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Julio y Dardo

enero 24, 20171 ComentarioCine, Sospechosas comunesBy Coral Aguirre

SILENCIO HOSPITALIgnacio Dardo Aguirre Sasía (1938-2013) eligió su nombre de actor con el segundo y el apellido de su padre. Julio Alberto González Téves (1940-2017) lo hizo con su primer nombre y el apellido de su madre. Casi la misma edad, Dardo un poco mayor, coincidían en su índole de muchachos de barrio, hijos de obrero, y problemas políticos a destiempo. Mientras en el período peronista de niño y adolescente, Aguirre se veía soslayado por el antiperonismo de su padre que era del partido radical, Julio con su padre peronista conoce la persecución y sufre la cárcel de su progenitor apenas salido de la adolescencia luego del golpe militar que derroca a Perón. En Argentina las cosas son siempre así, la pertenencia a ideas de izquierda o derecha, de partidos populares o conservadores reúne y separa a las familias y asimismo sus alcances llegan a la escuela, las instituciones del Estado, la calle, los vecinos, el mundo entero. Al menos en los tiempos que relato.

 

Se conocieron por obra y gracia de una propuesta que lanzara Julio que soñaba con ser actor. La Alianza Francesa donde estudiaba este idioma nos procuró el privilegio del encuentro y de las aventuras que vinieron a sucederse desde el instante en que aceptamos el reto de Julio para crear un grupo de teatro dentro de la misma Alianza.

 

Desde el primer momento quedó claro que Julio no se había equivocado respecto de su vocación. Sin embargo Dardo, mi compañero, permaneció ajeno a nuestros sábados teatrales hasta que un buen día se le ocurrió querer saber qué nos reunía y con qué propósitos. Una sesión sabatina alcanzó para darse cuenta que, al igual que Julio, llevaba sangre de animal de teatro. Corría el año de 1966. Éramos jóvenes y audaces, todos nos pusimos a estudiar teatro de forma autodidacta con un rigor de viejos profesionales dispuestos a ganarse el mejor premio actoral. Dardo y Julio, desde el primer día se sacaban chispas uno al otro como si se tratara de una payada o un duelo a navaja. O quizás un tango entre hombres.

 

El primer espectáculo con la guitarra de Jorge Carrizo y sus poquitos veinte años, los reveló gitanos y toreros, lorquianos y feroces. Los versos del granadino, coincidían con el aire melancólico del gitano Julio y la masculinidad del vasco Aguirre. Si el A las cinco en punto de la tarde de Dardo nos ponían los pelos de punta, el Te has muerto para siempre como todos los hombres de la tierra de Julio no se quedaba atrás. Desde entonces supimos que con ellos dos en escena bastaba y sobraba, aunque con empecinamiento, cada uno de nosotros hacía su parte. Ellos no, ellos no necesitaban empecinarse, eran los más atrevidos, los menos estudiosos y los más dotados. La letra Julio, había que rogar, la letra sí, llegaba casi al final cuando el espectáculo estaba terminado. Por su parte Dardo al igual que Julio aprovechaba los últimos retoques para, de pronto, aprenderse los parlamentos de un tirón. Tal para cual. Y tal para cual para no dejar advertir cuando se quedaban sin texto. Entonces venía lo mejor. Nunca morcillearon pero qué alardes de acción y reacción se provocaban uno al otro y remontaban el error sin el menor titubeo. Era un placer y una risa loca saberles la picardía con que saltaban el obstáculo. De alguna manera sellaron la índole de Teatro Alianza, su descaro, la provocación de sus puestas, el desprecio por el teatro convencional y solemne.

 

Después vinieron los años serios, los años del compromiso, primero estético luego ideológico. Podían ser Julián Bisbal y uno de los amigos de la barra, compinches, tramposos o bien el extranjero y el viejo de Camus, el Señor Smith y el Señor Martín de la Cantante Calva y así, uno y otro dispuestos a la esgrima escénica, al juego entre contrincantes, al desafío de sus roles, a una encarnación con huesos incluidos, con saliva, con sudor, con los humores derramados en escena.

