El 19 de enero se estrena en la gran sala del Teatro de la Ciudad La vida es sueño de Calderón de la Barca. Tuve la oportunidad de asistir a la segunda función al día siguiente. La producción se presenta como TEATRO NUEVO LEÓN y esta sería su primera propuesta, avalada por un comité de especialistas de teatro de nuestra ciudad quienes además fungieron como jurado de los candidatos para la dirección, donde resulta seleccionada la artista Mónica Jasso.
Si bien es la historia de Segismundo hijo de rey pero condenado al encierro y por lo tanto al olvido por su propio padre quien ante augurios nefastos ha preferido ocultarlo al mundo, es y sobre todo una historia que revela la labilidad humana y sus oscuros vínculos con el Poder.
Confieso que no es el teatro clásico español mi debilidad ni mucho menos. Más aun, dudo que las generaciones actuales pudieran ser seducidas por este tipo de expresión. Prefiero la adaptación, el repensar la historia para el presente y verterla con poéticas que digan de la modernidad en la que estamos inmersos. Toda arqueología me parece excesiva, como resulta respetar el verso de Calderón en nuestros tiempos, o aferrarse al texto íntegro, plagado de reiteraciones que en épocas pasadas resultaba hasta pedagógico y que en la actualidad son anacrónicas.
También confieso que ese fue el ánimo con que llegué a la función a pesar de mi respeto por sus hacedores. Sin embargo jamás me niego a rever mis propias elecciones, sean por simpatía o rechazo. Lo cual en este caso redundó en dejarme conmover. Pues fui conmovida, por los jóvenes que aparecen en primera instancia: Sofía Gabriel como Rosaura, León Díaz Conti en el rol de Clarín y Gerardo Guardado como Segismundo, por la espléndida encarnación que de Clotaldo hace Gerardo Dávila, y luego por el rey Basilio jugado por Juan Benavidez. Y a medida que circulaba la obra mi atención también se veía conmovida porque advertí poco a poco el trabajo riguroso detrás de cada parlamento, cada tirada de versos, cada pregunta o respuesta. También los cuerpos vivos, (nunca hubo brazos caídos) actores que no se expresaban (salvo en un caso) sólo por su rostro, sino asimismo por su columna vertebral, sus extremidades, la complejidad de un cuerpo vivo que sueña y piensa. Aunque hubiera querido para Estrella la sobrina del rey una expresividad que no se alojara solamente en su rostro cuyos cambios se volvieron en algún momento distractores del monólogo de Basilio, por ejemplo. La actriz que la encarna, Ximena Villarreal, debiera cuidar más el trabajo actoral que no se aloja precisamente en la cara sino en la plenitud del organismo. Por oposición vi un mayor ejercicio orgánico en Luis Alberto García, en su papel de Astolfo. Sin embargo con estos pequeños reparos, saludo a los cinco jóvenes que me llenaron de esperanzas y gratitud.
Hube de emocionarme también por ciertas escenas entre las cuales, el último diálogo de padre e hija, Dávila y Gabriel, larguísimo por cierto y en donde ninguno de los dos actores pierde integridad afectiva y conexión con una réplica en acción y reacción permanentes, intensamente emocional. Me emocioné asimismo al advertir el proceso mental de Segismundo en el momento en que percibe las contradicciones y fuerzas en pugna en medio de las cuales se halla. Cuando llega la palabra, la frase, su íntima conciencia, su desconcierto, translúcido en pensamiento y reflexión, ya ha sido percibido por el espectador. Y eso es un logro maravilloso, que el actor nos permita vislumbrar las imágenes que lo habitan en su fuero interno.
También fui conmovida por la fragilidad de Basilio jugado por Juan Benavidez, por el esfuerzo del personaje de ser justo y la suavidad del decir del actor quien contradice a un poderoso como cabe a un rey, revelando nuestros opuestos.
A pesar de la explicación del programa en cuanto a cierta metáfora en la escenografía piramidal, creo que le falta imaginación a la misma para hacerla dúctil en el trazado de los personajes y el juego de los actores. No se vuelve dramática, he ahí el problema, ni siquiera problematiza. El escenógrafo pareciera que se distrajo, sobre todo reconociendo los logros de Gabriel Pascal en otras producciones. Acaso lo que sí se vuelve dramático es en el momento en que se ilumina desde atrás permitiendo dejar ver las hendiduras del entramado de la madera.
