Monterrey, 17 de junio de 2017
Al llegar a la estación General Anaya −el ya tradicional punto de reunión de la Marcha del Orgullo en Monterrey−, las puertas del metro se abrieron y, entre empujones y banderitas arcoíris, logré salir a paso veloz hacia las escaleras cuando me topé con Lalo, un exalumno a quien le di clases el año pasado en el Tecnológico y que había llegado solo al evento, decidido a estar ahí a como diera lugar. Me preguntó si podía quedarse conmigo durante el trayecto, a lo que accedí con gusto genuino. Nuestra primera misión fue buscar al contingente de El clóset LGBT, porque mi plan era ubicarme junto a éste para desde ahí vivir la XVII Marcha, por cuestiones estratégicas (estarían al frente), pero sobre todo groupies, pues sabía que ahí estarían los youtubers Pepe y Teo, además de Ophelia Pastrana. Entre los ríos de gente reunida, vimos un contingente de strippers de algún antro, otro de vaqueros, y el tradicional e histórico carro alegórico de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, que llevaba con globos la palabra Jesús con la Jota desinflada…no quise interpretar ese signo, así que seguimos caminando hasta llegar al frente.
Ciudad de México, 24 de junio de 2017
Hay que llegar al Ángel de la Independencia. Mis amigos, los amigos de mis amigos, el contingente chiapaneco-chilango y asociados, todos, nos quedamos de ver frente al Sanborns a las 12:30. Mi grupo partió de la Condesa caminando, porque en este clima y con estas banquetas caminar no es problema, es gozo. Otros nos verían directamente allá. Me lo advirtieron: hay que mandarles mensajes y quedar desde aquí, ser muy claros sobre el punto de encuentro y la hora antes de llegar. Desde que Peña Nieto trepó al poder, es muy conocido que cuando hay aglomeraciones de civiles la señal de telefonía celular y el internet “se va” misteriosamente en el centro de La Capitals, haciendo muy difícil la organización. Y si te pierdes en el mar de gente, olvídate.
Así que caminamos una vez aclarado todo lo demás. Tras un trayecto de muchas palabras y árboles amenos, llegamos hasta donde estaban los tráilers listos para partir rumbo al Zócalo, y ese lago de personas reunidas en torno al Ángel. Anoto: Estoy entre el carro de strippers del famoso club leather Tom’s y el carro oficial de CDMX, sí, el de la marca y la administración actual. Imagino a Adrián de la Garza y al Bronco en su carrito alegórico en Monterrey, agitando sus banderitas cual Justin Trudeau, y sonrío.
Monterrey. 17 de junio de 2017
Y es que sí, este año se apunta otro dato importante a la historia del evento en la capital de Nuevo León, pues los organizadores de siempre, los que la iniciaron y mantuvieron casi heroicamente por década y media, decidieron dejar la batuta y marchar codo con codo desde otros ángulos. Me atrevo a repetir que esta es la primera vez que los millenials están al frente, en el sentido de que los nuevos integrantes en la gestión cumplen con el rango de edad que caracteriza a esa generación tan malmirada. Esto es notorio por la inclusión de youtubers, la intensa campaña en redes sociales gracias a El clóset y a Regio Gay, y la conexión con la población universitaria que hoy incluye asociaciones estudiantiles de la diversidad sexual en las dos instituciones privadas de educación superior más caras de la metrópoli, cosa impensable hace quince años. Como bien menciona Daniela Mendoza en El que no brinque es buga (Tilde Editores, 2016), los más jóvenes han jugado un papel crucial en la historia de la Marcha en Monterrey. A principios de la década pasada fueron los adolescentes que acudían al Centro de la diversidad Oasis dirigido por Mariaurora Mota quienes plasmaban con entusiasmo —no libre de angustia— su paso en las calles del centro de la ciudad. Ahora los protagonistas parecen ser los universitarios con mayores libertades y con menos miedos. Este año, cuando los portavoces al final del recorrido pidieron que alzaran la mano los primerizos, un mar de manos y banderas contestaron con jovialidad multicolors. Juventud, divinítsimo tesoro.
