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Un viaje dentro de otro viaje

julio 22, 2016Deja un comentarioZona de transformaciónBy Gabriela Cantú Westendarp

9788420648415Hace meses fijamos la fecha de un viaje familiar para este verano. Los arreglos se hicieron con antelación: medio de transporte, puerto de salida, recorrido, habitaciones, horarios de cena, etcétera. Decidimos viajar en barco, recorrer un tramo pequeño del océano Atlántico justo donde se roza con el Caribe. Cuando se llegó el día de hacer las maletas tenía que considerar qué libros llevarme. Tarea por demás importante para aquellos que hacemos de estos objetos grandes compañeros de vida. Además qué podría ser mejor combinación que un viaje y un libro. Es algo así como un viaje dentro de otro viaje. Para mí cada libro es un territorio nuevo por explorar, un cuerpo con su particular estructura que suele sorprenderme con formas diferentes de ver el mundo. Normalmente para estas ocasiones en que salgo de la ciudad escojo un autor del destino al que me dirijo, pero en este caso rompí mi tradición. Y no me siento culpable, quizá sí con algo de deuda.  Mi hijo mayor recién había regresado de estudiar un semestre en Madrid y me había encontrado un tesoro en una librería de viejo: El rumor del oleaje de Yukio Mishima (1925-1970) en una edición de Alianza Editorial del 2016. Me pareció perfecto para la ocasión pues la historia ocurre en una isla y yo estaría visitando algunas islas de las Antillas.

 

Para poder embarcar primero volamos de Monterrey a Miami. Fuimos con mi familia política, dieciocho en total. Una aventura peligrosa considerando que el mayor (mi suegro) tiene setenta y cuatro y los más pequeños (los cuates) cuentan con tres años. Este último par un verdadero dúo dinámico que, en combinación con sus demás hermanos y primos, formaron una pandilla ruidosa pero muy divertida.

 

Debo dedicar un poco de esta reseña a hablar de la nave en que viajamos, es un monstruo marino. Tiene una capacidad para albergar a ocho mil pasajeros con todo y tripulación. Cuenta con quince niveles, una plaza de restoranes y bares, un centro comercial, un salón formal de cenas, un parque acuático infantil, albercas flanqueadas por bares, un casino, dos teatros, cine, biblioteca, enfermería, spa, gimnasio y algunos otros sitios que no recuerdo. De pronto me sentí como Woody Allen en aquella película que ocurre toda en un centro comercial. Y es que estar dentro de una embarcación por el lapso de una semana puede llegar a provocar cierta sensación de encierro. Claro uno llega a puerto pero solo baja por unas cuantas horas y luego regresa al barco.

 

De mis momentos más disfrutables cuento el estar sentada en cubierta, con la mirada hacia el mar, tomando el sol y leyendo o conversando con algún miembro de mi familia; pero el refugio más delicioso fue el balcón de mi camarote. Ahí no había que buscar un camastro disponible, ni estar expuesto al picante sol de pleno verano. Ahí era yo frente al vasto espejo azul del mar, en el corte preciso que el navío hacía entre las aguas. Ahí entre el rumor del oleaje.

 

En este escenario fue que leí el libro de Mishima, que según los expertos, sale del tono característico de la obra del autor japonés. Se trata de una historia de amor entre dos adolescentes. Cuando leí la contraportada con esta información pensé en Romeo y Julieta. Borges dice que existen solo una cantidad de historias ya contadas que se van repitiendo con ciertas variaciones. Y supongo que es verdad. Supongo también que el mismo Shakespeare se inspiró a su vez de alguien más, de los griegos, los latinos, la Biblia, qué se yo. Desconozco, sin embargo, cuáles son las referencias literarias de Mishima. Desde mi perspectiva y mi trayectoria lectora, la variación en este caso es significativa, al menos al hacer la comparación con la tragedia de Shakespeare.

 

La novela ocurre en Utajima y sus costas y sus aguas colindantes. Es una isla japonesa, que según el autor, cuenta con algunas de las más bellas estampas visuales de aquel país. La época de la historia es posterior a la Segunda Guerra. La comunidad está formada por pescadores, gente sencilla en un ambiente rural. Destacan dos edificaciones, un viejo faro y el santuario de Yashiro que está consagrado a Watatsumi-no-Mikoto, el dios del mar. El resto es la villa formada, en su mayoría, por casas pequeñas.

