El cuerpo que se escamotea. El cuerpo del que se soslaya la saliva, el sudor, los flujos, la sangre, la menstruación haciendo un nido cada mes, un nido de esponja sanguinolenta para gestar la nueva vida, doce veces al año. El cuerpo victoriano, el que prevalece a comienzos del siglo XX en el organismo de Virginia Woolf. No importa Bloomsbury y su ruptura de las convenciones, no importan los muchachos universitarios, Thoby, Clive, Lytton, Roger o Leonard. No importa que todos se acuesten con todos. Hay un cuerpo que ella no está dispuesta a aceptar. Y se niega, se niega al compañero que elige para su vida, se niega a Eros y sus desmanes, aunque algo o alguien lo ponga en entredicho, a ese cuerpo digo, cuando menos lo espera. Es la ola que va y viene llevando y trayendo las supuraciones de las que intenta renegar. Hasta Vita, hasta el encuentro con Vita.
“Hay algo mudo en mí que no vibra, algo sordo, muerto, que no cobra vida y hace irreal todo lo que hago, como si hubiera sido hecho desde fuera. Es lo que desgasta mi escritura. Lo que me arruina como escritora. Lo que desgasta mis relaciones amorosas.” Ah, no confundirse, es Vita la que se confiesa así, y si Virginia no tiene cuerpo pareciera a través de las sucesivas impresiones de la misma Vita y su nueva conquista, la esquiva Woolf, que ella no tiene alma.
Hay una fotografía de ambas, acaso la única en donde se las ve solas, en que realmente están juntas y son ellas en sí mismas. Sentadas sobre una pequeña loma de césped tienen cada una, a su vera Virginia, sobre la falda Vita, su cocker spaniel de rojiza urdimbre. Los dos cuerpos juntos sin contacto salvo por la pierna derecha de Vita distraídamente al descubierto donde se apoya el muslo y la rodilla de Virginia. Mientras la primera aspira hacia un lugar en el mundo, Virginia, la inclinación de su tronco y miembros lo manifiesta, se proyecta hacia la mujer a su lado. Y no obstante su rostro oculta lo que la conmueve: tener diez años más que Vita, sentirse vieja y fea como tantas veces va a subrayar, y no alcanzar la condición gozosa del cuerpo de su amante. Ella, su amante, no tiene miedo ni preocupación alguna, su cara lisa revela de lo que está hecha, la inmediatez del presente.
Pero Virginia está hecha desde adentro, no desde afuera como se confiesa Vita. De modo que en el encuentro que le depara tanta derrota y al mismo tiempo tanta plenitud ella es la que sale ganando. Al ataque seductor ha llegado primero Vita que pronto se cansa y desaparece para reaparecer dos años después y hacer que la plaza se rinda. A Virginia todo le es desfavorable según su entender: Vita está casada y con dos hijos, la maternidad ha sido su permanente nostalgia, envidia ahora a Vita como antes a Vanessa, su hermana menor. Pero los ímpetus de su conquistadora la vencen a finales de 1925 y prueba el éxtasis erótico cuando aprehende el cuerpo de Vita, sus grandes senos abiertos sobre sus manos. Tiene cuarenta años y apena comienza a probar las delicias del jardín…porque Vita es jardinera de profesión.
El amor se da en torno a los últimos meses de 1925, no sé bien en qué sitio, pareciera que en los sótanos de la imprenta de Leonard y Virginia donde pasan horas de lecturas y juegos…”piensas alguna vez en el sótano y…?” (Carta de Virginia a Vita 2.2.27) o bien por otros indicios de su correspondencia, en la casa de Vita donde Virginia se queda algunos días. Leonard está terriblemente celoso proclama la gran escritora con deleite, y ríe. Lo que queda en estas cartas durante el siguiente año, de enero de 1926 en adelante, es travesura, sociabilidad, los juegos de la inteligencia, los eufemismos y la ironía que Virginia y su clase saben ejercer tan bien. Dejando apenas entrever sus filos el aleteo de Eros triunfante y pleno. Sin embargo, ni bien se ha completado el amor, Vita se va a Persia con su marido homosexual con quien tiene un pacto de libertades amplias, que le permite hacer de esposa frente al diplomático pero sin contaminar la cama con una intimidad que ninguno de los dos requiere.
Por eso las cartas van y vienen sin preocupación alguna aunque cada día Virginia reproche a Vita una ausencia demasiado larga, un hueco en su organismo que sólo la viajera pudiera colmar. Hasta el momento en que en el horizonte aparece el nuevo objeto amoroso de Vita. Antes de ese verano de 1927, mientras Vita viaja por Oriente, Virginia se lamenta de la ausencia de su palabra, y una y otra vez insiste en que se encuentra sin mensajes, sin letras aunque The Land, el largo poema de su amada reciba nuevos homenajes de pura admiración por parte de sus lectores, y Al faro alcance un impacto que no había obtenido La Señora Dalloway.