Ciudad de México, 24 de junio de 2017
Cantidad de marcas. El tráiler de Google. Cabify presente. Un contingente del banco Santander. Se regalan pulseritas arcoiris de Scotiabank. Los corporativos sobre Paseo de la Reforma ostentan los colores del arcoíris en sus fachadas. Globos de American Express con la palabra Pride. Camisetas de Software and People. Las papitas Pringles nos regalan bigotitos con arcoiris y también producto. Nunca me había sentido tan rentable. Bueno, hasta Pemex salió del clóset en medio del acoso neoliberal. Mareado por tanto branding, voy registrando con mi teléfono lo que puedo. Está la fiesta, el carnaval, la celebración: La mujer maravilla, la abuelita con Piolín y Silvestre, los gogo dancers, las tehuanas, el “Avatar”, las alas de ángel, las pelucas, los disfraces más extravagantes y también los menos complicados. También el posicionamiento político: La gente trans —como siempre— con la frente en el cielo, cuerpos pancartas y cuerpos con pancartas, “hay hombres con vulva y mujeres con pene”, “mi hijo es hombre trans: no te metas con él porque lo amo”, “no nací en un cuerpo incorrecto, sino en una sociedad con prejuicios”, “que no te engañen: las familias somos diversas”, “amor es amor”, “no más muertes trans”, “si Dios es todo, también es trans”, “nuestro hijo es hetero pero igual lo amamos”, “esta marcha sí es de fiesta, también de orgullo y de protesta”. Y las clásicas consignas: “¡Ese bigotón también es maricón!”, ¡Esa muchacha, también es marimacha!”, “¡No que no, sí que sí, ya volvimos a salir!”, “¡Esos mirones, también son maricones!”.
Monterrey, 17 de junio de 2017
A nuestro paso encontré de todo, aunque me llamó la atención no ver mascotas como la vez anterior: la calors regiomontana no permitió que los animales gay-friendly pusieran sus suaves patitas por las avenidas este año. Me impresionó el número de banderas de todos tamaños y texturas. El capitalismo rainbow oportunista llegó para quedarse: desde Cabify, la competencia de Uber, como gran patrocinador oficial, hasta los vendedores de banderitas que regresaron muy contentos a casa esa noche. Se vale, sobre todo en un momento en el que la visibilidad es un arma política indiscutible, pero noté que algunas personas perdían de vista el interés que representa el consumo de la comunidad LGBTIQ+ para el mercado y aplaudían la buena onda de las empresas ahora, de pronto, tan abiertas al tema. El arcoíris es también una marca, no nos hagamos.
Por ahí, entre las voces menos escuchadas, navegan las disidencias: No al capitalismo rosa, al neoliberalismo gay, a la homonorma vendida a los intereses del mercado. No podemos perder de vista las intersecciones. Apoyo total, urge revisar esos temas, dice algún profesor por ahí. Jotas anarquistas trasnochadas, dice otra voz con madurez amarga. Avanzamos con Gloria Trevi de música de fondo.
Son las 6:30 de la tarde, y el sol nos abraza con orgullo.
Saludo a Héctor, el de El clóset. Le pido a Lalo que me tome una foto con Pepe y Teo. Me confiesa que no le caen bien y me habla sobre otro youtuber mucho más interesante. Yo estoy feliz con mi foto. La marcha arranca. Hay una chica montada sobre una camioneta blanca, con una bandera enorme: Es Kika Édgar, digo yo. ¡Claro que no, es Karla Luna!, me corrige Lalo, divertido: La ex Lavandera es la reina o la Gran Mariscal del evento. Vamos justo atrás de ella. La gente la saluda con cariño: Todos reprobamos a la otra, la güera robamaridos, la malamiga.¡Qué sabroso es juzgar! Realmente la marcha ha iniciado y tomo algunas fotos. Ya hay personas en las aceras saludándonos. Pasamos por la “casa de las caguamas”, tradicionalmente decorada con papel crepé de los colores del arcoíris. Adelante va un colectivo de chicas trans con mensajes contundentes: No más muertes trans. No más transfeminicidios. Lilith, como siempre, bárbara. Su bandera hace brillar la T en LGBTIQ+. Hay una mujer trans cuyo cuerpo completo es un mensaje: Va con el torso desnudo con manchas que simulan sangre, una corona de espinas y carga una cruz blanca, pisando desafiante a Alfonso Reyes, a Benito Juárez, a Ignacio Zaragoza y a todos los demás.
