Si no te construyes siquiera una razón para vivir, no podrás seguir viviendo
Mushishi
Si muero en guerra me vuelvo monte para florear
Patricio Hidalgo
Notas preliminares
1. Creo que quien escribe no es realmente responsable de los posibles efectos suscitados por los textos que emerjan de su creatividad o vómito mental: ciertamente, eso le corresponde a los posibles lectores, que a su vez no son tampoco enteramente responsables del resultado de que lo leído les cause tal o cual cosa; finalmente somos situaciones transitando momentos. Esto se debe a las condiciones inconscientes de nuestra mente, pero lo importante es lo que el texto nos haga reflexionar, nos evoque, nos sacuda, conmueva o revele para continuar en el camino del presente que nunca para. De algún modo, lo trascendente está en cómo nos apropiamos de cualquier experiencia y la asimilamos en nuestra biografía (asimismo, una ficción mediada por nuestra memoria).
La lectura y escritura son procesos dinámicos de continua reconstrucción, no sólo a partir de cada conciencia individual, sino también de la temporalidad. Cada lectura: una nueva interpretación, aún sea la misma persona quien lea una y otra vez (considerando que esa “misma persona” también muta). La lectura es una relación simultánea entre lo que somos, proyectamos y aquello que viene de otro lugar, fuera de nosotros.
2. He notado que mis textos son creados en momentos específicos (algo bastante obvio: todo ocurre en un lapso determinado), los cuales tienen que ver tanto con etapas particulares de la vida como del día de la creación, ya sea madurez o nebulosidad en los procesos creativos, que pueden tener diferentes aristas como cuando aparecen oraciones que parecieran ser llaves para otra cosa, párrafos que son códigos, frases incompletas o prosas poéticas en medio de otro tipo de narración, ideas cargadas de mucha lucidez o al contrario misterio… En fin que es muy híbrido mi proceso particular, ya se habrá notado. Lo tomo como un laboratorio de experimentos discursivos.
3. Principalmente mi motivación y origen para escribir se divide en dos: sentir y pensar. Sentir para lograr una posible reconexión emocional, un regresar a esa dicha de estar viviendo y verbalizar el caótico riachuelo de nuestro transcurrir existencial; pensar para poner en movimiento las ficciones que cada persona y colectividad mantienen frente a su realidad, particular y compartida. En esencia escribo para acomodar, al final es una manera de adecuar pensamientos-sentimientos, nebulosas sin nombre ni ordenamiento en un código común.
Ahora sí, el texto
Desde los catorce sé de la violencia que sufrió una parte de mi familia, la materna, a partir de que mi tío Sergio fue arrancado por las garras del Estado; desde 2010 sé de la violencia que comenzamos a experimentar en Monterrey a raíz del narcoestado: esos dos mapas hicieron escisión con lo que creía que era vivir. Por un lado se abrió una honda herida y por otro se fue configurando un propósito de qué hacer en el mundo. Ese es el momento crucial en el que descubres: el corazón no es imparcial.
Esta conjunción de mapas es el contexto desde el cual surgen mis palabras, porque a pesar de la violencia es importante no olvidar lo que sentimos y los momentos de respiro, lo cual significa básicamente hacerle espacio al amor y sembrarlo con las fuerzas que logremos reunir, porque es aquello que está desfallecido. A veces me pregunto, ¿qué sería de nosotros, las generaciones jóvenes y las maduras, qué sería de nuestra escritura, de nuestras decisiones y nuestros caminos si no conociéramos la guerra?
De cualquier modo, hemos vivenciado los estratos de la vida social, traducidos en el malestar de la cultura, esa presión que nace de la obligatoriedad por cumplir expectativas, obedecer mandatos y encajar en ciertas identidades y estructuras preconfiguradas, no consensuadas ni meditadas, sino repetidas inconscientemente; cuando no te ajustas a ellas llenarte de culpabilidad, rechazo y confusión. Como seres sociales, se nos ha dicho qué debemos ser y hacer, y se han establecido restricciones de nuestras propias potencias, voluntades y deseos.
El texto del mes pasado lleva por título Susurros del corazón (1995), nombre de una película de Studio Ghibli, en la cual se plasma el desafío de una adolescente lectora, Shizuku, por descubrir lo que es capaz de hacer desde su más pura voluntad. Descuida entonces la escuela en época de parciales, sus horas de sueño, el tiempo con su familia. Debido a su pasión por la lectura, pronto comienza a escribir e inicia traduciendo canciones del inglés al japonés. Su desafío comienza cuando conoce a un muchacho laudero, Seiji, el cual casualmente ha leído los mismos libros que ella de la biblioteca. Seiji le muestra la posibilidad de tener un sueño y perseguirlo, pues ha decidido elaborar violines artesanales, algo que su familia no acepta, pero con quienes ha llegado a un acuerdo tras constantes discusiones para poner a prueba su talento.
