
THE DAILY BEAST
Los juegos olímpicos celebrados este año en Río de Janeiro han destacado, entre otras cosas, por ser las olimpiadas más gay friendly de la historia (moderna, por supuesto). Las cifras manejadas por la prensa internacional llegan a cincuenta y dos atletas y entrenadores abiertamente fuera del clóset ,cifra que puede ir incrementándose a lo largo del evento. Otro apunte interesante es que las mujeres llevan la delantera absoluta en las competiciones fuera del armario, dato que se ilustra alegremente con las cónyuges Helen y Kate Richardson-Walsh, ambas compañeras integrantes del equipo británico de hockey, y la propuesta pública de matrimonio que Marjorie Enya, voluntaria encargada del estadio Deodoro, hizo a su novia Isadora Cerrullo, miembro del equipo brasileño de rugby tras su derrota frente a las australianas.
No obstante, estos juegos también destacan por el marcado contraste que los rodea. Desde el nombramiento de la sede, el ambiente de celebración devino en un mar de protestas contra el gobierno encabezado por Dilma Roussef (hoy suspendida del cargo) que fueron mundialmente cubiertas y comprendidas como producto de la inconformidad de celebrar un evento con un costo al erario de 85 millones de dólares en un país que atraviesa una grave crisis económica, la acentuación de su histórica desigualdad y serios niveles de desempleo. En el tema LGBT, esta apertura histórica y mediática que une al espíritu olímpico con la diversidad sexual y la no discriminación tiene lugar en el país líder en crímenes de homofobia, con 1,600 asesinatos registrados en los últimos cuatro años. Brasil tiene a su vez otro récord LGBT menos sangriento: la marcha del orgullo más grande del mundo, la de São Paulo, y una tolerancia cultural interesante en los medios de comunicación (no reflejada en las calles) hacia las mujeres trans, generada paradójicamente por el machismo y la cosificación del cuerpo femenino idealizado. En ese sentido, la villa olímpica es una burbuja arcoiris internacional en medio de una realidad mucho más caótica y contradictoria
Y bueno, mientras las mujeres LGBT viven su orientación sexual sin tapujos ni miedos alrededor de la antorcha olímpica, muchos hombres parecen esconderse todavía, incluso en el uso de herramientas tecnológicas para la seducción y el ligue. A través de esta óptica de la contradicción es posible entender la molestia que causó la publicación de un artículo del periodista Nico Hines para el medio estadunidense The Daily Beast. Dicho texto se basó en un experimento en el que el autor, que se define como heterosexual, abrió un perfil falso en Grindr, la famosa aplicación móvil de ligue gay que le permite al usuario visualizar hombres conectados en proximidad en busca de encuentros, y reportó los datos que obtuvo en sus conversaciones con varios atletas en el clóset. Si bien el objetivo explícito del texto era retratar la mítica impetuosidad de la vida sexual en las villas olímpicas, su tono fue tachado de sensacionalista, acusador y socarrón en redes sociales y otros medios. Además, lo más grave del texto según sus críticos fue la revelación de detalles explícitos sobre la identidad y nacionalidad de los participantes en el experimento —algunos de ellos originarios de países donde la homosexualidad aún se encuentra criminalizada— que ponían en peligro la seguridad de los aludidos.
Grindr por sí mismo es una buena muestra del nivel de ambigüedades que trae consigo ser gay en esta época. Si uno abre la aplicación en Monterrey, por ejemplo, se encuentra con una mayoría de “descabezados” o de gente que se rehúsa a mostrar sus fotos. Aunque es verdad que las razones de esta resistencia pueden ser varias —como estar solamente viendo el menú sin compromiso, la infidelidad, la mojigatería y la doble moral…o estar muy feo—, el motivo más frecuente del ocultamiento suele venir de las profundidades del clóset: o se trata de hombres casados o que viven con sus padres, o bien sólo de hombres “discretos” sin más explicaciones. También es cierto que, aunque hay quienes dicen buscar encuentros amistosos o incluso alguna relación seria en la aplicación, la mayoría de los hombres que utilizan Grindr lo hacen persiguiendo encuentros sexuales inmediatos —o sin tanto trámite— con hombres disponibles y a pocos metros a la redonda, por lo que el rostro no resulta tan relevante como lo que hay por mostrar del cuello para abajo. En todo caso, el artículo de The Daily Beast —que terminó por ser retirado de su portal— ha puesto sobre la mesa la discusión sobre los límites de lo público y lo privado en materia de derechos sexuales. Después de todo, tratándose de la esfera íntima, mantenerse en el clóset también es un derecho para muchos, sobre todo si el trabajo, la estabilidad, las relaciones —o la vida misma— corren peligro.
Más allá de que los atletas del sexo masculino —calentados por la llama olímpica— se escondan de los dioses a la hora de gozar con otros hombres, el tema a discutir debe ser la existencia de razones de peso —de origen sociocultural, no individual— para esconderse, hoy en 2016, ya sea en Rio o en Monterrey. Tampoco me parece relevante que el mencionado artículo haya sido escrito por un heterosexual, hecho que ha servido para alimentar muchos de sus vituperios, pues las ventas del morbo periodístico no conocen de discriminación: vende mucho y para todos. Esto último quedó claro tras el episodio de burla masiva en redes sociales que enfrentó el cantante mexicano Alejandro Fernández luego de que una revista mexicana —por cierto dirigida por y para la comunidad LGBT desde Monterrey— publicara una foto suya en condiciones lamentables (me refiero a su cabello) y en las que su orientación sexual quedaba, una vez más, puesta en duda para deleite de las burlas en las redes sociales y la prensa de espectáculos.
Mientras unos se indignan por la ética cuestionable (o el morbo) de revelar o incluso indagar sobre la intimidad sexual de quien se oculta, otros señalan el reforzamiento homofóbico cultural que genera el que la gente no decida salir abiertamente ni asumir públicamente sus deseos, con la misma libertad y seguridad con la que lo hacen los heteros. ¿Cómo entender tantas contradicciones? Después de todo, mientras la sexualidad masculina siga siendo víctima de sus propios privilegios y hostilidades, el clóset será el refugio ideal para olvidar las penas y calentarse a gusto.