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El clóset es para la ropa, no para los padres

mayo 20, 2016Deja un comentarioCastillosBy Miguel Martínez Jiménez

13-MiguelMtzEs un día de clásico regiomontano. Los Tigres y Rayados han conseguido que la gente se olvide del calor insoportable de una tarde de mayo para entregarse a ese ambiente de celebración que muchos han esperado con entusiasmo. A la hora en que todos parecen ocuparse de llegar a ver el partido, un grupo de jóvenes activistas y yo nos reunimos para conocernos y concretar alianzas. Se trata del colectivo detrás de El clóset es para la ropa, no para las personas, una página en Facebook que en pocos meses se ha posicionado como líder en temas de diversidad sexual y de género en esa red social en español. La cita es en una oficina en la calle Matamoros, que actualmente funciona como su centro de operaciones. Mi objetivo: conocer las historias en torno a sus salidas del clóset y, por contacto de Damián Cano y su equipo, trabajar en un proyecto en conjunto con Revista Levadura.

 

Llego, puntual a la cita y de entrada me salta a la vista el hecho de que estoy ante personas más jóvenes que yo, no sólo por la edad sino por la actitud. Estos humanos en sus veintitantos tienen una vibra fresca, optimista, amable, abierta. Los hallo festejando con pastel el cumpleaños de una de sus colaboradoras. Noto que sólo una chica, Alejandra, está pendiente del resultado del partido en redes sociales a través de su teléfono. Los demás somos indiferentes o inmunes al futbol. Reparo en los clichés (es de gays que no te guste el futbol, a las lesbianas les encanta, etc.) y pienso en la acepción de la palabra cliché que la define como un lugar común. Después de convivir y escuchar las historias que se compartieron esa tarde, las cuales conoceremos con detalle próximamente, hoy he decidido destacar algo que aparece repetidamente en las narraciones sobre el clóset: Nuestros padres.

 

Mi encuentro inicia con la historia de Marilú, abogada de 24 años que me cuenta cómo a pesar de que tuvo su primera novia a los 15 años, lo que la coloca en los recuerdos de su generación como una verdadera pionera, la relación con sus padres en torno al tema es muy complicada. Hoy en día utiliza sus conocimientos en derecho para apoyar al colectivo con asesorías legales y asuntos que requieren su pericia: matrimonios, adopciones, demandas por discriminación, cambios de sexo, etc. Sin embargo, el litigio en su casa ha sido trabajoso. Después de muchos años de planear el momento, de ensayar el tono de la conversación, fue su propio trabajo en el colectivo lo que terminó por animarla: La congruencia. Cuando por fin habló con ellos se enfrentó al llanto de una madre muy religiosa recurriendo al argumento de que Dios hizo al hombre y a la mujer, y los derivados de dicho razonamiento. Su padre reaccionó con enfado: “¿Cuál era la urgencia de decirnos? ¿Para qué nos haces esto?”, y después le dejó de hablar. Hasta hoy es un tema que no se habla con él, a no ser por correo electrónico. “Sólo cuida tu imagen”, es su principal consejo.

 

También me impactó la historia de Franco, un chico que estudió veterinaria pero se dedica a la administración, que combina su barba y sus tatuajes con una sonrisa gentil, y que ha salido del clóset dos veces: Primero como lesbiana y después como hombre trans. Su historia está llena de momentos en los que ha tenido que luchar contra lo que sea con tal de enfrentar su deseo y sus ganas de ser feliz, de sentirse auténtico. Cuando salió del clóset la primera vez, la situación se puso tan tensa que optó por salirse también de su casa y mantenerse por sí mismo. Las discusiones con su madre y el silencio de su padre se habían vuelto insoportables. La segunda salida resultó más fácil, no sólo por la experiencia, el tratamiento psicológico y la espiritualidad que le dieron una base sólida de seguridad y autoconocimiento, sino por un detalle peculiar: En términos del escrutinio público, para su madre ha sido mucho más fácil y cómodo lidiar con un nuevo hijo varonil y heterosexual que con una hija lesbiana demasiado masculina.