 

Los protagonistas de la historia son Shinji  y Hatsue. El primero pertenece a una familia humilde cuyo padre ha muerto en la guerra. El joven, que siempre ha vivido en la isla, trabaja como pescador para sostener a su madre y a su hermano menor. Es un chico callado y trabajador, responsable y dulce. Hatsue, por su parte, estuvo fuera de la isla por muchos años y ha regresado. Es de una belleza admirable y su padre es el hombre más respetado y pudiente de la villa. El primer encuentro entre ellos ocurre una mañana frente al Pacífico tras una de las faenas de trabajo de Shinji y yo lo leo frente al Atlántico una mañana tras tomar una taza de café y unos panecillos. Los jóvenes se ven breve pero intensamente mientras él camina extrañado y ella permanece de pie sintiendo su mirada.  Ambos se turban un poco sin saber exactamente por qué. En este momento cierro por unos momentos el libro, pienso en esas primeras miradas que envuelven y aceleran el ritmo cardíaco. A veces esas miradas se quedan solo en un calor que como arde se apaga, pero otras veces deviene en una cascada de emociones que construyen una relación amorosa.

 

La belleza de Hatsue no pasa desapercibida ni por Shinji ni por otros jóvenes de la isla como Yasuo, líder del grupo de la comitiva de jóvenes que realizan algunos trabajos en la villa. El tercero en discordia ha aparecido. Dos chicos que competirán por el amor de la muchacha. Y es que se han enterado que el padre la ha hecho volver para buscarle marido. Pero la chica no solo busca casarse sino ser parte de la comunidad por lo que comienza a envolverse en diferentes actividades propias de las chicas de su edad. Una serie de eventualidades hace que los chicos coincidan y comiencen a tejer una amistad colmada de deseo. Pero se trata de un deseo pudoroso y contenido. Los dos son jóvenes sin experiencia y apegados a las tradiciones de la isla.

 

Pero no podía estar todo el tiempo ensimismada en mi lectura. Había que desplazarse para comer, para tomar una copa, para convivir con la familia y para conocer las islas. Así que mi mente iba de la isla de Utajima, con su comunidad rural y tranquila, a la velocidad de los pasajeros y los distractores que ofrece un navío turístico en el siglo XXI.

 

Nuestro primer destino fue Nassau en la Isla de Nueva Providencia en Las Bahamas ubicada en las Antillas. La Mancomunidad de las Bahamas está formada por más de setecientas islas aunque solo veinticuatro de ellas están pobladas. De hecho la primera vez que Cristóbal Colón pisó tierra americana fue una de las islas de las Bahamas a la que nombró San Salvador. Estas islas fueron españolas hasta 1784 cuando pasaron a ser parte del Reino Unido. Los pobladores originales son conocidos como lucayanos y los pobladores actuales son descendientes de estos hombres que sufrieron de la esclavitud por parte de los europeos. Las Bahamas lograron su independencia en 1973 aunque siguen siendo parte de la Mancomunidad Británica de Naciones.

 

Siendo originaria de Monterrey asumo que estoy preparada para las altas temperaturas del verano, pero nada como el calor húmedo de Nassau. Desembarcamos con el propósito de conocer el centro de la ciudad. Los horarios de visita estaban muy ajustados y no tendríamos tiempo de visitar el famoso hotel Atlantis; lugar conocido por su acuario, su parque acuático y su playa. Junto al puerto de desembarque se encuentra un pequeño mercado turístico con artesanías de la región. Trabajo en madera, con conchas y caracolas, con algodón. Una pequeña vuelta y ya estábamos bañados en sudor. Decidimos tomar un paseo en carreta por las principales calles, por lo menos podríamos cubrirnos del sol por un rato. La arquitectura del lugar es muy sencilla, edificaciones de madera, algunas de hormigón pero cuadradas, con techos bajos y planos. Vimos algunos centros bancarios poco vistosos (el lugar es conocido por ser un paraíso fiscal), además una serie de tiendas y un hospital. El único edificio que destaca, en esa zona, es la Catedral de Cristo de los anglicanos. Es famosa por su gran órgano y sus vitrales. Está hecha de piedra local y con un estilo gótico. Fue construida en 1830 en donde antes habían existido otros templos que fueron destruidos. La isla posee exuberantes zonas pantanosas y manglares.

