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“La poesía es generosa con quien la cultiva sin esperar nada”: Entrevista con Francisco J. Serrano

julio 20, 2017Deja un comentarioEntrevistas, PoesíaBy Carolina Olguín

Foto: Francis Espinosa

Hace un calor de alrededor de 40 grados centígrados: es una tarde del típico verano de Monterrey. El poeta Francisco J. Serrano y yo nos encontramos en su casa en el centro de la ciudad, tomando agua de jamaica en unas lindas tazas de peltre, con la compañía de su pequeño chihuahua Elvis y la música de Satie en el reproductor. Estoy por comenzar la entrevista, no he hecho ninguna pregunta formalmente, pero Pancho ―como mejor es conocido en la ciudad― ya está platicando y así es como arranca…

 

Bóreas y el Sol cumple 10 años, lo presenté el 20 de junio del 2007. El título fue lo último que elegí para ese libro. Óscar Estrada (encargado del diseño editorial) tenía ganas de hacer un libro de poesía y generosamente me ofreció toda su experiencia para hacer el libro. En un principio lo íbamos a financiar entre él y yo nada más. Luego, Federico Jordán, amigo de Óscar y gran ilustrador, aceptó hacer la ilustración de la portada y ya al final, cuando estábamos a punto de mandarlo a la imprenta, José Jaime Ruiz, de Posdata, decidió que él también quería participar, y él puso la lana para que se hiciera. Fue el nombre de Posdata Ediciones lo último que se agregó al libro. Mi libro fue el primero de ese sello editorial.

 

Por cierto, ¿cómo surgió el título de tu primer libro?

Bóreas y el Sol es el nombre de una fábula de Esopo, pero como Bóreas es el viento del norte y el sol es algo que padecemos mucho aquí (en Monterrey), yo tenía ganas de que el título fuera una evocación de ser norteño, un viento norteño que anda por ahí. El título les gustó a Óscar y a José Jaime Ruiz, y se quedó. Yo siempre he pensado que el título es lo último que eliges al publicar un libro de poesía; cada poema tiene su propio tema, muchas veces tú no sabes el conjunto qué impresión en general te inspira.

 

¿Qué ha sucedido en estos 10 años de que publicaste tu primer libro a la fecha?

He ganado muchas amistades gracias al libro; lo presenté en Buenos Aires y en Madrid. La gente te percibe de otra manera: uno no deja de ser una persona común y corriente, pero el asunto de escribir poesía la gente lo ve de un modo especial porque quizá se les hace raro que alguien decida dedicarle un tiempo y esfuerzo a una actividad poco redituada económicamente; yo simplemente lo hago porque es una especie de divertimento, y me propuse hacerlo y lo hago por gusto. El trabajo te mantiene con los pies en la tierra, y la poesía te ayuda a darle voz y permanencia a sensaciones, impresiones y sentimientos, y uno espera que el tiempo le dé su lugar a lo que uno hace.

 

Una característica de tus libros, de ambos, es que dedicas casi todos los poemas a tus amigos, a gente conocida con la que nos topamos en el centro de Monterrey, en sus bares y en eventos…

Es un recurso que uno tiene para agradecerles la amistad a muchas personas. Lo hago por eso, para dejar huella de una amistad, del cariño por alguien; pasa el tiempo y eso ya nadie lo borra. A veces me gustaría tener poemas o temas bonitos para regalarles a las muchachas guapas, pero de repente me salen unos poemas que hablan de cosas escabrosas y no se puede. Pero la idea es que sean como regalos.

 

En la solapa de Bóreas y el Sol dice textualmente: “Su amigo Samuel Noyola le ordenó ser poeta”. Cuéntanos sobre esto.

