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Diversas hombrías: Entre machos delicados y hombres de verdad

mayo 20, 2018Deja un comentarioCastillosBy Miguel Martínez Jiménez

Imagen: Flickr.com-Mississippi Department of Archives and History.

El género es un tema y una categoría de análisis recurrente en mis clases con estudiantes de medicina. ¿Cómo no abordarlo si fue justamente en el seno de esta disciplina donde se gestó la dicotomía sexo/género? En mi experiencia, uno de los retos principales a la hora de tocar el asunto de la desigualdad, la inequidad o la asimetría entre los géneros llega cuando se trata el privilegio masculino. A muchos hombres les cuesta trabajo admitir este desbalance porque a su alrededor hay mujeres (y muchas) con iguales responsabilidades y derechos. En un país donde sólo el 16% de la población logra llegar a la universidad, la pequeña esfera de un salón de clases se convierte en el primer sesgo por vencer. Sin embargo, basta con hacer las preguntas pertinentes para que fluyan ríos testimoniales sobre la realidad de la carrera médica en la que los hombres dominan en distintos modos y niveles haciendo uso de un privilegio culturalmente otorgado. Esta situación, por supuesto, no es exclusiva de su profesión. Todas y todos (y todis) vivimos, convivimos y, sobre todo, nos configuramos como sujetos en una sociedad patriarcal: es decir, misógina, heteronormada, homofóbica y falocéntrica. Es imprescindible comenzar cualquier tipo de charla o discusión sobre el tema con esta realidad puesta sobre la mesa.

 

El feminismo no se ha cansado de señalar esta estructura de desigualdad, y por lo tanto ha encontrado resistencia, represión, desdén y menosprecio desde sus inicios al día de hoy, como cualquier otra corriente académica o política que increpe a un sistema hegemónico. Mucho tenemos que aprender, desaprender y escuchar los hombres sobre estas denuncias y marcos explicativos del feminismo. Al intentarlo, el primer obstáculo al que uno como hombre se enfrenta es la incomodidad de aceptar la posición que se ocupa como sujeto con privilegios sobre las mujeres, lugar que antecede a nuestra voluntad y nuestro juicio. Esta incomodidad, por cierto, no es muy distinta a cualquier otra a la que nos arroje la ética como interlocutora armada de preguntas difíciles, y se presenta al tener que admitir que hemos aprovechado este desbalance a nuestro favor innumerables veces, y que hemos participado activamente en la reproducción y el mantenimiento de un sistema misógino, homofóbico, heteronormado y patriarcal. Todos los hombres somos (o si les resulta menos incómodo aceptarlo, hemos sido más de una vez) cómplices del problema.

 

A partir de ahí, y porque no hay ética sin actos, lo que sigue es ver qué hacemos con esa conciencia. De parte de los estudios de género, el análisis de las masculinidades nos invita a los hombres a replantear las formas en que nos hemos configurado y desde dónde nos ubicamos ante la masculinidad hegemónica. Esto es de particular importancia para aquellos que no sólo no encajamos en el modelo impuesto socialmente desde la infancia, sino que también contamos con una responsabilidad ética y política ante el tema. Los hombres gays, mampos, chotos, maricas, jotos, marykays, homosexuales, mariposones, invertidos (saludos a Freud), locas y un diverso etcétera, tenemos una pregunta que nos sigue como una sombra y como tal se transforma según la iluminación de la pieza donde nos encontremos, a veces imperceptible, otras monstruosa: ¿Qué es ser hombre? ¿Qué tan hombre soy? ¿Cómo participo, como hombre, de la misma opresión que se ejerce contra mí ya sea por ser involuntariamente rarito, o bien  un convencido disidente?

 

Dentro de las siglas LGBTIQ los hombres gays somos los más privilegiados. Lo somos primero, por nuestra condición de varones conformes con nuestro género asignado al nacer. En segundo lugar, por el precio o las concesiones que hemos pagado a nuestras sociedades para ser “tolerados”. Lo somos mientras cuidemos nuestra imagen, tengamos estudios profesionales, carreras exitosas, un margen no muy amplio en nuestras tallas, un cuerpo delgado, o de gym o la barba recortada, si acaso nos vemos guapos y, sobre todo, varoniles. Somos gays socialmente aceptados en la medida en que nos parecemos más a Ricky Martin que a cualquier jotita de barrio, a quien llamamos así, en femenino, para acentuar su marginalidad. Además, siguiendo el trabajo de Susana Vargas Cervantes sobre el tema, si tenemos la piel clara en el México pigmentocrático, vamos de gane. En pocas palabras: Mientras las mujeres trans luchan por sus derechos humanos más básicos (a la salud, a la educación…a la vida), los hombres gays queremos casarnos ante la ley, tener hijos e inscribirlos en el colegio de paga. No digo que eso esté mal, pero como menciona Vargas: “Tanto en Nueva York como en México, los objetivos del movimiento se canjearon por un certificado de matrimonio y la posibilidad de endeudarse con un crédito hipotecario”. Esto nos empuja a asumir responsabilidades.

