La fe del ahorcado o el doble exilio de quien se queda son de esas paradojas que palpitan en la poesía de la cubana María Elena Hernández Caballero. Quizás las paradojas, en su irresolución, funcionen como un punto suspendido para la contradicción humana: vida o muerte, partir o quedarse, Dios y su falta.
Los poemas de esta muestra que hemos preparado para el lector portan todos una despedida lista para cumplirse, una errancia motivada por el cansancio; la poeta declara una condición que se le impone y debe enunciarla. María Elena nació en Cuba, reside en los Estados Unidos de América, pero también vivió en Argentina y Chile. La condición errante se conecta en algún punto de su poesía con el anonimato, como el del hombre en el poema “Temblor”, que está a punto de “liquidar”, de cerrar un caso, su propio caso, en el que sopesa a los amigos, hace cuentas, pacta en silencio y se despide del lugar. La poeta le infunde un misticismo al acto de “liquidar”, por cierto, un término por demás extraño en nuestra lengua.
Uno de los versos de María Elena reza: siempre buscando a Dios en los depósitos vacíos (“Días de mercado”). Así, su poesía se nos presenta sobria no obstante el sentimiento de orfandad, de carencia, como en esos versos de Reinaldo Arenas: El dios de la miseria se ha encargado / de darle a la realidad otro sentido (“Sonetos del Infierno”). El dios de la miseria y el que se busca en los depósitos vacíos parecen brotar de la misma corriente lírica, o son uno solo.
Los paisajes de esta poeta, más que del mundo isleño de su origen cubano, evocan los nevados rusos o de la Europa del Este donde se ha perdido un tanto la esperanza y se ha acentuado la soledad; aquello que es mejor enunciarlo para que sea la poesía el medio para conversar consigo mismo y reconocerse en los paisajes de otros, en su condición (por ahí encontramos la condena hecha por el stalinismo a la gran poeta rusa Anna Ajmátova: “medio puta, medio monja”…). Tal vez el exilio implique trasladar también la imaginación, los interlocutores de otras épocas y lugares no vistos.
Escuchen los poemas de María Elena Hernández Caballero en voz del poeta mexicano Jorge Saucedo, quien también reside fuera de su país de origen. Dejemos por un rato la velocidad de todo y que el desacuerdo con el mundo del que hablan los poetas no quede en el olvido y nos resignifique.
Carolina Olguín
AUTORRETRATO
Tengo la fe de un ahorcado.
No se equivoque el que pase,
no desvíe la mirada.
Póngala tiernamente en el tronco
y habrá tensado la cuerda
y habrá dividido las aguas.
Dios mío
he de morir con el níveo rostro
contraído en la yerba.
Colgadme pues de piernas.
Colgadme.
Una leve mancha, y nada más.
Todo el paisaje está en el árbol.
VIAJERO
El que se marcha levanta el cuello del abrigo.
El que inmóvil, el que impasible espera,
no comprende los signos que en la tierra traza.
Los días pasados anula con una mano:
Adiós lejana aventura de la carne oh lejano tiempo.
Levanta el cuello del abrigo y este roce lo borra todo.
Todo desaparece bajo la mirada ágil de los que tienen prisa.
Ningún mensaje, ninguna carta entregues.
Olvidará los teléfonos, trocará las direcciones.
No con amor ni odio te nombrarán si es que te nombran.
Un roce suave del abrigo lo borra todo.
Pero el que nunca parte un doble exilio guarda.
Nostálgico de sí y de los otros. Sin mapas ni equipaje.
El viajero es él.
TEMBLOR
Señor: De acuerdo con el balance de liquidación
de amistades que cada fin de año realizo, basado
en rigurosas constataciones, paso a comunicarle
que usted ha pasado a engrosar la lista del mismo.
Reinaldo Arenas
Un hombre liquida en un tugurio.
Los amigos suelen ser hermosos.
Obviando el desenfreno tienen la caligrafía perfecta.
Son laberínticos, desenfadados, el espíritu de la poesía.
Otro poco de vigilia un hombre liquida en un tugurio.
Comunica, constata, es riguroso.
Escribe,
reescribe.
¿la vida es sólo sueño?
La magia los papeles robados un hombre qué hace en el tugurio,
¿sólo esto? ¿sólo esto?
La magia el desenfreno los papeles robados la caligrafía perfecta.
¿Termina o comienza el año?
La hora del balance el hombre llega a un desacuerdo pacta con el mundo.
Atentamente se despide.
No más hombre.
Ni tugurio.
LA CIUDAD Y LOS PUENTES
Antes de que el gallo se levante y al estío cante
abandonaré la ciudad. Ya no quiero patinar del bar
a la capilla. Estoy fatigada, tengo las manos demasiado duras
para levantar esa obra monumental: la del asfalto.
Por el nudo donde la ruta de hielo se divide en barras
tal vez llegue a Siberia, me coma una raíz dictatorial
y pregunte como Stalin (a propósito de Ajmátova):
¿Qué hace la medio monja, la medio puta?
Houston, octubre 2016
DÍAS DE MERCADO
De algún modo yo entro en la multitud como en mi casa.
De algún modo tenemos el mismo rostro,
la misma ansiedad, la misma mesa.
A nadie preguntaría qué árbol tumbó anoche.
A nadie distraería con mi comercio de palabras.
La gente se acomoda bajo los letreros lumínicos.
Ya no sabe qué vender, si el cansancio
o las horas que aún le quedan para exhibirse.
Una mujer barre el excremento de la ciudad
y el vendedor de martillos no se atreve.
(Si les taparan los ojos todo seguiría igual).
Esta tarde me compraría un San Lázaro
y me lo pondría en el pecho.
Hasta los perros me compraría.
Como la palabra el agua no llega a mi boca
y mi sed no sirve para reparar los muelles.
La multitud y yo tenemos la misma madre:
siempre buscando a Dios en los depósitos vacíos.