Mi amigo Samuel Noyola vivió unos meses en mi casa en Escobedo. Tenía él una costumbre medio extraña, un placer por hurgar en tus papeles; de repente veía que tenías cuadernos y le gustaba hojearlos. Entonces se dio cuenta de que yo tenía esbozos de poemas. Alguna vez él me dijo: “Si yo hiciera un taller literario, ¿te meterías?”, y le dije que no. No, porque tengo un prejuicio hacia los talleres literarios. Una vez estábamos hablando de sonetos, y yo tenía vagos recuerdos de la forma de cuando te los explicaban en la secundaria ―yo no sé si actualmente haya esos temas cuando llevan lengua española o algo así― y hablábamos de endecasílabos. Entonces, me salí a caminar y de repente se me ocurrió por puro juego un tema que quise verter en forma de soneto e hice uno pero de meseros. Cuando regresé de caminar, le dije a Samuel: “A ver, ¿qué tal se oye esto para un soneto? Los comensales al verme sonríen / cuando llego a la mesa y les ofrezco / del menú no sospechan lo grotesco / si no ven los sartenes con que fríen…” Me dijo Samuel, “¿quieres que te ayude a terminar el poema?”, y le dije, “no, lo voy a terminar yo solo”. Después, pasaron muchas cosas, siempre había mucha emoción ―cuando eres amigo de Samuel Noyola siempre pasan un montón de barbaridades, era muy divertido― entonces un día, cuando ya se estaba yendo de la ciudad, cuando ya lo vi por última vez en El Patio del Café Infinito, sería en el año 2001, lo fui a encaminar a la Central de Autobuses ya de madrugada y me dijo: “Sabes qué, Pancho: tú eres poeta, a lo mejor no lo sabes, pero dedícate a la poesía, tienes madera para eso”. Para mí en realidad la literatura representaba una manera de evadir la realidad, de mejorarla un poco, siempre trabajaba en cosas que no me interesaban, cosas que hacía solamente para sobrevivir, entonces en ese momento pensé: quizás la poesía es lo que necesito para tener una especie de lugar en el mundo; no le tengo temor a la pobreza porque siempre he sido pobre; nadie va a vivir en mis zapatos, no quiero llegar al final de mis días sin la satisfacción de haber hecho lo que me dio la gana. Y simplemente lo que hice fue intentar escribir, y sí tuve una idea bastante clara: si quieres aprender a escribir, debes conocer las posibilidades expresivas de tu propia lengua. Entonces comencé a leer por mi propia cuenta, de un modo más bien desordenado, poesía tradicional en lengua castellana. Yo simplemente hago la poesía como la poesía que a mí me gusta y ya. En ese sentido, yo tengo un modo muy simple de trabajar: tratar de estar a la altura del pasado y no del presente. Hay demasiada poesía muy buena en el pasado como para pensar que lo que hagamos en este momento pueda ser mejor. Me gusta leer cosas que muchas veces no están tan de moda. A lo mejor me hablas de un poeta que ahora está en boca de medio mundo; yo lo dejo que se enfríe o se muera y ya después lo leo. La mayoría de mis poetas favoritos murieron hace tiempo.

 

¿Cuáles son tus libros de cabecera?

Yo releo mucho a Valerio Catulo, siempre me divierto. Constantino Cavafis es una buena compañía para un hombre solitario. Hay un libro que me gusta mucho de epigramas funerarios griegos. Me gusta releer la Antología palatina. Las versiones y diversiones de Octavio Paz es un gran libro, por decir unos pocos. De cada poeta me gustan dos o tres poemas y me quedo con ésos, y los releo, como quien escucha sus discos favoritos otra vez.

“De cada poeta me gustan dos o tres poemas y me quedo con ésos, y los releo, como quien escucha sus discos favoritos otra vez”

 

Ahora que mencionas a Catulo y los epigramas, y antes los sonetos, además del asunto de leer en tu propia lengua, pienso sin embargo en que también acudes a las formas breves japonesas del haikú y el tanka, y que funcionan muy bien en tu poesía, ¿cómo llegas ahí?

