Hace unos días terminé de ver la primera temporada de The Twilight Zone (la emisión de 1959) y es extraordinaria: algunos de sus capítulos resisten el paso del tiempo y siguen comunicando de manera contundente ese efecto de extrañamiento-paranoia tan característico de la serie; pese a que ya transcurrieron más de cincuenta años desde su transmisión original, la producción es efectiva y perturbadora (condición excepcional si consideramos los contenidos a los que estamos acostumbramos los espectadores “contemporáneos”) porque registra y proyecta magistralmente los temores de un periodo histórico particularmente inquietante.
En una época donde se presentía que la guerra nuclear y el aniquilamiento de la civilización podían acontecer en cualquier instante, los productores de TV proyectaron esa tensión (en ocasiones persiguiendo fines políticos e ideológicos) y la convirtieron en el leitmotiv de sus contenidos. Twilight Zone es una reproducción de los miedos y preocupaciones de su tiempo debido a que amplifica y refracta las inquietudes del contexto en que se produjo. El cine, la TV, los medios audiovisuales tradicionalmente orientados a públicos “masivos” (dejo fuera a la Internet porque actúa en coordenadas diferentes), tienen la capacidad inmanente de fijar y otorgar relevancia a ciertos temas (incluso sin pretenderlo) en la medida que sus representaciones los “prolongan” mediante la amplificación y la distorsión. Ver la TV, ir al cine, es como observar la “realidad” (si es que eso existe) a través de un espejo de feria: todos entendemos que lo que percibimos es una imagen refractada; no obstante, como espectadores de ese falseamiento, convenimos tácitamente que esa deformidad es una vía para aproximarse a un “objeto” que por naturaleza es imposible de representar.
Charlie Brooker, comentador y creador británico de televisión, es probablemente uno de los críticos más mordaces, inteligentes y corrosivos de esa afilada maquinaria ideológica que es la televisión. Hace años me interesé en su trabajo gracias a su más alabada creación, la impresionante Black Mirror (2011-2016), miniserie de ciencia ficción que es considerada la actualización más lograda y potente de The Twilight Zone. En el espejo negro, Brooker retoma el camino comenzado por La Dimensión Desconocida y en trece capítulos (las primeras dos temporadas constan de seis capítulos y un especial de navidad) nos presenta un mundo espeluznante (hipotético pero cercano) donde la tecnología se ha convertido una carga alienante, invasiva y deshumanizadora. Recientemente apareció la tercera temporada en Netflix con resultados irregulares, sin embargo algunos capítulos conservan la mística de las primeras emisiones. Cuando conocí Black Mirror se convirtió inmediatamente en unos de los programas de TV que más recomiendo porque es un afortunado ejemplo de cómo se puede restituir la dignidad que los shows de TV parecían haber perdido: los programas de televisión no tienen por qué estar concebidos para una audiencia idiota, también son posibles los contenidos propositivos y críticos, que implican una vuelta de tuerca a los géneros establecidos; y éstos pueden ser exitosos y existe público que los consuma (programas como The Wire, Mad Men, Twin Peaks, True Detective, Louie y Extras, son muestra de tal condición).
Consciente de que los espectáculos de TV son quizá los formatos audiovisuales más codificados, Brooker utiliza sus estructuras genéricas y las retuerce para desmontar y exponer el mecanismo intestino con el que “funcionan” los programas de televisión. En 2008 produce la miniserie de survival-horror, Dead Set, impecable crossover entre el género de zombies y la telerrealidad estilo Big Brother: los participantes del reality son los únicos sobrevivientes y se enfrentan a una audiencia-horda de zombies que quieren devorarlos (parábola un tanto obvia pero ejecutada con un sobresaliente humor macabro); en 2012, escribe A Touch of Cloth, una farsa policíaca que recrea con distancia irónica los clichés del género y de los recursos y estructuras de producciones como CSI, Law & Order, Criminal Minds, The Mentalist, etcétera.
Además de ser columnista en The Guardian, Charlie Brooker se ha especializado en la producción de documentales que analizan y comentan (siempre con un estilo irreverente y sarcástico que le sienta muy bien) tanto videojuegos (How Videogames Changed the World, 2013) como programas y contenidos de televisión: Screenwipe (2006) y Charlie Brooker’s Weekly Wipe (2014). Sobresale el documental How TV Ruined Your Life (2011), serie televisiva de seis capítulos: Fear, Lifecycle, Aspiration, Love, Progress y Knowledge (con duración de treinta minutos cada uno), en donde Brooker ironiza sobre las producciones de TV y su insistencia en fijar estereotipos, deseos y establecer las aspiraciones que el espectador-público, se supone, debe de perseguir.
