La humanidad viviente está acompañada por las formas que hicieron los hombres, las filosóficas, las verbales y las virtuales. Si no hubiera esto seríamos nada, como changos. Para mí el arte es lo primero: el hombre en bruto es un artista que se expresa, que imagina, sueña, hace formas
Juan Soriano
I
Juan Francisco Rodríguez Montoya, conocido como Juan Soriano, el artista plástico (1920-2006), es un poeta de la pintura. El viajero por sí mismo y por el mundo, por ciudades vividas, de las que siempre regresaba a su tierra y tradición. Nació para ser artista, pues desde niño sus juguetes cotidianos eran el papel, la tinta, los pinceles y el barro. Para quien la profecía del pintor mexicano Alfonso Michel se cumplió: “Tú vas a ser pintor”. Como mi amiga Teresa del Conde: “La primera persona que intuyó las dotes poéticas de Juan Soriano fue Alfonso Michel”. Y cuya niñez se pobló de imágenes de la mitología griega, el cristianismo y la vida sencilla de las gentes de Jalisco. Al artista reconocido en México, Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón. A quien recibió el premio José Clemente Orozco (1957), el Premio Nacional de Artes (1987) y el Premio Cervantes (1976). Al artista que expone pinturas, esculturas, dibujos y obra gráfica. Al niño prodigio que pronto se relaciona con los grandes artistas e intelectuales de la época: Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, María Izquierdo, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz. A quien se la pasaba horas contemplando el cambio de las formas con la luz, y se desesperaba por no poder copiar ese milagro. Al que nunca pudo responder dónde se origina el deseo de crear. A quien como Ulises regresa tras las tentaciones y las borrascas para encontrarse consigo mismo y para que lo reconozcamos sólo por el trazo.
II
Juan Soriano es el poeta del óleo, la acuarela, el limo, el bronce y el teatro; el artista que no pertenece a ningún grupo, y que por ello ofrece una poética personal a la historia del arte mexicano, en la que conjuga el arte de vanguardia con el arte tradicional mexicano. Soriano incursiona en el grabado, la escultura, en bronce, terracota y barro, la escenografía y el vestuario teatrales, el tapiz y la ilustración de libros, además de actuar al lado de Octavio Paz, Leonora Carrigton y Juan José Arreola, en el grupo Poesía en Voz Alta.
Juan Soriano —dice Paz en 1941— es tan delgado como un esqueleto de juguete, encorvado por la pesadumbre o la experiencia, cuyo rostro semeja a un pájaro perdido. Soriano es un niño viejo o un niño ingenuo y malicioso. Con la ferocidad y la inocencia de los niños, además de la experiencia de los viejos, lesiona su niñez, de cuya herida brotan seres misteriosos: “changos”, niños, “niñas de vecindad”, flores de papel, frutos de piedra, moscas, reptiles, una infancia triste que parece rechazar. Entre la obra y el espectador —advierte Paz— hay una pugna y una respuesta. Sus dibujos son ásperos y sus colores sombríos. Soriano revela y se revela a sí mismo: la intimidad de su ser y de nuestro ser. ¿Se rebela contra su niñez? (Paz, “Rostros de Soriano”, Las peras del olmo, México, Seix Barral, 1987:208-209). Él parece confirmar la intuición de Paz: ”Yo sufrí mucho de niño, no me gustaba ser niño. Vine a vivir en casa de mis tíos porque quería alejarme de mi familia, ¡no la soportaba! Todo lo que yo hacía les molestaba, les parecía que mis aficiones de pintor me iban a llevar a la perdición, a convertirme en un paria” (José Luis Solana, Tips de Aereoméxico, Guadalajara, no. 4, verano 1997).
Pero a partir de una nueva exposición de Soriano realizada en 1954, Octavio Paz declara que se trata de un nuevo rostro, que no significa una renuncia. El pintor no se niega a sí mismo ni a su obra. Al Soriano de hoy le precede el de ayer. Soriano es fiel a sí mismo aunque escapa de sí. El pájaro inmóvil emprende el vuelo y se pierde en las nubes. El poeta, el pintor, nos regala las parabólicas curvas de serpientes solares, el triunfo del amarillo, la expansión del rojo, el oleaje de una vida cálida: “Veo a través del instante un remolino dorado de formas que se hunden y resurgen más tarde como cabelleras o espigas, columnas o cuerpos, peces o dioses” (Paz, “Rostros de Soriano”, peras del olmo, México, Seix Barral, 1987:210). Aunque persiste la mirada terrible de la muerte, que al mofarse de nosotros nos humilla, el poeta del aire vuela, pues sus poemas acuáticos navegan, su poesía de la tierra excava, su poética del fuego quema. Soriano socava su ser y del páramo mismo extrae su verdad, que es la verdad de todos: el mundo existe, como la muerte, el hombre es y no es. En Soriano —insiste Octavio Paz— todo es metáfora, pues a la serpiente le brotan alas y el susurro del mar es el mismo de las estrellas. Lo celebra Paz: “Soriano ya es otro; ya es, al fin, él mismo. Ha descubierto el viejo secreto de la metamorfosis y se ha reconquistado” (Paz, “Rostros de Soriano”, peras del olmo, México, Seix Barral, 1987:211).