 

Dicho lo anterior, es necesario hacerle caso a esa sombra y revisar cómo contestamos qué es ser hombre. Cuando esta pregunta se plantea a modo en el aula con estudiantes de medicina, ¿qué nos hace hombres?, ¿qué nos hace mujeres?, las respuestas vienen obviamente marcadas por una perspectiva biomédica. Están primero los genitales, una materialidad externa y visible sobre la cual se impone toda la construcción social y cultural que usted quiera, maestro. Después vienen las hormonas, el cariotipo, la equis, la ye, etc. Con el fin de tambalear un poco la idea sobre una esencia inmutable y binaria sobre ser una verdadera mujer o ser un verdadero hombre les hablo del caso de María José Martínez-Patiño, cuya historia se hizo famosa por desafiar al Comité Olímpico Internacional que le informó a la atleta de 25 años que no podía competir en Seúl por ser un hombre (XY): Estimada María, no es posible que seas una mujer de verdad aunque hayas crecido toda tu vida como tal, vivas plenamente como tal, e incluso cuentes con una vulva ineludible desde tu nacimiento. Debido al síndrome de insensibilidad a los andrógenos (una condición dentro del amplio espectro que hoy conocemos como intersexualidad) María José obtuvo XY (cariotipo 46) tras las pruebas oficiales, por lo tanto se determinó irresponsablemente que se trataba en realidad de un hombre. Luego de comentar el caso, me paso al lado de la cultura. Con todo o a pesar de nuestros genitales, constantemente estamos reiterando nuestro género: en cada depilación, en cada elección de prenda. Las delicias y peripecias del lenguaje nos muestran cómo nadie está seguro de lo que es todo el tiempo, o que siempre tenemos que proyectar nuestra pertenencia a una de las dos clasificaciones mientras cubrimos pudorosamente nuestros genitales ante la mayoría de las personas.

 

¿Qué es un hombre de verdad, en esencia? Al respecto, siempre estoy a la caza de ejemplos cotidianos para llevarles a mis estudiantes. Les comparto tres:

 

  • Estoy discutiendo con un familiar. Estamos en la sala. El tipo se altera, se levanta, se acerca a mi sillón desde el cual lo observo en pijamas, sentado en flor de loto, con mi taza de café sobre una de mis rodillas. Lo veo con extrañamiento, parado frente a mí, sacando el pecho, apretando los labios, llevando los brazos hacia atrás, desafiante, y lo escucho decirme: Vamos a arreglar esto como hombres. ¿O qué? ¿No eres hombre? Se introduce la duda. Yo me pasmo y le digo: No. No lo soy. No en esos términos, pienso, ¿Qué es ser hombre?. O quién sabe, remato. Mi genuina duda existencial, filosófica, desarma al bato que mejor se sienta, decepcionado. Yo no sabía que era tan fácil.

 

  • Una amiga nos cuenta un chisme de un actor famoso. Alguien dice, pero él es gay, ¿no? Ella aclara sin aspavientos: Claro que no. Es hombre hombre.

 

  • Margarita Zavala dice en entrevista con Loret de Mola: “Hay mujeres, hombres y homosexuales que son parte de mi equipo y me honran con su amistad”.

 

¿Y es posible hablar de machos delicados? He puesto este primer oxímoron en el título de la charla porque me parece urgente señalar cómo nuestro entendimiento del género está construido sobre una montaña de contradicciones. He elegido esta imagen como un juego de palabras para referirme a dos figuras fácilmente identificables por ustedes: La primera, el hombre heteronormado que defiende a capa y espada la masculinidad hegemónica de sus temibles enemigos (las feminazis ,los jotinazis, la friendzone, el color rosa, etc.) y que es delicado en términos de sensibilidad; su masculinidad es frágil como un copo de nieve (snowflake), y merece un trato digno y especial. La segunda figura es el hombre que gusta de otros hombres (que se echa con varones, en términos bíblicos) pero que valora ante todo la virilidad. Se identifica como muy masculino al tiempo que desdeña lo femenino por considerarlo inferior. Se incomoda o desaprueba en  público o en privado las distintas expresiones de género de otros varones que se asocien socialmente con la feminidad. Sin embargo, para la mirada heteronormativa él nunca será considerado un hombre de verdad (un hombre hombre) mientras no certifique su heterosexualidad. Es, pues, en esa óptica, un machomenos.

 

¿Qué hacemos con estas dos figuras, caricaturizadas por mí a propósito? La propuesta es mirarlas con genuina empatía. El arquetipo de la virilidad, la fuerza del emperador que conquista, que suda, que abre brecha, que impone a la vez que resuelve, está en crisis. Lo está entre otras cosas porque hay hombres que insisten en defenderlo desde la queja sin fundamento, el berrinche. ¡Ahora resulta que todo es acoso! ¡Feminazis exageradas!...¿Feminicidio? Pero si los hombres morimos más (saca cartulina al estilo Anaya con estadísticas de conflictos bélicos)…o mi favorito: ahora nos discriminan a nosotros, los heterosexuales. Este tipo de masculinidad está en crisis no tanto porque la moda masculina contemporánea incluye más colores y prendas ceñidas que en la época de la serie Mad Men, sino porque los hombres que añoran y adoran esta imagen ideal insisten en hacerlo situados en el berrinche cotidiano y sin cuestionar las relaciones asimétricas de poder que de ella se derivan. Y perdón, pero en todo caso no hay nada menos macho que un berrinche, en el sentido en que la contención de las emociones es uno de sus principios más arraigados.

