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Termina aquí de actuar, con estas notas de paz, casi de purificación, al renacer a sí mismo. Es el Aquiles de la intensa profundidad humana, asociado a la verdad del sentimiento y de la imaginación.[i]
A la memoria de Alice y Javier
I.
Huberto Batis escuchó el llamamiento en las páginas de un periódico literario del siglo XIX. Concebido en tiempos que clamaban reconciliación, sólo alcanzó a ser engendrado por la virtud de uno, Ignacio Manuel Altamirano. Y al verlo, Batis lo reconoció como genuino y se lo apropió. No el bosquejo, sino la vocación: El Renacimiento.
Cada aspecto en este periódico literario anunciaba la impronta de lo que habría de convertirse la vida y obra de Huberto Batis. La labor de un humanista que concebiría la cultura como llamado para el concierto de todas las voces. Ajeno a cualquier postura ideológica y estética. Aglutinados en un documento que daría sentido a una labor cuya comprobación de existencia y razón de existir está condenada al papel, la tinta y la opinión pública. Y El Renacimiento aglutinó al panteón mismo de la cultura del siglo XIX mexicano: Ignacio Ramírez, El Nigromante, Francisco Zarco, “el eterno Guillermo Prieto”, el general Vicente Riva Palacio y Altamirano, “soldado, héroe del Cimatario, el de mayor aura de prestigio entre los jóvenes escritores, puente entre la vieja y la nueva generación que formaban, entre otros, Justo Sierra, Manuel Acuña, Luis Gonzaga Ortiz y Manuel M. Flores, Agustín F. Cuenca y Juan de Dios Peza”.[ii]
“El sorprendente florecimiento cultural del tiempo” es la más natural de las conclusiones a las que se puede llegar ante los nombres que nutrieron las páginas de este periódico. Sin embargo algo más suntuoso revelaba esta revista para Batis. Algo que el estudiante, temeroso de su responsabilidad frente a un documento, apenas se atreve a enunciar en un trabajo de tesis. Pero algo que quien como el joven Batis —enclaustrado en una hemeroteca— puede no sólo intuir sino experimentar al paso de las delicadas hojas de un archivo: la vitalidad de una empresa histórica. La profundidad humana revelada en el gesto de un pensador buscando intervenir en los designios de la historia a través de la cultura. Pero también la comprobación de una voluntad que persigue como principio al hombre de letras. El cual por un extraño convencimiento inoculado en su ego, confía que su labor puede y tiene la posibilidad de escindir en la realidad del mundo de los vivos. O tal vez, tan solo que puede encontrar cabida en él.
El Renacimiento fue llamamiento porque evidenció en su materialización, la certeza de las posibilidades de lo realizable por la férrea voluntad del hombre de cultura. La ruta estaba trazada en este periódico y la contingencia de su existencia, la contundencia de su misión y la calidad de su contenido fueron los misterios que conducirían, irreversiblemente la vida y obra de Huberto Batis. Por eso cuando reconoce en El Renacimiento “una crónica, un espejo del panorama cultural, un registro de las producciones más notables en los géneros mencionados” que permitió hablar de todo “a condición de que llenara los fines de la amenidad, sobre todo de utilidad y belleza”[iii]. La trascendencia histórica consignada por el tesista, va acompañada del principio que sólo quien conoce la importancia que guarda todo el proceso de confección editorial comprende a cabalidad.
El joven Batis comenzó a comprender este proceso mientras aprendía el oficio de la única manera posible: inmerso en el taller. Atento a cada paso con el que se construye un proyecto cultural de esta envergadura. Y donde el documento que produce la imprenta es tan sólo la constatación final de una ardua labor de crítica y sensibilidad. Fue así que el joven Batis encarnó la vocación de Altamirano. Suya sería ahora y para siempre la misión por difundir la cultura y dar espacio a lo que su instinto le revelara como trascendente. Su vocación fue la de guía, mentor y pregonero.
II.
La obra de Huberto Batis: la de su escritura y la otra, el legado de su patronato, es espejo de sus pasiones. Encuentro vital de cada atributo del hombre de letras y el mentor: el humanismo y la crítica, la erudición y la consciencia del evento histórico; el temperamento y el erotismo. De ahí que la crónica anecdótica sea —fuera de la cátedra y la charla— el crisol donde se funde su maestría.
Toda anécdota de Batis es encuentro de presencias y acontecimientos. Un relato que guarda un orden estricto de nombres, hechos históricos y voluptuosidad. El recurso literario donde mejor se contempla la vida del hombre y la imaginación del escritor. Y donde también —cuando se le permite explayar y llegar al recuerdo más remoto de la memoria— es capaz de insinuarnos la trascendentalidad histórica de cada peripecia y englobar, en el relato de su vida, el desarrollo de la cultura nacional implícita a su paso por el mundo. No importa que el tema rebase los lugares comunes de su biografía. Batis es hombre absoluto de su tiempo y entorno. Tomemos por caso su relación con el cine. Para Batis, esencialmente una experiencia comunitaria y de encuentro erótico. Y su anecdotario, sumario de la historia del cine mexicano de la segunda mitad del siglo XX en ojos de un espectador excepcional.
