Un fin de año siempre está asociado a los cierres, la reflexión y la autocrítica. En el caso de Revista Levadura, ese ejercicio se suma a su primer aniversario, y entonces para mí esto es como un discurso serio de fiesta cumpleaños. Ahí va.
Primero que nada, hay que dejar claro que para que mi compromiso con algún proyecto, relación o trabajo dé frutos es necesario que −en términos psicoanalíticos− la transferencia esté en juego. O bien, que haya amor de por medio, en lenguaje común. Citando a Coral Aguirre, “mi eterna condición es el enamoramiento”. Sólo desde ahí puedo hacer uso de la palabra para contribuir a este momento de celebración y desafíos que constituye nuestro primer cumpleaños como revista.
Hablar del origen de Levadura es un poco como hablar de magia, o si se quiere, de esos discursos que hoy explican de forma barata lo que se ha sabido siempre: la materialización de los sueños a través de la palabra va seguida por la acción. “Decrétalo”, dicen algunas personas asiduas a lecturas de superación personal. “Visualízalo en tu mente como si ya hubiera pasado y listo”. Pues así, una ocurrencia dio lugar a un manojo de ideas que se materializó en un proyecto vivo haciendo algo con los deseos pero también tomando en cuenta las limitaciones. Debo mencionar que al principio los involucrados soñábamos con una publicación impresa, y algunos creíamos en la necesidad de contar con ambos formatos, la idea era compartida. Al final nos decidimos por apostarle de entrada y con todo a los medios electrónicos, principalmente por razones de peso (mexicano). El objetivo era claro: ser una revista de crítica y análisis cultural que realmente se vincule con el afuera, con los distintos tipos de realidad (y de lectores) y no sólo con los claustros de toda la vida. Todo pasó de repente. El deseo hizo de las suyas con el movimiento de todos los involucrados y hoy mismo contemplamos con emoción lo que ha pasado y esperamos el primer anuario impreso que saldrá en febrero de 2017. El principal catalizador fue la apertura. Comenzamos a trabajar en grupo y con grupos ya establecidos, experimentados. Sí, a veces no hubo engarce o éste duró poco, pero la red comenzó a tejerse así, con los hilos extendidos y ávidos de enlace.
Pero ¿cómo llegué hasta aquí?
Mi entrada a Levadura surge en la textura amorosa y confianzuda de la amistad. Mi mudanza a la Colonia del Prado, sede no oficial de nuestra sinergia, me condujo inevitablemente a la casa de Coral, este recinto energético que cumple muchas funciones y que es constantemente visitado por personas de todo tipo de origen, edad, afiliación, código postal, orientación sexual, espiritual, o etílica. Coral es una experimentada tejedora de historias, que atiende en su sala a grupos de lectura, de teatro, de cine, de estudios, amigos entrañables, alumnos o exalumnos, o a sujetos afectados por Eros u otras adicciones; ella da cátedra, consuela el mal de amores o putea egos desprevenidos, lo hace mientras fuma, acaricia a sus mascotas y ofrece galletitas. Su largo camino como maestra y teatrera la han hecho una experta manejando excesivas demostraciones o demandas de amor, algunas peligrosas, igual que cualquier experimentada psicoanalista. Una mezcla entre la abuela sauce de Pocahontas, la Suma Sacerdotisa del Tarot Rider-Waite y Violencia Rivas, la figura de Coral es, aunque le cague que se mencione, la columna principal de este edificio, el punto donde se unen todos los estambres, en el afecto. Cuando la conocí sentí que había estado en mi vida desde antes; en mi inconsciente Coral no tiene edad, ni sexo ni origen. Es tan mexicana como argentina, tan masculina como femenina y tan anciana como una quinceañera. Salud, Coral.
Fue Kaput, en aquel entonces mi amado roomie, quien me llevó a esa casa como invitado a un grupo de Estudios Culturales que fue el germen indiscutible de Levadura. Llegué tarde, ajeno y extranjero de muchos territorios, pero sobre todo ajeno al mundo de la profesionalización de las letras. Con la escritura de una tesis a cuestas, tuve la ventaja de ser al principio un observador participante en medio de la depresión tesista, para no decir un tímido e inseguro serotillo recién llegado y rodeado de cacas grandes. Kaput fue el primero que creyó en mí, antes que yo mismo en esa época, y en el valor de mi contribución al grupo. Trabajar con él, es todo un reto. Su brillo intelectual, su agudeza y entrega al trabajo que ama, inversamente proporcionales a sus habilidades socioafectivas −saludos, manito−, han favorecido enormemente el desenvolvimiento de mi pluma y todo lo que he aprendido sobre la marcha del mundo que Levadura me ha presentado, pero sobre todo la calidad con la que la revista ha sabido darse a conocer. Como editor en jefe no se le va una, y en mi labor como corrector la responsabilidad de estar a la altura de lo que espera de mi trabajo es una angustia deliciosa.
Esa responsabilidad crece cuando se tiene en el equipo a figuras tan pesadas como Jaime Villarreal o Víctor Barrera Enderle. De este último sólo puedo decir que empecé siendo su silencioso groupie. Su manera de escribir lo hizo pasar de ser un mi crush intelectual a un verdadero maestro por correspondencia, y sin honorarios (lo mejor de todo). Gracias a su talento, su nombre y su don de gentes la revista pudo comenzar a abrirse a otras plumas. Desde el inicio todos nos propusimos ser un medio plural que no se cerrara al campo literario, y en algún sentido el papel de Víctor, sus ojillos pispiretos y sus musculosas credenciales −saludos, manito− labraron el camino. Después, claro, otras plumas han llegado por diversos medios, no cabe duda. Todos colaboramos al ser piezas que conecten con otras disciplinas, autores y visiones. Es un verdadero privilegio leer y conocer a tanta gente que ahora colabora con nosotros de manera más o menos regular, y un gozo compartido el que Levadura tenga vida propia a través del aliento de todos estos autores que han respondido sin descanso.