 

Regresamos al barco deseosos de refugiarnos de la humedad que iba y venía de la ciudad a nosotros y de nosotros a la ciudad. En ese momento el monstruo marino resultó ser el mejor resguardo. La empresa naviera en que viajamos sabe perfectamente cómo brindar comodidad y entretenimiento. Un vaso repleto de hielos, de refresco, de helado. Espacios preparados con aire fresco que te envuelven haciéndote sentir seguro. Tanto el fiestero como el solitario encuentran un lugar en el navío.

 

Esa noche, como la mayoría de las noches, cenamos en el salón principal. Era el lugar en donde podíamos reunirnos toda la familia independientemente de edades y gustos particulares. Los alimentos eran especialmente buenos, refinados en muchos casos. Los meseros dominan varias lenguas y, dado a sus múltiples viajes, cuentan con conocimientos de diversas culturas. De manera que podíamos conversar con ellos animadamente. Comíamos y luego hacíamos una larga sobremesa. Siempre he disfrutado de las buenas conversaciones. Desde mi perspectiva la reunión en torno al consumo de alimentos debe ser mucho más que solo sentarse a la mesa y comer. Debiera ser un ritual en el que se paladean los sabores y se conversa con tranquilidad. Un grupo como el nuestro sería difícil que alcanzara el grado de tranquilidad y seriedad como digamos se alcanza en El Banquete de Platón, pero charlamos sobre política, choques culturales y otros asuntos triviales y divertidos mientras los chicos corrían alrededor de la mesa y se jalaban los cabellos.

 

Retomar la lectura antes de dormir es una de mis costumbres. De manera que, ya en mi camarote, encendía una pequeña luz y abría a Mishima. Y lo digo así porque abrir un libro es abrir un fragmento del alma de su autor. Entraba en ese otro viaje, el suave y tranquilo, pero marino también. Volver a imaginar a Hatsue y Shinji y pensar que en cada una de las islas habitadas en las Antillas hay adolescentes conociendo el amor por primera vez tal como nuestros protagonistas. En Utajima también vive una chica de nombre Chiyoko. En realidad vive en Tokio, está estudiando en la universidad. Viene a ver a su familia a la isla cada cierto tiempo y siente atracción hacia Shinji. Pero el chico, lo sabemos ya, está enamorado de Hatsue. Una noche Chiyoko ve salir a la pareja del viejo faro y le despiertan los celos. Para desahogar su sentimiento se encarga de comentar el hecho a Yasuo, el joven que también busca el amor de Hatsue. Esto provoca que se expanda la noticia y da lugar a malas interpretaciones. Se pone en duda la virginidad de la chica. El padre le prohíbe ver a su enamorado y ambos sufren por la imposición. Shinji –además– se siente en desventaja por pertenecer a una familia humilde. Su madre intenta hablar con el padre de la chica cuando su hijo le asegura que no ha pasado nada entre ellos, pero el padre no la recibe. Entonces apago la luz porque me vence el sueño.

 

Por la mañana, al abrir los ojos y asomar por el balcón, la nave iba arribando a Santo Tomás en la isla Carlota Amalia que es la capital del archipiélago perteneciente a las islas Vírgenes de los Estados Unidos. Uno de los atractivos del lugar es visitar la casa de Barba Negra. Recordemos que muchas de estas islas fueron refugio de piratas, corsarios y bucaneros desde el siglo XVI. De manera que subimos a la parte sur del lugar y visitamos la casa, una edificación alta de piedra y de espacios rústicos. Luego paramos en un espléndido mirador desde donde se aprecia parte de la belleza de la isla y sus playas. Para entonces el calor ya dejaba sus huellas en la ropa y en el cuerpo así que decidimos emprender camino hacia la playa. Bajamos a la bahía de Megan, nos habían advertido que era una de las playas más bellas del mundo. No es que conozcamos todas las playas del mundo, pero en definitiva nunca habíamos visitado lugar parecido. El agua no es color turquesa como la he visto en otras playas del caribe, el mar es verdaderamente transparente, cristalino. Además la bahía, que desde cierta perspectiva tiene forma de un corazón, contiene el líquido en un estado de quietud maravilloso. Se puede reposar en el mar sin la preocupación de una sacudida de la marea.

