
Imagen: cinelatino.fr.
Mi primer acercamiento con Nicolás Pereda fue en el año 2010 cuando tuve la oportunidad de ser parte del Jurado de la Audiencia del Festival Internacional de Cine de Monterrey en su sexta edición. No recuerdo con exactitud si ya había escuchado algo sobre Perpetuum Mobile, tercer largometraje del director mexicano cuya obra hasta el momento consistía de tres películas y un cortometraje a la edad de 29 años, pero sé que al final de ver casi todas las películas mexicanas que se proyectaron, la de Pereda fue la que más me gustó y la que nadie más del jurado entendió por tacharla de lenta.
Pasando la marca de la hora, el personaje de Luisa Pardo se sube a un camión de mudanza que maneja Gabino, joven promesa del cine mexicano con quien Pereda trabaja habitualmente y quien pareciera que siempre se encarna a sí mismo en personajes que llevan su mismo nombre. Mientras ella se ve distante por razones que nunca da entender, Gabino busca sacarle plática para lograr que le cuente qué la tiene con la mirada ausente. Harta de su insistencia, Luisa le pide que mejor la deje ahí mismo donde se encuentran y se baja. Al cerrarse la puerta, ella se aleja, Gabino avanza un par de metros en la camioneta y se detiene, ella se vuelve a subir al vehículo y la escena comienza una vez más.
En primera instancia pensé que el disco de la proyección estaba rayado y se había regresado a la escena anterior a través de un corte invisible del cual no me percaté. Una experiencia similar me había pasado con The Limits of Control de Jim Jarmusch logrando crear que un día se repitiera tres veces. La monotonía y lo absurdo de la situación creada por Jarmusch me hizo creer fielmente que dicho retorno provenía de la edición y no fue hasta la cuarta repetición que percibí que el disco en realidad estaba dañado y me estaba jugando una broma. Perpetuum Mobile me dejó con esa duda por muchos años logrando que se cumpliera uno de los objetivos principales del cine según Pereda: las películas no debieran acabarse cuando se prendan las luces de la sala, sino que deben permanecer en la mente del espectador para que cada uno pueda crear un filme personal.
No volví a ver más de Pereda hasta un par de años después. Pero ya entrado en el cine del argentino Matías Piñeiro, y a través de una conversación que éste tuvo con el mexicano durante el Festival de Cine del Desierto del 2015, pude comprobar que dicha repetición sí había sido pensada por el director y que el accidente que creí había pasado nunca fue en realidad una falla de la proyección.
En palabras de Pereda, “la repetición es bastante inorgánica en una película”. Con esto en mente en referencia a los ejercicios de actuación y repetición de tomas y escenas al filmar, y con su mirada en crear un mundo cotidiano en sus cintas, concretó una base actoral en torno a la imposibilidad de salir de este universo al que siempre estamos regresando. Nicolás cree que lograr que el actor invierta su tiempo en repetir lo mismo por una cantidad indefinida de veces va a permitir que éste indague sobre el funcionamiento no sólo del personaje, sino también de su propia vida y de su comportamiento. En este sentido, una rutina de sus personajes en una película tiene el mismo valor que nuestra rutina diaria como humanos, la única diferencia es que es obligación del actor cuestionarse la naturaleza misma de las acciones y hacerse consciente de que aunque la vida que está interpretando no es la suya, no hay diferencia alguna entre lo que expone y lo que vive.
Estas mismas repeticiones y paralelismos se notan a través de su obra como una reflexión de un Nicolás haciendo crítica de su propio trabajo. En Perpetuum, Luisa le describe a Gabino un sueño que tuvo y que se asemeja a la trama de Juntos. Asimismo, en Verano de Goliat, la historia toma un parecido al cortometraje Entrevista con la tierra realizado un par de años antes. Esta expansión y traspaso de ideas de una película a otra permite la existencia de un entramado de las preocupaciones artísticas del director. Entre los mecanismos a los que lo vemos regresar, al menos en la primer etapa de su filmografía, destaca como se mencionó brevemente su afición por trabajar con Gabino, Teresa y Luisa. El primero siendo generalmente el actor que carga con la trama principal, y Teresa llevando el manto de madre y Luisa el de novia.
