporadas. Los encuentros entonces se daban allí en Moscú donde Chéjov tenía residencia cuando terminaba el invierno o bien en Yalta, cuando ella, al final de la temporada teatral, podía ir a visitarlo.

 

Escritor y actriz, enfermedad y teatro. No había otra manera que aceptar la distancia: él con fiebres nocturnas, cansancio extremo, el permanente peligro del contagio, acaso esputos sanguinolentos, lo cual lo debilitaría más. Y ella ocupando el espacio escénico a destajo, de otro modo lo perdería, fieramente dispuesta a la sujeción de las normas de Dachenko y Stanislavski, que representaban la más rigurosa disciplina, para convertirse en la gran actriz de las obras del que sería luego su marido. En un país de fríos intensos, nieves y brumas, sin calefacción y sin penicilina estos dos le dan al entrecruce de su correspondencia la gracia primaveral, la ligereza de las praderas rientes del sur.

 

Así, tengo para mí que la pareja Chéjov/Knipper tiene el encanto y la fineza de los grandes amores precisamente por esta economía de la convivencia. Lo que se refleja en sus cartas es la gracia, el humor, la ternura, y el cuidado, tan ajenos a los grandes relatos trágicos de los celos, a la desgarradura de las largas distancias, o de la traición que presupone que una de las partes no ame con la misma intensidad, o sencillamente que no responda al reclamo del amante. Convertido en amor epistolar no por ello sus lazos son menos intensos. Por otra parte lo que dicen sus testigos es que se amaron suavemente como una lluvia de verano. Lo que prueba la madurez de los tiempos en que se hallaron uno al otro, 38 años Chéjov, 30, ella, que para nosotros es juventud pero a finales del siglo XIX prefiguraba ya casi la vejez. Con el encuentro se llenaron de primicias sus vidas. Olga relata su laxitud de ánimo y cómo cambia al tener en sus manos Tío Vania cuyo montaje se estaba preparando para la nueva temporada.Y él se regocija porque habrá oportunidad de viajar juntos de Batumi a Yalta. O bien se ponen de acuerdo para tomar un barco que los mantenga reunidos aunque más no sea en el trayecto de Yalta a Moscú.

 

De este tratamiento de novios en que la confianza es todavía juego, poco a poco a partir de 1899, pasan a la complicidad de dos organismos que ya se han reconocido y se solazan en pequeñas bromas, pequeños guiños de intimidad. Él encabeza sus epístolas con la consabida señal “Querida actriz” y ella a su vez responde encabezando las suyas con “Querido escritor”.

 

En todo ello, me refiero a estos años, me refiero a la relación íntegra, me refiero a la solidaridad de los cuerpos y las almas, hay algo que reconozco muy bien porque lo he vivido. No hay pareja que se sostenga si no encuentra el punto justo de su complicidad. Y en estos dos, ese punto lleva el nombre de TEATRO. Es el teatro que los tiene expectantes, el que los reúne y los separa, el que les brinda las más grandes emociones que comparten día a día aún de lejos. Es el teatro el que diseña sus vidas como si fuera otra obra. Puedo imaginar, como si los estuviera oyendo, sus pláticas teñidas de alusiones a los textos de las obras que escriben o actúan, a los colegas que son vedettes o buenas gentes, al trazo genial de Dachenko o bien al derrumbe de Stanislavski en escena, superado largamente por Meyerhold quien según Olga, es el más grande actor de la compañía. Todo ello repito, crea una rara comunión en donde el encuentro amoroso agrega lo suyo y colma la relación. Es ese don lo que permite también la generosidad. Si Chéjov se va a Paris y Olga a Sebastopol, no tiene la menor importancia, no pasan por ahí las separaciones. Mi actriz, Mi escritor, como se nombran se pertenecen en el acto de soñarse juntos. Al estar tanto tiempo lejos uno del otro, toda certeza discurre por la benevolencia con que se miran vivir El verano que viene trataremos de vivir en el norte ¿te parece? ¿Y si no funciona? ¡Nada ¡Soñemos mientras llega! Escribe Olga.

 

Y sin embargo lo que va de él a ella y viceversa es una tersa comunión de pares. Tengo la impresión continua de que la puerta va a abrirse y que vas a aparecer. Pero no entras, (Parece la letra de un tango de Gardel) en este momento estás ensayando…tan lejos de Yalta y de mí.

 

Por su parte ella agrega un tantito de inquietud como para poder creer que de esta laya fueron sus amores: Hablamos tan poco, es todo tan poco claro…¿No lo crees hombre de mi futuro?

 

Sin embargo en 1901 hay pequeñas nubes que pueden observarse a través de los cómicos requerimientos de Chéjov en cuanto a que ella seguramente anda con otro y por su parte el llanterío de Olga con cada separación, que se vuelve más abundante. Todo apunta a que lo que secretamente busca ¿Olga? es el casamiento. Hay una razón para que sea ella quien apure el compromiso matrimonial. Él está enfermo, es tuberculoso, ¿con qué derecho…? se me ocurre que para Chéjov resultaba una cuestión ética. Por otra parte están en la época de los ensayos de Las tres hermanas y él requiere permanentemente noticias de los eventos teatrales. Para colmo Olga ha estado dos o tres semanas en casa de la familia de Chéjov y según confiesa está harta de tapujos. Seguramente no la han visto con buenos ojos: actriz, sola, de una edad en donde debiera haberse casado hace tiempo, y flirteando con un hombre que ya es una figura pública. Porque así es, en estos tiempos Chéjov llega a la cúspide de su fama. Ergo Don Antón Chéjov no tendrá otra salida que exclamar ¡Hay que casarse! Con ciertos reparos que, viniendo de esta gracia con que el escritor se refiere a sus lazos, hacen sonreír: Después de todo lo que hemos pasado, escribir se me queda en poco, deberíamos continuar viviendo juntos. ¡No hemos equivocado no viviendo juntos! Contradicción feliz que abunda en los acuerdos.

