Le propongo al lector un juego. Imagínese la máquina más ligera posible. Poleas, palancas, pistones. La idea fundamental que se esconde tras la máquina es la de transformar, cambiar, producir. Mueve y modifica la fuerza, dirección y potencia que se le aplica.
Antes de convertirse en el imaginario mental de la era industrial de acero y vapor, o en su evolución actual de pantallas táctiles y sonido hi-fi; la máquina era más simple. Una polea, un martillo o incluso un simple pulgar. U otra más ligera que se remonta a unos 800,000 o 900,000 años: el célebre hueso hioides encontrado en el yacimiento de Atapuerca. Esa pequeña estructura ósea en forma de herradura que flota entre debajo de la lengua y permite el lenguaje articulado.
¿Puede haber una máquina aún más ligera y poderosa? Solo se me ocurre una: el propio lenguaje.
Esa máquina omnipresente y sin cuerpo. Torbellino de posibilidades que sirve igual para un lance amoroso o para determinar las instrucciones de la detonación de una bomba de hidrógeno. El lenguaje es la máquina más poderosa y ligera que hay. Transforma y oculta. Produce y seduce.
Así pues, intentaremos ver si, tomando algunas frases que se recogen al vuelo, podemos ver que hacen, qué ocultan y qué muestran.
Para empezar, he tomado como principio la frase del gobernador Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco: “El papá de ustedes es Santo Clós”.
Significativa por lo que dice y en el momento en que lo dice. Un arranque de sinceridad que es a dos partes ridículo y revelador: un gobernador estatal que comunica a un puñado de niños que Santo Clós no existe. ¿Por qué lo haría?
No se trata de una revelación transgresora. No pone en duda los mecanismos de la fiesta a celebrarse. No dice algo —cosa que habría sido más divertida— como «Jesús no existe» o «La Navidad es una farsa».
El gobernador escoge las palabras para que sean una afirmación. La sola sentencia muestra muchas cosas. Por un lado, se puede argüir (y con cierta razón) que la intención del Bronco era reivindicar el valor del trabajo de los jefes de familia.
Pero también, y esto es lo interesante, ofrece una bocanada de desilusión a los infantes que lo escuchan junto a sus madres.
Resulta curioso que mientras el Gobierno Estatal nos recuerda, a niños y grandes, que Santa Clós no existe; el Gobierno Federal hace lo propio con el Estado Benefactor.
Es verdad que las evidencias de la muerte del Estado de Bienestar estaban ahí desde hace mucho, pero ya ha llegado el punto en que ya ni siquiera se han molestado en seguir ocultando el cadáver que todos olíamos desde hace tiempo.
El Estado ha cancelado, mermado y recortado, uno a uno, los pocos beneficios sociales hasta límites surrealistas. Siguiendo un programa neoliberal impulsado desde hace casi treinta años donde se eliminaron, como si fueran personajes de una película de terror, una a una todas las paraestatales posibles: Telmex, Ferrocarriles, la Banca —con el escándalo del FOBAPROA por delante—, carreteras, aeropuertos, Disel Nacional, Calmex, Fertimex, entre otras.
Hoy perviven algunas instituciones moribundas y raquíticas. Desahuciadas por el Estado que espera impaciente a que mueran por sí solas, para que nadie se escandalice en el funeral. El presidente Peña Nieto sale a recordar y mandar un mensaje de desaliento, cosa que por otro lado ya era tan evidente como que Santo Clós no existe: «El capitalismo teórico no existe. La apertura de este mercado solo sirve para encarecer productos y empeorar servicios».
Pero falta lo mejor. Lo más interesante es descubrir la falsedad de este discurso. Que negando oculta. La inconsistencia de esta fársica desilusión neoliberal de un Estado que recorta y desahucia cada rubro social, excepto el de su burocracia.
Mientras El Bronco recordaba a los niños de Nuevo León que Santa Clós no existe, los diputados se encontraban con que debajo de su arbolito de Navidad había un bono 43% más grande que el del año pasado. ¡Se habrían portado muy bien todo el año! (Y mientras que los recortes en cultura a nivel Federal alcanzan el 36%).
Otro ejemplo, más ignominioso, es la entrega en comodato del bosque de La Pastora a una empresa como FEMSA, valuada en 2010 en 7 mil 300 millones de dólares y a quienes —sin nombrar aquí el ecocidio cometido en la destrucción de una de las pocas áreas verdes de la ciudad— obtuvo de forma gratuita un bien público que nos pertenecía a usted y a mí.
Ah, cuanta austeridad. Regalando un patrimonio valioso, otorgando a los chupatintas de la burocracia sus prebendas y aguinaldos multiplicados. Mentira. Que va a ser mentira esa desilusión que nos quieren vender.