
Minerva Margarita Villarreal / UANL.MX
Tal parece que andar a prisa, en Monterrey, lejos de ser una necesidad práctica, es un ritmo que impone la ciudad, un convenio social que se firma muy inconscientemente. Así llegué a la Universidad Autónoma de Nuevo León, con tiempo de sobra ―valga decir―, junto a un torrente de jóvenes estudiantes que salían del Metrorrey encaminados al campus. Pero hay espacios que reclaman otro tipo de presencia. Una biblioteca es uno de ellos.
Me encontré con la poeta Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, 1957) en su oficina, donde se desempeña como Directora de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria. En ese lugar, lleno de fotos, libros apilados en derredor, cuadros con paisajes y plantas de sombra alargadas, la autora de libros como Tálamo, El corazón más secreto o Pérdida contrastaba encendida. Un suéter rojísimo, al igual que sus labios, y una mirada delineada en claroscuros. Comenzamos a platicar en una salita adjunta, dándole la espalda a los ventanales, donde el sol regio del mediodía ya imponía su dominio aun siendo invierno. La poeta acaba de ser nombrada ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016, con la obra Las maneras del agua.
Carlos del Castillo: El Premio de Poesía Aguascalientes es uno de los más longevos e importantes del país, cuenta con varios libros icónicos en su lista de ganadores. ¿Conlleva algún significado especial para usted el haberlo ganado con Las maneras del agua? ¿Hay algunos libros del Premio que recuerde o relea con afecto?
Minerva Margarita Villarreal: Sí, absolutamente. Un valor mayor, porque gran parte de la inspiración de este libro se desprende de la obra literaria (que no fue escrita con esos fines pero resultó en el tiempo ser así) de Teresa de Jesús. “Las maneras del agua” es una frase sobre cómo entendía ella, dando ejemplo a sus monjas con situaciones y cuestiones muy terrenales, la comunión con Dios. Ella hablaba de cuatro tipos de riego para que fructificara lo plantado y crea esa analogía con respecto a la oración y a la comunión. Las maneras del agua es el resultado de trabajar la oración de manera total, plena, limpia, directa.
Los premios son un gran aliciente para la escritura. Yo he entrado al Premio Aguascalientes, en otras ocasiones, con otros libros. Esta vez me significa muchísimo porque Las maneras del agua es un libro que escribí en muy poco tiempo. Generalmente me tardo mucho, porque soy una poeta que trabaja con oficio. Este libro se dio de manera vertiginosa y fluida.
Hay autores que me parecen relevantes en este país, como Lizalde, Pacheco, Deniz, Francisco Hernández, Elsa Cross, que tienen en su haber este premio. Mi esposo también lo obtuvo en 1987, ahora yo le digo que ya estoy a su altura (Risas).
CDC: Después de Héctor Carreto y Dana Gelinas, usted y su esposo, José Javier Villarreal, son la segunda pareja que se lleva este premio a casa, ¿la poesía puede residir puertas adentro, es un asunto familiar?
MMV: En nuestro caso, sí. Es un asunto absolutamente familiar. El día que se casó nuestro hijo mayor yo leí un poema, en la ceremonia, el cual cierra mi libro Tálamo (Ediciones Hiperión, 2013). Es un poema que habla del lazo matrimonial. La vida cotidiana se nos impregna de poesía. Yo concibo el ritual de la comida como un ritual poético. Como Alfonso Reyes, dedico parte de mi tiempo a la cocina y a las recetas. Ese tiempo es un tiempo especial, es un tiempo poético. Hay determinadas situaciones que, durante el día, deben de ser atravesadas por la poesía. Borges decía que no hay un minuto o un instante en el que no estemos en el Paraíso. Uno debe de predisponerse a eso. La poesía es una predisposición, siempre y cuando la integres a tu vida cotidiana. En nuestro caso, hay una proliferación de instantes poéticos, en todos los sentidos. Esto puede verse positiva o negativamente. Porque, como sabemos, la creación surge del caos. De repente la casa también se integra a ese caos. Pero ahí vamos navegando en ese barco.
CDC: Escribió en la antología Elogio al libro (UANL, 2011), recordando a Paz y a Neruda: “Si no fuera un inconforme de qué escribiría [el poeta]”, ¿qué inconformidad o desesperación la llevó a escribir Las maneras del agua?
