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Anaxímenes de Mileto o la mecánica del alma

diciembre 20, 2017Deja un comentarioArtículosBy Alejandro Vázquez Ortiz

Anaxímenes es el último de los filósofos jonios originarios de la ciudad de Mileto. Si bien, de los tres, es del que menos información, testimonios y comentarios se guardan. Y al igual que sus predecesores, los fragmentos textuales que nos llegan hasta nosotros son tan escasos y pobres, que apenas podemos imaginar que era lo que le cruzaba por la cabeza al buen milesio.

 

Eso no significa que no podamos hablar con él. Simplemente se trata de buscar mejor.

 

Y es que Anaxímenes ha sido bastante criticado, dejado de lado y abandonado a su suerte por los estudiosos. Si Tales es estimulante porque inicia la filosofía y Anaximandro lo es otro tanto más porque comienza las especulaciones metafísicas; cuando nos topamos con los testimonios sobre el pensamiento de Anaxímenes, uno llega como a una especie de claro desértico en donde no ve nada de maravilloso ni extravagante. Por el contrario, parece una teoría sumamente razonable, y tenemos ante nosotros los vestigios de una física que pareciera causal y mecánica.

 

En efecto, según la bien conocida fórmula aristotélica de nombrar un principio generatriz y la manera en que ese principio se desarrolla en el resto de cosas del mundo, Anaxímenes señala que el aire es el elemento primero. E incluso la doxografía nos trasmite la manera en que supuestamente el aire operaría el cambio para ir transformándose de un elemento en otro, a través del proceso cósmico de condensación y rarefacción. Según Simplicio, en su comentario a la física (DK 13 A 5), este proceso implicaría que el aire, al enrarecerse se convertiría en fuego; mientras que al condensarse, en viento y luego en nube. Si la condensación prosiguiera de la nube pasaría al agua y de ésta a tierra hasta finalmente en piedra. El resto de cosas se producirían a partir de éstas.

 

Estamos, o por lo menos eso parece, ante una física que parece comportar alguna clase de incipiente inquietud empírica. Y claro, aunque ha habido ciertas voces entre los filólogos que se han alzado menospreciando al último milesio, asegurando que había una especie de retroceso en el paso de Anaximandro a Anaxímenes (¿retroceso respecto de qué meta?), cuando lo que vemos es una especie de ciencia más semejante a la que se practica hoy en día.

 

No podemos ser ciegos a la probabilidad de que Anaxímenes hubiese observado los procesos de ebullición o precipitación, como una forma de lógica de una mecánica que para él surgía del aire.

 

Y aunque la mayoría de los testimonios que nos hablan de ello, son peripatéticos hasta la médula (imposible resulta, por ejemplo, que Anaxímenes siquiera concibiera la palabra elemento); lo cierto es que aún admitiendo esa mecánica del aire, los elementos arcaicos del pensamiento de este filósofo serían importantes.

 

De ello también nos quedan noticias, por ejemplo lo que comenta Aecio: «Anaxímenes dice que el aire es dios.» O Cicerón que nos cuenta que el milesio «estableció que el aire es dios y que este es engendrado, inmenso, infinito y siempre en movimiento, como si el aire sin forma alguna pudiera ser dios […]».

 

Es decir, como en todos los filósofos, el componente religioso sigue aún emparentado con el lógos. De esta manera aire, aunque no tiene porque equivaler a la neblina homérica, tampoco es probable que se identificara con nuestro aire atmosférico y las anodinas propiedades que pueda tener para cualquiera de nosotros.

 

La insipidez de la física y la ciencia actual no tiene nada que ver aquí. Sobre todo si tomamos en cuenta la importancia crucial que tenía el aire (por encima del fuego y el agua) para la cultura griega como fundamento absoluto de la vida. Pysché, el alma, es propiamente un hálito, un viento, aliento; derivada del verbo pýschó o soplar. Así en Homero, el alma (sin tener nada que ver con la identidad de los hombres) era exclusivamente un soplo vivificador que habitaba en el cuerpo y que al morir se marchaba al Hades.

 

Así en los primeros versos de la Ilíada:

 

«Canta diosa la ira de Aquiles el de Peleo,

ira maldita que echó a los argivos tantos de duelos,

y almas muchas valientes allá arrojó a los infiernos

de hombres de pro, dejando a los que dejó por presa a los perros

y pájaros todos; y se cumplía de Zeus el acuerdo,

desde la vez que primera discordes se despartieron,

Señor de Mesnada el Atreida y Aquiles, hijo del cielo.»

 

Como se puede ver, el alma iba al Hades, mientras que los hombres de pro quedaban a merced de perros y pájaros como carroña. Y aunque fuera posible que ya en aquellas épocas había una serie de corrientes esotéricas sobre la identificación del alma con la identidad (para posibilitar la inmortalidad o la transmigración de las almas) entre las religiones mistéricas, lo cierto es que en un principio, es evidente que alma sólo sería el aliento que entra y que sale y mantiene a los cuerpos con vida.

 

Por tanto, cuando Anaxímenes dice que el principio de las cosas es el ‘aire’, no está simplemente refiriéndose a la transparencia atmosférica que uno puede contemplar en el cielo azul, sino que su connotaciones místicas y espirituales seguirían presentes, tal y como nos lo cuenta el mismo Aecio en uno de los pocos pasajes en los que se pueden rastrear posibles palabras textuales del filósofo jonio:

 

«Así como ‘nuestra vida’ dice, al ser aire, ‘nos mantiene cohesionados’, ‘el soplo y aire’ abarca todo el cosmos (toma por sinónimos ‘soplo’ y ‘aire’).»

 

Las palabras encerradas en comillas simples son las que posiblemente sean textuales de Anaxímenes. Por lo tanto la noción de física como una ciencia profana, que más o menos pretende verse, tampoco se cumple aquí.

 

Desafortunadamente, los fragmentos tampoco nos permiten ir más allá, sino apenas descubrir aquello que este filósofo no es… que no es, ni mucho menos, un mecanicista simple como muchos han querido verlo basados en los simples testimonios de la rarefacción y condensación del aire para la generación del universo. Y lo que hay es una concepción cuasi-mítica del universo y la naturaleza como un ser vivo, esto es: como algo que, al igual que los hombres, animales y plantas, tiene como fundamento un hálito vital. Desvelando acaso que en toda concepción mecánica del mundo hay cierto sustrato mítico y anímico.

 

 

*Imágenes: Internet Archive Book Images

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Sobre el autor

Alejandro Vázquez Ortiz

Escritor y editor. Miembro del consejo editorial de An.alfa.beta y actualmente becario en el Centro de escritores de Nuevo León de CONARTE. Ha publicado "Artefactos" (2012). Recientemente obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015.

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