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Habitar la metáfora

abril 19, 2016Deja un comentarioEnsayoBy Ana Fabiola Medina
02 Ana Fabiola (ISOLISOL.BLOGSPOT.MX)

ISOLISOL.BLOGSPOT.MX

Por eso el escondite goza de un dominio tan preeminente, pues se trata de la fuente de la fantasía, y las acciones y la emoción que propicia, se presta a casi cualquier clase de fabulación

Robert Louis Stevenson

 

Descubro un diente de león y me apresuro a arrancarlo para soplar sobre él. El primer intento resulta no ser suficiente, me sorprende la fuerza con la que debo hacerlo para que surja la magia. Al fin, diminutas bailarinas, etéreas y gráciles, danzan ante mi mirada fascinada y de nuevo infantil.

 

El cuento es el patio de juegos al que se entra de un solo salto. Tan pequeño como el número de las páginas que lo contienen y tan infinito como el laberinto que provoca en la imaginación. El cuento se habita. No hay distancia entre el relato y el infante, él es uno de los personajes, a menudo el principal. Así, los sucesos se vivencian intensamente uno a uno. Los mejores son los cuentos que vienen con sonido, pero no los audio-cuentos, sino aquellos que, además, incluyen compañía. Los que apenas se abren y se escucha la voz de una persona cercana y querida narrar la historia. La niña y el niño pueden escuchar y vivir la angustia y el temor que provocan algunas escenas, porque confían en el narrador, recorren la trama de su mano y están seguros que los llevará a un final feliz.

 

Entre el cuento y la vida cotidiana hay una serie de puentes y pasadizos. Son mundos paralelos que comparten imágenes y se nutren mutuamente. Es un espacio de intercambio al que se llevan objetos para olvidar y donde se recogen otros más útiles como armaduras de caballeros, alfombras voladoras, varitas o zapatillas mágicas. En el cuento, la niña y el niño aprenden el nombre de los personajes que ya son parte de su vivencia diaria: bruja, hada, gigante, mago, a los que temen o aman, pero nunca las dos cosas puesto que una misma persona no puede ser buena y mala a la vez. Las situaciones vividas por los héroes son análogas a la vida infantil, aún las más extremas de los cuentos de hadas clásicos, que las ediciones actuales intentan suavizar, éstas son más verosímiles para la niña y el niño que las situaciones absurdas e infantilizadas de la literatura infantil contemporánea. No es improbable que Caperucita y la abuelita permanecieran en el vientre del lobo intactas y vivas. El vientre es un espacio que contiene. Piénsese en el carácter de las hipótesis infantiles en relación al bebé que lleva dentro la madre. Para ellos, la madre se lo ha tragado y lo vomitará o defecará en algún momento para que nazca. Tampoco es injusto arrojar a la bruja al horno de fuego, éste es un equivalente a devorar. Las dimensiones del ogro no son exageradas, sino que se trata sólo de un poco de sobrevalorización respecto a la propia mirada infantil cuya estatura obliga a voltear hacia arriba para ver el rostro del adulto, cuya furia, dadas las proporciones, puede ser tan terrible como la de este personaje. Las del cuento, son metáforas, deseos psíquicos, estados psicológicos (Bettelheim, 1986). La Sirenita y su anhelo de tener piernas; Blanca Nieves tentada por el rojo de la manzana; los pequeños se sienten abandonados en el bosque; y el temor más grande es ser devorado por el ogro, la bruja o el lobo, igual que en la vida real.

 

El relato tiene la facultad de poner en movimiento imágenes en la mente infantil. La imaginación es un proceso de descomposición y recomposición (Vigotsky, 1987), es acción imaginante (Bachelard, 2006). Mientras escucha, la imaginación de la niña y el niño juega intensamente a tejer imágenes haciendo uso de los mecanismos psíquicos de condensación y desplazamiento. Los rostros familiares se colocan en los cuerpos de los personajes, los objetos fantásticos se construyen con partes extraídas de la descripción y con partes de los objetos personales, como si se tratara de piezas de lego. Los paisajes donde sucede la aventura son muy semejantes a los espacios conocidos. El bosque tiene el aspecto del patio de la abuela y los castillos se impregnan del aroma hogareño. Todo este juego imaginativo provoca que el infante se lance al encuentro con los objetos de su propia experiencia, transformada completamente en una operación que la vuelve transparente.