 

Pero no bastó porque el país exigía nuevos compromisos, el de la militancia por ejemplo. Por un momento creo, pensamos que nuestras coincidencias estéticas iban a retroceder ante el avance de lo político. Ya lo dije antes, Julio era peronista, pero no estaba de acuerdo con la guerrilla que comenzaba a hacer sus primeras entradas y adhirió entonces a Teatro Alianza como modo de lucha. Juntos, Julio y Dardo comenzaron a interceder en la vida sindical de la Asociación Argentina de Actores desde Bahía Blanca. El primero que se alineó fue Dardo pero entre ellos hubo siempre una suerte de acuerdo afectivo que los ponía juntos estuvieran donde estuvieran. La filial Bahía Blanca se conformó con su sangre y su tozudez, junto con los de compañeros del PC como Pato Spaltro. Fueron participantes de asambleas nacionales, provinciales, locales, su bandera la justicia social y la meta, oh inocentes criaturas, la Revolución. De norte a sur y de este a oeste, América Latina ardía en esperanzas revolucionarias que venían de gente como Julio y Dardo, marcados por el barrio, el peronismo, las clases obreras, la herencia de sus padres, la filiación socialista o anarquista de la primera parte del siglo XX, las lecturas combativas, los periódicos clandestinos, las bibliotecas públicas. De modo que siendo todo esto y mucho más lo que latía en su sangre variopinta, Dardo y Julio se volvieron militantes del Partido Comunista Revolucionario con la sabiduría popular que les daba el medio en que crecieron, los debates peronistas, las reivindicaciones sociales y tanto más que llevaban en sus alforjas al punto de cuestionar fuertemente las desviaciones de la izquierda universitaria, y el infantilismo de sus discursos. Mejor letra de tango, dijo alguna vez Dardo, y Julio confesó que en el fondo él seguía siendo peronista.

 

Pero peronista o no, revolucionario comunista o no, se jugaron la vida. Antes se la habían jugado en escena, ahora aprendían a jugársela en la vida real. El teatro y sus prácticas mezcladas con las otras, juntar armas, practicar tiro, organizar estrategias de tomas de radio, de medios de comunicación, ejercicios teatrales también si se quiere, imaginados, jugados a la escondida, discutidos en las reuniones. Y luego ocultar cuadros, llevar líderes a las comunidades, repartir volantes, sensibilizar a los obreros de las empresas, recibir gente militante de fuste que nos dieran pautas, nos enseñaran a organizarnos. Julio y Dardo se pintaban solos para todo eso, junto con otros integrantes como Jorge o Néstor a quienes lideraban con la premisa de cada quien. Dardo cruel, Julio suave, Dardo agresivo, Julio amable. Igual que en escena cuando jugaban al maestro y el discípulo,  al comandante y el soldado, al patrón y el obrero.

 

Hasta la Pueblada, Puerto White 1907 estrenada en 1973 en los galpones de Villa Nocito, barrio periférico y peleador donde se juntaron todas las tendencias hermanadas en la esperanza de un cambio radical que Argentina se merecía. Y ellos en escena, enfrentados, el Comandante Astorga, Dardo, el obrero anarquista, Julio.

 

Pero el crimen avanzaba a pasos agigantados. Nos seguían, nos vigilaban, había que cuidarse la espalda todo el tiempo. Los asesinatos comenzaron a sucederse a nuestra vera, con compañeros víctimas cuya lucha levantábamos a pesar del miedo, en las honras con que los enterrábamos, hombro con hombro con sus familias, sus camaradas, las barriadas. Había que disimular todo el tiempo sin embargo. Entonces surgió el juego de Didí y Gogó, Julio y Dardo y Esperando a Godot. Mientras del otro lado seguíamos con nuestro teatro de guerrillas. Dos vertientes como ellos mismos, uno gentil, el otro furibundo.