En cuanto a la iluminación es sencilla, y eficaz. La musicalización echa mano en un momento del Concierto de Aranjuez tan remanido por el uso que se le hace en lugares públicos, radios, y tanto más. Acierta con los sones del presente, y se vuelve provocativa al acentuar el tratamiento en escena de las atmósferas y comportamientos juveniles, con la música perteneciente a nuestra época. Es lo mejor que sabe hacer. De inmediato se vuelve lugar común. Pienso que Rodrigo Guajardo no ha profundizado en lo que pudiera ser la música en el teatro, quiero decir sus alcances, sus metáforas, sus contrastes.
El vestuario anacrónico es metonímico, da cuenta sólo de ciertos trazos. A veces resulta demasiado barroco o mejor dicho estridente. Se le olvida al vestuarista que la ropa de Segismundo empasta con la madera de la escenografía. Se le olvida que lo estridente o atrabiliario no es necesariamente feo, puede ser estético. Pero en general me parece que cumple con el objetivo de referirse a diversas épocas, a cierta intemporalidad que se constata en el esplendor del discurso de Calderón, cuasi filosófico, y no obstante naturalizado por el tratamiento por parte de los actores y de su directora.
En la utilería lo único que no me gusta es la pistola que Dávila lleva en la mano en varias escenas. Realmente a la vista es desagradable no sé si por la torpeza de su tamaño o por no cubrir una función en verdad en equilibrio con lo que representa, hubiera sido mejor una suerte de ametralladora si se quiere sugerir los tiempos violentos del presente. O bien un arcabuz pequeño si se alude al pasado.
Mónica Jasso cumple con creces su trabajo de puesta en escena. Es imaginativa en el tratamiento de los personajes, exigente a la hora del texto verbal, nunca deja al actor desprovisto, lo acompaña con sus indicaciones respecto de pequeñas acciones físicas. Con un trazo ajeno a toda aparatosidad, no solemniza en ningún momento teniendo en cuenta que está dirigiendo un texto clásico, sino que se abandona lúdicamente al mismo juego de los personajes auspiciando el trabajo actoral con observaciones muy claras respecto de sus libertades y también de sus límites.
El ritmo define la obra estética. Rara vez durante las dos horas y cuarto de representación cae en la monotonía o la horizontalidad del “aquí no pasa nada”. Por el contrario sabe dar a cada escena un tratamiento en donde hay crescendo y diminuendo, o allegro y andante si lo pensáramos musicalmente. También cuida que el verso en la voz de sus actores fluya con cierta naturalidad. Sin embargo creo que aquí está el mayor riesgo de su puesta puesto que no deja de advertirse cierto empaste o rigidez en los parlamentos, salvo en el caso de Sofía Gabriel cuya excelencia tanto orgánica como de expresión dicción y carácter, son en verdad notables. E igualando además en calidad a Dávila y Benavidez. De todas maneras creo que afronta y vence con enjundia tanto texto antiguo como verso con su musicalidad. El tratamiento de Clarín a la manera de un Arlequín italiano es muy bello, los abruptos que se permite apelando a las maneras del presente en gestos, ritmos y voces, es extraordinario.
He aquí una artista que se yergue con perfil propio autoafirmando su bagaje cultural, sus procesos de conocimiento y creación. Y lo que es mejor dando lugar a una renovación, a una nueva mirada crítica respecto del teatro regiomontano, a nuevos desafíos para dejar atrás un teatro que no se ocupa de sí mismo sino de permanecer en las tablas, a un teatro del que ya nos hemos cansado por poco original y repetitivo. A un teatro que no se juega hasta el hueso por un trabajo del mayor rigor y los mayores riesgos. Y donde se carece de crítica social, política, humana, todo ello apuntado y puesto de relieve en esta producción.
Por eso estoy convencida que con esta puesta surge, felizmente, aunque sea sólo para mí, una nueva dimensión, un nuevo rostro del teatro regiomontano.
Imagen de portada: conarte.org.mx.