 

Lo más importante es que el cuento es capaz de dar forma y nombre a los temores infantiles, aquellos que hacen que sea imposible dormir solos en su cuarto, en su cama y con la luz apagada. Se trata de los temores más profundos cuyo origen, en edades tempranas, los hace anteriores al habla. Así, el lobo es ahora la transfiguración del temor a ser devorado causado por la propia agresividad oral y el conflicto edípico puede convertirse en un dragón. El temor, al adoptar forma, es controlado y hasta vencido, lo invisible y amorfo no. Todos en la tierra de la fantasía lo saben. Recuérdese la regla 3 del duelo de magia entre Madame Mim y Merlín que prohíbe desaparecer.

 

Cada vez que el cuento se cuenta, se re-escenifican sus juegos (Zamora, 2010) en un acto de confirmación de la experiencia. El bosque se abre de nuevo y los duendes preparan las mismas trampas. El infante, prevenido, ahora disfruta burlándolas. Es un mundo con las mismas cualidades de su mirada: animista y mágica, perfectamente controlado, que volverá a guardar silencio apenas se cierre el libro, pero la imaginación infantil no se queda ahí.

 

La infancia habita la metáfora. El cuento enseña a mirar los objetos del mundo. Seguramente conservas entre tus recuerdos las imágenes de aquella mirada: el patio de juegos con sus escondites, el callejón, el baldío o el árbol al que trepabas. Eran cuevas de piratas, tierra de maravillas, islas desiertas o montañas encantadas. Probablemente te topaste con el tronco caído que te ofreció la aventura de cruzar al país de Nunca Jamás, o el río que corría a la orilla de la banqueta, por donde dejaste bajar todo una flota de pequeños barcos de papel tripulados por soldaditos. Todas estas son maneras de la infancia para apropiarse de los espacios y vivirlos. Esta es su forma de leer y escribir la ciudad (Cabanellas, 2005). Los adultos que aún recordamos esa manera de mirar infantil, enseñamos a los más pequeños a atravesar los espejos, a descubrir las formas en las nubes o a soplar un diente de león para liberar las bailarinas.

 

El pensamiento infantil es mágico. El deseo de la niña y el niño alcanza a las personas que les aman o frustran. Los sucesos son consecuencia de sus sentimientos, sobre todo los terribles. El tiempo también se ve afectado por las emociones y se alarga o se acorta según se tolere o disfrute: la separación de la madre se antoja interminable, al igual que la espera en el consultorio del pediatra, mientras la diversión es siempre breve. La indiferenciación de emociones y pensamiento afecta las percepciones transformando los objetos de la realidad, lo que se manifiesta en sus verbalizaciones, dibujos y juegos. La persona más valorada emotivamente resulta ser la más detallada y de mayor tamaño, lo contrario sucede con la menos querida o rechazada. Ésta puede ser ignorada y no aparecer en sus trazos o transformada en ogro o bruja.

 

El animismo es otra característica del pensamiento infantil de la que echan mano los cuentos. En ellos, todo tiene vida o al menos sus propias intensiones. En el bosque oscuro destacan pares de ojos de todos los tamaños, los árboles extienden sus ramas-brazos para agarrar y las piedras se yerguen como guardianes. Todos los objetos del castillo tienen vida o el poder de otorgar deseos. El lobo, el gato, el perro, los ratones, las aves, los conejos, pueden ser amigos o enemigos. Para el infante, tanto la naturaleza como los objetos están dotados de conciencia cercana a la humana. La silla tiene la culpa del golpe en el pie, por lo que es “mala” y se le devuelve el castigo; una pequeña pelota que recibe un empujoncito persigue intencionalmente al chico; o un objeto extraño amenaza al bebé. Esta creencia animista poco a poco se va reduciendo de todo lo existente a aquello que se mueve por si sólo. Al final de este proceso, la conciencia humana sólo se atribuye a los animales (Piaget, 2001). El pensamiento animista es el mismo que da sentimientos humanos a las fuerzas de la naturaleza y crea a los dioses de la antigüedad: el volcán que se enfurece; el mar que agita Poseidón embravecido; Thor o Zeus arrojando sus rayos; etc. Rastros de este pensamiento animista permanecen en nuestro vocabulario.

