Salí de la librería con un libro y una esperanza: que el poeta rumano que anunciaba la portada y la contraportada me hablara, me mostrara una ventana más por donde mirar hacia el interior de esa gran casa ―que yo me represento rodeada de frío― que son las letras rumanas. El libro era, es, de Dinu Flamand y la traducción, del destacado poeta chileno Omar Lara: El frío intermediario (Valparaíso México, 2016). Valga decir además que en mi decisión de comprar el ejemplar estaba el recuerdo de un hermoso libro traducido también del rumano por el mismo Omar Lara: Orión, de Geo Bogza (Colección El oro de los tigres, UANL, 2010).
Los poetas traductores son puentes que sostienen los mezclados aires de la trashumancia en muchos sentidos. Trashumar es una acción cuyo signo es el cambio de lugar, la movilidad, el pastoreo que va recorriendo praderas originalmente, y luego poblados, ciudades, culturas, ideas de patria, de destino, cada vez más complejas, más personales. El exilio es una de las formas de la trashumancia. La lengua se traslada de un sitio a otro junto con el escritor, las letras escritas se desprenden en nuevos campos, los aires cambian, los tiempos corren, los idiomas han de vivir entrecruzamientos. Omar Lara y Dinu Flamand son dos voces poéticas que poseen la misma marca del exilio. Dinu Flamand (Transilvania, 1947) es periodista, poeta y traductor, exiliado en París desde 1984. Por su parte, Lara se exilió de Chile a raíz del golpe militar de Pinochet y vivió en Bucarest entre 1974 y 1981; en el año 83 tradujo al español el libro Estado de sitio, de Dinu Flamand.
Cuenta Omar Lara en el prólogo de El frío intermediario que a principios de los años 80, durante su exilio en Rumania, Dinu y él leyeron juntos ―en español― a poetas hispanoamericanos como César Vallejo, José Lezama Lima, Octavio Paz, Borges, entre otros. Es decir, que la relación de la poesía rumana y la hispanoamericana sigue vive a través de sus traductores y sus lectores, como una prolongación de la amistad.
En los versos de Dinu Flamand se encuentra sin duda la fuerza paradójica (o “los surcos inacabados”, como diría él) de un pasado de materialidad frágil, la infancia en la aldea visitada por “lobos rojos” con “abrigos de cuero y pistolas a la cintura” . Por los poemas de Flamand ―quien por cierto nació en 1947, año en que se estableció el régimen comunista en Rumania― rondan mujeres y niños, idiotas y viejos, perros, ventanas para resguardarse; ronda un abandono, un frío entre estos seres y el mundo, tal vez sea éste “el frío intermediario”. Sobre este pasado se halla la marca del exilio, ¿o será que el exilio se funde con la fuerza de los acontecimientos anteriores y posteriores a él, lo que transfigura toda percepción? Esa pregunta despierta en mí, que no sé nada del exilio más que las lecciones, los relatos que dan quienes lo viven.
En esta época en la que los movimientos políticos del mundo exacerban la llaga de las migraciones, las extranjerías, la brutalidad del no lugar, poesía como la de Dinu Flamand recuerda la necesidad de la palabra poética y la preservación de la memoria como salvaguarda. Sólo recordando es como no olvidaremos la infamia, pero también la alegría. Para recordar y para continuar repensando la trashumancia, hemos invitado al poeta iraní radicado en México Mohsen Emadi (desde Finlandia por estos días) a mostrarnos, en formato de video y audio, su particular lectura de algunos poemas de Dinu Flamand.
Carolina Olguín
campos dormidos de cáñamo cubrían Transilvania
la luz titilaba a través de sus hojas fibrosas
eran los primeros días del infierno
la gente desaparecía de las casas
los arados enmohecían
los surcos inacabados subían hacia el cielo
allí el odio había sembrado su semilla
en otoño llegaban a la aldea hombres con abrigos de cuero
y pistolas a la cintura
los llamaban lobos rojos ―tomaban los huevos bajo las gallinas
las mujeres lloraban en las ventanas el silencio de Dios
la vida respiraba brevemente
niños con mocos colgando hasta la cintura
algunas veces mi abuelo levantaba sus ojos y de la tierra salía un
juramento cosechado de Stalin
la gente lo tenía por loco
se hacía un gran vacío alrededor
cuando en la taberna él bebía su copa
hoy es la fiesta de los muertos
quisiera escribirle un poema
pero este tiempo no es poetizable
la poesía es un pensamiento demasiado breve para abarcar el corazón
*
inhábil en los negocios y humillado por los niños
de la pequeña aldea campesina donde la sierra
cortaba día y noche largas tablas
de día y
de noche
se paseaba vendiendo su preciosa desesperanza
a cambio de breves instantes de mediocre felicidad
el idiota del pueblo
*
clara camisa hervida en su propia ceniza
el día llega de madrugada para que tú la vistas
en el frío de enero
entiendes que no partiste nunca de lugar alguno
y que nunca llegaste ninguna vez
pero el exilio no es sino una vacilación
permanente
con algo vergonzosamente doloroso dirigiéndote
un ultimátum ―como un niño
que hace musarañas en la calle
cuando tú pasas
brincando te lleva a la aldea desconocida
y no hay otra aldea donde vivas más tiempo
que el que te has ausentado de ti mismo
TAREA ESCOLAR
sólo cuando te abandona
el amor se entiende con la poesía
y te deja pulir todas las palabras
después de su partida abrasiva
y todo lo que hubo toma un nuevo contorno
como la luna asomada por la ventana
en el tiempo en que tú no sabías seducirlo en el poema
por un exceso juvenil
de emotividad
la luna y el recuerdo del amor están ahora
en las cercanías
vacíos de su sustancia imprevisible
como el pasado