Para Octavio Paz, en sus diversas modalidades, el arte de Soriano es una exploración de los orígenes. Por ello, cuando Soriano pinta a Lupe Marín, Octavio Paz sostiene que la pinta con más libertad que Diego Rivera, con más crueldad y con más ternura, como un poeta ante la realidad cambiante del cuerpo y el rostro, con la devoción del creyente ante su divinidad: Lupe Tonantzin (Octavio Paz, “Retratos de Lupe Marín por Juan Soriano”, Inroducción al Catálogo de la Exposición, México, Galería Misrachi, 1962).
III
Juan Soriano es el pintor de la aurora. María Zambrano, la filósofa española, inspirada en “la razón vital” de Ortega y Gasset, ante la deslumbrante razón de los ilustrados y la noche oscura de los románticos, descubre una luz propia: la aurora, el alba, los claroscuros del amanecer, la razón metafórica, la lógica del corazón. Ni el sol de mediodía ni la noche insondable. Zambrano, desde esta aurora, contempla la pintura de Juan Soriano.
Para María Zambrano, la contemplación de los óleos y las acuarelas de Soriano significaron una experiencia del otro mundo, como el arte y la verdad, una herida, un fulgor que lastima, el alba que sólo si avanza ascenderá hacia el día. Como lo sugiere Raquel Tibol, Juan Soriano, l’enfant terrible de la pintura mexicana, es versátil y juguetón para mantener al público asustado o sorprendido, lo que lo hace el menos imitativo de los abstraccionistas mexicanos (Raquel Tibol, Historia general del arte mexicano, México, Hermes, 1969, t.II). La pintura de Soriano —sigue Zambrano— es una revelación del misterio del instante, donde el pasado y el futuro se encuentran en un soplo. El arte de Soriano es un acto, un instante herido que desgarra el futuro. Las pinturas de Soriano son instantes poéticos que alcanzan el valor de la profecía: el oscuro fondo de donde brota toda la realidad (María Zambrano, “La aurora de la pintura en Juan Soriano”en Introducción al Catálogo de la exposición Óleos y Acuarelas de Juan Soriano, México, INBA, 1955). Cual eco de Zambrano, para Luis Cardoza y Aragón, la pintura de Soriano es la presencia de su libertad: la pintura misma. Es su vida interior lo que impera en su obra, lo que él llamó, para darse a entender, literatura (Luis Cardoza y Aragón, México: pintura de hoy, México, Fondo de Cultura Económica, 1964).
IV
Juan Soriano es color y poesía. La imaginación poética de Juan Soriano, temprano se pobló de seres fantásticos que cobraron realidad: los seres míticos de La Iliada, los lacerados cristos, los arcángeles con espadas de fuego y los querubines con alas de papel. Lo intuye Teresa del Conde, una mezcla de recuerdos infantiles y azares insólitos de la vida es una sustancia que retorna en su obra, tal vez como el regreso imposible a los orígenes ignotos. Un mundo, como canta Octavio Paz, en el que el cielo se ha detenido, entre nubes de yeso, donde arde la luna, cuando las horas están suspendidas entre un abismo y otro, y todas las cosas despiertan y se incorporan en silencio: el nahual, el coyote y el aullido, las almas en pena que se bañan en las gélidas riveras del infierno (Paz, “A un retrato”, Poemas, Seix Barral, Barcelona, 1979).
Juan Soriano —sostiene Juan García Ponce— es un artista singular. Esta es una frase que parece un contrasentido, pues sólo la singularidad del arte lo eleva a obra universal e inmortal; más aún, sólo la creación de un nuevo lenguaje puede ser llamado arte. Pero el contrasentido se diluye si se toma en cuenta que a Juan Soriano no se le puede colocar dentro de un estilo, del que el filósofo español Eugenio Trías afirma que es la muerte del arte. Y es que Soriano parece estar surgiendo siempre de los orígenes, en el principio del principio, lo que produce la experiencia poética de la extrañeza. Soriano no busca la pintura sino que se busca en la pintura. No es su identidad sino la negación de su identidad, a través de los accidentes que desgarran su biografía (Juan García Ponce, “Juan Soriano”, Introducción al Catálogo de la Exposición Color y Poesía, Museo de Arte Moderno, México, INBA, 1976).
Es asombroso ver artistas múltiples, es decir, que diversifican sus técnicas, oleo, acuarela, limo y demás, no se enfocan en uno solo. Si no me equivoco, una de sus obras más famosas es “apolo con peces”