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Mariátegui: La experiencia estética revolucionaria

abril 19, 2016Deja un comentarioArtículosBy Jaime Villarreal
07 Jaime Villarreal (ELPERROYLARANA.GOB.VE)

Mariátegui / ELPERROYLARANA.GOB.VE

Y marcharon enseguida y se encontraron con los Lotófagos. Éstos no decidieron matar a nuestros compañeros, sino que les dieron a comer loto, y el que de ellos comía el dulce fruto del loto ya no quería volver a informarnos ni regresar, sino que preferían quedarse allí con los Lotófagos, arrancando loto, y olvidándose del regreso.

La odisea

 

La modernidad es desmemoriada, la modernidad es profundamente alérgica a la memoria, ha comido la flor del loto.

Manuel Reyes Mate

 

*Con ánimo festivo por la nueva publicación, ofrezco aquí un fragmento de mi libro dedicado al pensamiento literario y estético del gran ensayista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), autodidacta de vida breve (36 años) y prolífica (unos 20 volúmenes), primer marxista latinoamericano, alejado de la ortodoxia comunista, intérprete pionero de las realidades socioeconómicas y culturales hispanoamericana y peruana, el más brillante entre nuestros intelectuales vanguardistas.

 

Nuestra época

 

Aportamos a esta obra el conocimiento de la realidad nacional que hemos adquirido durante nuestra labor en la prensa. Situados en el diarismo casi desde la niñez, han sido los periódicos para nosotros magníficos puntos de apreciación del siniestro panorama peruano. Nuestros hombres figurativos suelen inspirarnos, por haberlos mirado de cerca, un poco de desdén y otro poco de asco. Y esta repulsa continua nos ha hecho sentir la necesidad de buscarnos un camino propio para afirmarla y para salvarnos de toda apariencia de solidaridad con el pecado, el delito y la ineptitud contemporánea.

(Editorial del primer número de Nuestra Época, 22 de julio de 1918)

José Carlos Mariátegui y César Falcón

 

Después del cierre y persecución de los periodistas que formaron parte de La Prensa, donde había iniciado como obrero, Mariátegui debutó junto a Falcón como director de una publicación periodística independiente. Esos primeros ejercicios editoriales, Nuestra Época y La Razón, en cierta medida malogrados, son el antecedente de Amauta, su gran proyecto editorial de madurez.

 

Esta nueva actitud espiritual fue marcada también por una revista, más efímera aún que Colónida: Nuestra Época. En Nuestra Época, destinada a las muchedumbres y no al Palais Concert, escribieron Félix del Valle, César Falcón, César Ugarte, Valdelomar, Percy Gibson, César A. Rodríguez, César Vallejo y yo. Este era ya, hasta estructuralmente, un conglomerado distinto del de Colónida. Figuraban en él un discípulo de Maúrtua, un futuro catedrático de la Universidad: Ugarte; y un agitador obrero: del Barzo. En este movimiento, más político que literario, Valdelomar no era ya un líder. Seguía a escritores más jóvenes y menos conocidos que él. Actuaba en segunda fila (Mariátegui 2007 237).

 

A diferencia de Stein, Fernanda Beigel considera el acontecimiento medular de la transición mariateguiana la fundación junto a César Falcón de la revista Nuestra Época a mediados de 1918. “Pero a los fines de nuestro análisis, aun tomando en cuenta las consecuencias que la danza en el cementerio tuvo en la personalidad de Mariátegui, consideramos mucho más pertinente desarrollar aquí la ruptura de 1918 en su trayectoria, porque señala un verdadero cambio en su oficio periodístico y expresa una toma de posición ideológica y política” (Beigel 2006 57). Esto concuerda con la valoración autobiográfica del ensayista[i], que en una carta fechada el 10 de enero de 1927[ii], dirigida al director de la revista argentina Vida Literaria, Samuel Glusberg, confiesa que 1918 fue el año en que decidió virar su perspectiva hacia el socialismo:

 

Desde 1918, nauseado de política criolla –como diarista y durante algún tiempo redactor político y parlamentario conocí por dentro los partidos y vi en zapatillas a los estadistas– me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares, en pleno apogeo todavía. De fines de 1919 a mediados de 1923 viajé por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros países. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a Rusia (Alimonda 12).

 

Influido por la revista España del socialista Luis Araquistáin, el proyecto de Nuestra Época, en el que Mariátegui abandonó el seudónimo y apareció con su nombre como director, sólo permaneció un par de números por el conflicto y polémicas generadas por su artículo titulado “Malas tendencias. El deber del Ejército y el deber del Estado” (22 de junio de 1918), en el que criticó el militarismo y el armamentismo peruanos. En esos comentarios, el joven periodista no sólo censuraba la intervención de los militares en la política nacional, en especial el papel del coronel Enrique Ballesteros, sino que ponía en entredicho la vocación militar de un cuerpo formado por soldados rasos, con frecuencia indios, y oficiales obligados a pertenecer a la milicia por su fracaso personal y la “miseria del medio” peruano.