Cuando empecé a leer haikús y tankas, que fue a través de Borges y Octavio Paz, siempre me llamaban la atención esas formas tan emocionantes donde en muy pocos versos se lograba plasmar un sentimiento o un instante; puedes pintar algo inmenso en unas cuantas palabras. Es muy raro para la sensibilidad de un lector o del escucha común considerar poesía una cosa tan breve. Ya después comencé a conocer traducciones, sobre todo de Aurelio Asiain; su libro Luna en la hierba es muy importante para mí. Él es un gran traductor de poesía japonesa y también muy buen cultivador de esas formas orientales, es un gran poeta. Después empecé a comprarme mis propias antologías de haikú y tanka, y la mayoría pertenecen a la Editorial Hiperión, que ha dado a conocer en nuestra lengua muchas traducciones de poesía japonesa. En mi libro Plaza de la luz abundan esas formas y es por un detalle importante: ese libro lo escribí andando en el camión, en recesos, lo escribí en pequeños cuadernos, servilletas, libretas de órdenes del restaurante. Tenía un trabajo con horarios terribles y me absorbía casi todo el día, entonces el poco tiempo que tenía y cuando venía un impulso poético era en momentos fugaces como ir en el Ruta 130, el 209, el 214… Volteaba a ver una cosa, sentía que algo sucedía, lo anotaba rápido y luego ya iba dándole forma. En general las formas cerradas te ayudan a resolver ese problema de la forma. Ya cuando cumples con ciertas maneras de organizar los versos, te das cuenta de que ese problema ya está resuelto; es parte de la libertad poética tener esos recursos. Hay formas que he cultivado y otras que no he podido porque cada una requiere una cierta práctica; a diario puedo practicar un haikú o un tanka, pero no todos los publico. Publicar y escribir son dos cosas muy diferentes. En realidad, no voy ser como un poeta japonés hablando de flores de cerezo, pero sí puedo hablar del calor del verano o las flores del desierto:

 

III

En una grieta

del paso a desnivel,

flores silvestres.

(De Plaza de la luz)

 

Plaza de la luz es una plaza en el centro de Monterrey y es el título de tu último libro, cuéntanos por qué elegiste ese nombre.

Primero porque viví por ahí. Cuando andaba de vago por la ciudad siempre me gustó esa zona, las fachadas de las casas, los materiales; se me hacía un lugar muy bonito y hace algunos años pensé en vivir por ahí. También lo elegí porque esa plaza representa un montón de recuerdos para muchos regiomontanos: la iglesia, la casa de un familiar, algún negocio, un noviazgo…

 

En tus dos libros, tus prologuistas ―en el primero, José Jaime Ruiz, y en el segundo, el español Jesús Munárriz― destacan algo que muchos sabemos de ti: que has trabajado como mesero, que no vives del medio literario, que no buscas premios y sin embargo posees un talento y un rigor mostrado ya en tus libros. Ellos destacan eso, ¿tú cómo lo ves?

Yo siempre he pensado una cosa: la poesía es generosa con quien la cultiva sin esperar nada de ella. No está mal vivir con apoyos, no está mal vivir del mundo académico, está bien. A mí me gusta, en un momento dado, que vivo de algo que no tiene que ver con lo mío, pues simplemente me mantiene aparte. Entonces ya cuando surge la oportunidad de escribir, lo hago sin la necesidad de tener que estar cumpliendo con una beca. Por ejemplo, ¿quién me va pagar por terminar un poema que me tardé ocho meses en acabar?

“¿Quién me va pagar por terminar un poema que me tardé ocho meses en acabar?” 

 

Es una gran inversión de tiempo. Como más o menos dice Jesús Munárriz, los poetas siempre han vivido de otra cosa; ahora la gente se dedica principalmente a la academia o la docencia, y yo me dedico a otro oficio y no soy el único. Entre mis dos libros hay muy pocos poemas de un año a otro porque no me dedico completamente a eso; es muy agobiante tener esa obligación. Mis libros se han hecho así: yo nunca me he propuesto hacer un libro; yo hago los poemas, luego los ordeno, los selecciono y pienso en el título, y después veo si alguien los va a publicar. Es como va dando la mata… La oportunidad de publicar un libro siempre es bastante rara porque es una cosa de locos invertir en algo así. Imprimir la poesía, promoverla, es algo que se hace por amor y porque hay público, gracias a Dios, gente sensible, pero es difícil.

 

Fuiste incluido en una antología de sextinas, en España, de la editorial Hiperión, ¿cómo llegaste ahí?