No sé muy bien de dónde venga la inquietud de Pereda por hacer que sus personajes lleven el mismo nombre de sus actores. Imagino que esta decisión viene de una filosofía del mismo Gabino, que en 2006, antes de conocer a Nicolás, interpretó al primer Gabino de su filmografía en La niña en la piedra. A ésta le siguen los Gabinos/Gabos de Perpetuum, Verano de Goliat y Los mejores temas, creando una triada bajo la dirección de Pereda donde también Teresa Sánchez y a menor medida Luisa Pardo se reinterpretan a sí mismas.
En el 2011, para Paraísos artificiales de Yulene Olaizola, Luisa tomó también el acercamiento de ocupar su propia piel como personaje, logrando llevar el método utilizado con Pereda a otros horizontes. Gabino Rodríguez y Luisa Pardo fundaron en 2003 la compañía de teatro Lagartijas tiradas al sol, que a lo largo de quince años ha estado haciendo representaciones en el país. Al cuestionarle a Gabino sobre qué es la actuación, él lo define como una transmisión de experiencias más que el sólo meterse a un personaje. Bajo esta idea, Gabino y Luisa utilizan su cuerpo en estas cintas que mezclan documental y ficción como una vía para explorar no sólo su entorno, las diferencias entre el cine y el teatro, sino también su propio ser.
En la introducción del libro Los juegos del tiempo, Piñeiro escribe lo siguiente: “Así, en este vaivén, el tiempo vuelve a surgir no con menos fuerza. Vemos cómo una actriz cambia su voz de un año a otro, vemos cómo los pelos crecen y caen, vemos los músculos de un mismo rostro hincharse o desinflarse, vemos una actitud que se curte, vemos personas que se van, otras que vuelven y otras que aparecen, un encuadre que insiste, una ciudad que muta, una puesta en escena que intenta una y otra vez una nueva tirada de dados. Aparece entonces, la historia de cómo estamos envejeciendo juntos”. Poder ver Juntos seguido de Minotauro es indispensable para comprender el universo creado por Pereda. En ambas cintas los mismos tres actores interactúan dentro de un departamento. Seis años separan a una de la otra y aunque forma y contenido son totalmente distintos, pareciera que estamos viendo la misma película.
Nicolás Pereda es camaleónico en su reinterpretación cinematográfica. Aunque su filmografía se catalogue como slow-cinema al estilo de Tsai Ming-liang o Lisandro Alonso, su concepción de cómo se forma una película varía indudablemente de una a otra. Su lenguaje da un sentido muy distinto a Minotauro que a Juntos. En ambas, las relaciones están clausuradas por las paredes de sus viviendas, pero la búsqueda de un perro llamado “Junto”, de donde deriva el título de la cinta, le da una libertad al movimiento de los personajes que Minotauro no tiene. La cámara adquiere esta misma característica y se levanta, sigue y gira con relación al espacio habitado. Los años han hecho más sobrio el estilo del cineasta y a raíz de Perpetuum ha optado más por encuadres frontales, pero entre sus historias aún queda una esencia de silencio y soledad que raya en lo aburrido. Justo es este aburrimiento el detonante de la inspiración del mexicano-canadiense que redefine cada vez que se sienta en el banquillo del director.
Ya para concluir, me gustaría recalcar un elemento que no siempre se aborda cuando se toca el tema del cine de Nicolás Pereda. Aunque es el silencio que impera en las distintas producciones lo que permite al espectador recorrer los encuadres y apreciar la atención al detalle en la mise-en-scène, es a través de los diálogos que uno se da la idea de lo observador que es Pereda en su vida diaria. La apatía de sus personajes generalmente lleva a un camino de mofa donde Gabino, Luisa, Paco, Teresa, y demás actores/personajes encarnan la ridiculez del accionar de la humanidad. La preocupación de Luisa en Juntos al explicarle a Paco que si no tapa las tortillas se van a enfriar, o Gabino memorizándose en Los mejores temas decenas de canciones para poder vender los discos piratas en el metro, descubren un humor seco que crea un balance ante la afonía de los actantes. En este cine no hay cabida para la comedia y el drama; aquí simplemente existe la realidad en la que vivimos.
*Imagen de portada: noizagenda.com.