
Foto: Drácena
Las memorias, los diarios y autobiografías son, posiblemente, los géneros que más se acercan al ejercicio de evidenciar la condición de la memoria. De acuerdo a la significación de los hechos del pasado, los mismos son claros u oscuros en el presente. El mismo Aristóteles se refirió a la memoria como a “la posesión de un fantasma”.
En El año pasado en Marienbad de Resnais, un hombre que trata de acordarse de su encuentro con una mujer, al hacer el esfuerzo de acercarse lo mejor posible a su recuerdo, altera una y otra vez tanto los espacios como las palabras que se dijeron, lo que hicieron después, detalles. Siendo un alarde de virtuosismo estilístico esencialmente cinematográfico, el filme francés evidencia que este tratar de recordar, al corregirse por alcanzar al hecho mismo, en realidad se vuelve una ficción, una serie de ficciones, las cuales, aun en esa condición, son vitales. Uno de los temas de Para parar las aguas del olvido desde su título como su epígrafe y su mismo fondo, es la pregunta por lo que significa recordar y olvidar, las dos formas en las que la memoria se mueve; además de que el hombre se pregunte por la importancia de su testimonio para otros hombres.
A diferencia de Resnais, al narrar en una película, Paco Ignacio Taibo I es sencillo al contar lo que pasó, tanto en su prosa, como en sus imágenes. No sólo un encuentro, sino múltiples vivencias durante la Revolución de Octubre en Asturias y la Guerra Civil, vistas desde Oviedo, tienen lugar. Con un humor inofensivo, nos cuenta momentos no muy largos que encierran una anécdota, como pequeños cuentos que conforman un todo.
El libro funciona a manera de una dialéctica de situaciones de naturalezas opuestas: colocando a la perversión de un lado, personificada por Mussolini, Hitler, Franco, lo nacional, los himnos, los falangistas, como ser invadido, junto con sus amigos, por héroes como Unamuno, Ken Maynard, Rubén Darío. De hecho utilizan a estos mismos héroes como mentores. Sus lecturas caóticas constituyen uno de esos puntos en los que aún poseen libertad, felicidad. A pesar de que “sentíamos la muerte ya había llegado y estaba entre nosotros y era cosa de todos los días y de todos los tiros”, son capaces de, cuando los sellos por la Patria se volvieron monedas, reconstruirlos para utilizarlos de nuevo y comprar dulces: “Eran todos más amigos del dulce, la regaliza, los caramelos de la catedral”, que del régimen. Ángel, amigo de Paco Ignacio, enferma de tuberculosis, pero por el hecho de ser visitado por él mismo y sus amigos en Páramos de Sil, le hace ver que “Un tipo que recibe la visita de cuatro amigos así ya no se muere.”. Estas fuerzas contrarias están en la misma conciencia de Taibo I sobre el rememorar: sabedor de que la nostalgia en ocasiones le hace ver aquellos días como mejores, u otras ocasiones de que “la nostalgia no moja; y eso es lo bueno”. Si uno se pregunta cuál es la importancia del testimonio de aquellas anécdotas, la respuesta es posible encontrarla en esta cuestión. Es una visión doble: atestiguar el horror, la perversidad de la guerra, como de la esperanza que posee el hombre aun viviéndola. Porque “una ciudad sitiada mira hacia adentro y encuentra dentro de sí misma razones de esperanza.”
Describe Paco Ignacio al libro como un modo de “parar las aguas del olvido y para que no vuelvan a inundarnos aquellas otras aguas del terror y de las fórmulas cerradas y vengativas.” Ahí coincide con el deseo de los hombres que conoció Primo Levi en los campos de concentración durante la Segunda Guerra, quienes no sólo quieren sobrevivir porque sí, por instinto, sino para contar lo que les sucedió, para que no se repitiera y no se disolviera en el olvido su vivencia, como dice en La tregua.
Ahora bien, cómo es que logramos no olvidar. Cómo se paran las aguas del olvido. ¿No es mejor olvidar esas imágenes? En el libro hay dos respuestas que se complementan. Por un lado es imposible que, contando sus experiencias, Taibo I pudiera narrar con exactitud los hechos, él mismo dice “contra mi recuerdo se alza la historia”; sabe que a pesar de esta inexactitud, es necesario contar porque hay aguas que “lavan los recuerdos y en cada lavadura se lleva algo de la superficie y jamás lo devuelve”: es necesario este movimiento, es necesario traer recuerdos, como que ellos mismos vengan a pesar de nuestra subjetividad, porque ahí, en ese escorzo, es que son esencialmente vitales e importantes. Max Aub, en los Aforismos en el laberinto, dijo que la Historia se escribe a base de recuerdos e ideas, tan faltos de base o tan falseados.
Si es que sólo podemos apenas pescar “como si lo hubiera sacado de un agujero en el que sólo pudiera meter la mano” momentos, hay que contarlos. Hay que evidenciar la condición de la memoria, parece decir Taibo I, a quien a pesar de que su hijo le refutara que vio a un minero negro durante la Revolución de Octubre, está seguro que lo vio. No quiere decir esto que se digan mentiras o que no existen los Hechos: hay que otorgarles sentido para no olvidarlos. No por nada la importancia de la transmisión oral en distintas culturas, más preocupadas por transmitir un sentido, que acercarse a la verdad de sus historias.
Zora, una de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, no puede ser olvidada: no porque deje imágenes fuera de lo común, más bien porque “tiene la propiedad de permanecer en la memoria punto por punto”. La vista en Zora “se desliza por figuras que se suceden como en una partitura musical donde no se puede desplazar o cambiar ni una nota”. Zora, “obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor”, languidece, se deshace, desaparece. Dice Calvino: “La tierra la ha olvidado”.
* Imagen de portada: YouTube
Excelente Reseña!!
Excelente, ansiosa de poder leer el libro.
Maravilloso.