Ciudad de México, 24 de junio de 2017
Ya somos todos los que estamos. Buscamos el contingente de la empresa de una amiga de Manuel Alejandro para pegarnos. Lo encontramos y tenemos que colarnos por todo el río que ahora es Reforma. Compermisito, comper, disculpa, sorry. Voy con mis amigas la Nere de Monterrey que ahora hace una estancia doctoral en la Ciudad de México, y la Matza Maranto de Tuxtla que ahora trabaja con la poeta Elva Macías en CDMX; Adelante van los chiapanecos: Francisco Cancino, Manuel Alejandro Reynosa, Pamela Chanona, Eric Matus, residentes. Del exilio regiomontano de la década pasada: Paulina Palacios, Christian Alanís. De Ciudad de México: Dominga Martínez. Lanco, de Hermosillo. Ana Palacios también va. ¿Quién nos falta? Adelante nos alcanza Georgina, también de Chiapas pero que vive en Puebla y vino exclusivamente al evento con su novia, de Cuernavaca. Mi cuñado me manda mensaje por whatsapp: Vino de Monterrey exclusivamente a la marcha, la prefiere mil veces a la de allá. Va a estar cabrón encontrarlo. Sigan avanzando, no pierdan a Eric, el alto de gorra roja. ¿Gorra roja? Obvio, es el buga del contingente. No se pierdan pue vergas. Pérenme, necesito tomar fotos para Levadura. La gente avanza con un pasito muy lento, como del metro Pantitlán en hora pico. Disculpa, ¿te puedo tomar una foto? Gracias, ¿eh? ¿Dónde está la Nere? Acá, wey. ¿y Fran? Va hasta allá adelante. Hay una pelota gigante que va rebotando de brazo en brazo. Todos festejan y yo odio las pelotas (de plástico). Hay que esquivarla. Pasamos entre un contingente católico que defiende la diversidad, lleva pancartas con las frases condescendientes de Francisco I. Hay una pareja de viejitos, aparentemente es una señora trans con su marido cis. Comper.¡Ya los perdimos! No, allá está Eric, el buga alto de gorra roja, no lo pierdas. Dos chicas se dan un beso épico. Son Pamela y su novia. Ya los encontramos. ¿Qué se sentirá besar a tu novio en Paseo de La Reforma a la una de la tarde? ¿O en la Macroplaza a las 6? Suspiro y seguimos pasito a pasito.
Monterrey, 17 de junio de 2017
Llegamos a Colón y pasamos por debajo del Arco del Triunfo. A esa altura me encuentro con otros alumnos, estos de la Facultad de Medicina de la UANL que me saludan desde la banqueta. Me da mucho gusto verlos, y los invito a integrarse . Los presento con Lalo. Ellos vienen conversando cuando nos invitan a hacernos hacia la izquierda. Noto el nerviosismo y una falta de control. Somos muchos. Los carros nos apoyan con el claxon pero también se impacientan. De pronto estamos frente a otra camioneta blanca, donde viene una señora con gafas de sol que agita una bandera más pequeña que la de Karla Luna. La gente en la banqueta le manda besos, y ella responde complacida desde el quemacocos. ¿Quién es?, me pregunto. Se me hace conocida. ¡Te amo, Rocío!, le grita una señora. Pienso en las Rocíos de la farándula y todas están en muertas. Un señor le manda besos a la altura de la Alameda. ¡Es Rocío Banquells!, murmuro tras atar cabos. Lalo me pregunta: Es famosa, ¿no? ¿Qué canta? Le digo que conozco un par de canciones del musical Mentiras y la escena en la que Verónica Castro la abofetea en Los ricos también lloran, que vi en youtube y que me da mucha risa.. Me queda viendo como si hablara en chino. Ese hombre no se toca…Luna Mágica… ¡Ah, las de María José!, contesta otro de mis exalumnos. Sylvina, amiga que también encontré en el camino sobre Alfonso Reyes, me ha dejado hablando solo para tomarse muchas fotos con ella y mandárselas a su mamá. Yo pienso, la década de los ochenta, la de mis hermanos, mi madre y mis tías está junto a mí, tengo que hacer algo. Le tomo una foto para la cual posa gustosa. Le digo: ¡Gracias por venir, Rocío! ¡Gracias a ustedes por invitarme!, me contesta feliz. Casi casi le digo Rocío Dúrcal.
