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La era digital y el terrorismo low-cost

mayo 25, 2017Deja un comentarioArtículosBy Alejandro Vázquez Ortiz

 

Como trascendió en su momento, el asesinato de Lesvy Berlín Osorio en Ciudad Universitaria de la UNAM fue reivindicado por un grupo ecoterrorista llamado Individuos Tendiendo a lo Salvaje. Así lo afirma la nota del portal Reporte Índigo.

 

Desconociendo la veracidad del hecho, nos limitaremos a analizar esto como parte de un discurso noticioso que, me parece, no es aislado.

 

Creo que hay una escalada de violencia que camina a la par que otro tipo de ejercicios como el narco, la criminalidad o el machismo; pero que tiene sus características propias. Se trata de un brote de terrorismo low-cost que ha surgido en los últimos años.

 

Si bien, antes era necesario adiestrar militarmente a los grupos terroristas en el uso de explosivos, armas de asalto y otras técnicas de combate, hoy el terrorismo se basa en la posibilidad de viralizarse. De que en cada hijo de la sociedad de consumo hay un homicida/suicida en potencia. No hace falta más conocer los mecanismos de un detonador de C4. Basta con robar un camión y conducirlo contra una multitud. O, tal y como lo pregona la nota que arriba mencionamos (si llega a ser verídico), estrangular a una persona al azar.

 

Más casos recientes: el atropello masivo con un camión en Berlín que dejó 12 muertos y fue reivindicado por el Estado Islámico; un artefacto explosivo que pretendía diezmar al equipo de futbol alemán Borussia Dormunt, con la intención de desplomar las acciones del club y generar ganancias económicas; la amenaza filtrada, de un aparente miembro de la llamada Legión Holk, sobre un ataque armado a una preparatoria de Nuevo León; la grabación de intentos de suicidios escolares y testimonios de agresiones de autolesión y ataques a maestros a nivel secundaria.

 

En este clima, me parece que la violencia gratuita no debe separarse, sino matizarse. Terrorismo o agresión, me parece evidente que la raíz primera de la violencia, que bordea siempre el nihilismo (y esto a veces salpimentado con alguna forma de fundamentalismo), se haya en una forma de reciclado monstruoso de los desechos del capitalismo y los medios de formación de masas.

 

Es evidente que las formas tradicionales de formación de masas se han descompuesto en la era digital. La información también es low-cost.

 

Barata de producir y barata de difundir. Tiene que serlo porque en la era digital ya nadie parece dispuesto a pagar por estar informado. Ésta debe encontrar su cauce, y parece que siempre lo hace. Se duplica y multiplica, se deforma y se copia a perpetuidad como un cáncer o un virus. Imparable, barata, volátil.

 

Las redes sociales acaparan el tiempo digital. Dentro de ellas el sentido se licua. La comunicación se da en balbuceos o repeticiones. El capitalismo produce insatisfacción en todos los niveles: si no es monetario/laboral, es insatisfacción de sentido y dirección.

 

Ante eso, las redes sociales ofrecen una forma de neurosis perpetua a través de la información: nos enteramos de un genocidio, de un resultado de futbol, quizá del fallecimiento de un pariente lejano, a la par que el éxito laboral de un conocido y vemos un video chistoso. Todas las emociones confundidas en un scrolling delirante.

 

La representación del mundo ha dejado de ser una televisión. El zapping que debía luchar por captar la atención produciendo programas de vistosidad e ingenio, se ha dado por vencido. Ahora se admite alegremente que las personas difícilmente podrán mantener la atención en algo por más de cinco minutos.

 

Estamos en los albores de una Edad Media cyberpunk. Un lugar donde todo es streaming, scrolling, ebullición y olvido. En donde nada puede captar la atención por más de cinco minutos.

 

Y en este clima se gesta este terrorismo low-cost. No es coincidencia. Por un lado, un grupo ecoterrorista se adjudica el estrangulamiento de una mujer como forma de operar; por otro, la red divulga amenazas sobre ataques con armas de fuego en zonas escolares. Con sus matices y diferencias se puede intuir que la violencia se utiliza como medio de expresión dentro de la normatividad del sistema de vida. La violencia genera atención. Produce de inmediato eso que el resto de documentos es incapaz de producir: interés.

 

Sea mediando un mensaje (como en el caso del cualquier fundamentalismo); o una noción de jerarquía dentro de un grupo nihilista, ambos encuentran la carne de cañón en los desilusionados del capitalismo. No solo agotados por su incapacidad económica o privilegios; sino agotados y desamparados por el sentido de a dónde dirigirse.

 

La información barata y efectiva los catapulta a la máxima aspiración: la de transformarse en un documento. Ser información y compartir la barra de noticias con los marcadores deportivos y chismes de políticos y famosos, para después volver a perderse en el scroll infinito de la información.

 

¿No es ésta la razón principal por la que algunos vean la violencia como una forma de expresión?

 

Si en la época industrial Bartleby es el símbolo de la repetición alienada que se rebela negándose a hacer nada, en esta época digital en donde el símbolo es el individualismo más exacerbado, estos comportamientos pueden ser la forma de expresar el desencanto de la sociedad de consumo a través de una realización monstruosa y caricaturesca de sentido: ser noticia. Al fin, emerger del olvido de las opiniones histéricas e individuales que no importan a nadie y aparecer ante el mundo como único, personal, individual, histórico.

 

Y después desaparecer de la pantalla cuando alguien gire la bolita del mouse.

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Sobre el autor

Alejandro Vázquez Ortiz

Escritor y editor. Miembro del consejo editorial de An.alfa.beta y actualmente becario en el Centro de escritores de Nuevo León de CONARTE. Ha publicado "Artefactos" (2012). Recientemente obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015.

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