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Quien ha sido considerado como el poeta maldito italiano de principios del siglo XX, Dino Campana (1885-1932), es un autor aún por descubrir para los lectores en lengua española.
Aunque desde la década de 1980 se han publicado algunas traducciones al castellano de la poesía de Campana, sobre todo en España y Argentina, su obra aún resulta poco conocida, poco difundida. Un solo libro, Cantos órficos, y una serie de vicisitudes tanto en su publicación como en la propia vida de Campana integran el mito y misterio que unen vida y obra de este poeta portador de un simbolismo heredero de la escuela de Baudelaire y Rimbaud, con raíces en Poe y resonancias con Whitman en su aspiración a una poesía fundada en el canto, sin olvidar por supuesto a Dante y la tradición italiana.
A partir del año 2017, gracias a la publicación de La notte/La noche, por la editorial Edicola (Chile), con la traducción de Antonio Nazzaro (poeta italiano radicado en Venezuela), es posible conocer un poco más de esta poesía tan singular más allá de los velos que envuelven el mito del poeta maldito ―su vagabundeo por Europa y Argentina, datos inexactos sobre sus viajes y su situación de enfermo mental por la que fue recluido en un manicomio hasta su muerte. La notte/La noche es uno de los poemas que componen Cantos órficos, está escrito en prosa ―rasgo novedoso en su época― y dividido en apartados numerados; editorial Edicola lo publica por separado y muestra así la autonomía con que puede leerse este poema.
Tan solo La noche revela ya el mundo poético de Campana: un simbolismo muy cercano a la idea de una poesía pura; un lirismo con recursos musicales y semánticos notorios; una atmósfera oscura no sólo por nocturna sino por el extrañamiento en relación con el tiempo y el espacio, los sujetos y objetos que en ellos se mueven; y la presencia de Eros en las figuras de mujeres y en la personificación de la Poesía en su calidad de guía misteriosa, como la Eurídice de Orfeo.
Presentamos aquí dos apartados de la recién publicada La notte/La noche (Edicola, 2017), en la traducción de Antonio Nazzaro. Ofrecemos en voz de la joven poeta mexicana Melisa Nungaray la lectura en audio, donde se aprecia el ritmo y la sinuosidad de la exquisita prosa poética de Campana.
Carolina Olguín
12.
En la noche de fuegos de la fiesta de verano, en la luz deliciosa y blanca, cuando nuestros oídos descansaban apenas en el silencio y nuestros ojos estaban cansados de las girándulas de fuego, de las estrellas multicolores que habían dejado un olor pírico, una vaga pesadez roja en el aire, y el caminar al lado nos había languidecido exaltándonos de una nuestra belleza demasiada diversa, ella fina y morena, pura en los ojos y en el rostro, perdido el destello del collar al cuello desnudo, caminaba ahora a trechos inexperta apretando el abanico. Fue atraída hacia el cobertizo: su vestido ligero blanco con finos rasgones azules ondeó en la luz difusa, y yo seguí su palor marcado en su frente por el flequillo nocturno de sus cabellos. Entramos. Unas caras pardas de autócratas, serenados por la niñez y por la fiesta, se voltearon hacia nosotros, profundamente límpidos en la luz. Y miramos las vistas. Todo era de una irrealidad espectral. Había unos panoramas esqueléticos de ciudades. Unos muertos bizarros miraban el cielo en poses leñosas. Una odalisca de goma respiraba sumisamente y volteaba alrededor los ojos de ídolo. Y el olor acre del serrín que atenuaba los pasos y el susurro de las señoritas del pueblo asombradas por ese misterio. «¿Es así París? Aquí está Londres. La batalla de Muckden». Nosotros mirábamos alrededor: tenía que ser tarde. ¡Todas esas cosas vistas por los ojos magnéticos de los lentes en esa luz de sueño! Inmóvil cerca de mí yo le sentía volverse lejana y extranjera mientras su encanto se ahondaba bajo el flequillo nocturno de sus cabellos. Se movió. Y yo sentí con una punta de amargura pronto consolada que nunca más le habría estado cerca. La seguí entonces como se sigue un sueño que se ama en vano: así habíamos llegado a ser de un golpe lejanos y extranjeros después del estrépito de la fiesta, frente al panorama esquelético del mundo.
17.
Subían voces y voces y cantos de niños y de lujuria por los retorcidos callejones adentro de la sombra ardiente, a la colina a la colina. A la sombra de los faroles verdes las blancas colosales prostitutas soñaban sueños vagos en la luz bizarra al viento. El mar en el viento mezclaba su sal que el viento mezclaba y llevaba en el olor lujurioso de los callejones, y la blanca noche mediterránea bromeaba con las enormes formas de las hembras entre los intentos bizarros de la llama de salirse del cóncavo de los faroles. Ellas miraban la llama y cantaban canciones de corazones encadenados. Todos los preludios ya estaban callados. La noche, la alegría más quieta de la noche había bajado. Las puertas moriscas se cargaban y se enrollaban de monstruosos portentos negros mientras al fondo el oscuro azul se llenaba de estrellas. Solitaria señoreaba ahora la noche encendida en todo su bullir de estrellas y de llamas. Por delante como una monstruosa herida bajaba una calle. A los lados de la esquina de las puertas, blancas cariátides de un cielo artificial soñaban la cara apoyada a la palma. Ella tenía la pura línea imperial del perfil y del cuello vestida de esplendor opalino. Con un rápido gesto de juventud imperial llevaba el vestido sobre sus hombros en los movimientos y su ventana brillaba en la espera hasta que dulcemente se cerraran las persianas sobre una dúplice sombra. Y mi corazón estaba hambriento de sueño, para ella, para el evanescente como el amor evanescente, la donante de amor de los puertos, la cariátide de los cielos de ventura. Sobre sus divinas rodillas, sobre su forma pálida como sueño salido de innumerables sueños de la sombra, entre las innumerables luces falaces, la antigua amiga, la eterna Quimera[1] tenía en sus manos rojas mi corazón antiguo.
[1] Nota del Trad. Quimera: Poesía.
*Imagen de portada: https://commons.wikimedia.org.