Sextinas, pasado y presente de una forma poética es un libro que abarca más o menos 900 años de poesía, y haber publicado un poema ahí es hasta ahora mi mayor orgullo. Es una forma poética rara para este tiempo. La primera vez que hablé de sextinas fue con Samuel Noyola en el patio de mi casa. Yo llevé algo de matemáticas y conozco el concepto de permutación, cambios de orden. Esta forma la inventó un trovador provenzal que era un ludópata, Arnaut Daniel, y es un juego en donde las palabras al final de cada verso cambian de posición después. Toda forma cerrada requiere práctica. Algo muy aconsejable es intentarlo con algún tema ligero, desechable. Antes de intentar hacer un poema aceptable van a venir muchos en los que va subiendo la dificultad. La invitación para esta publicación llegó porque yo estaba en la casa de Maruja Nahle, allá en San Pedro, y llegó Felipe Montes, y yo tenía esa sextina en la pantalla de la computadora (“Alma Cibdad”, la que fue incluida) y le estaba explicando la forma a mi amiga, y después a Felipe Montes. Pasó el tiempo y un día estaba Felipe sentado en la Feria del Libro y me dice: “Conocí a una chica que está haciendo una antología de esa forma poética que me mostraste, escríbele”, y me pasó su contacto; y le escribí a la chica y le mandé mi poema. Después ya traté directamente con Chus Arellano, su colega. Luego pasaron años. Hasta mucho después me enteré de que esta antología era para editorial Hiperión. Después vino Jesús Munárriz a la Capilla Alfonsina y platiqué con él, pues yo le había hecho llegar mi libro y me comentó que le gustó la sextina que ahí viene, me invitó a la misma antología, pero le dije que ese poema ya era conocido por sus compañeros… En esa antología aparecemos sólo tres mexicanos; es bonito que se te reconozca como cultivador de una forma así, además aparecen muchos autores muy importantes.

 

Mencionaste a Samuel Noyola, pero ¿a quién o quiénes consideras tus maestros?, ¿o qué piensas de esas figuras, si las hay en tu formación?

Puedo decir que Samuel sí es un maestro porque sí me enseñó cosas por haber convivido con él, pero no es alguien que haya asistido a mi formación. Yo considero más un maestro ―porque siempre creyó en mí y me aconsejó muchas lecturas― a Abelardo Cantú Arizpe. Antes de publicar un libro conviví mucho con José Carlos Méndez, quien era un gran lector y me aconsejó lecturas, es decir, la gente a mí no me enseñó; a mí me dijeron: “Ve y lee esto para que aprendas. A mí ha llegado gente a decirme: “Oye, Pancho, yo también quiero escribir poesía”, y les digo “ah, yo te enseño, es bien fácil, nada más vas a ir a la facultad tal, vas a buscar el libro tal, lo vas a leer y cuando lo leas, vienes”, y nunca regresan. 

La gente a mí no me enseñó; a mí me dijeron: “Ve y lee esto para que aprendas”

 

 

 

Hace poco falleció Juan Goytisolo, a quien conociste, y de hecho él cuenta en una entrevista sobre un mesero de Monterrey a quien se encontró y quien tenía un conocimiento sobre ciertos autores que no cualquiera… ese eres tú. ¿Cómo fue ese encuentro?

