A Victoria, a Martha por Vivi y a Pedro Pablo
Por el aniversario de la revista se nos pidió que escribiéramos en torno a Levadura. Esta es mi aportación. La palabra levadura hace referencia a la fermentación, en otras palabras a la transformación. Y en este momento pienso en la inflamación, en un cuerpo que se hincha. En este caso, el cuerpo no es uno cualquiera, es un cuerpo enfermo. Aclaro, no es un cuerpo sino varios. Una mujer cuyas nervaduras se han dilatado por algún capricho del cerebro. Una niña en la que se abultó una masa cancerígena y un hombre cuyos pulmones se han agrandado por la presencia de sustancias no deseadas. Así la temporada de los panes y las galletas por antonomasia, es decir la Navidad, se ha inflamado pero no de la manera tradicional.
La enfermedad se ha instalado en mis pensamientos y me es irremediable hablar del tema. Así pues hago la relación entre levadura y enfermedad. Cuando el dolor llega toma el poder del sujeto y de su círculo más cercano. Todo gira en torno a la enfermedad y al enfermo. Se produce una fuerte inflamación. El razonamiento toma un curso particular: la perplejidad, la incertidumbre, la inconformidad, el enojo, la rabia, la tristeza, la angustia, el estoicismo. Cualquier cantidad de emociones y actitudes se entrecruzan con los pensamientos que se vienen a la cabeza. La razón adquiere otro color.
El tiempo también cambia, corre de manera distinta. En los hospitales el ritmo es mucho más lento que en la calle. La casa se transforma en otra cosa. Los pijamas y la ropa cómoda se vuelven de uso diario. Los alimentos mudan de texturas y/o de sabores. Los sonidos también se modifican; se podría decir que los cinco sentidos sufren un viraje.
Cada quien lidia con el arribo de la enfermedad como puede, aquí no hay buenas o malas formas de sentirse. Hay inflamación, alteración, transformación. Los detalles tienden a tomar relevancia. La luz afecta de una manera distinta, lo mismo que la sombra. Se experimenta dificultad para concentrarse y para realizar las actividades que antes se hacían sin mayor esfuerzo. La vida toda es trastocada. La visión del enfermo, que no necesariamente la vista, lo mismo se enturbia que se aclara.
Los discursos que escucha el enfermo son de múltiples líneas. Los apegados a su religión ofrecen oraciones y le piden al enfermo que acepte la voluntad divina. Los “positivos” aseguran que todo saldrá bien, que todo recae en la actitud ante el problema. Los que tienden a la tragedia cuentan de casos similares que tuvieron consecuencias fatales. Los sabelotodos comienzan a dar consejos y a ofrecer remedios paliativos y milagrosos. En realidad no tenemos mala intención, pero a veces somos poco atinados. Y es que ante la enfermedad nos volvemos más vulnerables, nos asustamos por el enfermo y porque sabemos que nosotros pudiésemos estar en su lugar. En muchos casos me parece que lo mejor es dar un fuerte abrazo y dejar que el otro hable.
Todo esto me llevó a pensar en el poema de Hospital Británico de Héctor Viel Temperley. Hace algunos años desmenucé este texto para mi tesis de maestría en Lengua y Literatura. Es un poema de largo aliento bellísimo que se instala en la tradición mística en lengua española. La trama central es así: el protagonista es un enfermo en una cama de hospital. En su sufrimiento el paciente tiene un encuentro místico con el Cristo Pantrocrator. Este Cristo es una representación del Dios Padre Omnipotente que se puede apreciar en las iglesias ortodoxas. Se consideraba que estos iconos eran una ventana al cielo.
El paciente (el protagonista) tiene la imagen del Cristo en su cuarto de hospital y es ahí donde ocurre el encuentro místico. Para no entrar en tecnicismos digamos que este encuentro se refiere a la perfecta unión con Dios, digamos: un abrazo divino. No me caracterizo por ser una persona devota, con los años me he vuelto escéptica, pero si existiese algo como ese “abrazo divino” imagino que sería algo maravilloso que daría una paz inusitada, y con todo mi cariño se lo desearía a mis amigos y familiares enfermos. Quizás entonces la inflamación que padecen podría ceder un poco.
Para cerrar cito un fragmento del poema que hace referencia al “abrazo divino.”
Me cubre una armadura de mariposa y estoy en la camisa
de mariposas que es el Señor—adentro de mí.
El Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos es
el Cuerpo de Cristo— y cada mediodía toco a Cristo.
Cristo es Cristo madre, y en Él viene mi madre a visitarme.