MMV: El libro empezó por una invitación de un poeta español, muy querido mío, que se llama José María Muñoz Quirós. Él organizó las Jornadas Teresianas en Ávila, en el marco del Quinto Centenario del nacimiento de Teresa de Jesús. Me escribió en 2014 para invitarme a que fuera y trabajara la obra de Teresa con poemas y un ensayo. Yo escribí un poema en enero de 2015 y me acuerdo que se lo leí a una amiga, Natalia Domínguez, que es una pintora chilena, quien me dijo: “Es lo mejor que te he escuchado”. Yo le dije: “¿De veras?” Ella es una artista y la respeto mucho. Cuando me tocó ir a Ávila, en marzo, para el Centenario, yo leí ese poema. Hubo gente entre el público que vino llorando, los había conmovido mucho el poema. Qué triste que lloren, pero qué bueno que les conmovió, porque yo soy una advenediza de Teresa. Yo vengo de México, del norte, de Monterrey. No estoy empapada de esta escritura, ni de Ávila, aunque había ido dos veces antes, pero no así. No con una búsqueda tan profusa en la obra de Teresa de Jesús.
Eso y que conocí a un escultor que se llama Emilio Sánchez García, que hizo unas esculturas sobre Teresa y a mí me gustaron mucho. Me regaló una pequeña, que tengo en mi casa, de piedra y fierro. Me dijo que él iba a hacer una exposición y que le gustaría que fuera acompañada por mis poemas. Yo nunca le mandé nada, hasta ahora, porque terminé el libro el 4 de diciembre, el día que se cerró la convocatoria del Aguascalientes.
A partir de ahí, me metí a la obra de Teresa de Jesús. También atravesé por una situación personal que se conectaba muchísimo. Uno de mis hijos, el segundo, Santiago, ahora es Coordinador de un Centro contra las adicciones. Me metí en el mundo de las adicciones y del alcoholismo. En el libro hago una especie de relación dialógica entre el éxtasis místico teresiano y la necesidad de consumir sustancias para poder estar en el mundo. Llegué a la conclusión de que el vacío y la alteración de los sentidos, que puede tener una persona que necesita el consumo del alcohol o la droga, y la vacuidad o la participación del vacío, que tiene un místico, tienen mucho que ver. De hecho, tanto Rimbaud como San Juan de la Cruz hablan de la alteración de los sentidos.
El libro de la vida, escrito por la fundadora de las carmelitas descalzas, del que se desprende mi libro Las maneras del agua, fue confiscado por la Inquisición. Teresa no lo volvió a ver, porque se lo quitaron. El padre Gracián, que era uno de sus confesores, le pidió que recordara lo que decía ahí, pero ya habían pasado quince años de la primera escritura. Teresa hace una metodología más rigurosa y más precisa de lo que ella concebía como la unión con Dios, entonces escribe El castillo interior o Las moradas. Tiene mucho que ver con El libro de la vida, pero es otra cosa, es mucho más específico y literario. A mí me pareció que había un enlace directo, como un relámpago. Esa conexión entre Teresa de Jesús y el mundo de las drogas. Para salir de la adicción tienes que buscar, aceptar, conectarte y someterte a un poder superior, como en la mística. El libro fluye entre una cosa y la otra: entre el allá y entonces teresiano y el aquí y ahora de mi vida personal, de mi familia, de mi entorno, de las tragedias que suceden en Monterrey. Es una suma, no teológica, pero que tiene que ver de alguna manera con la mística. No completamente porque no estoy en esa frecuencia teresiana. Me he acercado mucho a ella. Ella influyó profundamente. Casi te puedo decir que el libro es un dictado.
CDC: Hace mucho que el Premio Aguascalientes no reside en Monterrey, ¿la poesía, en nuestros tiempos, puede modificar una ciudad?
MMV: El premio nunca lo había recibido un neoleonés, porque mi esposo es de Baja California, aunque es adoptado por Nuevo León. Yo siempre he vivido una vida retirada, como diría Fray Luis de León. Yo tengo una vida muy disciplinada y sosegada. Vengo a mi trabajo todos los días, pero todos los fines de semana, desde hace muchos años, me voy a Higueras, donde tenemos una casa Javier y yo. Te voy a decir una cosa que descubrió mi esposo: Higueras, Nuevo León, donde nace este libro, llevaba por nombre cuando se fundó: Hacienda de Santa Teresa de las Higueras. Hay muchas cosas así que me han pasado con la presencia de Teresa de Jesús.
