
Imagen: http://circulodescritoresvenezuela.org.
Hay libros que se nos presentan con cierta extrañeza. Extrañeza porque no parecen libros convencionales, porque desconocemos a su autor y su obra o no contamos con mayores referencias más que algún dato breve, una imagen difuminada en la portada que nos exige mirar con atención. Al hojearlos, notamos un texto depurado y palabras llenas de aire, esculpidas con cierta obsesión. Aún no entramos en su lectura, y ya percibimos esa extrañeza en su contenido y en su manufactura. Este es el caso de la novela Las horas claras, de Jacqueline Goldberg.
La anécdota está basada en hechos reales: una mujer y una casa, no cualquier casa, sino una cuya diseño arquitectónico es considerado como un hito en la arquitectura moderna, a cargo del francés Le Corbusier, y ubicada muy cerca de París, en Poissy. Y su dueña, Madame Savoye o Eugénie Thellier de La Neuville, alguien frágil y a la vez de una fuerza enigmática ―diríamos, poética―, de quien surge la idea de esta casa, el deseo de habitarla de un modo particular, procurar su mantenimiento y conservación.
Las horas claras es el registro del tiempo que transcurre desde la génesis de la búsqueda de un lugar no sólo habitable, sino para habitarlo con las necesidades propias de un alma solitaria, hasta el cumplimiento del destino de ese espacio. Pero el tiempo registrado no se conforma con la cronología de los acontecimientos, pues se trata de un transcurrir de la sensibilidad y el drama de una persona por hacerse de un lugar en el mundo; en este tiempo, el lector podrá ver a la mujer y la casa tornarse una simbiosis, un organismo que va siendo afectado por el deterioro. Mujer y casa se fusionan para ser un solo protagonista; en adelante, no entenderemos la casa sin el impulso de su dueña. Los agentes que participan del deterioro proceden del mundo interior y del exterior: la fantasía suicida de Madame Savoye, las lluvias incesantes que van mellando la construcción, el desdén hacia la casa por parte del propio arquitecto que con el tiempo obtendrá reconocimiento internacional. Este deterioro es a la vez una angustia existencial sumamente delicada y trazada con finos recursos poéticos por la venezolana Jacqueline Goldberg.
De hecho, la propia autora dedica una sección al final del libro en la que “agradece” a aquellos quienes rechazaron publicar su manuscrito por la razón de que era “poético y poco comercial”, pues finalmente esta obra, siendo fiel a sí misma, fue publicada y ha obtenido varios premios en Venezuela. Las últimas páginas nos muestran la reproducción de algunas cartas originales entre Madame Savoye y el arquitecto, además de una fotografía de la ahora famosa Villa de Savoye. En esta última parte, Goldberg da crédito a las fuentes documentales y personales que le permitieron conocer a fondo la historia para su novela; también revela ciertos mecanismos de la ficción a los que acudió.
Y aunque la Historia hará que esta edificación se conozca como la Villa Savoye ― actualmente una casa-monumento a las afueras de París, obra del aplaudido Le Corbusier―, la Literatura (las mayúsculas son a propósito) se empeñará en revelarnos su verdadero nombre: “Las horas claras”, tal como Madame Savoye la bautizó por esa aspiración de luz que ella tenía, aspiración de un exceso de claridad, física y metafísica; además, se nos dice que tomó el nombre de un libro de poesía de un autor belga. Y es así como Jacqueline Goldberg titula su novela para reivindicar esa poesía que envuelve la construcción.
Lo más revelador de esta novela es un logro habitual de la buena literatura: un emotivo juego de luces y sombras de donde surgen personajes y situaciones que la Historia había relegado a puestos fijos, fríos por deshumanizados. La literatura impone su reino. Siempre dotada de perspectiva, a veces de un lente minucioso, centrada en la elaboración de atmósferas que se vuelven inseparables de la sensibilidad del personaje, llena de frases contundentes e imágenes que sólo en la subjetividad florecen y nos seducen, la literatura permite esta confluencia donde emergen estos seres que en la vida cotidiana o en el registro enciclopédico no serían más que unos cuantos datos. Así, Madame Savoye se nos presenta compleja en su ser mujer, su condición de aristócrata y su enorme soledad en una época de guerras, luego su vejez y sus incapacidades; sin embargo, conmueve la persistencia que vuelca en la construcción de su espacio. Así, la villa se nos va apareciendo por momentos, “más sólida, más clara, más vasta que todas las casas del pasado”, como diría Bachelard en La poética del espacio acerca de la casa del porvenir, la que hemos imaginado.
Sea el lector quien se encargue de presenciar las luces y sombras de esta historia, pero asumiendo el trato de dejarse llevar por el lenguaje poético que es la mejor apuesta de su autora; no obstante esta característica, el lenguaje aterriza en un entramado de sucesos sobrecogedores. Para terminar, transcribo algunas de las más hermosas frases de la novela: “Basta un lugar impróspero para desalmarse”; “La casa, por fin, cumple, aleja su vacío congénito”; “ella llora en la terraza de su villa de Poissy por los riachuelos que adquieren cauce sobre la mampostería de su sueño maltrecho”; “La expulsión del paraíso implica desoír los cauces”.
Las horas claras, de Jacqueline Goldberg. Primer Cuadro Casa Editorial UMM, 2018. Universidad Metropolitana de Monterrey.
Hola! Muchas gracias por la reseña. ¿Sabe usted dónde puedo conseguir el libro? Llamé a la universidad que lo editó pero me dijeron que no tienen idea si tienen departamento editorial. gracias!