redaccion@revistalevadura.mx
FacebookTwitterYouTube
LevaduraLevadura
Levadura
Revista de crítica cultural
  • Inicio
    • Editorial
    • Directorio
    • Colaboraciones
  • Cultura
    • Ensayo
    • Artículos
    • Entrevistas
    • Cine
    • Música
    • Teatro
    • Arte
    • Televisión
  • Política
  • Creaciones
    • Narrativa
    • Poesía
    • Dramaturgia
    • Reseñas
  • Columnas
  • Levadura Tv
  • Suplementos
    • Derechos Humanos
    • Memoria
    • Ecología
    • Feminismos
    • Mariposario
    • Fotogalerías
  • Colectivos
Menu back  

El derecho a no opinar o contra la “sobre-opinión”

diciembre 20, 2017Deja un comentarioAristarquíapor Víctor Barrera Enderle

La Fama era una diosa romana peculiar: estaba cubierta de plumas, y en cada pluma había un ojo; y en cada ojo, una lengua. El conjunto creaba un ser monstruoso, pero con lógica propia: el plumaje indicaba la velocidad con que corren los rumores; los ojos: el estado constante de espionaje en la vida de los otros; y las lenguas, el instrumento para repetir y distorsionar lo que se escuchaba. Como suele suceder con la mitología latina, existe una correspondencia de Fama con la diosa griega Feme, su antecesora: hija de Afrodita y a ratos mensajera de Zeus. Feme volaba con rapidez y traía consigo una larga trompeta para esparcir en la lejanía sus mensajes.  

 

Ambas, Feme y Fama, eran la primera vía de comunicación de los pueblos: transmitían alegrías y desdichas. Al mismo tiempo hacían evidente el estigma de la comunicación: informar, pero al mismo tiempo distorsionar. Al correr de los tiempos, surgieron nuevas tecnologías, como la escritura, pero la dinámica no cambió demasiado. Conocemos el deseo casi obsesivo de Platón por hacer prevalecer la verdad en el lenguaje, obsesión tal que, simbólicamente, expulsó a poetas, trovadores y soñadores de su República idealizada. Desde entonces, la humanidad se ha empeñado en crear puentes que unan nuestras deficientes percepciones con ese mítico topus uranus, el lugar celestial donde habitan las ideas puras e innatas.

 

¿Será que la realidad es, en rigor, intrasmisible? ¿Estamos condenados a percibir sólo un porcentaje menor del mundo circundante y de las personas que lo habitan? Si contemplamos el exterior a través del cristal empañado de nuestra percepción y no podemos confiar, como lo hizo en su momento Kant, en la productividad y provecho de ciertos juicios categóricos, ¿qué nos queda? ¿El silencio, como sugería Wittgenstein? El desconcierto no es menor, pero creo que tirar por la borda años de lucha y esfuerzos por concretar nuevas formas de expresión no serviría de nada tampoco. 

 

Durante siglos se impusieron formas verticales de ver al mundo. La libertad de expresión y la consolidación de una opinión pública son, vistas en el conjunto policromático de eso que llamamos historia, acontecimientos muy recientes. Y vale la pena detenernos un momento en lo que ha implicado emitir una opinión. Asentir o disentir en una civilización que tiende a inclinarse hacia la homogeneización de la realidad.

 

¿Qué es una opinión? El término, como se podría sospechar, tiene múltiples acepciones. Una rápida visita al diccionario nos revelaría al menos tres significados importantes. En filosofía, manifiesta un grado de posesión de verdad respecto a un conocimiento específico; la llamada “opinión pública” se refiere a un particular estado de creencia (es decir, en un momento determinado histórica y espacialmente) de una sociedad (o de un grupo que supuestamente representa a una sociedad dada); y tenemos finalmente a la “opinión periodística”, que atañe a la exposición (en teoría argumentada) del pensamiento de un experto o de un medio de comunicación acerca de un tema específico. Hay, por supuesto, más significados; sin embargo, creo que con los mencionados aquí basta para darnos una idea.

