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El cine y Sergio Pitol

mayo 20, 20181 ComentarioEnsayoBy Llamil Mena Brito

Imagen: Flickr.com-Tasmanian Archive and Heritage Office Commons.

I.

 

“Esto daría ya un indicio de la viva relación existente entre mi literatura  y el cine. No podría ser de otra manera; desde la infancia el cine fue para mí una de las pocas ventanas para atisbar el mundo”[i]

 

Si la pregunta fue recurrente, la respuesta resultó invariable. Cada entrevistador, ansioso por revelar el universo de las influencias en la obra de Sergio Pitol, elaboraba la pregunta sobre el cine anticipando en voz del escritor la confirmación de ciertas conjeturas: (“Me imagino que, salvo muy pocos de quienes me comentan mi relación con la obra de Lubitsch, los demás habrán leído en alguna entrevista mi apego al director o encontrado su nombre en varias escenas de mis novelas”)[ii]. Al director alemán (“Mi idolatrado Ernst Lubitsch”)[iii] habría de sumarse Akira Kurosawa (“el Rashomon de Kurosawa, es como una de las líneas que están en mi literatura y lo menciono claramente”)[iv] y más de un género clásico de la historia del cine (“Debo confesar que vuelvo siempre con pasión e inquietud al cine expresionista”).[v] Quedando con esto claro parte del derrotero por el que el universo fílmico inherente a la obra de Pitol deambula.

 

Lo cierto es que la cuestión del cine es indisociable de la obra de Pitol. Si bien los mejores esfuerzos filológicos han comprobado el despliegue de estas influencias de una manera similar a la que los especialistas de los estudios del cine abordan la noción de mise en scène, parece insuficiente esta ruta para comprender el profundo carácter biográfico en esta relación estética. Y es que para Sergio Pitol el cine fue más que la constelación de homenajes y la apropiación en su estilo de elementos del arte cinematográfico.[vi] Fue fundamentalmente una circunstancia cultural que determinó su desarrollo artístico acompañándolo en diversas instancias hasta el final de su vida.[vii] Por eso que para Carlos Monsiváis el entrecruzamiento de devociones y temas definen al escritor en una búsqueda trascendental:  “Pitol —devoto de Kurosawa y Schnitzler, de Thomas Mann y Svevo, de Dickens y Pérez Galdós, del cineasta Ernst Lubtisch y Marlene Dietrich—, vive entre atmósferas y personajes límite, en el entrecruce de lo literario, lo fílmico y lo francamente vital.”[viii]

 

Pitol reconoció esta vitalidad como “La Deuda con el Cine”. Un firme conjunto de películas y directores para él imprescindibles, pero también, el recuento de una experiencia formativa; de un repertorio de imaginarios en la infancia y llegada la adolescencia y la primera madurez una circunstancia indispensable para habitar al mundo desde el arte.[ix]

 

II.

 

“A los cines de estreno se sumaban los cineclubes de la capital. […] el debate final donde uno aprendía rápidamente un lenguaje desconocido que permitía hablar, poco después, de la estética expresionista, del montaje einsensteiniano, de la validez del cine negro norteamericano, y citar a Béla Balász y al por entonces indispensable Georges Sadoul”[x]

 

La generación de intelectuales, artistas y escritores nacida en los albores del cine sonoro (la transición de la década de los veinte a los treinta) creció condenada por el cine. Elemento esencial de una circunstancia cultural donde los libros, la música, las películas y los ídolos forjaban gustos y descubrían vocaciones. Sergio Pitol, como muchos otros, descubrió en los años de la posguerra el florecimiento de la cultura cinematográfica internacional en revistas y cine-clubes. Alfaguaras de donde brotarían los nuevos modos de ver y comprender el fenómeno cinematográfico y en ellos encontraría nuevos cines y teorías decantadas en debates estéticos, lecturas revolucionarias que tan solo a cincuenta años de haber nacido se atrevían a plantear su historicidad.