Ciudad de México, 24 de junio de 2017
Sorpresa maravillosa. Entre tanta aglomeración me encuentro a los de El clóset LGBT, esta vez en Reforma. Las piedras joteando se encuentran. Saludo feliz a Héctor, y a Rosy y a los chicos que residen en CDMX y que colaboran para el portal, nos presentamos y tomamos fotos. Conversamos un ratito, porque no puedo perder a mi racita, así que quedamos en mensajearnos más tarde. Alcanzo a mi gente. Vamos caminando y hay solecito, un calorcillo que describo como sabroso. En verdad, estoy huyendo de los 42 grados de Monterrey y siento una dicha que adorna mi orgullo gai. Fran dice, ash, ¡qué horrible calor! y yo me guardo mi comentario. Lo que tengo es sed. Hacemos una parada para contemplar el paso de la gente y los trailers, y yo necesito comprar agua. Hay vendedores clandestinos de cerveza. Me ofrecen una lata de Sol. Ni modo, digo. Al rato me tomo una de indio, fresca. Esto es una fiesta. Sí, nomás que ten mucho cuidado de no tener una lata en la mano cuando pase el último contingente porque atrás vienen los policías, me dice Manuel Alejandro. Aquí vamos a esperar a Georgina. Una parte de nuestro grupo quiere ir a comer. Yo no. Quiero seguir viendo. En eso digo, yo no sé ustedes, pero quiero llegar hasta el Zócalo. Dominga, bailarina profesional y única capitalina de origen en el grupo me detiene con sus manos sobre mis hombros: Miguel, te voy a explicar algo. No vamos a ir al Zócalo. En estas movilizaciones el centro se convierte en una ratonera. No hay manera de salir una vez que entras. No vas a encontrar el espíritu de hermandad que te imaginas, sólo un show, un discurso y luego ráscate como quieras para salir de ahí. Vamos a terminar saliendo de noche, cansados, asoleados y manoseados. El metro va a estar cerrado. Es un verdadero caos. Lo mejor es quedarse en este punto y observarlo todo. Y luego irnos a celebrar a otra parte, ¿entiendes?
Le doy un trago a mi lata, que súbitamente es de Indio, y asiento con la cabeza, humildemente. No sabía, mientras saboreaba la cheve, que me perdería del enfrentamiento entre un grupo neonazi y otro anarquista frente a la Catedral Metropolitana. Chingado.
Estamos justo a un lado de un grupo fabuloso de batucada. Llega a mis narices un tufito sabroso a mariguana. Se va. Luego viene otro olorcito sabroso a Shalimar. Se va. Una gota de lluvia cae sobre mi nariz. Termino mi cerveza y asumo que aquí nos quedaremos, a la altura de la Glorieta de Cuitláhuac. La marcha sigue y sigue, no se detiene. ¿De dónde sale tantísima gente?
Monterrey, 17 de junio de 2017
La marcha sigue su curso. Cuando pasamos a la altura del obelisco en Juan Ignacio Ramón le digo a mi contingente de exalumnos que necesito quedarme a registrar el movimiento de quienes vienen detrás de nosotros. Acceden a detenerse a ver la marcha desfilar. Comienzo a notar un detalle interesante: Hay espacios vacíos entre cada colectivo que va pasando, pero insisto, la juventud es el rostro principal. Estoy contento, sude y sude, tomando agua de una botella que cuando está a punto de acabar es intomable: caliente como caldo tlalpeño. Vemos pasar a los colectivos de los antros La Colorina y El Brut. Un carro alegórico con unos strippers de ensueño justo detrás de otro con unos que dan pena. La gente del centro en pleno sábado nos saluda, nos observa, pero también sigue su trajín sin pausas ni asombro. Retomamos el paso para llegar a la Macroplaza. La marcha le da la vuelta, y pasa por la Catedral con soberbia. No hay gritos ni hostilidades como en años anteriores. La catedral nos observa y nosotros a ella con prudencia, sólo por hoy.
