
CHUMA MONTEMAYOR
Si la relación con una moneda extranjera y con un combustible es tan destructiva para el país, ¿no sería mejor analizar esa dependencia? Pocas preguntas pueden provocar respuestas más autoritarias que ésta. Pueden derrocarse gobiernos, pero democratizar las decisiones financieras y energéticas parece la lucha de luchas.
Es absurdo cuánto vale la gasolina y el dólar en México. Y no me refiero a su nuevo valor en pesos, sino a la lógica de sacrificio que imponen. La gasolina hizo que la economía mundial girara a prisa, acortó distancias, puso a circular miles de millones de mercancías por segundo, todo a costa del medioambiente; y el dólar garantizó que muy pocos se beneficiaran de ello. México quedó atrapado en medio y se desintegró a gran velocidad.
Si bien no elegimos nacer en un territorio con un subsuelo cargado de materia orgánica ni escogimos a nuestros vecinos, la dependencia tanto de la gasolina como del dólar sí fueron elecciones tomadas. Importa recordarlo para no resignarnos. Es decir, nuestro futuro no está dado ni tiene que ser tan catastrófico como lo pintan los expertos financieros.
Pelear para que la gasolina baje de precio no deja de ser una acción inmediata y necesaria de quien se defiende de un atraco. Pero no es una resistencia fértil. Al menos, no rompe la lógica de sostener dependencias; ni es emancipadora en el sentido de que desactive el poder que tiene el dinero, ni los combustibles. Es decir, si lograra vencer, sería una victoria que no cambiaría la ruta.
Por eso, hacer del precio de la gasolina el gran tótem de las protestas es un desperdicio histórico. Lo que importa exigir es desatar nuestros destinos de un combustible tan sucio y violento, desanudar nuestras economías de la volatilidad de los precios; es decir, democratizar estas decisiones. Pero los presidentes empequeñecen: es más fácil que salga Peña por la puerta trasera de Los Pinos a que se plantee un nuevo paradigma de desarrollo, se estimulen otras economías no monetarizadas y se rompa la dependencia con los combustibles fósiles. El desafío está en saber ponerle un alto a los poderes financieros, lejanos en todos los sentidos a nuestra realidad.
Sin embargo, sigue siendo imperativo participar en las marchas y manifestaciones contra la corrupción y el mal manejo financiero del país. Con esto no dejo de ver que formamos parte de un coro teatral que aún exige al olmo que entregue peras habiendo otras frutas. Pero en este momento importa representarnos a nosotros mismos. Importa construir una autoridad alterna. Esa puede surgir de la experiencia de la asamblea popular, callejera y casi espontánea.
No dejo de ver que la verdadera protesta no es combatir sino hacerse a un lado. Quitarse, como dicen los yucatecos cuando hablan de salirse. No hay adversarios sino quimeras por desmantelar.
En lo profundo, la verdadera resistencia es contra la resignación que han creado la gasolina y el dólar. Monterrey es el mejor ejemplo de esta abatimiento. Dejar el carro estacionado, preferir compartir, poner en duda las necesidades, cuestionar qué producimos y compramos, en fin, asumir una postura crítica frente a la economía es una lucha por elegir otro mejor vivir. Si el peso se ha despreciado tanto frente al dólar será momento de comenzar a fortalecer otras economías, como la del regalo, el compartir, el préstamo, el intercambio.
O podemos quedarnos a ver. Bienvenidos al post-México, un país por conocer. Usted podrá comprar la gasolina de su preferencia, la más sexy, la de hombres muy hombres, la de milennials. Cargar gasolina se volverá una nueva experiencia. La publicidad revestirá el momento de oropel. Videgaray será el anfitrión de esta nueva temporada de días soleados -como aquellos reportados por Jacobo- y Trump elegirá al nuevo Presidente.
Pensé que no me tocaría ver la mudanza política, que las revoluciones escogían mejor a sus sociedades. El contexto, sin embargo, está servido.