Su artículo, apoyado en reflexiones de Araquistáin sobre el militarismo español, además de la represión de militares peruanos que, sin considerar su discapacidad física, lo golpearon en la calle y en la redacción de El Tiempo, donde se editaba Nuestra Época, también generó un distanciamiento temporal con su coeditor y amigo César Falcón, que en ese momento criticó al articulista y defendió al Ejército. Ni la publicación ni Mariátegui estaban por completo orientados al socialismo, esa indefinición se refleja en los conflictos internos de los editores y en la especie de disculpa pública que debió emitir el joven autor de aquel artículo. Obligado por la reprimenda y las reacciones, Mariátegui debió suavizar sus afirmaciones y matizar su posición explicando las maneras en que esa “miseria del medio” no sólo afectaba a los militares sino también a un escritor como él:

 

Si yo me gobernara, en vez de que me gobernara la miseria del medio, yo no escribiría diariamente, fatigando y agotando mis aptitudes, artículos de periódico. Escribiría ensayos artísticos o científicos más de mi gusto. Pero escribiendo versos o novelas yo ganaría muy pocos centavos porque, como éste es un país pobre, no puede mantener poetas ni novelistas. Los literatos son un lujo de los países ricos. En los países como el nuestro los literatos que quieren ser literatos –o sea comer de su literatura– se mueren de hambre. Por esto, si mi mala ventura me condena a pasarme la vida escribiendo artículos de periódico, automatizado dentro de un rotativo cualquiera, me habría vencido la pobreza del medio. Seré un escritor encadenado al diarismo por el fracaso personal (2010c 369).

 

Este fragmento, que pertenece a “Mariátegui explica su artículo de Nuestra Época”, publicado en El Tiempo (27 de junio de 1918), define la postura del escritor en un contexto típico latinoamericano poco propicio para la independencia de los escritores. En “La reorganización de los partidos políticos”, en el segundo y último número del semanario, que también contó con la colaboración del poeta César Vallejo (1892-1938), Mariátegui se pronunció a favor de derogar los partidos políticos actuales para formar nuevos grupos adecuados a los problemas de aquel tiempo convulso. Ese fue el origen del Comité de Propaganda Socialista en el que participaron, junto a otros redactores, Falcón y Mariátegui, pareja conocida desde tiempos de La Prensa como la “yunta brava”. En la efímera revista, además de viejos colegas como Valdelomar y el cronista Félix del Valle (1892-1950), destacó la colaboración del agitador obrero Carlos del Barzo, parte del grupo de obreros que se acercó a Mariátegui en la redacción de El Tiempo (1916). Sin duda la apertura al discurso anarcosindicalista en voz de los mismos proletarios definió una combativa línea editorial vigente en sus siguientes esfuerzos periodísticos, además de trazar la marcha progresiva hacia la renovación de la figura y funciones de los artistas e intelectuales vinculados a los cambios sociales y distanciados de la torre de marfil.

 

Al semanario Nuestra Época le siguió el diario La Razón, abiertamente militante a favor de las reivindicaciones obreras, crítico de Leguía y sustentado en parte por Isaías de Piérola, hijo de Nicolás, el expresidente peruano de finales del XIX[iii]. Desde esa trinchera, Mariátegui y Falcón apoyaron y colaboraron con la estrategia de las luchas estudiantiles, el paro obrero en reclamo por el encarecimiento de las subsistencias de mayo de 1919 y la conquista ese mismo año de la vieja demanda por la jornada de ocho horas. La publicación, producida en la imprenta del Arzobispado de Lima[iv], circuló vespertina durante tres meses a partir del 14 de mayo de 1919.

 

Obligados por la falta de una imprenta propia y por la intervención del gobierno golpista de Augusto B. Leguía, que en 1919 inició el periodo dictatorial conocido como el oncenio, cerraron el diario y, para no ser encarcelados, aceptaron exiliarse en Europa, donde cumplirían el eufemístico cargo de agentes propagandísticos del gobierno peruano. Alfredo Piedra y Foción Mariátegui, parientes de los jóvenes periodistas, intercedieron con Leguía, quien por cierto estaba emparentado también con el Amauta por el lado de su esposa (Rouillón 309), de esta manera tuvieron una salida practicada por el régimen en otros agentes subversivos. Obligados por las circunstancias, aunque sin aceptar la derrota, Mariátegui y Falcón partieron dispuestos a aprovechar esa oportunidad de vincularse con el proceso de los radicales cambios sociales producidos en Europa.

 

[i] Es muy interesante la labor logística literaria y política del peruano, que tuvo en la correspondencia y en su revista Amauta (1926-1930) las herramientas para construir una red intelectual informativa y solidaria para sus proyectos, con autores de otros países y con sus paisanos en el exilio (Melgar Bao 2015).

[ii] El investigador Héctor Alimonda señala que el peruano por equivocación fechó la misiva en 1927 pues fue enviada en 1928 (11).

[iii] Leguía se volvió un personaje indeseable para Mariátegui a raíz de aquel proceso que generó la clausura de La Prensa por más de un año. La plana mayor del diario fue apresada y sus instalaciones destrozadas luego del 29 de mayo de 1909, cuando Isaías de Piérola junto a 25 militantes raptaron al presidente en funciones y sin éxito le exigieron dimitir.

[iv] El Arzobispado luego contribuiría a desaparecer la publicación combatiente negándole el acceso a su rotativa.

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Sobre el autor

Jaime Villarreal

Doctor en Literatura por la Universidad Autónoma Metropolitana Itztapalapa. Es profesor invitado de la Maestría en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Guanajuato. Sus áreas de investigación son los estudios culturales, la narrativa y el discurso ensayístico latinoamericano. Ha publicado ensayos, artículos y notas sobre teoría y crítica literarias en México, Chile y Brasil.

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