
Imagen: Flickr.com-Internet Archive Book Images.
Si Marx se opone tajantemente a un ser humano esencial cuya espiritualidad lo sella y por oposición reelabora a discreción su materialidad, su condición de único en tanto el resultado de un medio, una educación, una sociedad determinados, cuya realización consiste en ser él y nadie más que él en oposición a los ideales absolutos de la inmanencia, no será difícil partir de esta premisa para revisar lo que piensa de la literatura y sus creadores.
Así no va a ser determinante lo que estas mujeres y hombres dicen a propósito del mundo, lo que imaginan, lo que son sus ideales o sus utopías, lo que sueñan digámoslo pronto. Impugnar el idealismo arriesga mucho más: arriesga la fragilidad del ser aunque no se lo proponga así, arriesga la sonora contradicción entre la conciencia y los actos, el ser humano que escribe a pesar de su conciencia es de carne y hueso, sufre y se alegra, no es una esencia autónoma cuyas vertientes nada tienen que ver con lo que añora o rechaza. Es un ser histórico donde su pluma oscila entre los acontecimientos y el vivir de los que le ha tocado ser testigo y testimonio. Ese ser es el que determina su conciencia, la hace porosa, la expande, y si tomamos el ejemplo de Balzac tan querido para Marx, la trastoca.
La posición de la literatura en el quehacer humano es la misma, dice Marx, que la de “La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de consciencia que a ellas corresponden, de tal modo que pierden la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material, cambian también, al cambiar esta realidad, cambian su pensamiento y los productos de su pensamiento”. Marx 259.
Imaginemos un poco, luego de la explosión patética del Yo, incluido el veneno en el bolsillo superior de los románticos, a este productor del realismo más exacerbado, mucho más que el Emile Zola del fin de su siglo. Porque en Balzac no hay ostentación, no quiere condenar a nadie sino a sus enemigos pero su pintura es tan exacta que le sale el tiro por la culata. Su Comedia Humana hace gala de la más acuciosa de las crónicas de su tiempo. Así al disponerse con furor a condenar la clase burguesa emergente, lo que hace en realidad es defenestrar a la élite de la monarquía que defiende apasionadamente. Critica a la burguesa que a cambio de dinero para su guardarropas se vuelve adúltera, por oposición a la gran dama que hace lo mismo por mantener su nivel. Y en palabras de Engels hace de su Comedia el registro íntegro de una época desde todos los puntos de vista que conforman las circunstancias de los hombres y mujeres, económicas y políticas, sociales y culturales, sin advertir que su pintura es tan eficaz que condena implacablemente a la clase en decadencia que era de su perfecta simpatía.
Recuerdo mis clases de literatura en los tiempos que habiendo terminado la etapa romántica nos abocábamos al viejo Balzac y sus andanzas. Claro, el ser es el ser y su conciencia. En su exploración sin decirlo y ni siquiera tenerlo en cuenta se hallan ocultos los desbarajustes de un escritor que sufrió hambre y persecución, no política, sino a causa de sus desfalcos económicos. Que se descolgaba por las ventanas de sus sucesivos departamentos y residencias en París, a falta de dinero para pagar la renta, y que en lugar de comer bebía desaforadamente lo único que estaba a su alcance, litros y litros de un café aguado. Sus desastrosos negocios editoriales, la pérdida de miles de francos, las deudas incluso con su propia madre, sus periódicas trapacerías a quien le prestara un centavo, la persecución a la condesa de la cual se enamora y la sospecha de ésta, de querer casarse con ella solamente para usufructuar su fortuna, son el diseño perfecto de un burgués desesperado por ganarse el paraíso a través del dinero. Qué otra cosa que la nefasta persecución del dinero radiografiaría en cada una de sus novelas. A lo largo de casi cien obras que componen su gesta lo que apreciamos y a lo que asistimos es a la total decadencia de los nobles a quienes admiraba, persiguiendo emolumentos, y a la necesidad inconfesada que desaparecieran como clase, dando lugar a los nuevos estamentos sociales. Para Marx fue un paradigma inapreciable. Terminado EL Capital su aspiración era escribir un trabajo crítico sobre la obra de Balzac, que no llegó a concretar.
Me pregunto qué gran filósofo sea cual fuere el carácter de su filosofía no se ha zambullido horas y horas en el esplendor del discurso literario. Por eso, observar a Marx intentando hacer poesía o leyendo sin descanso las grandes obras literarias de todos los tiempos, a Shakespeare y Heine, a Goethe y Schiller, y tantos más, no me parece pasible de asombro, sino de reverencia a la palabra mítica que viene del corazón de esa humanidad que somos cada uno de nosotros, y de su largueza. La que se funda en una conciencia sacudida por los acontecimientos de su vida en el mundo.
Y en este paisaje será sin duda el gran bardo inglés quien iluminará siempre los duros por difíciles y por arduos y por opacos, conceptos sobre el valor del dinero a quien Marx adjudica el centro de la enajenación: Soy lo que tengo, vendo lo que soy, tengo lo que valgo.