Así, sin más detalles, no sólo me vi de pronto ante el enorme compromiso de mantener una columna mensual sobre temas LGBT(TQPPIxyz, etc.), sino de estar frente a la delicada talacha de la corrección de decenas de textos en un par de días y la conducción de nuestro programa de análisis y debate bajo la dirección de Damián Cano. La presencia de Damián, nuestro Rey de Oros, ha sido fundamental a la hora de aterrizar proyectos, pues casi todos los que estamos detrás de la salida de cada número vivimos un mundo etéreo de procesadores de textos, lecturas, divanes y salones de clase. Somos unos soñadores a los que se nos olvida doblar la ropa o pagar el agua por estar gozando del oficio de la palabra. En ese sentido, somos también unos privilegiados −que pagan renta o usan el metro, pero con vacaciones pagadas, becas o premios− que no sabemos hablar de empresas, finanzas o juntas de negocios. Damián es un hombre tan sensible como pragmático, un sabio del cine y el mundo audiovisual y un realizador en todo el sentido de la palabra, que nos ha llevado de la mano al mundo de lo concreto paradójicamente a través de lo virtual. Con él y su soberbia de niño fresa de Victoria, Tamaulipas radicado en San Pedro −saludos, manito− hemos logrado cosas que yo todavía no comprendo y que observo con gusto. Él ha capitalizado mi afán histeroide de seducción e histrionismo a través de la cámara, llamándome sarcásticamente su Estrella. Un saludo a todos mis amigos que estudiaron Comunicación y que observan cómo ostento mis áreas de oportunidad frente a una cámara.
Con Levadura TV he conocido a un equipo de personas sumamente profesionales que también, como nosotros, le ponen amor a lo que hacen: Javier el chiquilín, Agustín, Carolyne. Y también gracias a esta conexión fue que llegamos con Héctor Orlando Aguirre y El Clóset es para la ropa, no para las personas. Este lazo ha enriquecido indudablemente mi trabajo en temas sobre diversidad sexual a la hora de escribir para mi columna Castillos. Con ellos he visto de cerca el trasfondo generacional y cultural en que vivimos los diferentes. Ha sido un regalo de inagotable aprendizaje.
Levadura nace en la mesa de centro de un grupo de personas a quienes admiro profundamente y que he llegado a querer como una familia, que no sólo es disfuncional sino también diversa. Cada número viene con novedades positivas, alianzas, celebraciones, pero también con tensiones, mentadas de madre, chiflazones, portazos. En la autocrítica hay mucho que decir: Sobre mi columna, el tema no se agota pero de pronto es más difícil aislar los contenidos de un problema social cada vez más evidente en nuestro país. La misoginia y el machismo están en la base de la violencia y los crímenes de odio perpetuados tanto hacia las mujeres cis o trans, como a la comunidad LGBTQ en general. Para mí sigue siendo un reto tocar temas que nos interesen a todos los involucrados con la diversidad. Castillos nació con una intención lúdica, una referencia superflua a una canción de Amanda Miguel y a los arquetipos de masculinidad y feminidad que existen dentro de la diversidad sexual con reyes, princesas y dragones en clósets de piedra. Hoy parece que esa intención le queda chica. Asimismo, es importante subrayar que mis esfuerzos son los mismos de todos los que colaboramos con la revista: estamos cada uno dedicados a nuestras profesiones, trabajos y proyectos igual que a Levadura. El reto principal ha sido también una fuente de gozo: el malabarismo constante entre mis clases en la universidad, mi consultorio y cada número que sale.
Mi trabajo como corrector dentro del equipo de edición también ha sido un gozoso via crucis. Sin duda, ha sido tan valioso como cualquier maestría en la materia. El arte de corrección es durísimo, porque nadie ve las dos horas de trabajo que hay detrás de unas cuartillas, sino el acento de más o la coma mal puesta que asalta la miopía, el punto ciego, acto fallido o desgaste tipo burnout de aquél que corrige. En ese sentido ha sido fundamental el trabajo de Laura Ascanio y Ana Villazana, mis colaboradoras más cercanas, y la supervisión de Kaput. Y claro, el ojo clínico de los demás y su retroalimentación constante. La virtualidad nos ofrece ventajas en este campo, también hay que decirlo. Mi compromiso se mantiene firme junto a mi deseo de mejorar con cada número, porque como dice Coral, el líder no es el individuo sino la tarea. Saludos a todos mis amigos que estudiaron letras y se dedican a la edición y la corrección de estilo celosos de su quehacer. Su amigo psicólogo y corrector los aprecia.
Levadura está viva y nos exige mucho a todos. Nos recuerda día con día que el compromiso se extiende sin tiempo una vez que se ha logrado salir del claustro de nuestras reuniones. Levadura somos todos los que la escribimos y la leemos, lugar común que hay que repetir porque nuestro carácter es común-itario o no es. Es una hermosa hidra que no duerme nunca. Hemos creado un monstruo entre todos, que sin duda vivirá muchísimo tiempo más que los que estamos detrás de estas pantallas.
Diversa resultó ser la Levadura. Larga vida pues, y que sigan las fiestas de cumpleaños.