A pesar de mi vida retirada, ahora en Facebook y con el premio, nunca pensé que tuviera tantos amigos. De verdad es sorprendente. Muchas personas, que tenía años de no saber de ellas, me escriben con una naturalidad y con una cercanía muy vasta, muy profunda. Me causa mucha felicidad que para Nuevo León haya sido una noticia muy agradable, que haya dado contento, en un momento en que se da una de las más grandes tragedias en la historia del estado.
CDC: En una entrevista dijo lo siguiente: “Soy una poeta con registros muy distintos como si hubieran voces distintas de acuerdo a mis nombres, o quizá más, de acuerdo a los nombres que no me dieron y yo sé que soy”. ¿Teresa de Ávila, mencionada como figura central en Las maneras del agua, es uno de esos nombres no dados o una suerte de alegoría?
MMV: Yo respeto muchísimo la obra de Teresa de Jesús. Respeto mucho su presencia religiosa, escritural. Su obra no la escribió con fines literarios, pero resultó un hito. Para mí lo es ahora. Teresa entró en mí como una presencia viva: materia y espíritu vivo. Puedo dar prueba de ello. A mí me publicaron el año pasado un libro en España, De amor y furia epigramísticos (Esdrújula ediciones, 2015), que es un libro pagano. Muy crítico, muy soez y majadero. Cuando me invitaron a Ávila yo no conocía el libro impreso. Mis editores de Granada me invitaron a realizar la primera presentación en Ávila. Para que me acompañara en el evento, le pedí a mi amigo José María Muñoz que escogiera, de los once días que iba a estar allá, cualquier día menos el del nacimiento de Teresa (28 de marzo), porque era un libro pagano. Tenía que respetar su nombre. Pero el único día que lo pudimos presentar fue el 28 de marzo a las 12 del mediodía. Salió todo muy bonito, la sala estaba llena. Victoria, una de las asistentes, al terminar, me invitó a ver la primera fundación de Teresa, San José de Ávila. Nos fuimos a pie hacia allá. Cuando llegamos me detuve al frente de la capilla y vi venir un sacerdote carmelita que cargaba una caja acristalada, seguido de un séquito. Ahí traía el bastón de Teresa. Le dije: “¿A poco que existe?” Me aseguró que sí y que venía desde el vaticano. En ese tiempo se hacían bromas en Ávila, se decía que el Papa Francisco cuando recibió el bastón dijo: “Pero cómo, ese era el palo que traía la vieja”. Yo pude tocar la reliquia y acompañé a la peregrinación. Cuando nos fuimos de ahí, Victoria me aseguró que, aun habiendo nacido y vivido toda su vida en Ávila y siendo devota de Teresa, ella no sabía de la existencia del bastón. “Esto fue un regalo”, me dijo. Yo me someto, como dice María Zambrano, el poeta tiene que someterse. No sé si yo ocupe el nombre de Teresa, pero su presencia definitivamente está en mi vida y en Las maneras del agua. Casi escucho su voz. Está conmigo. De lo que te platiqué es lo mínimo. Teresa es un espíritu vivo. Su obra está a la altura de las sagradas escrituras. Definitivamente El Apocalipsis de San Juan y Las moradas se dan la mano. Estamos hablando de una obra sagrada escrita por una mujer. La vida de Teresa aparece en el libro, así como un correlato con la actualidad.
CDC: Su poesía roza en ocasiones con las periferias de lo místico. A la poeta coahuilense, Enriqueta Ochoa, se le solía decir lo mismo, pero ―según Fernando Martínez Sánchez― sin serlo verdaderamente. ¿Usted mantiene algún vínculo referencial con las poetas místicas modernas de México, como Concha Urquiza o Gloria Riestra?