Ella en un primer momento se siente intimidada e inferiorizada por la determinación de Seiji, pero posteriormente entiende que así como él, puede retarse a sí misma y buscar algo propio, algo que ella pueda crear con sus manos y emociones: escribir una historia. Este impulso por hacer algo distinto, fuera de las casillas que le corresponden llenar, proviene no sólo de asombrarse ante Seiji, sino de un llamado intrínseco hacia lo mágico, hacia aquello excepcional, la imaginería de otros mundos posibles.
La escritura es memoria, pero asimismo tejido de utopías, pozo de nuestros sueños, fuente de imposibles, puentes hacia dentro.
Debido a su pasión incansable, los padres de Shizuku comienzan a notar que algo raro está ocurriendo en la vida de su hija (ha bajado diez puestos en las calificaciones) y deciden hablar con ella; pero ella prefiere esperar hasta que termine su misión para contarlo. En ese momento su padre le dice: “No hay una sola forma de vivir la vida… Muy bien, Shizuku, haz lo que creas que debes hacer. Pero te advierto que vivir de una forma distinta a la del resto del mundo es muy duro. No podrás culpar a nadie en caso de que las cosas no salgan bien”.
Esto me hace pensar en la fortaleza y el exilio que surgen de mirar y hacer las cosas de un modo disidente, la responsabilidad que esta decisión y naturaleza conlleva (nadie puede asegurar si esto es mejor o peor, simplemente es algo que está ahí, aquello que rompe la indiferencia o la inercia y que da movimiento al flujo de los acontecimientos). Hay momentos cruciales que marcan nuestro camino: una decisión, una conclusión después de mucho andar y revolver pensamientos, de plantarse frente a la realidad y accionar sin titubeos.
En muchas personas, los estratos fueron percibidos y nacieron entonces las dudas de cuál es nuestra esencia, ¿dónde estamos más allá de nuestras apariencias y obediencias?
Constantemente nos ponemos a prueba pero también crece en nosotros la conciencia de un mundo en ruinas, ahuecado, sangrante, herido históricamente. Cuando entiendes que formas parte de algo más allá de tu persona, que eres parte de una colectividad, das cuenta que el mundo duele y asimilas la historia que te precede, porque somos unidad, surge así la urgencia, una espinita, una chispa que te lleva a pensar cómo se puede contrarrestar esto. Creo que ese es uno de los cimientos iniciales de la politización: saberse parte de una comunidad y accionar desde esa conciencia, con nuestra caja de herramientas.
Después de la guerra y viviendo en ella ¿qué sigue ahora, quién soy yo? Sé que el pájaro sigue aquí adentro, pero ¿qué fragmentos de luz quedan intactos y cuáles puedo construir?, ¿cómo hallar las llaves para salir? ¿Soy capaz de asimilar y ver el mundo con todas sus aristas y dolores y aún así estar en él para hacerlo distinto? ¿Qué necesito dejar atrás, qué mundos necesito destruir? ¿Cómo puedo renacer?
A veces nos encontramos débiles y frágiles por la atención que requerimos para sentirnos queridos y así validados, y entonces descubrimos el deseo de sabernos parte de algo más, importante y único; cómo el presente así solito cuesta abrazarlo y amarlo en su totalidad y estamos a la expectativa de un hallazgo glorioso que aguarda y esperamos, esperamos que algo se resuelva dentro nuestro y que del cielo caiga un milagro y nos sumergimos en las casillas de la vida creyendo que hallamos las respuestas, esperamos encontrar de un golpe de gracia la trascendencia mientras entregamos nuestro tiempo y vida al ordenamiento de un sistema extraño y amurallado y de muerte y nos cuidamos en las noches del peligro y desconfiamos de quienes dicen defendernos. Pero el amor no se olvida, la memoria no se detiene. La liberación no es un momento, es un tejido entrelazado, es un verso tramado en la historia del tiempo, es el final de una historia, el inicio de un sendero.
Apéndice: “El juicio” es el nombre de la carta número XX en el Tarot de Marsella, siendo parte de los arcanos mayores. La imagen de la carta y su posición nos hablan de un momento previo a la autorrealización, el final del camino espiritual, una etapa crucial en la que es necesario escuchar un llamado hacia la trascendencia, en donde necesitamos examinar lo que hemos hecho, la necesidad de cambio, poner las cartas sobre la mesa, hacer justicia y balance, tomar decisiones, resolver conflictos, escuchar nuestro propósito en el mundo, momento de resurrección, claridad, lucidez y determinación: es la hora de la verdad.