 

En la cofradía gestada en los cincuenta en la Zona Rosa de la Ciudad de México –de la que Pitol sería asiduo contertulio– fue incubada la idea del nuevo proyecto cinematográfico nacional, la cinefilia mexicana. A mediados de 1962 al regreso de su primer viaje que lo llevaría por primera vez por Europa, el estandarte de esta nueva cultura cinematográfica nacional, la revista Nuevo Cine, agonizaba. Esta publicación iniciada en 1961 y que sólo alcanzaría a producir seis números reunió a más de un amigo entrañable de Sergio Pitol. José de la Colina, Salvador Elizondo y Juan Manuel Torres destacarían por sus aportaciones críticas, particularmente los dos primeros. Carlos Monsiváis también formaría parte sustancial del grupo que desde esta publicación postuló las bases de la nueva cultura cinematográfica. Un proyecto que soñó con la regeneración del cine mexicano a partir de la férrea crítica a su pasado más inmediato, la que habría de convertirse en la época de oro.

 

El Certamen de Cine Experimental celebrado entre 1964 y 1965 sería uno de los proyectos más vivos legados por el grupo Nuevo Cine, pero también uno de los más desilusionantes. La apuesta por la vanguardia y el nuevo cine nacional no rebasó la primera intención y como muchos otros más proyectos se perdió por la fragilidad de la inconstancia. Pitol vivió esta nueva circunstancia del cine muy lejos del país. Fue para él la temporada del descubrimiento de Polonia con la guía de Juan Manuel Torres, en ese entonces estudiante becado en la Szkola Teatralna Filmowa en Lodz donde tuvo la oportunidad de estudiar con Andrzej Wajda. Poco se habla ya de la trayectoria cinematográfica de Juan Manuel Torres, que ha encontrado mayor fortuna crítica por su obra literaria. Queda la duda si en estos días de viajes y convivencia por Polonia se aloja el desencanto sobre el cine perceptible en El tañido de una flauta.

 

III.

 

“Son los comentarios de siempre; están en la olla, el cine en México no tiene remedio, ni los viejos ni los nuevos dan una, las presiones que todos conocen, la censura indirecta, la carencia de valores, la mediocridad del medio, la falta de respuesta de un público cada vez más adocenado, la baja calidad de los actores, la torpeza de los productores, la impreparación, el esnobismo, el intelectualismo pretencioso de la nueva generación. En fin, lo de a diario […]”[xi]

 

El tañido de una flauta (1972) es un libro que merece distintos niveles de lectura. Por lo pronto, la que reivindique su valor en la intersección de la literatura y el cine mexicano. En ésta, la primera novela de Pitol, el cine como tema desborda la trama e inscribe de manera paralela el testimonio sobre la cultura en la que también el cine mexicano participó a finales de la década de los sesenta. El tañido de una flauta es por  tanto crónica cinéfila, donde solo a través de la parodia logra invocar el espíritu de una generación de cineastas mexicanos que de diversas maneras, y por distintas circunstancias, debió lidiar con los fracasos, la ingenuidad, las desilusiones y aún la estupidez de su circunstancia.

 

Ya sea en la narración de las peripecias que llevan a un ex-director-ahora-empresario a reencontrarse con su única película filmada ahora, reelaborada en otro contexto por un director japonés, respetando la anécdota central de la suya. Y por supuesto, en cada episodio en el que el personaje de la Falsa Tortuga es parodiado como la suma patética del funcionario y burócrata cultural, el fantasma del cine mexicano deambula como una noción nostálgica. Un proyecto sin relación con el mundo. Y si bien la novela trasciende el tema del cine mismo y encuentra en otras manifestaciones artísticas el mismo carácter tragicómico; para los iniciados en la historia del cine mexicano, la carga referencial es abundante y las sutilezas pueden parecer preciosas.

