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CILE: glotofagia, ideologemas, diglosia y recolonialismo. Parte II

septiembre 20, 2018Deja un comentarioEnsayoBy Alberto Barrientos

Imagen: pixabay.com.

Con el presente artículo pretendo dar continuidad a la primera parte de este ensayo donde revisé el discurso de inicio del VII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). Entre otros menesteres, vimos cómo sus organizadores buscan el autoprestigio con discursos positivos dirigidos a sí mismos vulnerando además con esta práctica discursiva la realidad histórica latinoamericana. En esta segunda parte intento evidenciar cómo los organizadores del congreso: la RAE, el Instituto Cervantes y la ASALE, en conjunto con empresas multinacionales de capital español, pretenden privilegiar una variedad lingüística del castellano generando así una creencia de superioridad, cuyo resultado desfavorece no sólo a las distintas variedades sociorregionales del castellano, sino incluso a las lenguas originarias de las comunidades latinoamericanas. El propósito de este artículo más que nada está en advertir sobre las posibles políticas lingüísticas que el próximo año el CILE exponga en Córdoba.

 

Durante el VII Congreso Internacional de la Lengua Española realizado en San Juan, Puerto Rico, el director académico del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, Francisco Moreno Fernández, dictó la ponencia titulada “La búsqueda de un «español global»”. El informe del catedrático giró en torno a las desventajas del idioma inglés y ventajas del español como posibles candidatos a convertirse en lenguas globales.

 

La contienda por imponer una lengua global no es un asunto nuevo: el francés, el inglés, el alemán y el español, entre otros, llevan siglos en la disputa por el título. A la solicitud de las lenguas naturales se suma el registro de por lo menos cuatrocientas lenguas artificiales con fines de homogeneidad lingüística. El primer intento fue llevado a cabo en el siglo XVII por el checo Jan Amos Komenski. Dos siglos después, dentro este mismo linaje, el esperanto se consolida como la lengua inventada con mayor posibilidad de convertirse en universal. Durante el siglo XVIII la tendencia giró en torno a la simplificación de las lenguas; a esta idea se sumó el hebreo, el italiano, el francés, el español, el alemán y el inglés con el proyecto llamado Basic English que simplificó su lengua a un total 850 palabras. El turno llegó a las lenguas minoritarias hasta el siglo XIX; entre las sugerencias de los filólogos estaban el euskara, el vascuence y por parte de las lenguas romances, el occitano. El latín y el griego también aspiraron al rótulo universal, sin embargo, al igual que las anteriores iniciativas jamás llegaron a consolidarse como universales. A estas propuestas le siguieron el lenguaje de los sordomudos, el desarrollo de una ortografía común y hasta la creación de una lengua intergaláctica. Las motivaciones que han llevado al mundo en busca de una lengua universal varían de época en época, por un tiempo los intereses fueron religiosos como lo constan las campañas evangelizadoras; más tarde se puso el foco en dar a conocer los logros de la Ilustración y, cabe agregar, los fines políticos, diplomáticos o militares que demandaron universalidad lingüística.

 

En plena segunda década del siglo actual y acorde al tema de Moreno Fernández, España lanza el proyecto: “El español, lengua global” presentado por el ex presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy. El plan es impulsar nuestro idioma como lengua de conocimiento y tecnología, propuesta a la que se suman empresas multinacionales españolas con el fin de promover nuestro idioma bajo el membrete “Marca España”. A dicha maniobra no faltaron reclamos, pues según sus opositores atenta contra las políticas policéntricas y multinormativas del español, ya que hace suponer a España como único centro de mandatos y normas para el uso del idioma, lo que equivaldría devolver el dominio lingüístico del castellano a los españoles. A esta estrategia se suman campañas que promueven al castellano como una “patria común” o bien como “lengua de encuentro”. Cabe evidenciar que el solo hecho de proponer al castellano como capital patrio desvaloriza la diversidad lingüística latinoamericana, desplazamiento que conduce a la marginalidad y en ipso facto a la vergüenza étnica.

 

El director académico del Instituto Cervantes en su ponencia “La búsqueda de un «español global»” sostiene que ninguna lengua es candidata para consolidarse como global, ya que “la experiencia social demuestra que las imposiciones idiomáticas no funcionan en el largo plazo” (CILE: 2016). Según el catedrático ni el inglés ni el español pueden recibir el calificativo de “global”, sin embargo, el actual crecimiento de ambas lenguas favorece a “la globalización de la economía, la tecnología, la comunicación y el comercio” (CILE: 2016). De tal modo que Moreno Fernández descarta el término “lengua global”, pero asegura cabe pensar en la posibilidad del español para consolidarse como lengua internacional. El concepto “lengua internacional” equivale al de “lengua auxiliar”, como lo fueron las propuestas del esperanto o el volapük, creadas con fines de asistir a la comunicación universal como segunda lengua; aunque pareciera que los interesados en hacer del español una lengua internacional no estén de acuerdo en llamarlo “lengua auxiliar”, y son obvias las razones, pues el prestigio que otorga el calificativo “internacional” supera por creces el membrete de “auxiliar”. Los idiomas internacionales, según comenta el director del Instituto Cervantes con sede en Harvard, funcionan como enlace para la realización de determinadas tareas, y considera al español como una de las lenguas “más importantes del mundo, por el crecimiento de su utilidad potencial para el comercio, el turismo, la cultura, la tecnología o las relaciones internacionales.” (CILE: 2016). A lo anterior podemos sumar que hoy en día el español es el idioma extranjero más estudiado en el mundo, y según la ex vicepresidenta del Gobierno de España, la jurista Soraya Sáenz, para el 2050 uno de cada diez hablantes del planeta tendrán como segunda lengua nuestro idioma, siempre y cuando sigan las actuales condiciones de producción que genera el Instituto Cervantes y de continuar con sus campañas de promoción, como lo será: “2019, Año Internacional del Español”.

