¿Cómo escribir sobre el dolor y la violencia?
¿Cómo escribir del pasado reciente, de las heridas abiertas, de lo que no puede cicatrizar, de las balas y los muertos, de los desaparecidos y de sus madres dolientes y desesperadas?
¿Cómo hablar de Monterrey y de su río, cómo nombrar la catástrofe?
María de Alva nos entrega su propuesta en una novela en la que se entrecruzan dos tragedias: una natural, el Alex y sus inundaciones, y otra humana, la cruel violencia del narcotráfico y la impunidad.
En este cruce se inscriben en tres historias que la autora va entretejiendo con una tensión asombrosa. Tres historias en 21 capítulos (7 capítulos cada una) que reflejan, en medio de la “Guerra contra el narco” y las inundaciones del “Alex”, el abismo social que habita Monterrey, su clasismo punzante, el conflicto ético del periodismo, la muerte y la resurrección de la esperanza.
La autora construye y nos regala personajes enteramente humanos, habitados por la contradicción, personajes que se transforman, que no aciertan a tomar las mejores decisiones, que se equivocan y sufren, y se levantan y que en el fondo están completamente solos. Personajes que fluyen como el río cuando lleva agua, como el río hace casi exactamente 6 años, en julio de 2010, cuando el Alex azotó la ciudad y nos recordó que el Santa Catarina no es un río seco, que los ríos secos no existen, que es un río de aluvión y que cuando la naturaleza cobra su curso —como en el 88, como en 1909—, su torrente de barro (que no de agua) se lleva canchas, circos, pistas de carrera y hasta insolentes y despistados clubes de golf.
Nuestro río de barro nos recuerda en más de un sentido el material con que estamos hechos: la tierra y el agua, la tierra con que enterramos a nuestros muertos y las lágrimas con que los lloramos, la fragilidad que nos habita y que nos quiebra.
La historia de Memo es casi una bildungsroman, una novela de crecimiento de iniciación: un adolescente adinerado que está por terminar la preparatoria e ingresar a la carrera de ingeniería industrial, usa y combina ansiolíticos con antidepresivos, su principal preocupación en no llamar la atención, pero un día se entera de la noticia de que los jóvenes asesinados a balazos por el ejército a las puertas de su Universidad eran, como él, estudiantes, y otro día conoce a María Fernanda y descubre que el mundo es más amplio que San Pedro y que el amor puede trascender la fiesta de graduación.
Elías es un albañil que huyó de la pobreza del desierto de San Luis Potosí, donde su madre vendía tunas a la orilla de la carretera. Elías pensaba cruzar del otro lado de río Bravo, pero se encontró con los brazos de Luisa y se quedó a vivir de este lado del Santa Catarina. La casa con techo de aluminio que rentaba Elías en la colonia El Realito (polémica zona de demarcación entre Monterrey y Guadalupe) casi fue destruida por las lluvias y el desgajamiento del cerro y han tenido que refugiarse en la casa de la tía de Luisa. La obra en la que trabaja Elías ha quedado suspendida por las inundaciones y ahora se sumará al ejército de trabajadores que desazolvan el río a marchas forzadas, y con su pala descubrirá el horror.
Isabel es una reportera del principal periódico de la ciudad, ha cumplido los 40 años y buena parte de sus sueños se han frustrado, tiene un matrimonio en crisis. Un grupo de madres desesperadas la abordan para que las ayude a encontrar a sus hijos desaparecidos, todos venían en un autobús de Transportes del Norte desde Michoacán y aspiraban a cruzar la frontera. El autobús desapareció antes de entrar a Monterrey. Isabel, que ha sido reportera de guerra, quién como la autora, cubrió para su periódico el levantamiento zapatista, está dispuesta a enfrentar el peligro, aunque sabe muy bien que ambos conflictos no tienen nada que ver, que la última guerra de reivindicación social del siglo XX, con los comunicados de Marcos y los comandantes tzotziles, no tiene nada que ver con la guerra absurda, cruel y sin idealismos del narcotráfico.
Curiosamente, a pesar de la presencia de su marido, sus hijos y sus colegas, Isabel es la más sola de los personajes. Elías tiene a su esposa y sobre todo la voz de Don Sebas guardada en su memoria, la voz de la experiencia y del sufrimiento. En cambio, Isabel no tiene a nadie verdaderamente entrañable que la acompañe. Memo también está solo, pero tiene a la abuela y sus discos de negras que cantan jazz, y sobre todo a María Fernanda, que lo ayudará a descubrir un mundo donde es posible la solidaridad y la indignación, donde es posible decir no a la cacería, a estudiar ingeniería, a los falsos amigos… También será María Fernanda quien dará el fondo filosófico de la novela: todo está interconectado desde la industria textil de Blangladesh hasta los chapulines de Oaxaca.
Pero hay una historia más escondida en este libro: el desgarramiento de una madre que es todas las madres y que visita con la cauda de su luto 7 templos del centro de la ciudad para formar con sus lágrimas el caudal del río, sí, del río Santa Catarina con todos sus muertos y del río incesante de la memoria que exige que de cada muerto se pueda contar su historia.
La cuarta historia, en realidad no es una historia, es una letanía en siete tiempos que sirve de marco a la acción, es un registro de alta y aguda sensibilidad poética. Es el peregrinar de una madre por siete templos de la ciudad en búsqueda de consuelo, desde la Basílica del Roble con sus columnas de mármol gris, el Templo de San Luis Gonzaga con su techo como gajos de naranja, la iglesia de la Purísima y sus doce apóstoles de bronce que cuidan la entrada, el Templo de Dolores y sus techos pintados por manos olvidadas, el templo del Perpetuo Socorro y sus vitrales de colores,la Parroquia del Sagrado Corazón, con su cristo resucitado; hasta la Capilla de los Dulces nombres, donde espera que los nombres de los desaparecidos sean dichos, inscritos en la memoria. Y finalmente la Catedral. Y en cada templo el dolor adquiere un matiz diferente. En un vaivén que va del llano, al grito, a la memoria, al cuerpo, a la denuncia.
María de Alva nos estrega una novela valiente y poética que permite resguardar la memoria reciente y convertirla en historia, y una historia que podemos (y debemos) contar.
María de Alva (2016) Lo que guarda el río. Ciudad de México: Planeta.