Lalo me dice que está mal que muchos vayan con las nalgas al aire. Que eso es libertinaje, no libertad. Que eso no tiene nada que ver con la lucha por el respeto y por la equidad. Lo escucho y se me antoja un elote con todo.
Ciudad de México 24 de junio
Nos quedamos viendo la marcha pasar y tomando fotos. Fue fabuloso ver el carro de Escándala, pero lo mejor fue saludar al videobloguero de origen israelí Idan Matalon, mandarle besos y recibirlos de vuelta. Nos quedamos parados en esa esquina por un tiempo que pareció varias horas. Le tomé fotos a muchas personas y observé distintas expresiones. El cielo comenzó a nublarse y mis amigos decidieron partir antes de que el cielo se desplomara sobre nosotros, como es habitual en la tierra de Tláloc. Así que emprendimos el regreso, en sentido contrario a los pocos rezagados que caminaban en sentido hacia el Zócalo. Recuerdo haberle tomado una foto a un policía que fumaba muy sexy mientras nos vigilaba recargado en un poste. Manuel Alejandro me cuenta que cuando era un recién llegado en Ciudad de México y se encontró con personas que iban a la marcha en el metro él pensó: “Esto no me representa”. Hoy, me dice, no sólo siente que su presencia le arroja una libertad inquietante, sino una responsabilidad que lo sosiega. Son procesos, me dice.
Así, sosegados y asoleados, nos fuimos a seguir celebrando en el departamento donde ordenamos pizza, dormimos siesta, y enfrentamos el plan para la noche. Todo en pride.
Más tarde, en la peda, alguien me pregunta.
-¿Tú de dónde vienes?
-De Monterrey.
-Ah, o sea que eres closetero.
-No, para nada. Es que soy de Chiapas.
-Ah, ya. ¡Salud!
Monterrey, 17 de junio de 2017
La Marcha llegó triunfante a la plaza, donde nos esperaba un escenario puesto para cerrar a la altura. Cuando llegué al final del recorrido ya había perdido a varios de mis acompañantes que se esfumaron en la vuelta por Zaragoza y Dr. Coss, cuando muchos cortamos por en medio. Sólo estaba con Lalo y con Sylvina. Allí me encontré con mi amigo Juan, que estaba por el centro en esos momentos y que se asomó a la causa. Caminamos y decidimos quedarnos atrás de la multitud, a la altura de los elotes, por aquello de la fatiga. Desde ahí escuchamos cómo el Bronco se ganó el premio a la homofobia por sus desafortunadas declaraciones y zonceras. Esperaba un abucheo masivo, pero nada. El “premio” pasó sin pena. Hablar de política todavía incomoda en estos espacios, me dijo Juan. Yo atendí con cuidado a esas palabras y a la letra de Luna Mágica entonada por la Banquells. Y a nada más.
Me despedí de Lalo, que tenía que ir a una fiesta after del orgullo en alguna parte, y nos fuimos Juan y yo caminando hacia la cantina El Centenario, donde nos tomamos una cheve y charlamos un rato. De ahí me pasé al festejo de un amigo, quesque a su despedida de soltero buga, y hasta allá llegué contando los detalles de la marcha. Me preguntaron si había visto a fulanito, y una amiga contestó : Él nunca va a las marchas. Pensé en varios amigos en Facebook que son diversos sólo en la protección que brinda el antro y que no dedicaron ni una sola palabra al evento, amparados bajo el antiguo mantra de naftalina closetera: “eso no me representa”. La ambigüedad regiomontana. Pero, respiro, acepto, dejo ir, me relajo y me tomo otra cerveza. Son procesos. Se aprende sobre la marcha.