
Imagen: lashistorias.com.mx.
La mujer del siglo XX de la que deberíamos hablar en el XXI.
El siglo XXI ha traído maravillas y buenas nuevas. Cada vez hay más mención y reconocimiento de los grandes logros que han obtenido las mujeres a lo largo de los años y que han sido dejados a la orilla de la nada. Rosario Castellanos es un motivo que sumamos al reflector de lo que merece ser murmurado, hablado, y gritado a los cuatro vientos.
Matamos lo que amamos.
Lo demás no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno!
La poeta, novelista, ensayista, profesora, diplomática y feminista nace un 25 de mayo de 1925 en la actual Ciudad de México, en un día de viaje y de paso. Vive su infancia al lado de sus padres Adriana Figueroa y César Castellanos en Comitán, Chiapas. Como toda niña de “buena” posición en la comunidad y según se acostumbraba, le fue asignada para jugar una compañera indígena de la misma edad llamada María Escandón, de la cual ―al igual que de su nana Rufina― aprendería sobre lo que escribió en años posteriores acerca de sus iguales.
Con dieciséis primaveras y huérfana, llega al antiguo Distrito Federal, completa la secundaria y es admitida por la UNAM a la carrera de Filosofía. Comenzando a los dieciocho con sus primeras publicaciones en la revista antológica América, forma parte de los Ocho Poetas ―integrado por Dolores Castro, Javier Peñalosa, Alejandro Avilés, Octavio Novaro, Efrén Hernández, Honorato Ignacio y Roberto Cabral del Hoyo― nombre asignado por Alfonso Méndez Plancarte, ya que los ocho autores solían reunirse a leerse entre sí sus creaciones.
Algún día lo sabré.
Este cuerpo que ha sido mi albergue,
mi prisión, mi hospital, es mi tumba.
Egresada de la licenciatura, añade al currículum una maestría en Filosofía, y para no parar la vida académica, más tarde sus méritos le permiten recibir una beca en el Fondo de Cultura Hispánica, y en el año 1950, Castellanos pasa un posgrado de Estética y Estilística en la principal universidad de Madrid.
En el año 1952, regresa a México y se convierte en directora del Instituto Chiapaneco de Ciencias y Artes de Tuxtla Gutiérrez, desarrollándose como guionista e indudablemente, hablando de temas que le concernían, entre ellos la alfabetización. Cuando se pensaba que podría ir a la lista de la Barbie mexicana por multitask, por segunda vez es jefa de Información y Prensa por parte de su casa de estudios. En 1971 toma el cargo de embajadora de México en Israel. El 7 de agosto de 1974, muere para quedarse eternamente en el corazón de sus fieles lectores y de la literatura mexicana.
Heme aquí,
ya al final,
y todavía no sé qué cara
le daré a la muerte.
Obras:
Balún Canán (1957): Se atreve y escribe un libro que refleja la viva imagen de la niñez que vivió coexistiendo y relacionándose entre blancos e indígenas.
Oficio de tinieblas (1962): Cuenta en ficción la realidad de las diferencias entre ser español e indígena en San Juan Chamula, en Chiapas.
Mujer que sabe latín (1973): Dicho popular alrededor del globo y Castellanos; burlándose del mismo, le dedica un libro a la mujer en la sociedad.
Poesía no eres tú (1972): Poemario en el que se cree que nacemos enteros y no necesitamos de una mitad.
Cartas a Ricardo (1994): Cartas a su ex-esposo.
*Imagen de portada: Ilustración de Luis Carreño, recuperada de la revista Siempre.