Escribo estas rápidas reflexiones a solicitud de mi querido Roberto Kaput, editor de Levadura.
Me cuestiona Roberto sobre la responsabilidad de los medios de comunicación en la difusión de incidentes violentos que involucran a menores de edad, como los asesinatos y suicidio ocurridos ayer en un colegio privado de Monterrey.
En la pregunta están implicadas las críticas a los medios de comunicación que reprodujeron videos e imágenes de los acontecimientos, señaladamente dirigidas al periódico de mayor tiraje y repercusión en la ciudad, El Norte. Por supuesto que me parece un trabajo periodístico pobre y reprobable el de un medio que, con un afán de obtener lectores, espectadores, audiencia, difunde y replica imágenes que, en contra de los derechos de los menores, permiten identificarlos y menoscabar su reputación y la de sus familias y amigos, a fin de cuentas, se vuelve esto otro acto de acoso.
Más allá del caso particular de los medios irresponsables, víctimas de la impericia o de la falta de criterio ante las nuevas circunstancias generadas por los usos de la tecnificación, se encuentra un ejercicio social de consumo y difusión de imágenes morbosas del que la publicación en el periodismo es sólo una resonancia.
A partir de mi experiencia laboral en el periodismo –me tocó corregir, redactar, editar, reportear para periódico–, me he vuelto selectivo con la información que consumo y a la que me expongo. Mi formación literaria por supuesto me dio un criterio sobre el alto grado de ficción implicada en la producción de información, más allá del mito de la objetividad periodística se encuentran los diversos intereses, público y grupos de poder representados por cada medio. El órgano informativo nunca impone solitario su agenda sino que representa consumidores, anunciantes y grupos hegemónicos.
No he visto los videos de la masacre, no necesito verlos. Supe por mis seres queridos que de inmediato estaban ya ampliamente difundidas esas imágenes por una red de comunicación privada, WhatsApp. El Norte y los demás medios sólo replicaron públicamente lo que ya había cundido en lo privado.
Otra mancha para el tigre de los medios
En esta coyuntura tecnificada, si el medio no ofrece más que promoción del mismo morbo practicado socialmente, ese órgano informativo no está haciendo un trabajo periodístico. Ni bueno ni malo. Las cifras actuales indican que ya son las redes sociales el primer punto de consumo informativo. Es a partir de conocer las notas en Facebook y Twitter como se accede a los contenidos de las páginas de los diarios y las cadenas informativas. Los internautas no van, como sí lo hacen los lectores tradicionales del periódico impreso, a hojear directamente los periódicos. Esto implica un reto para quienes pretenden dar servicios informativos en internet: ofrecer un trabajo periodístico distinto, elaborado, creativo o replicar la dinámica más nociva y desprevenida de las redes.
Walter Benjamin, junto a otros sociólogos y pensadores, llamó la atención sobre la modificación del sensorio o sensorium, el cambio y naturalización de las percepciones generado por la tecnificación moderna a partir del desarrollo de las grandes ciudades del siglo XIX. El problema que tenemos enfrente en nuestro tiempo es que la velocidad de la tecnificación de la vida cotidiana es vertiginosa mientras, por otro lado, la longevidad de las sociedades occidentales se ha incrementado de manera tremenda. Tanto así que los problemas de salud física y mental relacionados con la vejez en unos años se volverán asuntos de repercusión general para una gran cantidad de países.
Esto quiere decir en este momento que la brecha entre quienes han nacido y crecido con las nuevas tecnologías y quienes no terminan por adaptarse por completo a ellas es mayúscula. Esa brecha es evidente cuando en medios de comunicación irresponsables y mediocres se le atribuye el atentado del Colegio Americano del Noreste a un grupo cerrado de Facebook (“Legión Hulk”) donde los miembros, en general juveniles, practican acoso y bromas pesadas, lo cual por supuesto replica segregacionismos de todos tipos: machismo, sexismo, clasismo, racismo y los ismos que quieran ustedes agregar.
Al parecer el joven asesino y suicida anunció en dicho foro que iba a balear a sus compañeros de escuela. Luego del atentado, haciendo falso alarde, otro miembro del mismo grupo habría llamado al agresor héroe y atribuyó la compra del arma a participantes del mismo grupo. La dinámica de esos grupos no es desconocida para quienes participamos de las redes sociales, puedo suponer que se trata de una radicalización de las mismas prácticas, pero ahí establecidas por las reglas específicas de esos grupos cerrados. ¿De qué se trata? De tener éxito como participante de esa específica comunidad virtual, claro: subir contenidos disruptivos y volverse populares (obtener likes), ejercer y soportar el humor pesado o negro que ahí impera ya sea generando y registrando sus propios actos o replicando contenidos de otros. Esos mismos grupos trolean, boicotean en redes a personajes públicos y rivalizan con otros grupos de la misma calaña. Hasta ahí se trata de dinámicas propias de las redes, actos de lenguaje en un sentido amplio; y la práctica virtual en ocasiones se transformará en acciones que excedan la virtualidad. Una cosa es esa dinámica de las redes, otra, muy equívoca y prejuiciosa, es atribuirle a un grupo de Facebook la autoría y planeación de una masacre.
Hace poco compartió una buena amiga una reflexión sobre esa brecha generacional. Decía que quienes no habíamos nacido con la tecnificación generada en las redes debíamos describir nuestra propia experiencia en la adaptación a la interacción virtual. Más importante me parece entender a quienes adoptaron desde la niñez las dinámicas de comunicación de internet y la convivencia en las redes sociales. Desde mi perspectiva, por ejemplo, existe una incomprensión generacional tremenda sobre el tipo de compañía que se puede practicar entre quienes han interiorizado, han modificado su sensorio, su percepción de la realidad, mediante la llamada virtualidad. Se trata de una convivencia mucho más intensa y efectiva de lo que creemos quienes salimos en nuestra niñez a jugar con nuestros amigos y vecinos en el parque o en la calle. Claro, esa intensidad puede servir para múltiples fines, sólo participando y en cercanía se podrán entender los porqués y paraqués.
A esto debemos añadir la contundente desinformación del estatus y repercusiones legales de la participación e interacción en las redes sociales.
Concluyo que, en el caso más reciente de violencia en ese colegio regiomontano, me parece equívoco el enfoque regional cuando se discuten los problemas más generales relacionados con el uso y abuso de la interacción virtual de los jóvenes con las redes. Hay un choque con la tecnificación de la vida que excede por completo lo local.
Además del control de daños implícito en la reimplementación de la llamada operación mochila es vital comprender la tragedia puntual y atender a las víctimas directas. Ojalá haya quienes investiguen a profundidad, atiendan con esmero, sigan esa información y sepan narrarla para provecho general.
Puebla, 19 de enero de 2017
Los medios, como atinadamente menciona el autor, solamente muestran lo que ya cundió en lo privado. Sin duda el texto arroja interesantes preguntas en muchos sentidos. Lo cierto es que el periodismo toca fondo, pierde autonomía y se hunde en la reacción. Incapaz de articular una perspectiva profunda sobre ningún problema, va un paso atrás de la moda y la tendencia impuesta por las redes virtuales —me niego a llamarlas sociales e insisto en la grave omisión de no llamarles “virtuales”—. El problema sigue siendo axiológico. Decía Bauman que molestarse con los medios por su contendió era como «matar al cartero porque trae malas noticias.»