 

Señalo mis dos favoritas: el pasaje en Belgrado, donde al calor de la borrachera un cliente demanda escuchar el Cielito Lindo, “en serbio, por supuesto”. La clave para entender la aparente incongruencia radica en el conocimiento del impacto que el cine de la época de oro mexicana tuvo en Yugoslavia durante la década de los sesenta y que produjo alucinantes versiones en serbio de las canciones típicas del cine nacional, principalmente en voz del cantante Slavko Perovic y el Trío Tenori. Finalmente, en el que con justicia parece ser el más celebre capítulo de esta novela, el treceavo que narra la anécdota de la entrevista a la Falsa Tortuga en el marco del homenaje a Lubitsch. La parodia llega su clímax para mí, no en la confusión de la nacionalidad del homenajeado (húngaro para ella), sino en la única respuesta que le permite a la funcionaria demostrar su conocimiento del cine mexicano. Así, presionada por la reportera francesa para que ésta hable de manera concreta sobre la influencia de Lubitsch en el cine mexicano, la Falsa Tortuga responde:

 

“La tiene sobre todo en el Indio Fernández. Y en Julio Bracho, cuya película, Distinto Amanecer, demostró decididamente la influencia de nuevas técnicas, las de su tiempo claro está, en México, con una actuación extraordinaria de Andrea Palma, una de las pocas verdaderas actrices a quienes por desgracia el medio…“[xii]

 

Tal vez Sergio Pitol intuyó muy tempranamente los derroteros en que la historia oficialista del cine mexicano argüiría el prestigio de nuestra filmografía. Probablemente fue este el argumento escuchado en un solemne encuentro en la embajada mexicana en Yugoslavia, la agria controversia debatida con Juan Manuel Torres en una cantina de Dubrovnik o tal vez, la conclusión a la que Carlos Monsiváis, José de la Colina y Salvador Elizondo llegaron en alguna de las tertulias de la Zona Rosa respecto al futuro de la historiografía del cine mexicano.

 

 

*

[i] Pitol, S. “La deuda con el cine” en El tercer personaje. Barcelona: Anagrama, 2014, p. 147

[ii] Id.

[iii] Id. p. 149

[iv] Quemain M. (2011). Entrevista a Sergio Pitol. Origen y renacimiento de la escritura. Recuperado de https://literatura.inba.gob.mx/entrevista2/3269-pitol-sergio-entrevista-en.html

[v] Op. cit., p. 148

[vi] Pitol los nombra concretamente: “No sólo el montaje, sino el ritmo creado por el cine, la ruptura cronológica, el libre juego de asociaciones, la visión oblicua y otros procedimientos […]” op. cit.

[vii] De todas las anécdotas que van revelándose sobre las interacciones con Sergio Pitol, ninguna me genera la misma envidia que la de los asistentes a su curso sobre el cine expresionista alemán en la Universidad Veracruzana.

[viii] Monsiváis C. (2007). Sergio Pitol y Francisco Toledo. Fábulas y Aguafuertes. Revista de la Universidad de México. (no. 39) p. 5. Recuperado de http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/3907/pdfs/5-11.pdf

[ix] Mucho se alcanza a entender en las listas de obras favoritas d aun artista y la que Pitol realiza no tiene desperdicio: “Si tuviera que enlistar una docena de filmes, no los mejores de la historia del cine, sino modestamente los que supongo que de alguna manera han permeado mi obra literaria, el resultado sería éste: Las bellas de noche, de René Clair; Trouble in Paradise y To Be or Not to Be, de Ernst Lubitsch; El sheik blanco e Y la nave va, de Federico Fellini; El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene; Drôle de drame, de Marcel Carné; El acorazado Potemkin, de Einsenstein; Rashomon, de Akira Kurosawa; Los 39 escalones, de Alfred Hitchcock; La kermesse heroïque, de Jaxques Feyder; Los ocho sentenciados (Kind Hearts and Coronets), de Robert Hamer, y Peeping Tom, de Michael Powell, una docena de títulos, en su mayoría comedias ”

[x] Op. cit., p. 151

[xi] Pitol, S. El tañido de una flauta. En Obras Reunidas I. México: FCE, 2003, p. 28

[xii] Id. p. 95

 

*Imagen de portada: www.zendalibros.com.

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Sobre el autor

Llamil Mena Brito

Historiador y maestro en historia del arte por la UNAM. Colaboró como crítico y reseñista para la revista Casa del Tiempo de la UAM. Actualmente cursa el Doctorado en Filosofía con acentuación en Estudios de la Cultura en el Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL.

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