 

Explico. Guillermo Nuñez señala en su brillante trabajo publicado sobre hombres en la sierra de Sonora, que todos los varones compartimos algo: somos objeto de violencia homofóbica en nuestro proceso de masculinización. La homofobia es uno de los elementos inseparables de tal proceso: todos los hombres cisgénero (“heterosexuales” o no) hemos sido acusados alguna vez de ser o parecer jotos, putos, maricones por no atreverse, dudar, no mostrar valentía, etc., principalmente en la infancia. La acusación de parecer joto es una constante en la socialización masculina de los niños y es un ejercicio de poder pues pretende someter al sujeto a lo que Nuñez llama el proyecto ideológico de masculinidad. Este marco de estigma y violencia, que se ensaña principalmente con los niños afeminados con efectos aleccionadores, prosigue Nuñez, debe ser “el principio y el telón de fondo” a la hora de abordar la violencia homofóbica en todos sus niveles y debe ser llamada por su nombre: es violencia de género dirigida a todos los varones, con el fin de que después la reproduzcan con las mujeres o sujetos feminizados, con los disidentes.

 

En palabras de la antropóloga Rita Laura Segato: los hombres somos las primeras víctimas del mandato de masculinidad, y hay que reconocerlo para actuar. Este mandato al que se refiere la autora tiene que ver con la mirada de otros hombres ante quienes estamos llamados a reiterar nuestra virilidad constantemente, a confirmar nuestra pertenencia al club de Tobi simbólico. La hombría está sometida a múltiples refrendos que no pocas veces incluyen cuotas de violencia, crueldad y brutalidad, en una cultura en la que aspectos tan humanos como la dulzura, la amabilidad, las debilidades, el respeto o la compasión son considerados joterías. En ese sentido, el eeeeh puto del estadio es indudablemente un grito homofóbico y, si imaginamos a los niños gritándolo, representa un ejemplo claro de lo expuesto.

 

Superar, trascender, cuestionar la dicotomía macho-joto también es una responsabilidad en un sentido ético para los hombres gays que estamos al frente en la fila de privilegios dentro de la LGBTIQ. La figura del macho dominante es sexualmente atractiva, irresistible para muchas y muchos, y ése no es el problema. Quiero decir que no persigo la tontería de analizar el deseo y sus imbricaciones desde el discurso de los derechos humanos. Sin embargo, sí es posible acercarse con mirada crítica a los cánones eróticos que nos son impuestos como “naturales”. El macho incluye varias piezas en la caja más allá de un tono de voz, un dominio corporal, el pelo en pecho o un ceño fruncido: viene con relaciones asimétricas de poder, misoginia, homofobia, y muy probablemente con violencia, dado que es el resultado de una larga “pedagogía de la crueldad” como la llama Segato. Tomar en cuenta esto es responsable. Sobre todo cuando se reflexiona si el gusto por el macho viene acompañado por un menosprecio hacia cualquier manifestación culturalmente asociada con “lo femenino”.

 

¿Cómo combatir el proyecto ideológico de masculinidad? Primero, con conciencia ética y política. Sólo desde ahí es posible responder como psicólogos, psicoanalistas o docentes -pero también como hermanos, hijos, novios, padres- ante esta realidad de los procesos de socialización en los niños y adolescentes de nuestra cultura. Encarar y desmenuzar la angustia de responder a ese mandato y sus consecuencias es darle lugar a otras maneras de habitar el mundo como hombre. Es imposible acceder al club de hombres de verdad con membresía vitalicia, entonces, hay que relajarse. Quizás sean los hombres trans quienes tengan mucho más que enseñarnos al respecto. Después de todo ellos sí saben qué es atreverse, demostrar valor, cabalidad, no titubear en una decisión firme, y demás atributos asignados a los hombres hombres.

 

*Texto leído el el 27 de abril de 2018 en el Primer Coloquio: Sexualidad(es) Subjetividad(es) y Psicoanálisis, organizado por Vía Regia al Psiconálisis.

 

*

Guillermo Núñez Noriega (2007), Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida, Miguel Ángel Porrúa-pueg, UNAM-El Colegio de Sonora.

 

Susana Vargas Cervantes (2015) ¿Gay en México?: discusión sobre la pertinencia de una categoría. Horizontal.

 

Rita Laura Segato (2003) Las estructuras elementales de la violencia, Prometeo-Universidad Nacional de Quilmes.

 

 

*Imagen de portada: Flickr.com-George Eastman Museum.

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Sobre el autor

Miguel Martínez Jiménez

Licenciado en Psicología por la UANL y Doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM. Profesor e investigador en el área de las humanidades médicas, interesado en los estudios críticos de la sexualidad y el género. En 2010 obtuvo el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Prefiere andar a pie, el café sin nada y el arroz sin popote, por favor.

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