Tú que sabes hablar todas las lenguas para todos los designios. Oh tú, piedra de toque de los corazones, piensa que el hombre tu esclavo se rebela, y por la virtud que en ti reside, haz que nazcan entre ellos las querellas que los destruyan, a fin de que las bestias puedan tener el dinero del mundo! Marx cita la palabra de Shakespeare y de inmediato se le aparece Ricardo III en todo su absurdo, si eres feo, retorcido, rengo, manco, loco, no importa, lo que importa es el dinero, o en su defecto el poder que otorga el dinero, no hay poder sin él, no hay posibilidad de triunfo, goce o jolgorio. “Soy un hombre malo, deshonesto, inconsciente, carente de espíritu, pero el dinero es honrado, por ende, su poseedor también” concluye Marx, significando la gran metáfora de la obra shakespeariana.
Esta literatura, la que ha creado nuestra civilización y cultura, la que hemos creado al impulso de anhelos y derrotas, la que socava piedra por piedra los andamiajes que alzan los Estados, los gobiernos, las dictaduras, en fin la represión del hombre por el hombre, el Poder sin ética, la ética sin Poder, se advierte en su entera dimensión a través de la lectura de los escritos de Karl Marx sobre ella. Es la obra literaria la que revela nuestra desmesura y la infinita labilidad de nuestros proyectos. Porque es el ser humano el que se opone a la justicia y el bien en nombre de la obtención de ganancias, que por otra parte nunca lo hacen feliz puesto que su insaciabilidad está reñida con la paz y el contento. Es la obra literaria, la que, por particularizar, por ponerle nombre a nuestras patéticas hazañas, se llamen Julien Sorel o Calígula, Yago, Hamlet, Cleopatra, o Blanche Dubois, son esas ficciones que tejen y destejen la calamidad de nuestras horas, las que se yerguen tan poderosas como para hacer sombra a cualquier tratado aunque sea incluso EL Capital. Y Marx lo sabe, lo advierte al no poder quitarse de encima el ejemplo ficcional, no el de la Historia tal cual, sino la del oscuro príncipe de las tinieblas cuyo nombre se multiplica en la esfera de la escritura.
Al igual que con la teoría psicoanalítica, la economía marxista verá empalidecer su perfil frente a la voz de los y las creadoras de ficciones de todos los tiempos. Freud y Marx empequeñecen frente al esplendor de la comedia humana hecha ficción, cuento, novela, fábula en todos los tiempos y escenarios.
Y si en Alemania el siglo XVIII será ejemplo de putrefacción y repulsiva decadencia, según palabras del mismo Marx, sus creadores tomarán la posta para no acabar con la esperanza humana. Goethe y Schiller en el mismo siglo “respirando un espíritu de oposición y rebelión” según Marx, nacen para sostener las utopías. Así la literatura denuncia y consuela, según época y necesidades, según el espíritu con que alza sus velas.
Pero finalmente qué quiero decir con todo esto o cuál sería mi conclusión al invocar a Balzac y Shakespeare vistos por el filósofo político. Mi idea es subrayar cómo una conciencia integrada al mundo en una narrativa cuyos marcos referenciales están bien trazados, da mejor cuenta de los procesos de toda índole a los que se ve confrontada, sean políticos económicos, culturales, sociales, históricos. De tal modo que Balzac cuya ideología es monárquica, al narrarla, al hacerla carne y hueso en el organismo de sus personajes, la critica y la condena sin reparar en ello. De la misma manera, cuando Marx cita a Shakespeare y señala que un hombre feo y deforme, invocando a Ricardo III, por la sencilla razón de tener el poder que ejerce el dinero puede declararse el más bello y el más seductor. Las miles de páginas de El Capital no arrojan la certeza de su poderío como bien lo hace Shakespeare. Tampoco esas mismas páginas dan cuenta de las miserias del siglo XIX y de la Europa imperial como el minucioso sendero plástico y afectivo plantado por Balzac en su Comedia.
Como verifican la pléyade de los estudiosos de la literatura, hay en el poeta un algo más que dice, que tiene que decir, y que no necesariamente está implícito en su relato, en su palabra, en su discurso, lo cual, ese algo, está por encima de su estética e incluso de su ética. Y que incluso no alcanza a discernir. La acumulación de conceptos, de datos duros, de evidencias que prefigura el enorme ejercicio de observación y análisis marxista, ese tratado crítico de la economía política tal cual Marx la concibe, necesitó o bien hubo de iluminarse con el arte del poeta, del narrador, porque sólo allí las cuestiones humanas se dirimen y alcanzan el tamaño de la verdad.
Cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva…
El anhelo de Carlos Marx es la permanente materia de los sueños de todas las ficciones creadas por la humanidad.
*Imagen de portada: Flickr.com-The British Library.