 

Decile a Julio que ponga unos ladrillos, le comunicó a Dardo, Juan Carlos en su lecho en el hospital del que ya no iba a salir. Porque Julio al regreso de nuestras correrías por América Latina se había enojado vaya a saber por qué y ahí fue Dardo a decirle Te necesitamos, che, qué te pasa, si sos de los nuestros, lejos o cerca siempre serás de los nuestros. Y Julio desensilló su enojo y se fue a cuidar a Juan Carlos, a compartir la angustia y a poner los ladrillos que se le exigían. Con su aire suave de siempre y su decir pausado de siempre.

 

Así juntos los encontró la muerte del amigo, y juntos se pusieron a interpretar el mismo rol, el de Juan Carlos en Silencio-Hospital, nuestra autobiografía en escena, antes que por fin nos agarraran y desaparecieran, mientras Julio desde afuera limpiaba la casa de Dardo para que si los malos llegaran no encontraran huellas de nuestras correrías revulsivas. Fue él también, cuando estalló el Terrorismo de Estado dos años antes quien vino a casa y llevándoselo aparte a Dardo le comunicó lo que se había enterado, acaso por el sindicato donde trabajaba. Tienen que irse, le dijo, esta misma noche. Y así lo hicimos. Fue Julio asimismo quien compartió el dolor del asesinato de Mónica Morán, del negrito García, de Watu, de Bombara, la prisión de Tato Corte, de Mario Usabiaga y de tantos por los que lloraron juntos. Hasta el exilio definitivo en 1978. Julio no, él aguantó quizás protegido por el mismo sindicato peronista que lo apreciaba. O pudiera ser que su andar de  Pantera rosa, su prolijidad a la hora de manifestarse, sus maneras aterciopeladas no obstante la innumerable fila de minas que tuvimos que aguantarle, le permitieron un modo de ser oculto y quieto. Sin la peligrosidad a la que siempre se expuso Dardo.

 

Los nuevos tiempos democráticos al regreso de los exilios y los horrores, lastimados pero no quebrados los encontraron juntos en nuevas realizaciones teatrales a pesar de que Julio había creado su grupo de teatro y tenía nuevos compromisos. Para Dardo cada puesta que imaginaba o cada rol que encarnaba contenía de un modo u otro el trabajo de Julio a su costado. Por eso cuando, flamante director del teatro de la ciudad, hubo de organizar una temporada teatral, el primer invitado de honor fue Julio y su grupo, y nunca antes los desplegados en los periódicos fueron tan generosos y atractivos como para con su puesta en escena.

 

Asì pasaron los años y pasó la vida y así del mismo modo quién sino Julio había de pronunciar las palabras de su andar junto al compañero cuando el homenaje a Dardo Aguirre este último agosto de 2016. Su memoria, sus imágenes, el amor con que contó quién fue Dardo para él, cómo se quisieron y se odiaron en escena, cuánto hecho por el sólo amor al teatro que compartieron día con día, nos conmovieron a todos.

 

Hoy, ahora, ambos han partido. Y con ellos la memoria de una escuela de solidaridad profesional, artística e ideológica cuyas vertientes han de rebrotar cada día en la urdimbre anónima de los que por el teatro, por la vida, y por sus sueños repiten en escena los vínculos del amor y del coraje.

 

 

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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1 Comentario
  1. Responder
    febrero 4, 2017 at 4:04 pm
    Jorge Brega

    Qué bueno encontrar estos recuerdos. También la semblanza de Julio González Teves que escribe Ana Vidal. Me enteré con retraso del fallecimiento de Julio y ahora encuentro felizmente estas líneas que lo honran. Gracias a ambas.
    Coral: nos conocimos cuando Julio escenificó mis “Poemas de ausencia” y vos me entrevistaste en tu programa de radio: otro recuerdo grato. Te envío desde Buenos Aires un fuerte abrazo a través del tiempo , Jorge Brega.

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