 

Tanto el pensamiento mágico como el animismo son consecuencias del egocentrismo infantil, lo cual significa que la niña y el niño se colocan en el centro de los eventos, volviendo relativo todo a sus propias necesidades. Esto no debe entenderse como egoísmo. Es, efectivamente, el yo en el centro, pero no por elección sino por defecto. El infante aún no se reconoce como indiferenciado de su contexto. Por ello, lo que siente o desea alcanza los objetos que son partes de sí mismo. A esto se le conoce como sincretismo. Este es también una característica del pensamiento que está vinculada de manera importante al lenguaje y se manifiesta como una respuesta expresiva total ante los eventos (Wallon, 2000). La niña y el niño usan todas las maneras que tienen para “decir”: gestos del cuerpo y el rostro, sonidos, palabras, trazos, etc., en un solo conjunto. Esto es, no son señas o palabras o escritura, son un todo junto necesario para nombrar el objeto. El sincretismo cede poco a poco a favor de la diferenciación de las formas expresivas como parte del proceso de individuación que construye al sujeto. Cada objeto que se logra nombrar se proyecta pues se reconoce como diferente de sí mismo. Cuando la niña y el niño se convierten en autor este proceso de reconocimiento e individualización se potencializa. Todo trazo que habita el papel desprende un objeto del sí mismo y lo libera para que establezca juegos de relaciones con los otros objetos que llegan por el mismo mecanismo a la hoja. En sus cuentos-dibujo, la infancia experimenta la otredad aventurándose a crear con sus experiencias nuevos mundos para apropiarse de la metáfora que habita.

 

Todo esto que he compartido desea enfatizar el valor del cuento en la vida infantil. Por ser análogo a la vida psicológica por un lado, pero sobre todo, por esa posibilidad que ofrece de dar su nombre metafórico al mundo. Un nombre que, por mágico, le da claridad. Lamentablemente, esta etapa mágica de la vida infantil sufre su proceso de desencantamiento. No es sólo la madurez que hace que el pensamiento fije los objetos y se vuelva capaz de la abstracción. La educación formal, que además prioriza el signo matemático y la escritura, hace rígido el lenguaje en pro de una comunicación fáctica que deja de expresar la fantasía del ser.

 

Bibliografía

Bachelard, G. El aire y los sueños. (9º reimpresión). México, D.F.: Fondo de Cultura Económica. (2006).

Bettelheim, B. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. (8ª. ed.). Barcelona: Editorial Grijalbo. (1986).

Cabanellas, I. Territorios de la infancia. Diálogos entre arquitectura y pedagogía. Grao (2005)

Piaget, J. La representación del mundo en el niño. (9ª ed.). Madrid: Morata. (2001).

Vigotski, L. Imaginación y creación en la edad infantil. (s. ed.) La Habana, Cuba: Pueblo y Educación. (1987).

Wallon, H. Evolución psicológica del niño. (1º ed.). Barcelona: Crítica. (2000)

Zamora, F. Filosofía de la imagen. (2da. ed.). México: Universidad Nacional Autónoma de México. (2010).

 

 

 

 

 

 

 

 

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Sobre el autor

Ana Fabiola Medina

Artista visual, licenciada en psicología con maestría en artes y doctorado en filosofía con acentuación en estudios de la cultura y literarios. Autora de los libros: "El juego de los trazos" y "Procesos formativos y expresión creativa en la infancia". Investigadora y académica en la Facultad de Artes Visuales de la UANL, el Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) y Conarte.

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