Un año muy importante en mi vida fue 2001 porque fue el año en el que yo tenía mucho contacto con Samuel Noyola y fue cuando tuve ese encuentro con Goytisolo. Yo siempre he sido y seré un lector muy desordenado, caprichoso y antojadizo; Juan Goytisolo reivindica mucho la formación autodidacta, la independencia intelectual; yo no me considero un intelectual, es muy difícil ser una cosa así. Era un pensador que reivindicaba a los árabes y los judíos en la cultura española, el interés tan profundo que tenía por ese mundo tan desconocido de Medio Oriente, que lo apreciaba tanto y lo vivió, hablaba árabe; y cómo ocupaban ese lugar siempre desplazados o gente marginal en lugares como París, pues él vivía en esos barrios y convivía con esta gente, los conocía profundamente y le dieron temas para algunas obras. La casualidad me llevó a conocerlo en el restaurante La Pesca, aquí en el centro de Monterrey, en la calle Tapia (Col. Obrera). Lo llevaron ahí porque le gustaban los lugares sencillos. Era un día como cualquier otro y yo estaba al lado del capitán de meseros ―yo estaba trabajando en ese restaurant― y de repente pasó un grupo de personas y hasta que los vi sentados me di cuenta de que estaba Juan Goytisolo ahí. Yo en ese tiempo casualmente estaba leyendo Juan sin tierra y anteriormente había leído en la Biblioteca Central Makbara; de este libro me llamó mucho la atención la forma en como estaba escrito y que era una especie de homenaje al Arcipreste de Hita, sobre todo. Makbara me llevó a intentar leer al Arcipestre de Hita y también conocí después al Arcipreste de Talavera, Sem Tob rabino de Carrión, Disciplina clericalis… Entonces, cuando lo conocí, me acerqué con el libro en la espalda y le dije: “Señor, usted es Juan Goytisolo”, volteó y puso cara de asustado y le dije: “Señor, no se asuste”, porque ya después me enteré de que era un tipo bastante tímido. “Sabe qué, yo no conozco toda su obra, pero debo decirle que gracias a haber leído su libro Makbara, despertó un interés por la tradición castellana y gracias a usted he conocido ésta y esta otra obra”, y luego se le notó el gusto en la cara y comenzó a comentar esas obras delante de la mesa, y en la mesa estaban muchas personalidades muy importantes, ahí estaba la doctora Inés Sáenz y me dijo: “Ya quisiera que mis alumnos leyeran esas cosas”. Cuando se despidió, Goytisolo me dio un abrazo y me dijo: “Me ha hecho usted un hombre muy feliz”.

Cuando se despidió, Goytisolo me dio un abrazo y me dijo: “Me ha hecho usted un hombre muy feliz” 

 Y luego ya en un programa de televisión del Distrito Federal mencionó esa anécdota de nuestro encuentro. Y después lo volvió a mencionar en un artículo que se llama “Vamos a menos”, en donde criticaba la cultura española… Fue en ese año 2001 en el que dije: te gusta leer, pero a lo mejor lo que siempre has querido hacer es crear, escribir, y no te has dedicado… simplemente tienes que leer poesía. También alguna vez leí a T.S. Eliot y decía que de poesía se aprende leyendo poesía. Y en el Arte Poética de Ezra Pound, ese viejo dice: déjate influir por cuanto poeta bueno conozcas, pero al final siempre tienes que reconocer su influencia. Es una idea muy simple: leer para dejarse influir. Leer por placer y para aprender a crear. Incluso los poetas que no te gustan te enseñan bastante.

 

La poesía es un género de minorías. Afortunadamente, tener un trabajo que no tiene nada que ver con la poesía me vuelve muy libre. A mí, si Conarte tiene o no presupuesto, o si un día desaparecen las instituciones culturales, yo como quiera voy a seguir haciendo lo mío. A mí esas cosas no me detienen.

 

***

 

La siguiente es una muestra poética del trabajo de Francisco J. Serrano, quien incluyó algunos poemas inéditos para compartir con los lectores de Levadura.

 

 

H.E.B. CHIPINQUE

a Melissa Gallaga

 

 

Desde una mesa distante

la vi sin que lo advirtiera.

Con la mirada perdida

en un volante de ofertas,

la suma más elevada

de femenina belleza,

daba un sorbo a su café

con un gesto delicado

de letal aburrimiento.

Quizás en ese momento

anodino de su vida,

su donaire habría alcanzado

su momento más sublime.

Pero un instante duró

este grato pensamiento:

con el ritmo aletargado

de la música ambiental,

se perdió por el pasillo

de productos de limpieza,

del brazo de su marido

y ya nunca he vuelto a verla.

 

 

MENTIDERO

 

 

Así como los restos de un naufragio

flotan sin rumbo por la superficie

del mar, así deambulan por la vida,

cual zurrones de víbora ambulantes

tantos políticos que no saciaron

sus ambiciones de poder y fueron

poco a poco borrados del sistema.

Demandan demasiada cortesía,

buscan ser lisonjeados como en tiempos

que amancebados con el presupuesto

paseaban con candor presidencial

entre el bullicio de los mentideros.

Y sus restos se arrastran por la vida

como bolsas vacías de papitas

golpeadas por el tiempo, desolados.

 

 

SONETO VI

 

a Aarón Aguirre

 

 

Este grupo de rock vino a tocar

pocos minutos en el escenario,

desde un distante pueblo fronterizo.

