
Foto: imdb.com
El Remake: hay que ser muy valiente, curioso o pretencioso, para meterse con una obra que ya ganó un lugar específico en el pasado, lugar que conlleva una serie de rasgos innegociables, como estatutos; y más aún cuando esos rasgos corresponden a prototipos liberadores de ciertas regiones oscuras del alma.
The Beguiled fue filmada primero por Don Siegel, en el año de 1971. En plena Guerra Civil Norteamericana, el seminario Farnsworth (un internado de señoritas) sufre un acontecimiento que trastocará la aparente estabilidad con que vivían: un soldado desbalagado del ejercito de la Unión, el cabo John McBurney (Clint Eastwood) es encontrado cerca del colegio por una de las alumnas más pequeñas (Amy) que recogía setas en el bosque. El soldado, rezagado por una pierna lastimada, le pide ayuda y, aunque la pequeña duda, lo lleva a dicho internado en el que causará estragos e intríngulis amorosos. Dato importante es que el seminario está en Virginia, zona confederada, por tanto, el soldado en cuestión es un enemigo. Entre ciertas dudas, Miss Martha Farnsworth (Geraldine Page), decide otorgarle el cuidado necesario para que después se aleje, aunque también barajan la posibilidad de entregarlo a su ejército, como lo que es: un enemigo.
Más de cuarenta años después, Sofía Coppola vuelve a filmar el mismo argumento (la novela de Thomas P. Cullinan) sólo que con algunas modificaciones. Es inevitable la comparación y sobre la segunda versión siempre penderá la espada de Damocles: el más mínimo paso en falso y la cinta será masacrada. Porque aquí no importa si la cinta es buena o mala, más bien, importa sobre todo qué tanto honor rinde a la primera versión, la cual es abrazada como faro sin tregua (no hay escape: o intenta parecerse lo más posible a ella, o será denostada como si fuera un intruso vulgar). Por fortuna, Sofía Coppola ha creído otra cosa y ha logrado algo muy distinto de esa primera adaptación.
Se difunde la versión de que ha querido filmar desde la mirada femenina en contraposición a la masculina. Ni siquiera veo en la primera película una mirada masculina dominante. Independientemente de lo que haya dicho Sofía, sí hay una sensibilidad claramente femenina que se impone no sólo en esta cinta, sino en toda su obra, cuyo brillo a veces es más refulgente que en otras. No importa, la obra de Sofía crece (madura) y esa lente de sensibilidad particularmente femenina adquiere solidez.
Lo veíamos desde esa primera obra valiosa, Las Vírgenes Suicidas, en la cual, gracias a esa extraordinaria sensibilidad de género, rescata un argumento que parecía más bien endeble, (cercano a la comedia teenager) para convertirlo en un acercamiento profundo al espíritu que oscila entre la adolescencia y la adultez. Pero hay otro rasgo que extraigo de esa cinta: la relación entre mujeres. En ese sentido, The Beguiled (o el Seductor), expone con maestría, con belleza, los desdobles y repliegues del alma femenina en medio de circunstancias inesperadas.
Cuando aparece McBurney, nota discordante en un internado cuya vida era limitada pero sin sobresaltos, como hombre atractivo y deliberadamente seductor, detona deseos soslayados y conflictos no resueltos. Peculiar personaje es Miss Martha, quien encuentra en el soldado perdido el campo propicio para revivir la intensa relación incestuosa que tuvo con su hermano. Luego vienen las otras chicas, cuyas edades van de la infancia a la adolescencia y juventud adulta. Mientras que se repone en su lecho, las recibe y, por supuesto, todas quedan prendadas de él. Un personaje que hay que mencionar es Hallie, la sirvienta afroamericana que también es abordada por el seductor y es también víctima de esos flashbacks que remueven conflictos del pasado.