MMV: A mí me encanta la obra de Concha Urquiza. A Enriqueta Ochoa siempre la he considerado mi maestra. Yo tenía un padrino que era lector del Fondo de Cultura, El Vampiro, Francisco Cervantes, muy querido para mí. Cuando estaba trabajando mi libro Dama infiel al sueño (Universidad de Guadalajara/Xalli, 1991) me lo pidió para publicarlo al FCE. Con Enriqueta mantenía pequeñas reuniones para trabajarlo, en su casa. Nos quedábamos hasta la madrugada revisando poema por poema. Al final, me dijo que no lo mandara. A mi libro le faltaba más rigor en las imágenes y con otras cosas. Decidí no dárselo a Francisco. Eso casi me cuesta la amistad con él. Francisco me dijo algo que se convirtió en una maldición: “Tú ahorita me tienes a mí. En el Fondo es muy difícil publicar. Yo voy a proponer tu libro, pero si no me lo das, no vas a publicar nunca en el Fondo”. Yo ya me había hecho a la idea. Teresa rompe maleficios. Y hasta ahora voy a poder publicar ahí. Yo a Enriqueta le debo mucho, como a Elsa Cross y Gloria Gervitz, que tienen un aliento y un hálito místico en sus libros.
CDC: Parafraseando a Carlos Fuentes, usted escribe: “Para leer la realidad hay que construirla literariamente” y recuerdo que hablando de Carmen Alardín, la definía en sí misma como “un acto poético”. ¿Se podría decir que eso es un ideal humano: textualizarse o, más allá, poetizarse?
MMV: En mi caso, sí. No sé si sea ideal de todo mundo. Me encantó una película de Woody Allen, de la que no recuerdo el nombre. Transcurre en el campo, en una casa aristocrática. Una señora le pregunta a Woody Allen: “¿Usted qué religión profesa?”. Él le responde: “Yo nací dentro del judaísmo, pero actualmente la vida me ha enseñado que debo profesar el narcisismo”. Yo dije de aquí soy. A mí me gusta que, cuando voy a comer, la mesa esté puesta de manera que haya belleza. Soy muy desordenada con mis cosas, sobretodo con mis libros. Soy bien pacheca como José Emilio Pacheco. Me refiero a esa foto de José Emilio donde está todo lleno, lleno, de libros. Ante ciertas circunstancias, como la comida, me gusta que la cocina esté impecable y que se sirva con todo el rigor que se debe. Me encanta. Tengo un amigo que me acaba de ofrecer una cena, para celebrar el premio. Me contaba que las dos mujeres de las que se había divorciado tenían algo en común: no entendían que la comida es un ritual. La comida debe de estar a la altura del arte. Esos ideales los tengo muy presentes.
La verdad, qué te voy a decir, soy teresiana, pero soy muy fashion. El mundo de la moda me parece arte. En la televisión veía una exhibición de grandes diseñadores: Valentino, Armani. Una obra de arte, una belleza. A mí eso me place mucho y busco darle una labor en mi vida.
CDC: ¿Para usted hay palabras que no pertenezcan a lo poético?
MMV: Cuando yo empezaba a escribir me gustaba mucho el tenebrismo. Leía mucho a Camilo José Cela, a Rosario Castellanos, en Oficio de tinieblas. Me gustaban esos mundos exaltados, esa introyección en lo descascarado del hombre, la materia escatológica. Mi amiga pedagoga, Martha Casarini, que siempre ha revisado con gran tino mis textos, me dijo alguna vez: “Mira, tú tienes que hacer de la mierda, belleza”. Ella encontraba en ese momento, en mi trabajo, más mierda que belleza.
De todo se puede hacer poesía. Yo tengo un poema que me publicaron mis editores esdrújulos que se llama “Latomías del Topo Chico y Apodaca”. Habla de lo que acaba de pasar, nomás que lo escribí dos años antes. Yo estaba enterada de las condiciones de hacinamiento y crueldad con las que tienen sometidos a los reos en el estado de Nuevo León. Creo que esas situaciones no son para ser cantadas, pero la desesperación es tal que uno tiene que allegarse a eso y ver la manera de crear una realidad que sea apreciable o que te golpee. Si el arte no te toca de manera radical, no ves la realidad. Tú puedes leer en el periódico El Norte: “Murieron 60 reos quemados, en la cárcel de Topo Chico”, pero lo lees como pasar en tu coche, entre los altos edificios de lujo en Valle Oriente, con niños queriendo limpiar tu parabrisas y diciéndoles: “Ahorita no me estés molestando”. Con esa misma indiferencia lees las noticias, pero no puede ser así. ¿Cómo te toca? Con la poesía. La poesía te despierta, te golpea.
CDC: Desde un país tan dolido, ¿escribir es una reacción política, una forma de combatir?