 

Alejandra es comunicóloga y siempre supo que era lesbiana. Dice que así nació y nos cuenta cómo siempre tuvo la sensación de que su madre también lo sabía, porque le preguntaba si le gustaban las niñas o si se le hacían bonitas, esperando que la respuesta fuera que no. Cuando un día, con el fin de medir las aguas, se atrevió a comunicar que tal vez sí le gustaban también las niñas, la reacción fue absolutamente negativa, así que decidió callar. Pero no pudo guardar el secreto por mucho tiempo. La madre de la que ha sido su única novia hasta ahora, su primer gran amor, se enteró de la relación y fue personalmente a hablar con sus padres, destapando el tema inevitablemente. Su madre manejó las cosas muy bien, defendiendo a su hija de las acusaciones de la señora, pero su novia terminó con ella. Así se tuvo que enfrentar una verdad hasta entonces velada para sus padres. “Lo tuyo sólo es una etapa”, dijo la madre. “Es una moda de los emos”, sentenció su padre. La aceptación ha sido lenta y paulatina, y hoy agradece la relación comunicativa que lleva con ellos aunque no ha tenido otra pareja desde entonces.

 

Cecilia estudió psicología y tiene una historia similar. Oriunda de Cadereyta, su familia es tradicional en muchos aspectos. También sospecha que su madre siempre lo ha sabido, desde aquellos comentarios tempranos estilo: “Nada más no nos vayas a presentar a una novia un día de estos”. A su madre siempre le incomodó que Cecilia no fuera tan femenina como las demás, a pesar de los sinceros intentos de su hija. “Para mí no es un asunto de masculino o femenino, es un asunto de comodidad. Siempre me ha gustado vestirme para sentirme cómoda”, nos cuenta. Después de tener algunos novios, el amor la deslumbró en la figura de otra chica de su edad. Todo era maravilloso hasta que la madre de su novia se enteró e inició un acoso telefónico, con tonos de extorsión, amenazando con decirles toda la verdad a sus papás. Fue así como Cecilia se vio forzada a salir del clóset ante una situación que la superó. Su madre reaccionó con llanto: “Estoy decepcionada de ti. Para mí eras un castillo que se me ha derrumbado”. Su papá sólo le dio la espalda y preguntó: “¿Quién más sabe de esto?”. Las esperanzas irreales de su madre y la indiferencia de su padre han hecho que la distancia entre ellos sea necesaria para una relación menos tensa. “Es como si mi madre prefiriera que yo terminara sola el resto de mis días, a que tenga una novia y sea feliz”.

 

En esta ocasión no tuvimos tiempo de escuchar todas las historias del grupo, porque nos alcanzó la noche y los pendientes, pero salimos de ahí con el ánimo encendido. Es necesario luchar contra los efectos del clóset, y para ello tenemos que conocer sus causas. En este primer ejercicio resalta el miedo a la reacción de los padres, pero también el deseo de que nos acepten, nos entiendan y nos amen como somos. El clóset nos empuja al silencio y nos orilla a sostener una relación familiar en la que sólo es posible hablar del trabajo o del estudio y no de las emociones, los sentimientos o el amor, un área que se torna velada y prohibida, un tema que no se toca o de plano se maquilla o se disfraza. Lo grave es que los padres son quienes parecen estar tranquilos de ese modo; el esfuerzo y la inversión que requieren ese silencio y ese maquillaje apuntan a la tranquilidad de ellos, como una especie de sacrificio u ofrenda. Las consecuencias las podemos imaginar y ver en las historias que nos rodean.

 

Varios de estos chicos y chicas de una generación más abierta y acostumbrada a los cambios en el aprendizaje han optado por educar a sus padres, con paciencia y tenacidad. Otros han decidido imponer distancias. Al final, creo que es necesario tratar el tema con la importancia que requiere, pues de algún modo parecemos estar frente al núcleo del problema, al conocido lugar común de nuestras historias. El nombre de este colectivo es sencillo pero atractivo por ser también una invitación. Salir del clóset no sólo es una metáfora vinculada a nuestra sexualidad, sino a todo aquello que guardamos o escondemos y no queremos sacar a la luz pública por miedos e inseguridades personales, o peor aún, por no incomodar a quienes nos aman. Un clóset sin espacio que además guarda ropa ajena se puede convertir en una guarida de monstruos.

 

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Sobre el autor

Miguel Martínez Jiménez

Licenciado en Psicología por la UANL y Doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM. Profesor e investigador en el área de las humanidades médicas, interesado en los estudios críticos de la sexualidad y el género. En 2010 obtuvo el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Prefiere andar a pie, el café sin nada y el arroz sin popote, por favor.

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