El jueves 14 de julio me encontraba a punto de salir del trabajo cuando una noticia paró en seco a toda la oficina. La nota era que un camión se había abalanzado sobre las personas que se encontraban a punto de observar los fuegos pirotécnicos que terminarían con los festejos del Día de la toma de La Bastilla en Niza. De inmediato, mi compañera abrió Twitter y en menos de un minuto nos mostró a todo volumen un video tomado por un testigo poco después del atentado. En el video se mostraban a primer plano decenas de cuerpos desmembrados a lo largo de la calle, algunos aún temblando; además, de fondo se escuchaban gritos desesperados, y algún niño llorando. Había gente contemplando en shock los cuerpos de los que minutos antes habían sido sus compañeros de festejo. El video terminó y yo comencé a sentir los primeros síntomas de un estómago hecho nudos por la impresión.
—¿No les parece que grabar y subir a la red un vídeo así es un acto de terrorismo por sí mismo?— pregunté aún con el estómago revuelto.
La respuesta que recibí fue que el vídeo era una evidencia del atentado, y que podría servir como documento en un momento dado. Yo me tragué mis dudas al respecto de ese argumento, porque, ante la magnitud de la masacre considero que un video de menos de 3 minutos de cuerpos en una avenida, no representa más que a las personas que murieron o estaban por morir poco después. Es decir, considero que, ante la muerte, no se necesita más evidencia que la muerte misma; en este caso, lo obligado es identificar al agresor y las razones que lo llevaron a cometer tal acto, todo esto con el objetivo de exigir justicia; y la justicia está muy lejos de un video que muestre en primer plano la agonía de los afectados. Aún más, dudo que ese video que alguien subió a la red, tuviera la intención de servir como evidencia para lograr justicia o castigo. Y es aquí donde me abordan varias dudas, si no es con el objetivo de exigir justicia ante la masacre, ¿por qué se tomó ese video? y, aún más, ¿por qué tenemos la necesidad de subir un video o una fotografía explícita de la muerte a una red social?
Un argumento sería la necesidad de informar de lo que está sucediendo al mundo, sin embargo, yo no soy partidaria del dicho “una imagen vale más que mil palabras” ya que considero que una imagen sin reflexión alguna, replicada hasta el infinito en el internet, se pierde en una avalancha de imágenes y videos similares donde no sólo no se informa, sino que se relaciona más con un sentido morboso que con un compromiso informativo.
Pareciera que en la actualidad nada es real si no pasa por el filtro de un dispositivo tecnológico que amplifique la experiencia de manera mediática, pero que paradójicamente reduzca la vivencia al mínimo. Es decir, si me sitúo como uno de los transeúntes durante el atentado en Niza, en medio de toda la histeria colectiva y el terror, me parece que existen mil y una cosas más importantes que se pueden hacer en vez de sacar algún dispositivo y comenzar a tomar video de las calles llenas de cuerpos a medio morir. Sin embargo, al abrir la página de algún medio informativo electrónico me encuentro con que hay cientos de personas que al ver un cuerpo desangrándose frente a ellos sacaron el celular y se dispusieron a grabar la agonía. No pretendo asegurar —¿cómo podría?— que después de terminar la grabación se dispusieron a ayudar de alguna manera, pero en este caso me quiero concentrar en lo que en mi opinión es una muestra de la desensibilización, por no decir crueldad: la de decidirse a grabar o fotografiar la muerte toda vez que los autores de la mayoría de las grabaciones y fotos que nos topamos por la internet no son ni fotógrafos ni periodistas de oficio sino gente con un Smartphone en la mano. Esto lo entendemos como la masificación de la fotografía, o lo que algunos han conceptualizado como post-fotografía, donde al tratarse de un dispositivo relativamente nuevo, los estándares tanto éticos como estéticos parecen estar en restructuración.
El año pasado cuando Jon Lee Anderson pasó por la ciudad para presentar su último libro, la ética en el fotoperiodismo fue el tema central de la presentación. Anderson hizo hincapié en la abundancia de jóvenes que con Smartphone en mano llegaban a cubrir las zonas de guerra sin tener alguna noción de la situación o incluso del trabajo del fotoperiodista, lo cual provocaba que el oficio se fuera abaratando y en un momento dado cayera en crisis ya que ahora cualquiera puede obtener una grabación con la facilidad de un clic. Esta temática también es recurrente entre las instituciones que se encargan de resguardar los archivos fotográficos, tal como las fototecas, ya que es fecha que no se ha resuelto la problemática de resguardar tal magnitud de documentos. Cada vez que sale el conflicto del resguardo en los encuentros de fototecas la respuesta es recurrir al papel e imprimir lo que consideremos importante.
Sin embargo, en el caso de los videos, ¿de qué manera se resguardan tantos archivos filtrados en la red? La respuesta parece ser la misma: es imposible. Ante la imposibilidad de llevar un control de cada uno de los archivos que grabamos con la intención de evidenciar una situación en un contexto específico, la importancia de cada uno de ellos se diluye con la misma rapidez con la que son reemplazados por otros cientos o miles de videos similares. Cuando nuestro oficio depende de la documentación audiovisual de un evento con la finalidad de informar, como en el caso del fotoperiodismo, se entiende la necesidad y la obligación inherente a la vocación, ya que detrás de un clic existe una reflexión ante la imagen que deseamos que sea la representación de un acto significativo, y es justamente ahí es donde se encuentra el factor social que determina la ética del trabajo.
No obstante, ante la vorágine de imágenes y videos a los que estamos expuestos todo el tiempo, me parece que compartir mil veces una imagen o un conjunto de imágenes de personas muriendo no sólo no aporta a la reflexión de la realidad —por más que esta sea representada a través de las imágenes— sino que termina por amortiguar el golpe que representa la muerte en la sociedad, todo a través de la trivialización de lo mediático y su soporte en las redes sociales. Es cierto que es un arma de doble filo, pero mientras seamos partícipes de esta trivialización de la masacre, me parece que estamos abonando más a un proceso de deshumanización que a la creación de una memoria histórica.