MMV: No sé si sea política, aunque yo siempre he tenido un principio del feminismo como parte de mi vida: Lo personal es político. Para mí la poesía es personal, por lo tanto es política. Aunque no quiera. Quizá por eso los políticos te dan la vuelta, porque conocen esa relación tan complicada con la verdad. El poeta español Claudio Rodríguez escribe: “¿Cómo sin la verdad / puede existir la dicha? He aquí todo.” Yo he escrito: “Porque decir verdad es acarrear desdicha”. Uno tiene que saber que, como poeta, eres la mala conciencia de tu época. No lo digo yo, lo dice Saint John Perse. Como poeta, tú tienes la obligación de leer tu tiempo. Lo lees con los ojos de otra dimensión: la dimensión poética. Aquella que hace que encarne el tiempo y que provoque indignación, dolor, furia. Los políticos le tienen miedo a eso.
CDC: También en Elogio al libro escribió: “Es difícil ser poeta y sostenerse como poeta desconociendo si existe resonancia social del canto escrito”. ¿La lectura de poesía funciona como diagnóstico de su sociedad?
MMV: Como dice Gabriel Zaid, si no tienes un mínimo de lectores, de escuchas, que confirmen una obra, tu obra, cómo te sostienes. Es muy duro. Yo he padecido eso. Yo me he sentido muchas veces como una poeta segundona, por eso mi bandera es Cervantes, quien era un escritor segundón, marginal. Aunque tengo mis amigos exquisitos en el mundo de la poesía, que me encantan y somos muy cuates, yo me he sentido excluida. Eso me ha dado mucha fuerza. Lo que no te mate que te dé mucha fuerza, como dice Marguerite Yourcenar, que a la vez es una frase de Nietzsche. Tienes que creer mucho en lo que haces. Es muy importante que haya resonancia. A lo mejor no te quieren los exquisitos, pero te quieren los rudos. Y esto también es un cuadrilátero de lucha libre. Jugamos con los rudos, cuando haya que hacerlo. Y entramos con los exquisitos cuando comience su pasarela.
CDC: En una entrevista que realiza a José Kozer le pregunta qué significa ser poeta en el contexto de la industria editorial donde, al parecer, carece de importancia. Él responde que esto le provee una libertad enorme al poeta (en comparación al novelista, por ejemplo). En ese sentido, ¿el poeta tendría que buscar otras formas de llegar a sus lectores?
MMV: Sí, debemos buscar otras formas. Yo aprovecho cualquier foro. Si me invitan a Ávila, doy lo mejor de mí. Si me invitan a leer en el río Santa Catarina, doy lo mejor de mí. Igual como si estuviera en Ávila o en Madrid, en París. Es igual, como ir a Tabasco, ir a Obregón, donde me dieron un reconocimiento. Ese reconocimiento se volvió para mí algo maravilloso. Como si me hubieran dado el Nobel. Por el amor de la gente, por la forma en como atendieron mi lecturas. Un poeta se debe a sus escuchas y a sus lectores. Por eso para mí no hay distinción entre los rudos y los exquisitos. A mí no me gusta que la soberbia sea la que me encamine. Tenemos que aprender de todos, abrirnos a todos.
CDC: Se les suele preguntar a los escritores sobre sus métodos de escritura, pero en esta ocasión me gustaría que me contara cuáles son sus procedimientos o rituales de lectura.
MMV: Leo donde puedo. Casi siempre robándole tiempo a todo. Eso sí, necesito de silencio. He acortado mis espacios de música por la lectura. Me gusta mucho leer acostada, pero mi columna ya no da para eso. Tengo que leer sentada. Leo todo el tiempo. Tengo que leer, por ejemplo, para dormirme. Si no leo, no puedo sostenerme. Uno de mis grandes amores es Miguel de Cervantes Saavedra.
Estoy releyendo, con mis alumnos, El Quijote. Estoy leyendo Shakespeare, porque viene un especialista y vamos a trabajar seis obras. Leo lo que se me atraviesa, lo que me regalan. Todo lo que puedo. Hay obras que merecen más atención que otras. Tengo que volver a leer El libro de la vida, El castillo interior. Uno ya está sobre eso. Sobre lo que te marca. Para mí los griegos y los latinos son fundamentales. Cuando digo que tengo varios registros es porque así como tengo este lado teresiano, también soy terriblemente marcialesca y catuleana.