Las poéticas del decrecimiento, leí. FEMSA había invitado a un grupo de artistas a formar parte de una exposición alrededor de este tópico. Me tallé los ojos. FEMSA, decrecimiento. Poéticas. Había que verlo.
¿Cómo iban a manejar los artistas este tema ante su anfitrión, que es una empresa expansiva, presa del gigantismo corporativo? ¿Qué reflexión harían de Monterrey, laboratorio del crecimiento como única medida de éxito? ¿Podría el lenguaje simbólico colocarnos alguna buena sacudida? Quizá fueron muchas mis expectativas.
Primero recorrimos la selección de obra, lo que hasta el año pasado conocíamos como la Bienal de FEMSA, es decir, un concurso de arte. La diversidad de voces salva a esta exposición. Las hay frescas, maduras, pretenciosas y sinceras. Hay de todo: video, plástica, instalación. Funcionó bien para una tarde de sábado, como un paseo. Si tuviera que calificarla diría que fue “entretenida”. Punto. No hubo sobresaltos. Al salir del Centro de las Artes la exposición había terminado para siempre.
Y ahora sí, nos dirigimos a la nave Generadores. Vale decir que abrí la puerta con el eco de estas palabras del curador Willy Kautz: “El concepto es la poética del decrecimiento, que intenta dar una visión amplia con respecto a la relación entre el arte, la economía y la ecología política. Los artistas que participan del programa curatorial tienen una visión muy informada respecto de la relación entre la estética y los imaginarios industriales, del consumo, de la economía y la ecología”.
Comencé a recorrerla ávida por establecer ese diálogo con los artistas. Recorrí la primera parte y pensé que algo iba mal, que no había tema o que no lograba decodificarlo. Mi sensación fue de estar viendo cómo la retórica del arte le sacaba la vuelta a la pregunta ¿cómo vivir mejor con menos?, que era el subtítulo de la exposición. Avanzamos a la siguiente sala pero no hubo un solo pico en la experiencia estética. Así, si tuviera que resumir la exposición en una palabra diría “floja”. O los artistas invitados por la empresa no supieron trabajar con un tema inducido o no supieron lidiar con el filo de incomodar al anfitrión. Pero hay más.
Al paso de los años, FEMSA se ha convertido en un valuador de arte. Abre o cierra la puerta del mercado. Sube los precios o los baja. Legitima. De ello se han beneficiado muchos artistas que de otro modo no podrían ejercer su oficio, pero además, la Bienal es un pretexto para trabajar, para enfocarse, y eso tiene un enorme valor. Sin embargo, el poder de la Bienal puede jugar en contra de los artistas. Y esa fue mi impresión en esta exposición. Los más de treinta artistas invitados ya habían ganado. No era necesario desafiarse porque ya se formaba parte del canon. Quedarse dentro puede ser una pretensión suicida. Esto es, estamos ante el riesgo del arte endogámico, es decir, un arte que responde al valuador y un valuador que legitima a sus artistas como productos suyos. Me pregunto si es posible burlar esta tensión. Y supongo que sí, siempre y cuando los espectadores nos tornemos en críticos. El mecenazgo no es el acabose mientras el público exija, desmienta y entable un diálogo con las obras. De esta manera los artistas recuperan fuerzas para lidiar con el dilema entre trascender o sobrevivir.
Hay que señalar, con todo, que la mayor parte de los artistas invitados tienen un reconocimiento público, más allá del sello de FEMSA. Pero en esta exposición se notan pálidos. Algunos ni siquiera ofrecieron material nuevo, sino que buscaron en su acervo obra que más o menos tuviera algo que ver con los tamaños, la pobreza, la destrucción o el buen vivir, sin realizar una propuesta madurada. Fueron apenas primeros esbozos de una reflexión que no quisieron, o no pudieron plantear.
De manera que el decrecimiento sigue necesitando poéticas, definitivo, pero éstas jamás podrán fingirse. En este sentido no comprendo cómo a FEMSA se le ocurrió promover este movimiento global que dispara directamente a su corazón. Porque el decrecimiento no es aprender a vivir con la recesión económica, o con menos de lo mismo. No. Es un cambio radical en el entendido del vivir. Es un frenar la máquina porque vivir para producir y consumir ya no resuelve la angustia existencial. Esta propuesta contracultural se basa en la voluntad personal. Esa es toda la energía que necesita para echarse a andar. Es esa voluntad por lo simple y lo austero ante el deseo proscrito el centro de toda transformación. Pero en cambio, FEMSA es una empresa que crece por inercia. El crecimiento es su leitmotiv. ¿Será que están cuestionándose, por fin, la insostenibilidad del modelo o, simplemente, en su afán expansivo, buscan quedarse también con las discusiones ante el fracaso del sistema económico que nos gobierna?
“Siempre habrá acuerdos y desacuerdos, lo cual significa que en el arte se configuran formas que entretejen compromisos, agendas con lo sensible y lo democrático. En este sentido, no siempre hay consensos, sino disensos”, comentó Kautz en una entrevista de Concepción Moreno, para El Economista. Y concuerdo con él. El arte (y FEMSA) nos vuelve a dar motivos para mirarnos y abrir discusiones urgentes.