
Informes del infortunio / AN.ALFA.BETA
Héctor González en Siglo y medio de cultura nuevoleonesa expone algunos criterios con los que conforma el catálogo de autores nuevoleoneses: “1. Los escritores oriundos de Nuevo León; II. Los escritores de origen foráneo avecindados en Nuevo León; III. Los escritores oriundos de Nuevo León que han desarrollado su obra fuera del estado; y IV. Los que han tratado de asuntos o personas de Nuevo León, aún cuando no pueda considerárseles como vecinos del estado”. Si atendemos a esta definición amplia y al mismo tiempo muy doméstica (quién apelaría hoy al término “vecinos del estado”, que suena afectivamente a comunidad), podemos decir que algo sucede en la narrativa regiomontana joven que es más vibrante en la medida en que se aleja de los circuitos tradicionales de talleres, tertulias y lecturas literarias que consagraban a los narradores y poetas locales.
Hoy la narrativa regiomontana joven ha dejado de escribirse bajo el amparo del café Brasil, la Pirámide, el Reforma y otros espacios que convocaban a escritores y periodistas. Quizá por motivos urbanísticos, que hacen a la ciudad intransitable, o quizá por un voluntario aislamiento de el ‘medio literario’ local, la más nueva narrativa se escribe entre el ajetreo de la oficina, el grasiento despacho del deshuesadero de motores o las responsabilidades inagotables del aula.
El catálogo de narrativa de Editorial An.alfa.beta, al que ahora se integra Informes del infortunio de José Luis Valdez —nacido en Monterrey mas radicado en Cuernavaca—, nos lo confirma con Artefactos, de Alejandro Vázquez Ortiz y Gris infierno de Efrén Ordóñez; pero también podemos observar este fenómeno en autores como Isaac Cisneros, Carlos Calles, entre otros.
Informes del infortunio es un libro integrado por ocho cuentos en los que se apela a un recurso que a mí me gusta calificar como ecdótico: todos tienen el efecto de estar fijando versiones de distintos géneros discursivos en soportes particulares como notas extraviadas de diarios, transcripciones de llamadas telefónicas, apuntes en cuadernos de contabilidad, archivos digitales o declaraciones ministeriales. Este recurso permite explorar la intimidad no sólo de un narrador en primera persona sino de un documento privado, donde la voz narrativa se dirige a un interlocutor específico y al cual nosotros no deberíamos tener acceso.
Las voces narrativas, de factura precisa, son de personajes que no logran nombrar el azoro, la incertidumbre, y exploran lo inefable sin lograr nombrarlo. En el primer cuento, “La evidencia de lo inútil”, María es secuestrada para participar en la grabación de videos snuff. Después de ser rescatada por la policía, su padre (quien escribe los folios que leemos, encontrados bajo la baldosa del alféizar de la recámara principal de una casa en remodelación) nos presenta a una mujer quebrada, quien incomoda a la familia no sólo en su incapacidad de recuperarse que la vuelve huraña y fría, sino por hacerles sensible fibras oscuras de la condición humana: “Y se ha quedado sin papel, fuera de la obra, mera escenografía, un árbol en escena, un extra ataviado de cordero que pronto es evidencia de lo inútil. La evidencia de lo oscuro”.
Porque en el cuento hay un desasosiego previo a la tragedia de María que ésta desvela: la tragedia de la rutina, del hastío. “Mis hijos son los que más han intentado volver a lo que fueron. A instancias de mi esposa han regresado al estadio de futbol, a la clase de música, a salir de fiesta. Pobres, ellos actúan por partida doble, actúan para María y actúan para Vanessa y para mí”.
Después la familia es acosada por absurdas voces que se atribuyen entre ellos y el padre advierte en viejas fotografías de María inexplicables poses que sugieren presencias invisibles. Con ello lo oscuro termina de materializarse: “Lo más parecido a reír es un sonido que parece provenir de una oquedad de árbol viejo y podrido, de pie pero muerto. Acaso la misma oquedad de la que salen los susurros que empiezan a ser más claros, que empiezan a sugerir acciones, como estos folios mismos, que empiezan a fraguar estrategias para hacer algo por mi familia, un escape, un final”; pero no por ser más sensible y contundente (como la vida) es más diáfano: “Al hacer estas descripciones corro el riesgo de parecer un paranoico mas confieso que ante lo que nos pasa he notado mi total falta de astucia para discernir entre lo relevante y lo irrelevante, tampoco las borro porque también he notado mi total falta de astucia para prevenir el acecho de lo oscuro”.