 

Al final del año ya lo llama ella su mítico marido, esperando verlo, y le dice ¿Vislumbras ese momento? No tengo ni idea de cómo va a hacer.

 

Por fin en 1901 y luego de muchas comunicaciones, Chéjov decide la boda íntima con un viaje de novios tan sencillo como todo lo que los caracteriza. Y así se va la relación, entre pequeñas despedidas, pequeños encuentros, estrenos, llamadas de atención sobre la crítica, comentarios a propósito de los colegas. Nada los sacude demasiado. Alguna vez una ausencia demasiado larga, cubierta por versos de él o flores de ella. A veces no se sabe si ella llega por carretera o él por barco. En otras ocasiones alguien espera en vano, a veces falta el dinero y hay que cubrir al necesitado. Sus vidas se cruzan con las de Tolstoi, con las de Gorki, con las de los grandes rusos que conmovieron la escena teatral y la literatura. Forman parte de ellos, discuten los métodos, los procesos creativos, las puestas en escena, los textos dramáticos, la eficacia de unas y otros. Lloran juntos las pérdidas como la de Solovtsov, actor y director teatral.

 

Y siempre más cartas que presencias, más distancia que cotidianeidad, menos hogar y más escenarios, puertos, viajes…hasta el punto en que uno se pregunta, ¿esto fue en realidad una pareja, una relación amorosa intensa, una pasión?

 

Pero ella se embaraza y lo pierde. Todo comunicado en la misma carta, con el mismo tono, donde lágrimas y risas parecieran tener igual espesor. Hay alegría cuando advierte el retraso menstrual pero también la hay cuando llega el sangrado. Se congratula que no le dolió y luego la ansiedad y la pena porque no hubiera hijo. Si leemos mejor más que pena parece alivio y ella ha de decirlo en otras oportunidades. Embarazarse para una actriz es mortal. Luego se enferma más y reclama su presencia. Pero están en gira y el viaje continúa, él lo entenderá, señala. La llenan de flores, la compañía entera es como una gran familia, le cuenta, entusiasmada por tantas atenciones. O quizás finge un poco para que él no se preocupe.

 

¿Y él? Envía telegrama, varios, preguntando por su salud. Eso es todo. Es el momento más azaroso de sus relaciones, se percibe un quiebre que no obstante no ha de llegar. Olga siente que Masha, la hermana de Chéjov y su propio marido le reprochan la pérdida del niño. Ella, en realidad no se ha recuperado, y tiene que volver a reposo absoluto durante tres semanas. Chéjov la cuida, la atiende con devoción, están en casa de Stanislavski, sin embargo cuando llega el invierno se va a Yalta solo. Olga imagina un complot de la familia de él, por su parte Chéjov no responde a sus cuestionamientos.

 

No obstante pareciera que de lejos y por carta todo es más fácil. A pesar de que Chéjov pasa prácticamente todo el año de 1903 en Yalta, la relación vuelve a prosperar, no sin grandes auto reproches de Olga: Me comprometí contigo muy ligeramente con un tipo de persona como tú. Ya que estoy en el escenario, debía quedarme sola y no molestar a nadie.

 

Chéjov concluye El jardín de los cerezos, su obra maestra, al final de ese año, entonces transcurren los primeros meses de 1904. Stanislavski presenta la puesta a cuyo estreno su autor no podrá asistir y donde Olga juega el rol principal. Gran éxito.

 

Pero Yalta ya no es suficiente, hay que llevarlo a una clínica en Alemania. Olga lo acompaña. Son los últimos días. Finalmente Antón fallece el 15 de julio de ese año.

 

Se queda Olga sin remitente, se queda sola con cartas de mandar a quién, adónde, se queda sin el arrobo del hombre bueno que de lejos la alentaba y la cuidaba. Sin embargo, ha sido tan fuerte su relación epistolar, había tanta esperanza en el modo que encontraron de amarse, más allá de contagios, enfermedades mortales y puestas en escena de nunca acabar, fue tan fuerte la vida en esos poquitos años en que hubieron de cantarse boleros del alma, que Olga no se resigna. Sigue escribiendo cartas a Chéjov, le sigue susurrando su amor, sigue insistiendo en lo que pasa en el mundo para que él lo sepa, y de algún modo sigue disculpándose por lo que no le pudo dar. La última letra con la que contamos en el párrafo final dice así: El teatro, el teatro…no sé si amarlo o maldecirlo…¡Es tan confuso! Ahora, lo he perdido todo en la vida por él. Estos tres últimos años fueron una lucha para mí. Vivía en un reproche constante. Por eso es porque yo no estaba tranquila, nerviosa, no podía quedarme en ningún sitio, construir mi nido. Actué incluso contra mí misma. Incluso ahora, quién sabe, si dejara la escena…

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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