
Imagen: www.imdb.com.
Roman Polanski es un gran creador de obras íntimas, pequeñas pero de un gran poderío. Obras donde los personajes juegan roles de seducción y poder.
Desde obras maestras intimas o claustrofóbicas como Repulsión (Francia, 1965), La muerte y la doncella (Inglaterra-Francia-EUA, 1994) o Luna de miel (Francia-Inglaterra-EUA, 1992), los juegos de poder y seducción han sido uno de los principales intereses del realizador polaco.
Dos de sus últimas películas se centran en pequeñas historias, pocos personajes y un tono teatral.
La Venus de las pieles
En La Venus de las pieles (Francia-Polonia, 2013), esos juegos de poder y seducción se trasladan al juego teatral de dos personajes que intercambian roles en un ritual dedicado al deseo.
Thomas (Mathieu Almaric) trabaja en la adaptación teatral de la novela La venus de las pieles de Leopold von Sacher Masoch, y no encuentra a una actriz que interprete al personaje principal de la obra; dando por terminado el casting de actrices llega Vanda (Emmanuelle Seigner), quien interpretara el papel como nunca Thomas había imaginado.
A partir de una obra dentro de una obra, Polanski nos va haciendo testigos de los cambios sutiles de los dos personajes, de sus cambios al verse reflejados en los parlamentos y en las acciones de la obra que están ensayando. Así el creador de El bebé de Rosemary (EUA, 1968) nos va presentando los juegos de seducción y poder que estos dos personajes juegan entre ellos, mezclando la representación con la realidad, al grado que llega un punto que ya no sabemos si están actuando sus personajes o ellos son los personajes.
Carnage
Carnage (2011) de Roman Polanski nos recuerda la importancia de las palabras, de que somos una civilización que todo su entramaje está en la palabra.
Más que individuos de pura imagen, somos una sociedad de palabras. Y las palabras son un dios violento. Un Dios del antiguo testamento que no duda en destruir y matar a sus hijos por medio de la palabra, pues en el principio estaba el verbo.
Partiendo en una simple trama de estructura teatral, el director de El bebé de Rosemary nos presenta una historia de una simpleza paródica.
Dos matrimonios se juntan a discutir sobre un problema con respecto a los hijos de ambos, un acto violento donde uno golpeó al otro. Ambos matrimonios buscan ser lo más civilizados a la hora de abordar el problema, se tratan con pleitesía y cordialidad, a lo mucho los pone en desacuerdo una palabra que ponen en un escrito, (otra vez la palabra) los pone a discutir (otra vez de manera cordial); poco a poco esa cordialidad va desapareciendo conforme avanza la conversación (otra vez las palabras). Primero la discusión (palabras) se da entre ambas parejas, después al interior de las parejas y, también entre géneros: maridos contra esposas.
Palabras que son el detonante de la discusión y palabras que son la forma de la discusión. Polanski en este pequeño y poderoso filme (me recordó por mucho su posterior cinta, La Venus de las pieles, por su manufactura teatral y los juegos de seducción a partir de la palabra como posesión) nos hace recordar que somos palabras, palabras que nos definen, palabras que son poder, que son violencia.
Pero no es lo único que ronda tras las palabras de los personajes. Hay también un ángel exterminador que lleva a los personajes hasta su más descarnada esencia. Un ángel exterminador que anula toda posibilidad de lo humano como civilización dialogal. Al final todo nos lleva a la esencia encarnada del animal darwiniano que somos, que por más animal simbólico que seamos, por más animal de palabras que seamos, nos gana ese juego salvaje que un día nos llevará a la autoinmolación.
*Imagen de portada: www.imdb.com.