El nombre (que no importa) reveló

nula imaginación, cero colmillo.

 

La verdad, no tocaban nada mal.

Son jóvenes, podrían llegar lejos.

De seguro el dinero de los covers

no les alcanzará para la cena.

 

Pero, si no componen rolas propias,

con el tiempo serán como esos grupos

que mal gastan su vida homenajeando

 

y amenizando bares malolientes

como este, en horarios clandestinos.

 

 

FOSA CLANDESTINA

 a Tania Jimena Enriquez Mier

 

Ante tus pies, incierto caminante,

la tierra oculta nuestros rotos huesos

debajo de este cúmulo de piedra

no cubierto de mármol ni de hiedra.

Ninguna cruz ni seña circundante

ni nombre ni camino

ha señalado nuestro atroz destino,

para cubrirlo con airados rezos

de los seres que amaron nuestros días,

y es nuestro sueño ver la luz rabiosa

del sol, que carboniza este desierto.

En este suelo inculto, casi yerto,

donde habitan cenizos matorrales,

lejos de nuestra gente y nuestra tierra,

estos restos mortales

—dígitos, estadísticas de guerra—

urbes recuerdan, zonas labrantías

y elevan con mi voz estos lamentos

antes que a nuestros deudos los arrasen

las garras de los años virulentos.

Nuestros recuerdos no nos abandonan.

Con sed perpetua de justicia yacen

estos despojos que el subsuelo abonan.

Clamamos todos por descanso eterno

bajo la tierra, cerca del infierno.

 

 

ALMA CIBDAD

 

a mi gran amigo Óscar Estrada de la Rosa

 

La mañana vestida con la misma

ropa de ayer, embiste las aceras

y a fuego lento carboniza el orbe;

la presencia entre miles se diluye;

entre la ansiosa multitud quisiera

abrir los ojos y seguir dormido:

 

este flujo vital, nunca dormido,

otro a cada segundo, con la misma

fuerza sin tregua destrozar quisiera

y enterrar el cordón de las aceras;

la omnipresente polución diluye

el aire limpio que anegaba el orbe:

 

ya me has hecho pensar en otro orbe,

lentas ciudades,  un rumor dormido

y en el tráfago hidrópico dilúye-

se este deseo: yaceré en la misma

ola de muertes, cruz de tus aceras,

no se puede evitar, aunque quisiera

 

y aunque inerte en el féretro quisiera

escuchar estruendoso bajo el orbe

un conjunto venal de tus aceras

que haga vibrar al panteón dormido;

mudas de cara para ser la misma

tu canción ancestral no se diluye:

 

no ganas tanto con cambiar, diluye

la ambición sanguinaria, no quisiera

mudar de lengua ni de piel,  la misma

hueste cobarde que desuela el orbe

desollará mi carne, mal dormido

bajo el manto solar de otras aceras:

 

la sed bestial lacera, las aceras

de guano y sangre ebullen,  me diluye

esta erosión que sufro hasta dormido.

¡Alma Cibdad rabiosa!, no quisiera

que las cruces recubran todo el orbe,

¡corres, corres de ti, tras de ti misma!

 

Y en la misma erosión de las aceras

se diluye en sus restos aquel orbe

que dormido de nuevo ver quisiera.

 

(De Sextinas, pasado y presente de una forma poética)

 

 

 

 

 

Francisco J. Serrano (1977). Regiomontano por nacimiento. Ha publicado los libros de poesía Bóreas y el Sol (2006) y Plaza de la luz (2013), ambos con Posdata Ediciones. Una de sus sextinas fue incluida en el libro Sextinas. Pasado y presente de una forma poética (Hiperión, 2011).

 

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Sobre el autor

Carolina Olguín

Poeta, profesora de lengua y literatura y editora independiente. Es autora de Libro de la vigilia, poemario publicado en 2014 por Abismos Casa Editorial. Sus publicaciones han aparecido en revistas como Tierra Adentro, Letras Explícitas, Revista de la Universidad de México, Armas y Letras, así como en antologías nacionales, y periódicos y revistas de Bolivia y Venezuela. Colabora en La Resolana de Nuevo León.

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