“La televisión hasta hace poco disfrutó de un grado de influencia en la sociedad que puede equipararse al potencial de la religión celebrada sobre la humanidad durante siglos”, afirma Brooker y aunque no descubre el hilo negro, sí sorprende por su capacidad para sintetizar y ensayar en pocos minutos una revisión incisiva y puntual de la historia ideológica de la TV inglesa y norteamericana. Aunque en reiteradas ocasiones al crítico inglés se le ha señalado como tecnofóbico, neo-conservador e incongruente (por sus lances contra el abuso de la tecnología y porque produjo las series Black Mirror y Dead Set para Endemol, los responsables de Big Brother), considero que reducirle a esos adjetivos es quedarse en lo obvio: Charlie Brooker ha insistido que la tecnología no es “malvada” por sí sola, lo deprimente es que, por ejemplo, poseemos una poderosa herramienta como la Internet y la utilizamos fundamentalmente para publicar selfies y gifs de gatitos.
How Tv Ruined Your Life es relevante porque revisita y analiza los show icónicos que establecieron los formatos televisivos que hoy conocemos (Threds, Crimewatch, The Word, Ghostwatch, Dallas, Civilisation, The Ascent of Man, Apaches, la precursora de los reality shows, The Family, y los programas del pionero de la televisión interactiva de Noel Edmonds), y los contextualiza al entorno social y político en el que se concibieron. Además, la serie documental caricaturiza los excesos de los géneros televisivos y los parodia con programas ficticios como el siniestro Pennance Channel: transmisión de 24 horas que presenta a infractores juveniles para que los espectadores los humillen y castiguen mediante instrucciones mandadas por sms y tweets (termino este párrafo y en Discovery Channel anuncian un programa “especial” de Emergencias Bizarras: y es especial porque integrarán los tweets de la audiencia “simultáneamente” a la transmisión).
Brooker aborda la historia de la TV mediante seis temas: en Fear detalla cómo con el tiempo y la noción del miedo que la TV promueve altera nuestra percepción de la realidad; ahora nuestras percepciones empiezan a correr al ritmo de la visión televisada. Si la “realidad” es cada vez más caótica es porque los noticieros la presentan en su apariencia más confusa y peligrosa. Lifecycle, revela cómo los roles-modelos (Hannah Montana-Miley Cyrus) a seguir están mediados por un desfase: cuando la TV representa a los niños sólo los entiende como objetos mercantiles; cuando representa a los jóvenes los demoniza o los favorece; cuando se trata de los adultos de mediana edad resalta despiadadamente sus defectos y a los ancianos los borra de la pantalla y da por hecho que son socialmente irrelevantes.
En Aspiration demuestra la prominente influencia del mundo de la publicidad en la TV y cómo ésta ha entrado en un remolino aspiracional cada vez más acelerado: cada imagen en televisión se está haciendo más glamorosa, onírica y desquiciada; en tanto más deseamos más insatisfechos nos sentimos ya que nuestras aspiraciones son brutalmente desproporcionadas. Love explora cómo los programas románticos de TV nos han maleducado sentimentalmente con salvajes expectativas poco realistas sobre el amor. En Progress y Knowledge, la tecnología y el “conocimiento” son grandes obsesiones de los shows de TV pero cada vez es más evidente que el sensacionalismo supera a los hechos: la televisión instruyó a los espectadores para que asumieran que todo lo que observan en pantalla es verdadero: los documentales, parafraseando a Brooker, pasaron de ser charlas intelectuales con rigor histórico y se convirtieron en una mezcolanza inculta de pantomimas históricas (ver programas como Alienígenas Ancestrales).
How Tv Ruined Your Life es un imprescindible vistazo a distintas épocas: así como cambian los formatos, también se transforman las preocupaciones y miedos que los medios “masivos” representan. Mientras que en The Twilight Zone el miedo a la soledad es una constante: terror no a la bomba nuclear, si no a sobrevivirla y quedar varado en un mundo deshabitado; en series y películas recientes como Walking Dead, Mad Max, The Rover, Revolution, The Tribe, The Road, los temores y conflictos representados van en una dirección aparentemente contraria: luego del cataclismo, lo terrorífico no es encontrarse solo en el mundo, en su lugar, lo verdaderamente espantoso es que el mundo continúa y tienes que sobrevivir y competir contra otros en un contexto desprovisto de la civilización y del Estado de derecho.
La deshumanización, la pérdida de la civilidad es el verdadero fin de los tiempos; en esencia el concepto es el mismo y en cada representación opera de manera diametralmente diferente: mientras que en The Twilight Zone la desaparición de los humanos es una alegoría de la des-humanización, en las producciones actuales la “civilización” desaparece cuando sobreviven y proliferan los humanos que han dejado de serlo (llámense: salvajes-caníbales-mercenarios-zombies-etcétera), el terror ya no consiste en sobrevivir en un mundo sin humanos, ahora lo que nos provoca pánico es permanecer en el mundo junto a las personas equivocadas. Los formatos de representación se transforman, nuestras “preocupaciones” cambian; pero lo más interesante es advertir cómo nuestra percepción del miedo (a lo que “debemos” tenerle miedo) siempre está en construcción-deconstrucción y también en desfase. Finalmente, toda representación es un espejo de feria, una distorsión de una realidad: y es en esa dimensión desconocida que How Tv Ruined Your Life opera su análisis y su ejercicio crítico sobre la TV y la influencia que ésta ha tenido en nuestras en nuestras vidas y en nuestras percepciones de la “realidad”.