 

Ahora bien, no todo lo que ilustra el CILE es color de rosa y menos para los entendidos en el tema. Esta contienda lingüística que enfrentan las lenguas por apoderarse de los mercados idiomáticos ya sean culturales, tecnológicos, académicos y comerciales hace atractiva una nueva categoría que se ordena en: lenguas internacionales y no internacionales. Por supuesto que una clasificación así solo sería defendida por los lingüistas que respaldan el dominio idiomático; mientras tanto, encontrarán una fuerte oposición por parte de los lingüistas comprometidos con la diversidad lingüística. Por otra parte, este tipo de categorías desacredita la reputación de las lenguas no candidatas al título, pues se verán afectadas por los discursos ideológicos de supuesta superioridad lingüística emitidos por las lenguas dominantes; el solo hecho de proponer una lista de posibles candidatas resultaría un ejercicio excluyente y legitimador. También es cierto que toda lengua posee la estructura y las funciones necesarias para cumplir con el requisito de lengua internacional; no obstante, y obviamente, los aspectos morfológicos, sintácticos y semánticos no entran en los criterios que demandaría una lengua internacional. Bien sabemos que la internacionalización obedece más a los montos de capital invertidos en promover una lengua, pienso, por ejemplo, en los 400 millones de euros prometidos recientemente por el gobierno de Francia para fomentar su lengua en las colonias de África.

 

Todo indica que el éxito de una iniciativa como la anunciada por España y avalada por el CILE llevará a situaciones de diglosia, ya que el español internacional gozará de cierto prestigio, dando pie a que se menosprecie las otras variedades del español. Según la sociolingüística, los casos de diglosia se dan cuando dos variedades de una misma lengua coexisten dentro de una misma comunidad lingüística, donde una de ellas es considerada como superior, relegando a la otra u otras a tareas ordinarias. Ante una situación así, comenta el sociolingüista norteamericano Charles A. Ferguson, se corre el riesgo que los ámbitos ya sean académicos, comerciales, culturales se muestren predispuestos a considerar, por ejemplo, al español internacional como el español verdadero, llevando a los usuarios a especular sobre un español culto y otro vulgar, donde se privilegia al primero y se excluye al segundo.

 

Las situaciones de diglosia, así como afectan la oralidad también pueden tener impacto sobre el ámbito literario. Sabemos que hoy en día los juicios de valor no operan más en el campo de la crítica literaria; no obstante, la preferencia por una variedad del español, como lo puede ser el internacional, refuerza el actual distanciamiento entre literatura culta y literatura popular. Promover tal desigualdad es poner en desventaja a la literatura popular, ya que la supuesta legitimidad de la literatura culta impide posicionarse a la literatura popular como canon, como norma. Y ni hablar de los textos académicos, pues seguramente aquel que no cumpla con los procedimientos del español culto será candidato a la hoguera.

 

Los espacios también funcionan como agentes de legitimación. El aprendizaje del español internacional, por su supuesta condición culta, quedaría designado para los espacios de mayor prestigio: la escuela o instituciones de renombre como lo es el Instituto Cervantes, y el solo hecho de contar con los espacios oficiales lo posiciona como modelo para estandarizar nuestra lengua. Es aquí donde se corre mayor peligro, dado que la estandarización implica desplazar las variedades del español hacia lo ilegítimo, lo prohibido, lo falso, naturalizando la idea del castellano ordinario como inferior, mediocre, atrasado en una clara desigualdad al español estándar endiosado en su condición de superioridad.

 

Cabe imaginar, por lo tanto, que la torre de nuevo se viene abajo sepultando el mito de una lengua universal, global, internacional o del calificativo que quieran darle. Cuenta la leyenda que Babel recibió la furia divina por su acto de soberbia, por el sentimiento de superioridad hacia los demás. Proponer al idioma español como lengua para todo ámbito internacional resultaría una falacia, pues está claro que el botín será repartido entre las lenguas de mayor dominio, quedando, posiblemente, el ámbito científico y tecnológico para el inglés, la ingeniería para el alemán, la cultura para el francés y para el español, con suerte, el entretenimiento. Además todo apunta hacia un nuevo fracaso ya que el futuro mira hacia la traducción electrónica. Al parecer la solución comunicativa no está en la universalidad lingüística sino en los modernos dispositivos tecnológicos que hacen posible la comunicación entre dos distintas lenguas. De nuevo, todo nos hace pensar que el CILE viene a Córdoba con campañas que desacreditan a las distintas lenguas y variedades del español latinoamericano, pues resulta evidente a qué variedad, cultura y hablantes se otorgan los privilegios.

 

 

*Imagen de portada: pixabay.com.

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Sobre el autor

Alberto Barrientos

De Monterrey, Nuevo León. Actualmente estudia la licenciatura de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Enamorado de su esposa y de sus tres cachorros: Kafka, Tívoli y Boris que responde a Vian. Escribe teatro, participa en fanzines, revistas y cualquier cosa que entretenga sus ratos libres. Compone silbando chacareras y huapangos. Por un tiempo formó parte de una banda thrash, ahora sólo conserva el recuerdo de la noche que le abrió a El Tri.

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