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Marguerite, Robert y Dyonis. Memoria de su tiempo

julio 20, 2016Deja un comentarioEnsayo, Sospechosas comunesBy Coral Aguirre

durasintYo no estoy resentida con los alemanes, a eso no se le puede llamar así. Pude estar resentida durante algún tiempo, era un sentimiento claro, nítido, resentida hasta exterminarlos a todos, suprimirlos de la tierra, hacer que no vuelva a ser posible. Ahora, entre el amor que le tengo a él y el odio que les profeso, ya no sé distinguir. Es una sola imagen con dos caras: en una de ellas está él, con el pecho frente al alemán, con la esperanza de doce meses que se ahoga en sus ojos, y en la otra cara están los ojos del alemán que apuntan
Marguerite Duras

 

Una pareja, ¿pero cuál? La de Marguerite Duras con su primer esposo, Robert Antelme, escritor y periodista, o la de Marguerite con Dyonis Marcolo, también escritor, segundo esposo y padre de su hijo Jean. ¿Cómo, arbitrariamente, optar por el uno o por el otro dejando de lado la urdimbre en la que fueron contenidos los tres en un tiempo de dolor y muerte? Hubo muchos compañeros ocasionales, pasiones súbitas y encuentros que duraron más de una estación para Marguerite. Sin embargo la materia de la que está hecha la relación que mencionamos va mucho más allá de una costumbre, una contingencia, el simple suceso del tercero en discordia, la infidelidad, o tan siquiera, la necesidad de ese tercero, donde el vínculo se vuelve a veces, tan suntuoso. Lo que hace tan diferentes a estas relaciones amorosas es que están atravesadas por el dolor, nunca por la culpa, sí por la violencia que los hombres saben generar en los actos que ejercen. Y por una suerte de reparación que los tres, Marguerite, Robert y Dyonis supieron concretar a favor del género humano, en unos tiempos donde la esperanza se había fugado y su ausencia teñiría de horror la segunda parte del siglo XX, cuando los campos de concentración nazi revelaran el tamaño de nuestra derrota.

 

Echemos una mirada a aquellos años de la resistencia cuando Francia soportó la ignominia de la ocupación nazi. Tiempos de odio y horror, de persecuciones y enfrentamientos que dieron lugar a las gestas más cruentas y asimismo a los heroísmos más extraordinarios. Margarita exclama sobre el final de la guerra con estupor que, si las cifras de los deportados franceses llegaban a seiscientos mil, los que regresaron fueron un número de seis mil, lo que da como resultado que, de cada cien regresó uno. Ignorando aún que la cifra final sería de un millón seiscientos mil deportados.

 

Veamos ahora la almendra de esta historia heroica. Llegada a París en 1934, Marguerite Duras, se inscribe en la facultad donde conoce a Robert Antelme. Antes de él su vida sentimental era más que activa. Con este muchacho, lleva una fortuita relación que irá más lejos de lo que ellos mismos pudieran sospechar. Antelme es hijo de un subprefecto de Bayona y pertenece a una familia distinguida y pudiente. La pareja decide casarse y la boda se celebra con grandes pompas de acuerdo a la posición social del novio. Por aquel entonces ninguno de los dos preveía su radical giro hacia la izquierda. Sobre todo teniendo en cuenta una Marguerite que defendía el paternalismo francés en sus colonias y veía a los indígenas como seres inferiores, y Robert, un muchacho de buena familia que hace honor a su tradición.

 

Será el estallido de la guerra y la derrota de Francia los hechos que cambiarán la cara que ellos darían al mundo hasta ese momento.

 

Si bien es cierto que Antelme fue movilizado al estallar la guerra, lo es también que tras la derrota hubo de regresar al hogar y fue nombrado en un puesto burocrático de la policía. Por su parte Marguerite en su empleo de secretaria del Círculo de la Librería, se codeaba con escritores de fama y ella misma se abocaba con pasión a la escritura. Como se advierte, ninguno de los dos pensaba en un compromiso cuya magnitud pudiera poner en peligro sus vidas.

