En los últimos años, los miembros de Editorial An.alfa.beta hemos dado diferentes modalidades de talleres de edición independiente. Según fueran las posibilidades y requerimientos, en uno u otro taller se mostraban distintas habilidades: desde un panorama general de los principios de maquetación en InDesign hasta los pasos a seguir para la obtención de un ISBN.
Comprobamos que estos talleres tienen un éxito significativo. No se batalla para que las plazas se llenen, y llegamos incluso a tener alumnos que se desplazan de otros estados para tomar el taller. Muchos, jóvenes en su mayoría, se acercan para tener más conocimientos técnicos que puedan aprovechar y aplicar en su vida profesional. Quieren diseñar, encuadernar y reconocer todas las fases del proceso editorial. Incluyendo el engorroso proceso ante INDAUTOR de entrar al Padrón de Editores y sacar ISBNs para terceros o el registro de obra y de derechos.
A pesar de este entusiasmo que se nota en la participación, mi pronóstico en lo que se refiere a la multiplicación de proyectos de edición y publicaciones independientes es reservado.
Hace cinco años, aproximadamente, en la ciudad de Monterrey se habló de un renacimiento editorial. Un crecimiento de publicaciones de sellos independientes que enriqueció el panorama cultural y que auguró una producción fértil del libro y la literatura en la ciudad.
Mi sensación, después del lustro, es de cierta suspicacia. En otras ocasiones hemos comentado una idea particular de Carlos Lejaim Gómez: que la mayoría de ese renacimiento (que no sólo fue a nivel local, sino nacional), se debió a una forma de outsourcing editorial que se financió a partir de convocatorias públicas.
Este señalamiento no tiene otra intención que la de mostrar la precariedad del mundo del libro. Las inversiones institucionales en materia editorial son necesarias y en la medida en que se multipliquen será más provechoso. Sin embargo, nuestros análisis del panorama editorial que se fraguó hace cinco años no tomaba en cuenta los recortes brutales auspiciados por la política en los niveles federal y estatal.
Ante este erial, nuestros talleres de edición copados deberían ser un síntoma esperanzador, pero no estoy seguro de que la intención de los participantes al entrar sea la de iniciar un proyecto editorial independiente, a pesar de que ése es el espíritu que nos mueve a darlos; y por ello todos se han ofrecido de forma gratuita.
Nuestro interés es dar las bases para formar editores; pero los asistentes parecen más interesados en el conocimiento técnico para dos aplicaciones fundamentales: 1) profesional: al añadir a sus conocimientos las bases de la producción editorial y emprender proyectos pecuniarios, sobre todo orientados al ofrecimiento de servicios editoriales; 2) personal, al utilizar el conocimiento en edición con la finalidad de autoeditar un libro suyo.
Quizá me equivoque. Ojalá. Quiero aclarar que no me parece mal que alguien se dedique aprender sobre edición con el propósito de establecer una empresa de servicios editoriales o para publicar un texto propio. No me parece mal, pero no es ese el sentido con el que enfocamos los talleres, ni es esa nuestra preocupación. Por ello hay algo de desaliento al principio: porque estas dos modalidades de la edición (los servicios y la autoedición) dejan de lado la función esencial del editor, que es la de seleccionar.
Los servicios editoriales, con todo lo que tienen de necesario, no son una propuesta editorial. Algunos colocan un sello, lo que contribuye aún más a la confusión. Realmente hay mucha gente que no sabe cómo funciona una editorial y la diferencia que tiene con los servicios editoriales. No son pocos los autores que se han acercado a Editorial An.alfa.beta solicitando una cotización para publicar con nosotros. Otros nos han reclamado que les rechazáramos su libro a pesar de que ya contaba con un respaldo de financiación institucional.
Es algo duro rechazar libros, pero insisto en decir que la labor fundamental del editor es la de seleccionar de forma cuidadosa el texto a editar. Sobre todo, en un mundo del libro precario como en el que vivimos, en donde una editorial independiente con muchos esfuerzos saca entre 4 y 6 títulos al año.
Sin selección, la edición abandona su característica de diálogo con el espacio público. Se vuelve monólogo de la producción librera a destajo pero que no vigila la calidad de los contenidos ni la eficiencia de los canales de distribución. Y esto no significa que creamos que Editorial An.alfa.beta son los encargados exclusivos de este diálogo con el espacio público: al contrario, An.alfa.beta es un aporte que cobraría más sentido en la medida en que más proyectos independientes nacieran y se consolidaran. Precisamente por eso creemos que son necesarios los talleres que impartimos.
Hace poco di una charla en Torreón, en una feria del libro escolar, junto a Fernando de la Vara, escritor y librero en la librería independiente El Astillero. Ambos coincidimos en que la escritura nace de una transformación del modo de lectura. Los escritores, en cierta forma, no somos más que una modalidad de un lector.
Lo mismo debe decirse de los editores. Su labor esencial es la lectura y a partir de ella generar condiciones de producción en diferentes grados: diseñar, imprimir, distribuir.
Hoy más que nunca se hace necesaria esta modalidad de lectura: para producir desde la lectura. Hoy más que nunca son necesarios los editores que lean y seleccionen, que se comprometan con su sello y ejerzan con intuición y seriedad aquello que los define: seleccionar.
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