 

Esta quietud está muy alejada de la tormenta por la que atraviesa el bote en el que viajan Shiji y Yasuo. Se me pasaba decirles que el padre de Hatsue emplea a los dos pretendientes de su hija en su compañía pesquera. Quiere probarlos. Quiere ver quién de los dos sería mejor esposo para la chica. Yasuo es un muchacho pretencioso y que además trata de abusar de Hatsue en una ocasión. De Shinji ya les he platicado. El caso es que llega una noche de una fuerte tormenta y hace falta que alguien se lance al mar para atar una cuerda a la boya salvavidas. Hay que asegurar la nave. Cuándo el capitán pregunta a la tripulación quién estaría dispuesto a hacerlo es Shinji quien se ofrece para la tarea. Al ver que el muchacho se lanza para concretar el cometido me asomo por el balcón de mi camarote en plena noche; observo las aguas oscuras e imagino lo que sería lanzarme, me regreso a la cama turbada.

 

Estábamos ya por terminar el viaje. Solo faltaba visitar la isla de Saint Kitts o San Cristóbal. La isla forma parte de la Federación de San Cristóbal y Nieves, es independiente. Su capital es Basseterre que cuenta con unos dieciséis mil habitantes. Es el país más pequeño de todo el continente americano tanto en población como en superficie.  Esta isla fue descubierta por Colón en su segundo viaje a América. Fue ocupada por españoles, holandeses e ingleses en diferentes momentos. Hoy en día es parte de la Mancomunidad Británica. Ambas islas son de origen volcánico por lo que su tierra es muy fértil pero su principal ingreso viene del turismo. De ahí que barcos como en el que viajamos nos llevaran a este destino. Al bajarnos nos encontramos con un desplegado de tiendas y restoranes que, claramente se aprecia, fueron edificadas para los turistas. El verdadero tesoro son sus playas. Aunque no puedo dejar de mencionar la fortaleza de Brimstone Hill diseñada por ingleses y construido por esclavos africanos a finales del siglo XVII. Pero fue en 1987 cuando fue declarada parque nacional y patrimonio de la humanidad.

 

De pronto recordé la novela de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Ya decía al inicio de esta reseña de un viaje dentro de otro viaje, o lo que es lo mismo: una historia dentro de otra. Incluso puedo imaginar las tantas historias que ocurrieron en el recorrido que hizo el monstruo marino. Al embarcar de nuevo nos alistamos para ir a cenar y justo antes de entrar al comedor principal uno de los pequeños comenzó con un cuadro de intoxicación. En el transcurso de la noche fueron ocho del grupo con los mismos síntomas. Apenas el día anterior habíamos comentado la suerte de que nadie se hubiese enfermado durante el viaje. Vaya, no es que sea supersticiosa pero da la casualidad que la idea fue puesta a discusión y al día siguiente se hizo presente la enfermedad. Hubo que lidiar con el problema, que visitar al doctor del barco, que sospechar de la calidad de los alimentos, que hacer las maletas de los enfermos, incluso que ser puestos en cuarentena en los camarotes como ocurre en las novelas.

 

Concluí El rumor del oleaje en el balcón de la cabina mientras los enfermos reposaban en sus camas. La novela tiene un final feliz. La historia en sí ocurre pausadamente, está lejos de los picos dramáticos y de tensión a los que nos tiene acostumbrado el mercado occidental literario. Es una novela que nos invita a navegar su territorio con soltura y sin prisa. Una verdadera obra poética que, como bien dice su contraportada, es imperdible para aquellos que hacemos de los libros grandes compañeros de vida.

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Sobre el autor

Gabriela Cantú Westendarp

Escritora y promotora cultural. Tiene una Licenciatura en Estudios Internacionales por la UDEM y un Master en Ciencias con Especialidad en Lengua y Literatura por la UANL. Es Directora de Difusión Cultural de la UMM. Ha sido productora y conductora de programas de radio y televisión. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2012 y Mención Honorífica en el Premio Regional Carmen Alardín 2011. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León en 2006. Es fundadora de Primer Cuadro, Casa Editorial UMM y miembro de su Consejo Editorial. Es miembro también del Consejo Editorial del Fondo Editorial de Nuevo León. Ha sido miembro del Consejo Editorial de la sección cultural del periódico EL NORTE del Grupo Reforma. Tiene cinco libros de poesía publicados, Material peligroso (Hiperión, UANL, 2015) Naturaleza muerta (UANL, 2011) El filo de la playa (Mantis editores 2007) El efecto (CONARTE, 2006) y Poemas del árbol (UANL, 2009). También publicó la novela Hamburgo en alguna parte (27 Editores, Fondo Editorial de Nuevo León, 2016). Su primer libro de ensayos literarios está en imprenta. Su obra se ha publicado en antologías, periódicos y revistas de México, España, Estados Unidos, Inglaterra, China, Colombia, Argentina, Ecuador, Cuba y Brasil.

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