I
Era mi primer día de clases en Pachuca. No recuerdo si era inicio de curso o si llegué a la mitad del año, pero sí recuerdo que traía un vestido verde con una flor tejida a la altura del pecho. Era mi vestido favorito. Salimos al recreo y como yo no conocía a nadie, me arrinconé en una esquina debajo de un árbol y me dispuse a ver a los compañeros mientras jugaban fútbol. No sé por qué les llamé la atención, como si yo fuera un gato huidizo al que quisieron atrapar, pero después de que tocó el timbre dando por terminado el recreo ellos no me dejaron regresar. Me rodearon, comenzaron a reírse y a burlarse mientras me tocaban. Yo tenía seis años pero era muy alta y me veía mayor, ellos tal vez once. Yo estaba paralizada. No sabía qué estaba pasando pero solo sabía que me iban a regañar si no llegaba al salón. Una maestra gritó y ellos se fueron corriendo. Yo presentía que me iban a regañar. Me sentía como si yo hubiera hecho algo malo. Me acomodé mi vestido y traté de evitar la mirada reprobatoria de la maestra. Ella no dijo nada. Solo me regañó con la mirada.
Dejé de usar vestidos.
Abro con esta historia porque cada vez que leo noticias sobre abuso sexual recuerdo eso y siento el mismo desamparo que cuando tenía seis años. Nunca dije nada, es más, a mis padres les conté hasta que tuve alguna crisis en la pubertad y ellos tampoco supieron qué hacer. ¿Por qué habrían de saberlo? Me pareció prudente contarla ahora porque yo soy de esas personas que piensan que no hay mujer en el país que no tenga una experiencia de acoso, abuso sexual o violación. Las pocas veces que he contado esto ha sido entre mujeres cuya primera reacción es decir “A mí también me pasó…”
Contar la historia de nuestro primer acoso es abrir la caja de pandora.
II
Estoy leyendo un libro sobre la ciudad y en uno de los textos Juan Villoro escribe que “el verdadero espanto no proviene del entorno sino de la certeza de que hay sitios peores”.[1] Mi espanto proviene no solo de mi experiencia sino del hecho de saber que mi hermana, mi madre, mis maestras y amigas tienen historias similares o peores. Mi espanto proviene de historias como la de Daphne Fernández que me cimbran de tal manera que rompen con toda fortaleza que me ha costado años construir.
Existe un punto por encima de toda la maraña de opiniones que se están vertiendo al respecto que quiero considerar: nuestra construcción de la sexualidad. Porque para entender el abuso sexual, primero tenemos que analizar lo que entendemos por sexualidad. ¿Cómo la construimos? ¿Cómo la expresamos? ¿Por qué seguimos entendiendo el acto sexual como la penetración? Y en cuanto al abuso sexual, ¿por qué seguimos creyendo que es una cuestión de placer y no de poder? ¿Por qué seguimos viendo al violador como un ser que no es capaz de controlar su deseo sexual y por eso acude al abuso para obtener placer?
Por otro lado, y respecto a las víctimas, ¿por qué las hacemos sentir como si no hubieran hecho lo suficiente? No dijiste no, no gritaste más fuerte, no forcejeaste más, no le pegaste, no lo arañaste, no hiciste suficiente para defenderte. La culpa es tuya, por no dejar la vida al defenderte. Yo fui de aquellas que juzgaron en un momento la decisión de no denunciar. Yo insistía en que había un aparato institucional que debía ser usado en orden de legitimar la lucha en contra del patriarcado. Olvidé que el sistema es el patriarcado. Olvidé que las leyes están escritas fuera de las nociones del feminismo. Olvidé que en caso de denunciar, el abuso vuelve una y otra vez cada vez que se nos pide dar testimonio. Olvidé y olvidé y el fallo del juez Anuar González me hizo recordar de golpe nuestra vulnerabilidad y nuestra indefensión ante el aparato legal.
¿Yo también puedo cambiar de asiento?
III
Abro FB, voy a la página de El Universal, busco una nota respecto al juez Anuar González y leo los comentarios. La mayoría son en contra del fallo, pero hay algo que me llama la atención. Los comentarios donde critican a González tienen un componente que nunca pasa desapercibido: las amenazas hacia su esposa e hijas. Curioso que el dispositivo para agredir a un hombre sean las mujeres a su alrededor. Comentarios donde desean que lo que le pasó a Daphne sea replicado hacia sus hijas, ¿es que no se dan cuenta que están usando a las mujeres como carne de cañón? ¿Por qué el agredir al juez implica agredir a sus hijas y esposa? ¿Por qué al defender a una muchacha tenemos que agredir a otras?
IV
En pocas palabras, el centro del fallo del juez no se centra en los hechos perpetrados hacia la víctima, sino en la falta de placer que el victimario presentó: la falta de intención de copular. Veo un video de Miguel Carbonell donde dice que él hubiera llegado a la misma conclusión, pero siguiendo otra ruta argumentativa. Su razón es que no hay suficientes pruebas. Dice que él ha dado cientos de talleres sobre violencia género. Aquí es donde me detengo un poco debido a que no es novedad la problemática del Ministerio Público no solo en cuestión de su negligencia al consignar, sino a su falta de perspectiva de género. A parte de lo deleznable del argumento del juez, también resulta terrible la incapacidad del MP al trabajar con delitos como el abuso sexual. Entiendo que el fallo del juez Anuar González no significa impunidad porque la sentencia recae en la promoción de un amparo indirecto. Frente a la resolución del juez de distrito, a partir del 29 de marzo se tienen 10 días hábiles para interponer el recurso de revisión por parte de la fiscalía. En dado caso, será un Tribunal Colegiado de distrito quien decide si Diego Cruz debe seguir o no prisión.
V
Pienso en todas las Daphnes y en todos los Diegos. Pienso en la vida que le espera a Diego si es que queda en prisión. Hablar de las prisiones en México es hablar de otro sistema en crisis que es más un castigo que justicia. Pienso en Daphne y en lo valiente que ha sido en todo este proceso. Pienso en todas y cada una de esas mujeres con las que comparto solo una cosa: el sabernos vulnerables. La razón por cual este caso nos ha calado tan hondo es porque compartimos la experiencia de sabernos violentadas. Si tocan a una, nos tocan a todas.
[1] Villoro, Juan (2014) “¿Ya nos perdimos? La ciudad y su representación”, en Habla Ciudad, México: Arquine, p.78
Liza, una ovación…
Si es cierto que tiene 23 años usted es una verdadera promesa..
Ya leyó esto?
http://eljuegodelacorte.nexos.com.mx/?p=6492
Saludos