Cada invierno tiene sus exigencias
y cada noche, su redención
y cada edad del mundo, cada edad, su sufrimiento,
inscrito en su génesis
Michel Houellebecq
Coinciden los primeros fríos en la ciudad con la lectura de este poeta y novelista francés. La cita es obvia para ponerse a tono con el inminente cambio de estación y el cierre de año.
El ejercicio de hacer un balance emocional y de actividades durante un ciclo, es un lugar común que muchas veces resulta insuficiente a como se las gasta el destino.
Además, y a diferencia de otras disciplinas, la lectura de poesía no puede estrictamente planearse, sucede junto al derrotero de nuestros días y los acontecimientos; si acaso, uno busca viejos amigos para seguir conversando y releer a este poeta o este otro. Lo demás queda en manos de la casualidad o el destino… y así está bien.
Las huellas que dejo en este espacio de Levadura, dan ciertamente una evidencia del azaroso camino llevado, pero no todo lo que fue leído pasó a reflexionarse en estos apuntes, por eso aprovecho este cierre de cuentas y año, para extender un poco más algunas experiencias.
Enero.
Encontrarme con Luigi Amara y su poemario que le acreditó el premio Manuel Acuña de poesía: Nu)n(ca.
Febrero.
Seguir leyendo a Luis Albero de Cuenca siempre ha sido un acontecimiento. Cuaderno de vacaciones… poesía de línea directa, casual, y en esa simplicidad, memorable.
Marzo.
La muerte de Eduardo Chirinos, poeta peruano del vuelo (del ´60) me impactó sobremanera. El mejor homenaje fue leerlo en una pequeña antología: Incidente con perro en la calle 5. Ojo con su poema “Lo que mi padre quiere realmente de mí”.
Abril.
Frédéric Boyer y su libro En mi pradera. Curiosamente este libro me llevaría a conocer luego la poesía de su traductor: Ernesto Kavi, también recomendable.
Mayo.
Tuve la oportunidad de ir a Filadelfia para visitar a mi hija. Traje de regreso un libro conmemorativo: Haiku in English / The first hundred years.
Junio.
Sin duda, la lectura del mes fue Las maneras del agua, Premio Nacional Poesía Aguascalientes de Minerva Margarita Villarreal.
Julio.
El cazador de historias, libro póstumo de Eduardo Galeano. Por favor leer el texto “Vivir por curiosidad”.
Agosto.
En verano me llega, como anillo al dedo, las reflexiones de un filósofo contemporáneo: André Comte-Sponville. El placer de vivir es un libro con el cual se puede conversar, una diversidad temática entretenida, propuestas con las que podemos o no asentir, pero incluyentes.
Septiembre.
Sin duda un buen mes. Conocí a Susana Benet, de la cual ya platicaba en mi entrega anterior, pero también volví a toparme con David Markson.
No soy afecto a las apuestas experimentales, aparentemente absurdas, pero este escritor norteamericano se ha vuelto la excepción a esa regla. La soledad del lector es, sin duda, una buena forma de quedarse solo, leyendo sin ir a ninguna parte.
Octubre.
Los Barbarismos de Andrés Neuman fue lo más destacado que me dejara la Feria de Libro de Monterrey. Si acaso un conjunto de ocurrencias, y esto dicho sin menosprecio, al contrario, dando las gracias. La literatura al servicio de la risa igual se celebra.
Noviembre.
Natan Zach. Continente perdido es el título de su libro, y curiosamente, la revelación de que en poesía, siempre habrá grandes escritores que permanecen en la sombra, esperándonos.
Diciembre.
Regreso al título de esta colaboración y a Michel Houellebecq (1956).
Como en otras ocasiones, la casualidad y algo de instinto me llevaron a comprar este libro: Configuración de la última orilla. Presentarlo como “la primera star literaria desde Sartre” no pasa de ser una provocación de mercadotecnia, pero la cita con la que abro estos apuntes fue definitiva al hojearlo.
Sin pretender extenderme, es obvio que diciembre es el mes más adulterado; para comenzar se festeja lo que ya nadie se acuerda de festejar, luego se brinda por un año nuevo que es, nos guste o no nos guste, un año más.
Leer a Houellebecq nos invita a esa reflexión. La inocencia no solo se pierde cuando uno deja de ser niño, se pierde cada año, cada final de año, cada invierno.
Desde el primer poema del conjunto se nos advierte eso:
Cuando muere lo más puro
Cualquier gozo se invalida
Queda el pecho como hueco
Y hay sombras por donde mires.
Basta con unos segundos
Para eliminar un mundo.
Sin duda hay veces que bastan unos segundos, en otros casos, aquel mundo maravilloso se desmorona lentamente.
En lo personal, el 2016 representó mucho de lo que se sugiere en este libro, porque la configuración de la última orilla, es en efecto, una especie de retirada, un reconocimiento de que ya nada será igual, un habitar en la ausencia, como bien lo dice este poeta francés.
Por algún lugar escuché que los cambios son rápidos pero las transiciones son lentas. Entender esto me ha servido para visualizar mi futuro más allá del poeta, y volver a lo que fui y siempre he sido, un lector. Hace un par de años que me di a la tarea de darle voz, precisamente, a ese personaje.
Doy las gracias a la dirección de Levadura, a todo su equipo de trabajo, por la invitación y generosidad de abrirle espacio a mi proyecto de promover la lectura de poesía.
Muchas gracias. Espero que Las huellas del lector sigan adelante.