El jueves por la noche estaré sola. ¿Podrías quedarte dos noches? No quiero que parezca que te recibo en secreto, aunque explorar secretamente los recesos es mucho más de mi gusto. Escríbeme una carta llena de tacto, dando explicaciones razonables para lo que sea. Y que resulte lo más larga que puedas (La estadía y la carta).Es el fin del verano, cuando ya está en escena Mary Campbell, la nueva amante de Vita.
Soy buena, industriosa y amante ¿Pero cuánto tiempo pasará antes que rompa? Nunca lo haría si te tuviera aquí, pero tú me dejas sin vigilancia, le escribe Vita a Virginia.
Entonces Virginia va a castigar a la niña mala como sólo ella sabe hacerlo. Ejercerá eso que se ha llamado alguna vez la impunidad del justo.
…sumergí la pluma en la tinta y escribí, casi automáticamente, estas palabras en una hoja limpia: Orlando. Una biografía. En cuanto lo hice me sentí invadida por el éxtasis y con la cabeza llena de ideas. (…) Pero escucha. Supón que Orlando resulta ser Vita y es todo sobre ti y la lascivia de tu carne y el cebo de tu mente (corazón no tienes, porque has ido triscando con la Campbell por los prados)…Por supuesto todo esto escrito en medio de una carta que brilla por sus ocurrencias, su gracia y su humor. Virginia no puede hacer menos que persistir en la vida elegante.
De modo que tal como lo dice todo el mundo, Vita es Orlando y Orlando la biografía donde Virginia se solaza en revelar el vacío del personaje y tratar el erotismo no de las relaciones del hombre o mujer en que a cada rato se transforma su personaje, sino del libro, la obra, esa su palabra que tiene la precisión de un arquero zen y cuya estética dice todo el tiempo de su escritora y la vasta biblioteca de su ser, de la misma Virginia trastocada eróticamente en una pieza literaria. El cuerpo se lo pone a Vita y ella se queda con el verbo enamorado. Porque finalmente según lo manifiesta Harold Bloom, si Orlando se modela a partir de Vita Sackville-West, ella era una gran jardinera, una mala escritora y no exactamente una lectora de genio como sí lo era Virginia.
Así el daño que le ha causado y le causa con cada amante, con cada desaparición, cada viaje o simulación Vita, es el dardo que la empuja a hacerle daño, es el deseo por el Otro transformado en zarpazo felino, sensual, en posesión de aquello que siempre ha querido ocultar Sackville-West, la aristócrata que se ha paseado por sus jardines íntimos como Juan por su casa. Esa mujer a la que describe como un venado o un caballo de carreras, y en el símil ya se revela, desde el comienzo de la relación, que Virginia va a poder con Vita y la va a desnudar de sus oropeles aun cuando caiga rendida a sus pies. Porque Vita ha sido para ella, esa pura materialidad de la carne, de sus grandes pechos, de la redondez de sus muslos, la madre que le faltó tan pronto…(Vita) derrama generosamente sobre mí la protección maternal que, por alguna razón, es lo que más he deseado que me dieran todos. El cuerpo. Ese cuerpo que escamoteó para ella durante más de 30 años. Me siento como una polilla a punto de instalarse en un dulce matorral…si fuera…ah, pero eso es una inconveniencia. Luego de lo cual ha de dejarlo hacer con Vita y otras amantes seguramente, para habitar en definitiva el otro cuerpo, el de la escritura. El amor es tan físico, y también lo es la literatura, el ejercicio del ingenio.
Por lo demás la clarividente Virginia reconoce el vacío espiritual de Vita y se lo dice. Ésta se espanta, y confiesa, estremecida, que su amante le ha visto el alma, que lo que ella lleva es un profundo vacío que la hace viajar de amante en amante, de hombre a mujer. Con el tiempo la urgencia del amor de Virginia se transformará en costumbre, amorosa es cierto, pero con el acento de la domesticación. Su “insecto”, su “criatura”, permanece en la palabra y no en la entraña. Por otra parte, nada de todo lo descripto aparece en su correspondencia cuya mundanidad a veces fatiga y otras irrita.
Dejo para el final la impresión que me da la intuición y alcances de la inteligencia sensible de la gran escritora inglesa. En alguna parte señala que este condicionamiento patriarcal de sexo, de hombre y mujer, de naturaleza femenina y masculina, la eterna pareja del binarismo perverso que todo lo convierte en blanco o negro, con los procesos sociales y políticos, será modificado al cabo de un siglo. Orlando, que suena como ocurrencia o mejor como originalidad impensable para su época, a pesar de las novelas lésbicas que se dieron por esos tiempos para escándalo de los victorianos, aún vigentes, aporta una novedad insoslayable: el personaje andrógino que circula a través de las centurias. En él, en ella, a imagen y semejanza de Vita amante de hombres y mujeres, se despliega en pura libertad haciendo retroceder los patrones que la sociedad había impuesto, la generación (como nacimiento digo) de hombres y mujeres que dejarán de serlo para elegir su verdadera índole o para manifestar que nadie está obligado a ser de un único modo.
Que también el sexo puede ser dotado de la plasticidad de la vida con sus mutaciones, sus incertidumbres, con la madeja misteriosamente contradictoria de nuestros organismos y la pulsión todopoderosa de nuestro deseo.
*Imagen de portada: YouTube.