Pero es con Edwina (contenida energía sexual revestida de institutriz) con quien crea una especie de enamoramiento. La tragedia ocurre cuando ella lo encuentra en el cuarto de Carol y al discutir con él, ella se desprende con tal sacudida, que caerá rodando por las escaleras. Como es de esperar, esa caída le ha empeorado la pierna, al grado de que Miss Martha no encuentra más alternativa que amputar la pierna. Cuando el Cabo se da cuenta, explota atemorizando a todas las que conforman el dicho seminario. También es Miss Martha quien encuentra la única alternativa: intoxicarlo con setas, en una aparente cena familiar. Así, la primer adaptación expone todo ese enjambre de pasiones en su más alta tonalidad: no hay aquí personaje asexuado, fuera de las más pequeñas, al contrario, todos rezuman complejidad sexual en constante ebullición; y las pequeñas, si bien no dejan de ser niñas, son alcanzadas por el látigo frenético del sexo, en alguna de sus latitudes, como es el caso del beso que McBurney le imprime con fuerza a la pequeña Amy.
Recogiendo impresiones de aquí y allá, parece que Sofía ha renunciado a esa pasión. “Lo mismo pero sin sentimiento”, ha dicho el connotado crítico, García Tsao. En realidad, Sofía ha renunciado a ser un epílogo más, un dato aledaño a la reseña de esa primera adaptación; no figurar más que como otro caso de quien intenta hacer lo mismo pero con los recursos técnicos de su presente. Ha tomado la cinta para apropiársela, pues, ¿no se trata de eso el Arte? Sofía ha hecho –a partir de un argumento ajeno– su película. No ha querido secundar, buscó modelar una historia con su mirada (algo que no se puede compartir como atributo genérico); ha releído la historia para dejar que hable su voz: las omisiones y contribuciones no son sino derivación de un proceso íntimo.
Se le pueden señalar algunas cosas, por ejemplo, que cuando llega una patrulla del ejército sureño, Miss Martha no sólo evita –como en el filme de Coppola– al enemigo, sino que también pueda sentir por parte de su propio ejército la posibilidad de una violación a partir de su deseo insatisfecho. Quizá más aún, la desaparición del personaje de la sirviente de color, que le daba una dimensión social y política a la historia. Pero la supresión, más que negación, significa simplificación, pues hay que repetirlo: Sofía está haciendo su película. Así como vendría bien acabar de una vez por todas con esa simpleza de “pensar en el lector”, en el terreno de la literatura, vendría muy bien entender que el realizador también se busca en su trabajo estético, y no sólo se dedica a entregar pedidos para su comercialización.
Sofía da una lección de frugalidad: maravillosa contención de tono, maravillosa precisión de trazo, tanto en la construcción de la trama como en el desarrollo psicológico de los personajes. Porque esa es otra diferencia importante: lo que en Don Siegel es furor y aspavientos a flor de piel, en Sofía es intimidad, es lenta transformación (o liberación) de naturalezas nunca probadas como hasta ahora. La sensibilidad-filtro de Sofía ha buceado en esas almas para delinear estímulos, reacciones, obras que no son mera efusión borracha, o violenta liberación, sino comportamientos que van tientas entre la intuición y la razón. Sofía dignifica así la condición femenina, rica en complejidad, fina por su diversidad de registros.
No cabe duda, el espectador lo ve, toda la proeza arriba descrita era imposible sin el recurso de la buena actuación: tanto Nicole Kidman como Miss Martha, Kirsten Dunst como Edwina Morrow, Colin Farrell como el cabo John McBurney, así como las demás niñas, tienen una presentación bastante aplaudible y en algunos momentos excelsa. Destaca también en esta cinta una cualidad que, si no es nueva, al menos aquí es más clara: apoyada en el fotógrafo Philippe Le Sourd, encontramos a una Sofía que agudiza su capacidad de composición visual, que reconoce la carga semántica de una imagen y, por lo tanto, la instrumenta como palabra en ese lenguaje cada vez más personal. Además, están la belleza del color y su preocupación por lograr la atmósfera, tanto histórica como anímica. Dotada directora de actores, virtuosa fotógrafa, y una realizadora visual que sabe contar y sabe hacer sentir, pero sobre todo, sabe hacer significar, eso es Sofía Coppola. Novelista en imágenes.
*Imagen de portada: imdb.com