Cada anécdota puede ser el conjunto de su obra. En la cual, desde los más tempranos recuerdos, el cine es concurrencia histórica (“Mi primer contacto con el cine mexicano fue a través mi compañero de la primaria Quique Álvarez Félix, hijo de la divina María”)[iv] y pulsión sexual (“Recuerdo que los niños nos íbamos al cine y sentados en la primera fila […] nos la jalábamos bajo los suéteres y las chamarras con las que fabricábamos una tienda de campaña colectiva”)[v]. Mismo caso para la etapa formativa. Tiempo de amistades y complicidades que lo implicarán con el cine de forma contundente. Pero primero y como siempre, su memoria se decanta por la literatura. De inmediato, el recuerdo es capaz de derivar en otros intereses:
Gurrola hizo Tajimara, basada en el cuento de García Ponce, que publiqué en el número 5 de Cuadernos del Viento, mi revista. La película fue (y es) preciosa aunque quizá la nostalgia influya en mi juicio porque allí se eternizaron algunas bellas amigas: entre ellas, las siempre lloradas Tamara Garina y María Antonieta Domínguez, las guapérrimas Marta Verduzco, Pilar Pellicer, Pixie, Diana Mariscal.[vi]
La impresionante fortuna que Batis tuvo de estar en el momento y lugar indicado de la historia manifiesta lo fascinante (y necesario) de su anecdotario. Las más de las veces participando en la historia de la literatura nacional, otras en la historia del cine mexicano:
Fue entonces cuando convocaron al Concurso de Cine Experimental de Técnicos y Manuales, y yo me formé entre los jueces. […] Había jueces de todo tipo: actores y actrices, los dichosos técnicos y manuales, alguno de los Soler y Luis Spota, que era uno de los guionistas más famosos y tenía intereses en el concurso. Yo iba representando a Bellas Artes, como director de la revista del INBA. Era una cantidad de jueces tremenda y nosotros queríamos premiar Amor, amor, amor, como se llamó la película que incluyó los cuentos de Carlos Fuentes, Juan García Ponce e Inés Arredondo […] Total, en las discusiones nosotros creíamos que íbamos a influir de alguna manera, pero quien realmente mandaba en el gusto de aquella gente era Spota, y entonces ganaron ellos. Le dieron los premios a En este pueblo no hay ladrones, cinta de Alberto Isaac sobre un cuento de Gabriel García Márquez, y a La fórmula secreta, película de Rubén Gámez para la que se inventó un premio especial. Finalmente Amor, amor, amor obtuvo el cuarto premio.[vii]
Así como en el resto del todo, la parte del cine fue también participación histórica. Que como en las demás, demandó posturas, fraguó proyectos y probó lealtades. No podía ser de otro modo, el cine en tiempos de Batis participó de las mismas rupturas generacionales. Naturalmente su vocación lo inclinaría al bando de la renovación. Y sus preferencias personales a decantarse por lo excepcional de la cartelera (“De ahí que mis amigos y yo prefiriéramos el cine extranjero, buscando algo más cachondo, además de inteligente y perverso, como Buñuel, Bergman, Resnais, Antonioni, Fellini…”[viii]). Pero también a formular, en concordancia radical con sus gustos e intereses, uno de los malestares que le generaba el cine nacional de su época. Entonces habla el crítico: “En el cine mexicano de ficheras no hay erotismo, siempre tiene que haber esa serie de perdularios diciendo bajezas. ¿Por qué no hacer con todas esas bellezas un cine erótico serio? México le tiene miedo a eso. En la carpa y en el teatro de medianoche pasa lo mismo: te encuentras todo el tiempo con la leperada machista medio putona”.[ix]
Y cuando la remembranza hace del cine vida y la vida es paroxismo. Huberto Batis es capaz de reconstruir los recuerdos más vivos de la cultura. Aquellos que rememoran el sentido de comunidad, las gestas y el desparpajo:
Cuando muchachos, veíamos cine en el colegio de los jesuitas y decíamos “ya viene el beso, ya viene el beso”, y el cácaro mojigato tapaba la lente y había unos segundos que nosotros aprovechábamos para besarnos con nuestras compañeras, las damas del Colegio del Sagrado Corazón. Entonces el beso era verdaderamente maravilloso. Que hubiera aquellos oscuros propiciados por la censura era genial, porque nosotros nos besábamos y nos besábamos, hasta que nos ardían los labios y nos dolían los huevos.[x]
[i] Huberto Batis, “Aquiles Trágico”, en Revista de la Universidad, No. 10 Junio (1957), p. 24
[ii] El Renacimiento, periódico literario (México 1869) presentación de Huberto Batis. Coordinación de Humanidades, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Literarios UNAM, 1993
[iii] Id.
[iv] Huberto Batis, Ya viene el beso, en p. 26
[v] Id.
[vi] Ibid. p. 28
[vii] Ibid. p. 31
[viii] Ibid. p. 26
[ix] Id.
[x] bid. p. 32
*Imagen de portada: El Universal, tomada de http://www.e-consulta.com.