 

La opinión es, pues, un proceso argumentativo. Se forma a través de distintas etapas y se concreta en la enunciación. Este trayecto enunciativo ha sido y es fundamental en la vida moderna: no es necesario traer a colación el hecho de que la principal característica de cualquier movimiento político represor haya sido la eliminación de la opinión pública, al menos hasta ahora: ¿quién podría afirmar que la estrategia no haya cambiado y la apuesta represiva en el presente sea la “sobre-opinión”: la saturación de juicios precipitados? 

 

Vivimos en una era de relativismos, pero, para que un argumento deconstruya a otro, debe presentarlo como esencialista, obstinado y lleno de mala fe. Ponderamos como un valor la diferencia (la capacidad de transformarnos, de reinventarnos) y, al mismo tiempo, condenamos al contrario a una esencia inamovible. Sentimos que debemos asentir cuando creemos que asentir es lo correcto, entonces la opinión deja de serlo para convertirse en convicción, en asentimiento. De la diversidad pasamos a la moralidad; de lo relativo a lo impositivo.  

 

¿Tenemos que opinar de todo? O, mejor dicho: ¿hacer pública la opinión sobre cualquier tema? “El que calla otorga”, reza un viejo credo popular, pero qué otorga: ¿su culpabilidad? ¿Su discrepancia? ¿Su propia diferencia? De nuevo entramos en pantanoso terreno de la incomunicación. Si opinar se convirtió en un derecho en la modernidad, la decisión de no opinar (que no implica no haber reflexionado sobre el tema y tener una postura ante él) también debería serlo.

 

A veces es necesario no prestar atención al errático vuelo de la diosa Fama, dejar que pase de largo, y guardar la opinión para nosotros mismos.  

 

*Imágenes: Internet Archive Book Images 

(Visited 1 times, 1 visits today)
Aristarquíacomunicaciónlibertad de expresiónopinión públicarumorSociedadVíctor Barrera Enderle
Compartir este artículo:
FacebookTwitterGoogle+
Sobre el autor

Víctor Barrera Enderle

Ensayista y crítico literario. En 2005 obtuvo el Certamen Nacional de Ensayo "Alfonso Reyes", y en 2013, el Premio de Ensayo "Ezequiel Martínez Estrada". Su último libro es "Nadie me dijo que habría días como éstos".

POST RELACIONADOS
Descentrado
enero 20, 2019
Un ateneísta viaja en avión
diciembre 20, 2018
Quién enseña qué
noviembre 20, 2018
Juan José Arreola o el escritor como empleado de mostrador
octubre 20, 2018
Autonomía: ¿cómo y desde dónde?
septiembre 20, 2018
Vacío perfecto
agosto 20, 2018
Leave Comentario

Cancelar respuesta

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

clear formSubmit

Buscador

Suscríbete a nuestra lista de correos

Entradas recientes
  • Carta sobre el albazo de la centralización de los presupuestos de CONARTE
    enero 27, 2019
  • Fuego cruzado
    enero 22, 2019
  • El gesticulador de Rodolfo Usigli
    enero 19, 2019
  • La Cartilla moral para días moralistas
    enero 17, 2019
Entrevistas
  • Testimonio: Mario García, historiador de generaciones
    noviembre 20, 2018
  • El rap sororo en MTY: Ganjah (VLX), Modwina (0EE), Xirena (BF)
    julio 20, 2018
  • Entrevista a Víctor Hernández
    junio 26, 2018

Comentarios recientes
  • I en La fundación del sujeto femenino en América Latina: Juana Manso
  • Sin becas no hay paraíso ~ Las nueve musas en Fuego cruzado
  • Rolando Garduño en “Roma”, la fatalidad permanente
  • Jorge Saucedo en El profesor como modelo: base para una educación humanista
  • Maritza en Silvina y Bioy
ARCHIVOS LEVADURA
Revista Cultural Independiente
redaccion@revistalevadura.mx
© 2017. Revista Levadura.
Todos los derechos reservados.
Quiénes somos
EDITORIAL
DIRECTORIO
COLABORACIONES
Síguenos

Find us on:

FacebookTwitterGoogle+YouTube
 Dream-Theme — truly premium WordPress themes
Footer

Levadura