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Vacío perfecto

agosto 20, 2018Deja un comentarioAristarquíaBy Víctor Barrera Enderle

Imagen: Internet Archive Book Images, en Flickr.

Espacio desprovisto de materia, tal es la definición de vacío perfecto: lugar donde la fricción es imposible. En literatura, Vacío perfecto es el título de un singular libro de Stanislaw Lem, al cual podríamos ubicar en la añeja tradición que va, en las letras hispanoamericanas, de Borges a Bolaño, pasando por Rodolfo Wilcok y Sergio Pitol, y que se caracteriza por confeccionar textos con reseñas y notas críticas de libros falsos. Ficciones envueltas en formatos críticos, en pocas palabras. Narración de cosas deseadas, pero no logradas, tal es la definición que el mismo Lem hace de su proyecto (Vacío perfecto se incluye en el catálogo de obras inexistentes reseñadas en Vacío perfecto: ¡gran acto de prestidigitación literaria!): “Es un libro sobre sueños que no se cumplen. Y el único ardid que le queda a Lem —dice el propio Lem en un desdoblamiento fantasmal— sería un contraataque: afirmar que no fui yo, el crítico, sino él mismo, el autor, quien escribió la presente reseña, e incluirla, como un texto más, en Vacío perfecto”. Pensar la creación (y no sólo concretarla) es espejear los procesos de escritura.

 

El guiño a la crítica puede leerse desde diversos ángulos. Como parodia, por supuesto. Pero también como posibilidad. Me explico: el rasgo ficticio de la escritura crítica, más que una dificultad o excepcionalidad, es la constante. Nada más fantasmal que hablar de obras literarias como si fueran algo serio, digno de tomarse en cuenta. El tema de fondo es el cuestionamiento por la índole de la escritura de la crítica literaria: ¿es un género literario? Es decir, ¿posee una “dimensión estética”? Luego de años en el oficio y de haberle dado miles de vueltas al asunto, no encuentro motivos para negarle ese derecho. No deja de ser llamativo, sin embargo, la sistemática exclusión de este tipo de  registro en cualquier muestrario que se presuma representativo de algún campo literario específico. No aparecen libros de crítica en ningún listado de nada, ni se recomiendan como posibles regalos para Navidad, nadie hace fila para adquirir los tratados de Samuel Johnson, ni se agotan las ediciones de los libros de Terry Eagleton. Se podrá argüir la precariedad de la población lectora: son tan pocos los sujetos “enganchados” a este vicio impune que no hay lugar para el consumo y trasiego de “libros especializados”. Con ello, sin embargo, no zanjamos el dilema. Quien lee, podría también leer sobre las implicaciones de ese acto. El llamado contrato ficcional (aquel que se establece entre un libro de ficción y sus lectores) debería ser más amplio: conceder el acuerdo, pero ampliarlo hasta poder mirar el revés de la obra leída.

 

Hace algún tiempo, en un encuentro literario en Tijuana, me invitaron a participar en una mesa sobre la crítica (cosa poco común en este tipo de actividades culturales). Entre los participantes había un reseñador de oficio, es decir: colaborador recurrente en diversos suplementos culturales; una periodista de cultura; un poeta, y yo. En la primera ronda de preguntas, saltó al aire la inquisición: ¿es la crítica literaria un arte o sólo un medio informativo? El reseñista fue el primero en rebajar su oficio a mera función de intermediario entre el autor y los lectores. Labor secundaria, de complemento, según sus palabras. Cualquier esfuerzo por establecer criterios de clasificaciones, propuestas de ordenamiento, o cortes temporales o periodizaciones, sería “contaminar” a la crítica de academicismo: enfermedad contagiosa e incurable. No pude quedarme callado y arremetí contra esa reducción. Comencé estableciendo como punto de partida una verdad de Perogrullo: existen diversos tipos y funciones de la crítica literaria. La que se realiza en los periódicos es sólo una de ellas. El encono con el que defendía la labor publicitaria de su trabajo, sólo confirmaba el alejamiento o el desconocimiento de la función crítica. Seguí, después, hablando de las diversas funciones y dimensiones del oficio, de sus múltiples formas de expresión, de su sentido reflexivo (y autorreflexivo), de la dosis confesional y autobiográfica que conllevan (una crítica es, de muchas maneras, la confesión de un lector)…

 

Mis argumentos, lo percibí de inmediato, desconcertaban (principalmente a los compañeros de mesa): tal vez esperaban escuchar la confirmación de la labor de comparsa de la crítica, el acompañamiento edulcorado a lo considerado “verdaderamente importante”: la literatura.  O, por el contrario, presuponían la defensa a ultranza de alguna jerga teórica en boga (otra forma de aislamiento). Lo que no concebían era la lectura de la crítica como un género literario, con variaciones y dimensiones propias. No afirmaba entonces ni estoy afirmando ahora, per se, que cualquier comentario de tintes críticos deba ser tomado como literatura (de igual manera que ningún texto que adopte alguna forma genérica vinculada con la expresión verbal artística debe serlo, al menos en primera instancia, por el simple hecho de venir ungido por tal o cual formato); hablo en concreto de escritos que van más allá de dar cuenta de una obra o autor, que sobrepasan el parafraseo y la descripción, que no se quedan en el chismorreo. Textos que encierran una visión sobre el fenómeno en conjunto, y sobre su propia condición dialógica.

 

Para la difusión y la publicidad nada más perturbador que alguien se interponga en su camino y cuestione el producto que promocionan, poco importa si en este cuestionamiento podrían hacerse visibles elementos valiosos o trascendentes de la obra.  La mala fama, sin embargo, se ha extendido socialmente hasta llegar al prejuicio (que, irónicamente implica, la ausencia de crítica): descartar ipso facto cualquier discurso que no sea imaginativo u original.

 

Ante la abulia que provocan las novedades editoriales en el presente, propongo la lectura de ese vacío perfecto que es la literatura sobre la literatura.

 

 

*Imagen de portada: Internet Archive Book Images, en Flickr.

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Sobre el autor

Víctor Barrera Enderle

Ensayista y crítico literario. En 2005 obtuvo el Certamen Nacional de Ensayo "Alfonso Reyes", y en 2013, el Premio de Ensayo "Ezequiel Martínez Estrada". Su último libro es "Nadie me dijo que habría días como éstos".

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