En todo el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente de parte de un compañero sentimental.
ONUMUJERES
Fragmentos de videos de parejas antes o después de su boda. Vestidos de novia, trajes, ramos, besos, abrazos, sonrisas. Un ritual-contrato que hace siglos fue concebido como estrategia para concertar alianzas entre poderes, reinados, economías, tribus, guerras, poder. Convenios en los que entonces había muchas cosas menos amor y libre voluntad tiempo después mutarían su significado a esperanza, unión de por vida, happy endings de cuento de hadas ergo “y vivieron felices para siempre”, final de novela, amor cortés, amor romántico, ¿amor? construido con base en estereotipos, creencias, costumbres, expectativas, “deberes”, esperanzas.
Y así Lucía Gajá lo va soltando a través de una estética bellísima gracias a la fotografía de Marc Bellver, sutil a ratos, casi inocente, sin embargo de esto último nada. A la secuencia de imágenes de enlaces matrimoniales con la que abre su documental Batallas íntimas* le sigue una serie de tomas de fachadas y exteriores de diversos tipos de viviendas en varias partes del mundo, espacios detrás de cuyas puertas podría desarrollarse, en estos momentos, un nuevo o reiterado episodio de violencia doméstica contra mujeres a manos de sus compañeros sentimentales.
Este proyecto fílmico cuya realización tomó ocho años de trabajo en cinco países presenta las historias de Martha (México), Roxana (India), Carmen (España), Lyra (Estados Unidos) y Mina (Finlandia), sobrevivientes a la violencia doméstica que describen su brutal experiencia para compartir a otras mujeres un mensaje clave: nada es más importante que tu vida y la capacidad de caminar y vivir sin miedo, especialmente dentro de tu hogar, el sitio donde cualquiera debe ―o debería― sentirse plenamente seguro.
El testimonio de cada una de ellas deja claro que no importa cuál sea tu país, edad, profesión, grado de estudios, estatus socioeconómico, historia personal e incluso ―aunque suene paradójico― nivel de empoderamiento: la violencia doméstica es un fenómeno sociocultural tan normalizado y aceptado que no discrimina, pues posee un conjunto de mecanismos sistemáticos de desvalorización, aislamiento, control psicológico, económico y/o patrimonial, abusos sexuales y terror, metódica y escalofriantemente elaborado a grados inimaginables. Y para una mujer, todo esto puede significar la muerte. Suena dramático, sí. Y realmente lo es.
Las circunstancias de estas mujeres no son idénticas. En su vida previa a la violencia no hay un patrón que determine si esto es una consecuencia “natural”, como podría tomarse el pasado de palizas que desde niña Lyra (hoy subdirectora de un refugio para víctimas de violencia en Nueva York) recibió de su padrastro. A Roxana ―quien tras su divorcio decidió estudiar y ahora cursa un posgrado en Sociología― la violencia la toca cuando es forzada a casarse a los 14 años de edad con uno de sus primos bajo el argumento de qué hombre querría ser esposo de una discapacitada (ella nació con un defecto en una de sus piernas).
Martha se enamora de un hombre encantador, gran bailarín de salsa que poco a poco la aisló de su futuro profesional, amigos, familia, quien la amenazó de muerte desde su noche de bodas, que la golpeó estando embarazada y la encerraba en su casa para que nadie viera sus cicatrices. El hombre que la amaba tanto que instaló en su camioneta un sistema de monitoreo para saber incluso cuánto tiempo ella detenía el vehículo… en un semáforo. Carmen y Mina iniciaron el noviazgo con sus parejas, algo les dio mala espina y rompieron la relación, retomándola años después.