 

Sin embargo es en este período difícil de definir con exactitud, estos años que van desde el ’40 hasta el ’43 donde se darán las coordenadas para que todo se mueva de lugar. Los biógrafos hablan de las sucesivas infidelidades de Marguerite y de la tolerancia de Robert. Asimismo se sabe que en 1942 ella queda embarazada y pierde el niño al nacer. También es el tiempo en que ambos conocen a Dionys Marcolo, a la sazón, empleado de Gallimard, y el encuentro con quien va a definir para siempre el compromiso que comienza a gestarse,  el de François Miterrand. A causa de estos vínculos nuevos,  todo tiende a acelerarse y las privaciones que impone la guerra se ven agravadas por la red de resistentes organizada alrededor de Miterrand y la toma de conciencia unánime por parte de Robert, Marguerite y Dionys, quienes también se ven conmocionados por los lazos que se han tejido entre ellos. Dionys se convierte en el amigo dilecto del uno y el amante de la otra con el conocimiento que ello implica para Robert. Desde entonces habitan el barrio de Saint-Benoît.

 

Por su parte, la resistencia se erige como un movimiento de ex prisioneros de guerra al margen de las consignas que daba desde Londres el general De Gaulle. Precisamente es a partir de esta toma de conciencia y su rechazo de las políticas de defensa de “los valores” por parte de la derecha francesa que capitaneaba De Gaulle, cómo los tres jóvenes seguirán siendo sus enemigos ideológicos el resto de sus vidas.

 

Es el tiempo en que Marguerite, a pesar de las vicisitudes de la guerra y la ocupación, escribe sus primeras novelas luchando contra todo, hasta contra las limitaciones en los cupos de papel. Es justamente cuando Gallimard está por publicar su segunda novela, de la primera renegó tiempo después, el momento en que la red de resistentes organizada en torno a Mitterrand es desarticulada por la Gestapo, y tanto Robert Antelme como su hermana de 23 años son detenidos y luego deportados.  Marguerite como Dionys logran escapar protegidos por Miterrand y Albert Camus, y saben que Robert junto con su hermana, ha sido llevado a la estación de Compiègne de donde parten los trenes para los campos de concentración en Alemania.

 

Lo que resta de la historia, es atroz.

 

Marguerite lo cuenta en El Dolor, obra que publica en 1993, tres años antes de morir.

 

Ella misma confiesa que se trata de uno de sus cuadernos de guerra, es decir de los tiempos en que anota lo que sucede día a día en este período. También señala que no tiene la menor idea de haberlo escrito pero que su escritura la reconoce en todas sus instancias. Nosotros también, si conocemos su obra constatamos de inmediato el sello de su discurso literario. Esas frases cortas cuyo ritmo dibujan con acierto el mismo proceso afectivo del personaje.

 

A comienzos de 1945 y antes del triunfo definitivo de las fuerzas aliadas, Miterrand comunica a Marguerite y a Dionys, que su esposo y amigo respectivamente, Robert, está vivo o agonizando en algún campo de concentración alemán. Campos que para esa época estaban diezmados no sólo por el asesinato sistemático sino asimismo por el tifus. Es abril y comienzan a llegar los primeros deportados.

 

El paisaje de esta gente cuyas vidas han sido desgajadas de cuajo es espantoso. Ambos asisten con horror a la visión de esos hombres destruidos física, psíquica y moralmente. Marguerite sueña con un Robert que muere a cada instante por falta de un pedazo de pan. Ella misma no puede comer, no puede dormir, no puede pensar. Sólo la imagen de Robert muriendo al borde de un camino, en medio de las alambradas, tirado en un basural, perdido en medio del frío y el lodo, amenazado a cada instante por la crueldad de los nazis que asesinan de a miles para no dejar huella del crimen más horrendo que nunca soñó la humanidad. Los días se suceden a los días en el fragor de una sola resonancia, ¿está muerto?, ¿está vivo?, ¿agoniza?, ¿terminan de matarlo? Y cuando llegue, si llega, ¿quién será?, ¿habrá nuevas palabras para poder cruzar con él?, ¿cuáles? Finalmente Miterrand anuncia que es casi seguro que Robert estaría en Dachau todavía vivo. Dionys toma la posta y disfrazado con el uniforme francés y en compañía del mismo Miterrand viajan ambos al campo señalado. Entre los últimos cadáveres, alguien que todavía late. Es Robert Antelme. Lo visten con el uniforme que llevan previsto para él y regresan a Francia. A cada instante pareciera que el pedazo de ser humano que traen va a lanzar su último estertor. A su llegada, Marguerite se encierra en su recámara. No atina a enfrentarlo. Lo que cada uno y la misma Marguerite ve por fin es un desconocido de 37 kilos en un cuerpo de un 1,78 m. El horror. Robert se muere cada día y cada día resucita. Es el ícono no previsto de una guerra que da por tierra con las últimas esperanzas de un ser humano mejor. El relato, lo recomiendo, es quizás el más lúcido y terrible que hayamos nunca leído a propósito de estos tiempos. También existe en español la edición de Cuadernos de guerra.

