
TECOLOTELOCO
La visibilidad es condición para el ejercicio del poder. Para mandar y ser obedecido es indispensable hacerse ver. Lo visible es entonces una suerte de poder sobre la cual me detengo para preguntar, ¿de qué forma el paisaje nos influye? Cuando echamos una mirada sobre nuestro espacio común miles de códigos se despliegan. Este es un juego abrumador de representaciones y significantes. Podría parecer únicamente una experiencia visual pero el paisaje urbano lo experimentamos —lo sufrimos— con los cinco sentidos. No es un mapa, ni un lugar, ni un conjunto de edificaciones. Es todo eso más las ideas, el tipo de conocimiento que las produjo y las relaciones que (re)produce. Es decir, ejerce un poder normalizador, creador de realidades tan concretas como las alergias, las clases sociales o la violencia. Pero el poder es un concepto sumamente abstracto que no termina por explicar los cómos. Este texto pretende describir al espacio como una gigantesca caja negra, capaz de proveernos de información para comprender la contingencia ecológica que enfrenta nuestra metrópoli.
Henri Lefebvre sostuvo en su vasta obra sobre la Ciudad que el espacio se produce para reproducir las relaciones de clase, de producción y consumo dominantes. Esto provoca la sensación de un espacio absoluto, dado e inexorable que se reproduce casi orgánicamente, lo cual es una ilusión.
Lefebvre, intelectual de su tiempo, dirá que en ningún otro lugar se encarna tan claramente la ideología como en el espacio. Los íconos del Monterrey de postal gozan, de esta forma, una sobrerrepresentación que provocan la sensación de vivir en una “gran Ciudad” aunque la experiencia de habitarla sea (tan) distinta. Las ideas, sentidos de vida e identidades distintas a las dominantes, parecieran que no existen porque no están representadas en el espacio. Existen pero no las vemos, de ahí su falta de poder político. El principal problema del monocultivo urbano —sólo cemento con su escala de grises— es que genera crisis socio-ambientales cuyas soluciones no aparecen ni siquiera referenciadas en el espacio.
Cada vez que hay una pugna entre un espacio natural —llámese cerro, río, bosque La Pastora o arboledas de San Nicolás— contra cualquier representación de “progreso”, llámese estadio, avenida, o parque industrial ,se verifica la subalternidad del espacio natural, o lo que yo llamo su infrarrepresentación, frente a la sobrerrepresentación de las relaciones o las ideas dominantes. De este modo, en una controversia ambiental no sólo se verifica la inequidad política de quien no consigue que su causa sea vista, ni reconocida frente al aparato mediático con el que cuenta la contraparte, sino lo más angustiante: el paisaje genera la sensación de normalidad, de cierta autoridad ganada a base de repetición.
La premisa que trabaja la politóloga Myriam Revault (2006) es precisamente que el poder es territorial mientras que la autoridad es una potestad temporal. El poder obliga, la autoridad convence (aunque esto no necesariamente es un atributo ético, quiero decir, se puede convencer a un pueblo sobre la necesidad de exterminar a otro). El poder emana del suelo; la autoridad, en cambio, se trasmina lenta pero inexorablemente en el mundo común. En Monterrey el poder espacial se constata en el predominio de las relaciones de corte comercial, productivista y de consumo en el paisaje urbano. Las avenidas de flujo continuo pero también la vivienda popular o los suburbios residenciales, son representaciones de un modo de vivir supeditado no sólo al derecho improrrogable de hacer negocios sino a las necesidades de un mercado. La autoridad espacial, en paralelo, acompaña al desmantelamiento del espacio público fortaleciendo, desde finales del siglo XIX, el valor del sacrificio, la cultura del trabajo, la veneración al rico por ser rico, el terror a envejecer y la represión de toda experiencia lúdica gratuita.
Entendiendo autoridad en palabras de Kojève: “(como) la posibilidad que tiene un agente de actuar sobre los otros sin que estos reaccionen sobre él, aunque sean capaces de hacerlo”, el espacio condiciona, normaliza y hasta disciplina. De esta forma, la sobrerrepresentación de ciertos valores en el espacio es un tipo de autoridad política tan contundente como, digamos, la ley y la ciencia. Los habitantes podrían resistir, organizarse, transformar a su conveniencia el espacio que sufren y, sin embargo, poquísimos se insubordinan. Se trata entonces de una autoridad espacial de muchas formas dominante que logra si no reproducir ad eternum relaciones opresivas, al menos consigue sobrerrepresentarlas en el espacio público, otorgándoles el poder de ser visibles.
En el siglo XXI en Monterrey el poder espacial lo concentran quienes tienen armas, mientras que (lo que resta de) la autoridad espacial la encarnan ciertos corporativos vinculados con la refundación industrial y moderna de la Ciudad (Cervecería, Cemex, el Tec de Monterrey, por nombrar sólo tres muy emblemáticos). La autoridad no necesariamente se concentra en pocos, sino que se dispersa, como el cirio pascual que enciende todas las velas de los parroquianos. De la misma forma, el consumo, la producción y el trabajo serán las ilusiones que motivarán toda producción de espacio. No será necesario justificar el anhelo de crecimiento, ni las prácticas expansionistas, ni la urgencia por acelerar.
Habitar Monterrey nos obliga a reconocer ciertos poderes y autoridades. Podemos no estar de acuerdo con sus decisiones o (im)posturas pero optamos racionalmente por no manifestarle oposición ya sea por una suerte de cálculo o de respeto. Al paso de los años, la ciudad rompió el acuerdo primigenio de coexistencia con los árboles y se convirtió en basurero de desechos industriales, con el aire más contaminado de América. Este desastre ambiental nos coloca en una suerte de nudo gordiano: ¿cómo romper la inercia de la repetición en el paisaje urbano? ¿cómo representar en el espacio común otras prácticas, como la economía del cuidado o el placer de pensar mientras se camina en un espacio natural?, ¿cómo repoblar de árboles el espacio común si no hay lugar para los débiles? Y, finalmente, ¿cómo desafiar a la suerte de relación endogámica entre gobierno (el poder) y élite económica (autoridad) que, desde finales del siglo XIX, han planteado un único proyecto de ciudad basado en la hiperproducción y el hiperconsumo?
Basta pretender interrumpir la homogeneidad del paisaje para advertir que el espacio es un proyecto político capaz de crear realidades urbanas. En este sentido, la dificultad de interrumpir nos revela cuán autoritario es el clima político de nuestros tiempos. Esta evidencia debe prevenirnos para planear interrupciones mucho más fecundas, que consigan encarnarse efectivamente en el espacio para generar otro tipo de relaciones, de ideas y de acuerdos indispensables para volver visible toda la esperanza que atesoramos.
buenas, veo que hay otra Rosa ; Sonia para evitar cooesuinnfs pondré Rosa MariYo hacÃa un pastel de tortillas pero este tiene una pinta dÃvina, lo probaremos , a este paso mi régimen se irá al traste y mi tiempo también, pero viendo tus receta entran unas ganas de cocinar.:g Rosa Mari