Es que era pobre. O iletrada. O con poca autoestima. O siempre le pegaron. Recurrir a estos argumentos y usarlos como una explicación simple de cómo la violencia llega a sus-nuestras vidas es reduccionista, ignorante y la muestra de su normalización en naciones y economías tanto desarrolladas como emergentes. En lo que cada testimonio coincide es en el proceso de escalada de la violencia: a las ilusiones de ser felices para siempre porque hay amor, le sigue el sutil apropiamiento-aislamiento de la vida cotidiana y redes afectivas, la restricción de actividades, el control de recursos y toma de decisiones, las amenazas verbales que dan paso a las físicas, los celos, el “perdóname, no pasará de nuevo” como reload del ciclo de violencia, y muchas veces por desgracia, la muerte como máximo acto de dominio-posesión derivado de asumir que una mujer es una propiedad, un objeto cuya vida es una pertenencia, como un mueble, una casa o una televisión.
Batallas íntimas no pretende que la violencia “se vea”, sino que la escuchemos en voz de quienes la han vivido. Que pensemos en que no importa cuántas veces hemos oído historias así, sino cuántas nos hemos mantenido tan tranquilos o al margen del problema pensando que “bueno, todas las parejas tienen sus problemas”.
“Mi marido me pega lo normal”, es una frase con la que Jaén Miguel Lorente, ex delegado del Gobierno para la violencia de género adscrito al Ministerio de Igualdad de España y quien también habla en Batallas íntimas, tituló uno de sus libros, y al mismo tiempo un ejemplo de esta normalización de la violencia, donde las mismas mujeres, ya imbuidas en este ciclo, experimentan culpa y justifican las agresiones en su contra, negándose a acusar a sus parejas o retirando la denuncia una vez “calmados los ánimos”, en ocasiones incluso a sugerencia de las propias autoridades, que muchas veces replican esta “moral” deforme.
Batallas íntimas no se queda en el testimonial de denuncia. Con lo que estas cinco mujeres nos cuentan, Gajá aborda un aspecto fundamental y del cual no se habla tanto como debería: el proceso de recuperación-reconstrucción de las mujeres, volver a ser tú después de haber creído ser nada. Las secuelas y la sensación de amenaza inminente cuando un ex compañero sentimental continúa acosando, amenazando y agrediendo a una mujer después que ella ha roto el ciclo de violencia alejándose del victimario. El miedo sigue; los vicios y lagunas de los procesos judiciales agotan, revictimizan, frustran, encubren, disuaden. Estas cinco mujeres son muy valientes, pero también humanas. El ex marido de Lyra era policía, así que cada llamada de auxilio sería respondida por sus colegas. La ex pareja de Carmen era parte del Departamento de Bomberos, y tras atentar en su contra causándole graves secuelas físicas utilizó sus conocimientos e influencias para inclinar el proceso a su favor. La otra violencia: la institucional. Martha lo resume cuando confiesa que de saber antes lo que tendría que pasar para obtener justicia, quizá no hubiera hecho nada.
Batallas íntimas es tal vez una nueva oportunidad, por si nuestras realidades particulares y lo que todos los días difunden los medios de comunicación no fueran suficientes, para cuestionarnos hasta qué punto el modelo patriarcal nos impone desde la infancia que lo correcto es que vinculemos al amor con el dolor en nuestras relaciones de pareja, y que la violencia doméstica ―o cualquiera de sus manifestaciones―, no es solamente “cosa de dos”, sino una tragedia de la que en distinta manera, todos y todas somos corresponsables.
Este documental se estrenó en octubre pasado en el Festival Internacional de Cine de Morelia, fue parte de la programación de la gira Ambulante 2017 y fue presentado en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Recientemente la Cineteca Nuevo León también organizó una serie de funciones. Además de Batallas íntimas, Lucía Gajá es creadora de Mi vida dentro, producción nominada y ganadora en diversos festivales nacionales e internacionales.
*Batallas íntimas fue acreedora del fondo Just Films de la Fundación Ford, FOPROCINE Producción y EFICINE Producción. Información disponible en www.batallasintimas.com.
*Imágenes: batallasintimas.com