 

Dionys y Marguerite se ocupan de Robert que llora como un niño cuando no le dan de comer. Lo llevan al borde del mar y lo recuperan poco a poco. Tiempo después Marguerite se divorcia de Robert en 1947, para convivir abiertamente con Dionys con quien tendrá un hijo, Jean. Esta nueva relación dura alrededor de quince años o quizás más.

 

Sin embargo, la amistad entre los tres nunca ha de romperse, seguirán juntos en diversas empresas, se ayudarán mutuamente, Robert publicará su obra más importante y que testimonia los años de la guerra, La especie humana, en 1947. Relato de los campos de concentración y uno de los libros más señeros en relación a este tema. Está dedicado a su hermana Marie Louise, violada y asesinada en uno de ellos. No obstante, sigue escribiendo poesía, y en 1945 funda con, ahora, sus dos amigos, una editorial, La Cité Universelle. Del mismo modo las alianzas y las afinidades seguirán produciendo entre los tres diversos acontecimientos gozosos, como la entrada al Partido Comunista francés al mismo tiempo, y asimismo su salida del mismo años después, su debate liberador y enemigo de la Francia elitista que encarna De Gaulle, su pasión por la escritura, su conformación de un verdadero grupo que a la manera de aquel de Bloomsbury al cual perteneciera Virginia Woolf, tendrá como eje sus afinidades editoriales y escriturales, al mismo tiempo que ideológicas. Llamado el grupo de la calle de Saint-Benoît, será inmortalizado por una producción que consiste en dos DVD: Alrededor del grupo de la calle Saint-Benoît de 1942 a 1964. El espíritu de la rebeldía (2002), realizada por Jean Marc Turaine y Jean Marcolo, este último hijo de Marguerite y Dionys, y donde asimismo aparecen ellos entre otros escritores, militantes e intelectuales.

 

En 1959 Robert y Marguerite colaborarán en un filme basado en una novela de Henry James. Un año antes ella escribe el guión de Hiroshima mon amour para Alain Resnais. Es su definitivo enlace con el cine, desde entonces tanto como guionista o directora, su producción estará signada por esta actividad.

 

Precisamente en esta época los tres firman lo que fue llamado El Manifiesto de los 121, subtitulado Declaración sobre el derecho a la rebeldía en la guerra de Argelia, redactado al interior del grupo de la calle de Saint-Benoît, de la autoría de Mascolo y Maurice Blanchot, lo firman  121 intelectuales de la calidad de Sartre, Beauvoir, Robbe-Grillet, Resnais, Sarraute, André Breton, Simone Signoret.

 

Mascolo escribe ensayos, como Nietzsche: el espíritu moderno del Anticristo y Del amor  vuelto a publicarse en el nuevo siglo. Por otra parte, tanto él como Antelme colaboraron  en Los Tiempos Modernos, la revista de Sartre, y ambos estuvieron muy cerca del filósofo existencialista. Además cuenta con una obra Marguerite Duras, en colaboración con Maurice Blanchot, Jacques Lacan y la misma  Duras. Aquí vale la pena mencionar la admiración del gran psicoanalista francés por la escritora que lo lleva a confesar: “Resulta que Duras sabe aquello que yo enseño…”.

 

Los tres morirán en la década de los noventa. No han dejado de viajar juntos algunas veces, de ser cómplices en diversos trabajos intelectuales, otras en seguir compartiendo afinidades ideológicas, siempre. Primero Antelme, luego Marguerite, y finalmente Marcolo, se irán en ese orden y de a poquito, con mucha discreción como para que no se advierta que de alguna manera, también para morirse se pusieron de acuerdo para no dejar solo al compinche.

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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